Luego del resultado electoral, muchos venezolanos asumieron con esperanza el futuro, al menos a mediano plazo. Unos con la idea de cambiar el actual sistema y otros con la intención de que el Gobierno rectifique políticas y corrija errores. Independientemente de cualquiera de estas dos posiciones, el denominador común para la inmensa mayoría de los ciudadanos es la necesidad de solución de los principales problemas que nos aquejan. Estos problemas se pueden resumir en 3 elementos fundamentales: desabastecimiento, inseguridad e inflación. En este sentido, vale la pena resaltar que lo esencial para un ser humano, sin importar el país del mundo y el modelo político-económico que se siga, es el tener garantizados la alimentación, la salud y la seguridad personal. Estos tres componentes serían, a mi juicio, los priorizados en el más elemental ejercicio de Gobierno. Si los evaluamos en la realidad presente, vemos con objetividad que a este respecto no nos encontramos bien. Las causas son variadas y salpican a tirios y troyanos. Así como no se puede negar la importante participación de sectores empresariales y de pueblo simple y llano en la escalada especulativa, con el único propósito de enriquecerse en la crisis o de resolver situaciones personales, tampoco se pueden obviar incapacidad, negligencia, burocratismo y corrupción, por parte de miembros gubernamentales en todo el ámbito del Poder Ejecutivo. Para quienes salen todos los días a trabajar buscando el sustento familiar, poco importa si es la guerra económica o la ineficiencia de quienes mandan; el resultado es el que cuenta y por ello su expresión a través del voto.
Ahora bien, en un panorama como el planteado, una actuación política responsable significaría llegar a acuerdos mínimos sobre aspectos prioritarios (léase salud, alimentación y seguridad personal); esto implicaría, como en cualquier acuerdo, ceder de parte y parte por un bien superior que trasciende a tales partes. La realidad a la cual nos enfrentamos, de acuerdo a quien escribe, hace añicos esta esperanza y pone en el tapete, como prioridad impuesta, lo que se ha estado viviendo desde el inicio de esta revolución y que ha marcado la agenda a lo largo del tiempo: la pugna por el poder político. Los signos ya están a la vista y tienen que ver con lo que nos espera en este próximo año. Lejos de observar a nuestros dirigentes poniendo todo su esfuerzo en pensar cómo resolver los problemas que nos aquejan, los observamos en una escalada por alcanzar los espacios de poder. De esta manera, la inseguridad quedará desplazada por la elección de la Directiva de la Asamblea Nacional, la salud por el nombramiento de los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, el Defensor del Pueblo y el Fiscal General, y la alimentación por la posibilidad de un llamado a referéndum o las elecciones de gobernadores.
Así, una vez más nos veremos inmersos en nuevas elecciones y en nuevas luchas por cargos. En este contexto, lo que va a privar será mantenerse en el poder o ganar elecciones, por lo que la toma de decisiones que pudieran ser anti-demagógicas, anti-clientelares, o poco populares (pero beneficiosas para el país), se descartarán o pospondrán (p. e. aumento de la gasolina) porque lo inmediato será el ganar votos en muchos casos bajo el criterio del "como sea". Ese "como sea" implica, de bando y bando, acciones moral y éticamente cuestionables desde todo punto de vista y bajo cualquier base ideológica. El daño entonces no sólo es en lo concreto sino que trasciende hasta la conciencia colectiva, generando efectos irreparables en el corto plazo. Por poner nada más que un ejemplo, acostumbrar a la gente a esperar cosas regaladas y, lo que es peor, a asumir que se las merecen así, como un obsequio. Bajo este análisis, las incontables elecciones a las cuales hemos acudido los venezolanos desde el comienzo de la revolución, contradictoriamente se han constituido en un gran daño para la Nación. Por supuesto que este servidor no cuestiona las elecciones en sí mismas, sino el criterio con el cual han sido asumidas por la clase política y particularmente por la dirigencia.
En conclusión, las esperanzas que albergo sobre el futuro cercano del país son pocas, y éstas se circunscriben a una real rectificación de nuestros actores políticos principales. De no ser así, el año que se nos avecina, y los siguientes, no van a ser nada fáciles. Unos parecieran no haber aprendido de los errores de la IV República y del "Carmonazo", otros no aprendieron del revés en la Reforma y parece que tampoco de los resultados electorales recientes; todavía todos están a tiempo. Si no hay un cambio verdadero en la forma de ver y hacer las cosas, y no me refiero al "cambio" como bandera política, no se extrañen si más adelante una tercera opción los deja en el camino...