Una máxima recorre al mundo, aún imbatible: para que haya ricos, debe haber pobres. Pero en Venezuela, por obra y gracia del excremento del diablo que fluye de las entrañas de nuestro subsuelo, siempre ha habido quienes creen que todos, o al menos la mayoría, podemos ser ricos, dejando el porcentaje de pobres en manos del darwinismo social, es decir, los más débiles, de cuerpo y/o mente, que estarán siempre en el estrato más bajo de la pirámide.
Al menos eso ha creído lo que suele llamarse la clase media, hoy confundida por la propuesta de socialismo de siglo XXI del comandante Chávez, quien, desde sus inicios, ha hablado de Venezuela como una sociedad que para el 2021 debe ser, fundamentalmente, de clase media.
El problema queda entonces, como siempre, en lo que cada uno entiende por riqueza, pobreza, socialismo y clase media. Trataremos de clasificar, entonces, a nuestra sociedad según sus creencias en estas materias relacionadas con la sacrosanta propiedad privada, al menos así vista por la oposición y por parte del Gobierno.
Hay quienes no creen en socialismo, por supuesto, ni les importa que haya pobres. Entienden y defienden la máxima inicial: para que haya ricos, debe haber pobres, para que siga habiendo ricos, deberá seguir habiendo pobres. Mientras recorren los campos de golf y los exquisitos centros comerciales, y se suben y bajan de un avión como el pobre se sube y baja de un autobús, defienden la riqueza heredada y maldicen la pobreza y a los pobres. Según ellos, la mayoría son vagos y maleantes que no son ricos ni podrán serlo, porque tienen, como dijo el cura golpista De Viana, “el rancho instalado en la cabeza”, con lo cual afirman que la movilidad social, ese invento del capitalismo para entretener a sus explotados según el cual si usted trabaja duro y se esfuerza puede llegar a ser rico, es una falacia: la riqueza es un estado heredado, como los títulos de la nobleza. Con Maquiavelo, señalan que el fin (la riqueza) justifica los medios (explotación, dictadura, represión, muerte, etc) y se emocionaron, casi hasta las lágrimas, cuando oyeron al candidato Rosales decir que ser rico no es malo, aunque no les gustó que dijera a continuación que todos podían serlo. Hubieran preferido a Borges, seguramente.
Luego están quienes, creyéndose ricos, se “preocupan” por los pobres y creen en la movilidad social para llevarlos de la pobreza a la clase media, a la cual sienten cercana en la escala social. Son aquellos que han amasado capital y, por lo tanto, defienden el capitalismo, pequeños y medianos empresarios a los cuales el socialismo no les sienta bien, porque creen que significaría la muerte de su sistema de vida. Es la llamada pequeña burguesía, heredera de la que insurgió en la Revolución Francesa contra el absolutismo de la nobleza, la que defiende la democracia que mantiene libre al capital, la que se cree en el estrato de la riqueza, aún cuando los ricos los llaman clase media. Tienen casa propia y buenos vehículos y financian a la educación privada, son la llamada clase gerente, la que le maneja el dinero a los ricos hasta que pueda manejar su propio capital.
A continuación está lo que se conoce comúnmente como clase media, que en nuestro país, gracias a la renta petrolera, llegó en un momento a aburguesarse, a disfrutar de la Venezuela saudita de los años 70, la del tabaratismo mayamero. Profesionales y técnicos, los llamó AD en su peculiar modo de ver el mundo, una parte de la sociedad empeñada en subir las escaleras de la pirámide, por más cuesta arriba que se les ponga. Es el venezolano de la hipoteca de 20 años, el que procura que su carrito sea de la misma década, el que lucha con los alquileres y el recibo de luz y respira aliviado cuando llegan los bonos vacacionales y navideños, que le permiten ponerse al día. Es el que accede tímidamente a una tarjeta de crédito, como manera de financiarse sus sueños, para quien el capitalismo es una carrera agotadora que nunca acaba. Algunos de sus miembros aspiran a la riqueza y creen que no hay barreras morales ni éticas que les impidan lograrlo, por lo cual juegan a un golpe de suerte para llegar a la clase gerente, en principio. No creen en el socialismo, porque significa para ellos tener que conformarse con lo que tienen. Son los desclasados, los que no se sienten pobres ni de clase media, sino ricos potenciales, por lo cual les disgusta el discurso de Chávez.
Otros se conforman con mejorar lo que tienen y entienden que la “riqueza” a través del trabajo es un mito, y se alegran cuando alguien supera la pobreza, como ellos lo hicieron en su momento, por esfuerzo propio o de sus padres o de ambos. No les gusta explotar, porque fueron o son explotados, y reciben con gusto las nuevas formas de lograr los sueños, como los pequeños créditos y las cooperativas. Apoyan al comandante, porque entienden que no puede haber una sociedad justa mientras millones se mueren de hambre. Son la clase media que invoca Chávez en su discurso, la que espera mejorar sus condiciones de vida, cambiando las estructuras de dominación, entendiendo que esto no significa llegar a la riqueza material, sino a la riqueza espiritual de un colectivo, de un pueblo.
Al final, pero no por ello menos importante, está la avalancha que ha movido al país, la que insurgió el 27 de febrero del 89 y eligió a Chávez en el 98, cansada de esperar, de recibir las sobras de la torta. Son la mayoría, los pobres, los que nada pierden porque nada tienen, solo la explotación del día a día. Muchos se confunden y caen en el juego del capitalismo, creyendo en la movilidad social para lograr la riqueza, o en la ganancia fácil de quitar a quien más tiene. Otros creen que la pobreza es una maldición de la cual jamás saldrán. Otros, están conscientes de que el estudio y el trabajo son las puertas de salida del infierno, siempre que alguien cree las condiciones para abrir y mantener abiertas dichas puertas, trancadas, clausuradas u obstaculizadas por los golfistas, que niegan la democratización del poder, la igualdad de los hombres ante la ley.
En conclusión, sus creencias estarán signadas (o deberían estarlo) por el lugar en el cual usted se ubique. Es obvio que no puede haber socialismo mientras se defienden las estructuras que eternizan los privilegios, la explotación y sus símbolos, como el deporte de los palos y las bolitas blancas. Todos somos iguales ante la ley, y por lo menos merecemos serlo en la práctica. No se puede ser socialista si se invocan los privilegios de clase, los trofeos de guerra ganados en la batalla social A cada quien según su necesidad, a cada cual según su capacidad, dijo el marxismo. No todos debemos ser ricos, nadie debe ser pobre.
(*)Periodista/Docente UBV-Zulia