El
capitalismo y el imperialismo nunca se imaginaron que fuese a ocurrir algo así,
pero tampoco la izquierda, muchas veces penetrada de los valores occidentales,
es decir, de lo que Juan Carlos Monedero define como el capitalismo, la
modernidad y el estatismo. Porque la industrialización, la urbanización y el
racionalismo, aun cuando parecen fenómenos neutrales y se presentan como
factores constitutivos del progreso, como lo concibe Occidente, son bases
fundamentales del sistema capitalista. De modo que no basta con cuestionar la
explotación capitalista y la dominación imperialista, si no se adopta una
postura crítica ante la filosofía, la ciencia, la tecnología y los demás
elementos constitutivos de la civilización occidental.
Esta es una
tarea que choca con los prejuicios que descalifican la crítica a ese supuesto
progreso, tachándola de arcaica, primitiva, utópica, anacrónica, involutiva y
tantos otros adjetivos. En este sentido, es recomendable leer el libro del cura
dominico vietnamita Pablo Nguyen Thai-Hop, sobre el neoliberalismo: “¿Tienen salida los pobres?” (Costa rica,
UNA, 1996). Alli, Thai-Hop explica que el neoliberalismo considera la
solidaridad -la cualidad distintiva del socialismo-, como un sentimiento
arcaico, en sociedades donde priva la competencia impuesta por la ley del
mercado, el llamado “libre” juego de la oferta y la demanda. Y cita a un autor
neoliberal emblemático, von Hayek, quien asegura que la solidaridad “deja de
ser una obligación moral en la gran sociedad abierta y moderna”, donde no conocemos
a los semejantes.
Cuando el
presidente Chávez, poniéndose a la par de Evo y Correa, afirma que el
socialismo del siglo XXI debe partir del indosocialismo y llama a consultar a
los pueblos indígenas venezolanos, sobre la reforma constitucional, está rompiendo
con la barrera de prejuicios levantada por el neoliberalismo y reconociendo una
corriente histórica ancestral, que ya había reivindicado Mariátegui, y que
resulta comprensible que entre los intelectuales occidentalizados se vea con
desconfianza o con sorna, ya que ellos tienen esas raíces a milenios de
distancia, en Grecia y Roma, mientras que para nosotros fue apenas hace cinco
siglos cuando se inició el intento de destruirlas, pero resulta que renacen
cuando la tierra se humedece y brilla el sol de la revolución.