Antecedentes teóricos e históricos de un debate inconcluso

Consejo de Fábricas, Construcción del Socialismo, Control Obrero, Cooperativismo, Nacionalización, Autogestión, Producción socialista...

EL CONSEJO DE FABRICA Y LA CONSTRUCCIÓN DELSOCIALISMO.

PRESENTACION.

En los actuales momentos la revolución bolivariana entra en una nueva fase rumbo al socialismo. El Cmdte Chávez ha planteado acelerar dicho proceso, impulsando diversas iniciativas político-ideológicas conocidas como los 5 motores de la nueva etapa, las cuales demandan un inmenso esfuerzo de pedagogía política. En este contexto cobra especial relevancia profundizar el debate y sistematizar las experiencias, en particular aquellas que apuntan a un cambio en las relaciones de producción, tal como lo hemos definido en el proceso cogestionario en CVG –ALCASA.

En tal sentido, hemos realizado una compilación de materiales ( donde los subrayados son nuestros ), esta vez referido al papel que juegan los Consejos de Fábricas ( también denominados como consejos obreros o consejos de trabajadores ) en la construcción del Socialismo. En esta reseña documental, queremos evidenciar algunos antecedentes teóricos e históricos de la experiencia consejista, con el propósito de superar los peligros de hacer caricaturas con estos planteamientos o reiterar el expediente burocrático ya conocido históricamente.

En esta perspectiva hemos rescatado de la “crítica roedora de los ratones” un viejo documento que escribí estando como prisionero político en el Cuartel San Carlos en el año 1979, donde se combina la crítica epistemológica con la impugnación a la COGESTION que impulsaba la CTV para ese entonces, proponiendo el CONTROL OBRERO como alternativa. En aquella coyuntura, junto con otros prisioneros políticos y sectores populares conformamos el MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO DE LOS TRABAJADORES (MRT) y desde la prisión apoyamos la edición de un órgano periodístico donde se publicó el referido artículo.( ALGUNAS CONSIDERACIONES EXPLICATIVAS EN TORNO A LA CONSIGNA DEL CONTROL OBRERO “Al Rojo Vivo” N° 5. Mayo de 1979) De la lectura de este material, se desprende el porqué hemos diferenciado el proceso cogestionario de ALCASA del enfoque tradicional que le ha dado la socialdemocracia a este tipo de participación de los trabajadores en la empresa ( particularmente el reparto de acciones ). Hacen ya más de dos década que habíamos ajustado cuenta con este tipo de formulación y es por esto que en nuestra experiencia planteamos la COGESTION REVOLUCIONARIA, articulada con el control obrero y los Consejos de Fábrica.

Ahora cuando el Presidente de la República esta haciendo un deslinde en relación a algunas experiencias que se han venido desarrollando en el país donde se siguieron las orientaciones socialdemócratas en torno a la cogestión, invitamos al lector a comparar tanto nuestros planteamientos como la experiencia concreta de CVG-ALCASA. Esta misma observación vale para el planteamiento de la reducción de la jornada de trabajo y los Consejos de Fábrica, ya que muchos sectores que se opusieron y descalificaron las iniciativas que venimos promoviendo desde hace dos años, hoy están “ descubriendo” la validez histórica de dichos planteamientos e intentan aparecer como originales en la propuesta.

Aquí merece especial mención la reseña que realizamos de la aprobación dada por la Procuraduría General de la República a las cláusulas que en la Convención Colectiva de la empresa apuntan a reivindicar los Consejo de Fábrica como concreción de la democracia obrera.

También cabe destacar en esta reconstrucción documental, el artículo de Cristóbal Colmenares publicado en “Rebelión” del 12 de Marzo de 2003, siendo un excompañero de prisión que ha mantenido una postura consecuente con los planteamientos que sosteníamos en aquel entonces en el Cuartel San Carlos sobre el Control Obrero y los Consejos de Fábrica. De igual forma, reseñamos los trabajos de Luis Primo publicados en Aporrea, el cual como dirigente de UNETE y de la CRM, ha sido uno de los pioneros en promover el debate en Venezuela sobre los tópicos que estamos comentando

Desde el punto de vista de los aportes vinculados a experiencias históriacas, destacamos en este dossier los planteamientos realizados por Trotsky a partir de la experiencia Rusa, el deslinde de Gramsci inspirado en los Consejos de Fábrica de Turín – Italia en la década del 20,la postura crítica de Pannekoek en Holanda para la misma década,y la contribución de Paúl Mattik quien más contemporáneamente sistematiza los elementos más controversiales de estos diversos enfoques. En el mismo sentido, reseñamos las lecturas de Philippe Bourrinet y René Riesel sobre la polémica en el seno de la izquierda comunista para esa época.

Nuestro propósito al reseñar dichos autores es mostrar los retos y desafíos que ha enfrentado la experiencia consejista, recordando el viejo lema: quien no tiene memoria histórica, tiende a repetir los mismos errores.

De estas lecturas se desprenden variadas enseñanzas que quisiera sugerir como guía didáctica, especie de clave comprensiva de estos textos:

1.- Existe una tensión dialéctica entre sindicato y consejo obrero, la cual suscita fuertes enfrentamientos y divergencia entre quienes ven este nexo como antagónico.

2.- El Consejo de Fábrica es la célula orgánica del Estado socialista, pero no puede ejercer esta función sin articularse con lo social – territorial, leyéndolo en nuestro contexto quiere decir que no se puede separar de los Consejos Comunales, y más particularmente de nuestra propuesta del YANAMA-CUMBE.

3.- El Consejo de Fábrica no es un apéndice del partido, como frente de masa, sino que debe preservar su autonomía.

4.- Igualmente, no puede reducir su tarea al especto corporativo-economicista, sino que debe asumir tareas político-culturales. De igual manera, no sólo puede remitirse a los aspectos productivos, sino también abordar la distribución y el consumo.

5.- El consejo de fábrica no puede quedarse aislado a nivel de fábrica en el ámbito local, sino que debe ampliar su radio de acción hacia el conjunto de la sociedad, desde lo local-regional hacia lo nacional-internacional.

6.- El Consejo de Fábrica está inserto en una determinada alianza de clase que corresponde al bloque histórico, es decir, se extiende desde los trabajadores del campo y la ciudad, cansando por el campesinado, capas medias, nuevos movimientos sociales, hasta incluir la diversidad étnica.

7.- El Consejo de Fábrica al inscribirse en la perspectiva del cambio de las relaciones de producción con un claro contenido anti-capitalista, supera las diversas expresiones del capitalismo de Estado y de las nacionalizaciones del aparato productivo.

Ubicar estas 7 claves interpretativas de la experiencia histórica de los Consejos de Fábrica en el necesario debate que debemos profundizar los revolucionarios venezolanos, nos permite definir las tareas teórico-práctica del momento: abordar el tema global de qué tipo de socialismo estamos planteando, cuál es el papel del partido y su naturaleza, cómo entendemos la transformación del modelo productivo, la distribución del excedente y los patrones de consumo, de igual manera involucra examinar qué tipo de Estado vamos a construir.

Es de esperar que el lector podrá encontrar en la lectura de este dossier importantes referencias de ese debate que la burocracia stalinista clausuró, pero cuyos ecos lo volvemos a sentir en este nuevo momento histórico en que planteamos el transito rumbo al socialismo, realizando la revolución dentro de la revolución.
Carlos Lanz Rodríguez.
1 de Febrero de 2007



ALGUNAS CONSIDERACIONES EXPLICATIVAS EN TORNO A LA CONSIGNA DEL CONTROL OBRERO

Carlos Lanz Rodríguez
(Publicado en el “Al Rojo Vivo” N° 5.Mayo de 1979 )

Hemos venido insistiendo en la necesidad de superar “escisión” entre programa máximo y programa mínimo. Entre táctica y estrategia, lo que al nivel del método se refleja en el manejo de las abstracciones y lo concreto. Uno de los errores metodológico más comunes entre revolucionarios consiste en creer que basta la enunciación y repetición de una frase general, de una consigna estratégica para que los pasos iniciativa practico-concretas tenga validez y justificación “revolucionaria”. Ya desde la CRITICA A LA FILOSOFIA DEL ESTADO DE HEGEL. Marx delineó un conjunto de observaciones críticas a la “lógica hegeliana” que operando con “abstracciones vacías”. Cuando trataba de explicar la realidad, lo concreto, la tomaba “ tal como era”, es decir, sin ninguna precaución ni observación critica, se toman las cosas y fenómenos presentes en cualquier realidad y entonces se le da una explicación especulativa, “se le llena de conceptos” o de consignas, pero mientras tanto la realidad queda incólume sin transformar. Esta escisión entre la abstracción vacía y la realidad concreta que se toma sin crítica. Conduce a la desviación teoricista-empirista. A nivel del discurso siempre habrán los “conceptos puros” y las abstracciones que no poseen ningún vínculo con la realidad, no son “determinadas”, pero que le sirven de explicación al empirismo vulgar, de allí que el dato inmediato con el cual nos enfrentamos en la realidad, “lo empírico”, tiene una justificación especulativa.

Si por un momento y vinculamos estas observaciones con lo que ha sido la práctica del movimiento revolucionario venezolano, encontramos que han existido concepciones generales que resultan ser copias o extrapolaciones de otras experiencias históricas, y por lo tanto operan como “abstracciones vacías”, en la medida en que no surgen de un diagnóstico económico, social, político, de nuestra sociedad.

Dentro de estas concepciones se establecen un conjunto de consignas que entonces se convierten en una especie de “guardián” de las acciones concretas, al abordar la realidad inmediata ésta será interpretada tal como se presenta empíricamente pero rodeada y custodiada por consignas estratégicas, sin ningún vínculo y conexión con dicha realidad, en tal forma se consagra la “escisión” entre los pasos tácticos y la estrategia general, entre el programa revolucionario y la plataforma de lucha inmediata.

Este error de método es corregido en una primera instancia haciendo análisis dialécticos, donde las abstracciones como: Clase, Estado, Partido, lucha armada, socialismo revolucionario, dualidad de poderes, etc., TENGAN UNA DETERMINACION HISTORICA CONCRETA, o sea, que como “abstracciones” sean la síntesis de los elementos económicos, sociales y políticos que están presentes en nuestra sociedad; en una segunda instancia lo particular, lo concreto e inmediato debe abordarse en una forma crítica, transformando lo real, modificando la realidad, así lo empírico encuentra su interpretación y transformación revolucionaria, esta fusión de los abstracto y lo concreto, programáticamente entonces se refleja en la vinculación entre la estrategia general y los momentos “coyunturales”, en el “puente o vínculo” que debe existir entre el programa máximo y el programa mínimo. En nuestra experiencia pasada estos elementos estaban separados, por lo cual los bandazos y desviaciones estaban a la orden del día: “izquierdismo” por aferrarnos a consignas sobre la “guerra”, lucha armada, revolución democrática, liberación, etc. sin conexión con nuestra real situación histórica; y “derechismo” por el oportunismo de adaptarse a la realidad, de tomar la simple lucha reivindicativa como el único objetivo. De allí que la superación de éstas desviaciones implique desmontar su soportes metodológicos: las abstracciones vacías y el empirismo, y en consecuencia ofrecer alternativas que determinen la naturaleza histórica-concreta de las abstracciones, su piso concreto en nuestra sociedad, y actitud crítica ante los “datos empíricos”, ante las coyunturas específicas.

Como estas respuestas no vienen dadas de una vez y para siempre, se requiere siempre del ANALISIS CONCRETO DE LA REALIDAD CONCRETA.

Teniendo una línea estratégica que resulte de un análisis histórico-concreto, éstas sirven como marco orientador de nuestras acciones cotidianas, para interpretar y transformar coyunturas particulares. En los análisis concretos de cada una coyunturas se requiere establecer los nexos y vínculos con la estrategia, estos nexos son diversa naturaleza; política, organizativa, ideológica, militar; éstas es una función de la táctica revolucionaria.

En el esbozo de línea táctica que hemos propuesto se consignan los aspectos políticos, organizativos e ideológicos que vinculan la actual coyuntura con la estrategia general, y en las plataformas de lucha para cada sector o área de la lucha de clase está contemplada la necesidad de establecer estos nexos, es decir, el puente entre las reivindicaciones inmediatas y los objetivos estratégicos. Estas referencias teórico-metodológicas están hechas con el objeto de facilitar la comprensión y ayudar en la formación de los camaradas que están implementando la línea táctica en frente de trabajo específicos donde se requiere dar respuesta concreta a múltiples problemas.

Este puede ser el caso en el trabajo obrero, donde se requiere una combinación de los elementos coyunturales con los objetivos estratégicos, tal como el aumento de salario y demás reivindicaciones, los objetivos de construcción de la hegemonía en la fábrica, la construcción de las organizaciones autónomas, la toma del poder la gestación de la nueva sociedad, etc.

Veamos cómo se relaciona todo lo anterior con la consigna del Control Obrero.

LAS REIVINDICACIONES INMEDIATAS Y EL CONTROL OBRERO

1.- En el movimiento obrero existen un conjunto de reivindicaciones tales como: aumento salariales, reducción de la jornada de trabajo, tabulador, bonificaciones, seguridad industrial, problemas de vivienda y de transporte, etc., que no ponen en discusión el dominio del capital en la fábrica; pero existe otro tipo de reivindicaciones que implican una injerencia del movimiento obrero en áreas reservadas al monopolio exclusivos del capital, que por su propia lógica pone en discusión quiénes quién tiene la hegemonía en la fábrica, y si bien la clase obrera no puede obtener el control de la producción por mucho tiempo sin antes haber destruido la maquinaria burocrática-militar del Estado, estas reivindicaciones entre las cuales está el control obrero - prepara, educa y organiza al proletariado para el ejercicio del poder, devela muchos de los mecanismos de la explotación capitalista, y le facilita una serie de herramientas al obrero para defender con mayor eficacia las propias reivindicaciones inmediatas.

2.- Los aspectos que son una injerencia del movimiento obrero en el dominio del capital y que forman parte del conocimiento y la formación que hacen posible la instauración del control obrero son:

a. Acceso a los registros contables para establecer los costos en materia prima, salarios, seguros, cuota de ganancia, etc.

b. Tipo de tecnología y cuota explotación.

c. Sistema de mercadeo y distribución.

d. Precios de las mercancías en el mercado, al por mayor, al detal.

e. Monto del capital, grado de centralización y concentración de la propiedad.

f. Naturaleza jurídica de la empresa (C.A., SRL) para determinar la composición de las directivas, accionistas, registros comercial, vínculos comerciales, etc.

3.- A partir del dominio y conocimiento sobre la empresa el movimiento obrero puede vetar los despidos, los procesos de racionalización que incrementan la explotación, la desvalorización del salario real a través de la manipulación de los precios y en consecuencia proponer la escala móvil de salarios.

4.- Este tipo de reivindicaciones pone en discusión los fundamentos mismos del capital, lo cual es inaceptable para la burguesía, traduciéndose en consecuencia en un enfrentamiento abierto entre dos poderes que cobra fisonomía en la propia fábrica, por lo cual se vinculan aspectos concretos del proceso productivo, con aspectos atinentes al poder, a la propiedad, a la intervención estatal.

5.- La dualidad del poder a nivel de fábrica, con sus propias implicaciones políticas, organizativas, ideológicas, se vincula con la dualidad de poderes en relación al Estado burgués y tal como hemos sostenido en otras oportunidades este poder en las fábricas constituye uno de los cimientos y soportes fundamentales del poder revolucionario.

LA CRISIS DEL CAPITALISMO Y EL CONTROL OBRERO

1.- Las innovaciones tecnológicas, que entrañan para el capital monopolista la necesidad de planificar de manera precisa la amortización del capital fijo, y por otro lado la crisis de sobreproducción, se plantea como premisa al capital “la explotación intensiva” del trabajo, “su disciplina” y domesticación, y por ello traza una política de integrar el aparato sindical a los mecanismos de “concertación” – comisiones tripartitas - donde se “planifiquen los salarios”, de tal forma que éstas se convierta en una de las palancas ”anticrisis”, al permitir una planificación o programación donde los costos salariales están previstos para un largo período.

2.- La inflación, los despidos, el desmejoramiento de las condiciones de trabajo, permiten que los obreros comprendan que no está en discusión la “simple distribución del ingreso”, sino que se plantea el método como está organizado el trabajo y la producción, es decir, el problema de las relaciones capitalistas de producción.

3.- El Control obrero al proponer el acceso a los registros contables, abolición del secreto tecnológico y comercial, el derecho al veto en una serie de áreas de la actividad empresarial, la escala móvil de salario, etc., enfrenta los intentos del capital de “concretar” y programar su propia crisis, manipulando los salarios, explotando más a la clase obrera, o sea, el control obrero obstaculiza la puesta en práctica de las medidas “anticrisis”.

LA REACCION DE LA BURGUESIA ANTE LA CONSIGNA DEL CONTROL OBRERO.

  1. Los estratos más inteligente de la burguesía son perfectamente conscientes del peligro que implica, para el régimen en su conjunto, esta rebeldía instintiva de los trabajadores en contra de las relaciones de producción capitalistas. También comprenden que esta rebeldía amenaza fusionarse con la propaganda, la agitación y la acción de la vanguardia revolucionaria en favor del control obrero.
  2. Por eso se esfuerzan en canalizar y desviar esta rebeldía (con ayuda de la burocracia sindical) hacia la COLABORACION Y LA NO IMPUNACION DEL DOMINIO DEL CAPITAL EN LA FABRICA. Este es el sentido de la propaganda que hoy se hace en los países capitalistas en torno a la COGESTION, que en nuestro caso concreto es una consigna que esta impulsando la CTV. Ante que un planteamiento revolucionario como el CONTORL OBRERO, que pone en discusión el dominio del capital, prenda en las masas obreras y ayude a su concientización y organización, el aparato sindical se adelanta a ofrecer una alternativa de conciliación de clase como la COGESTION que es impulsada por la propia burguesía cuando toma conciencia del peligro inminente que significa que el movimiento obrero tenga acceso a los secretos de la producción y de la explotación.

LAS DIFERENCIAS ENTRE COGESTION Y CONTROL OBRERO.

La diferencia fundamental entre las ideas de “participación” y “COGESTION” por una parte, y el concepto de CONTROL OBRERO, por otra parte, puede resumirse de la siguiente manera:

  1. El Control obrero rechaza toda responsabilidad por parte de los obreros y sus organismos autónomos en la gestión capitalista.
  2. Exige un DERECHO A VETO en toda una serie de dominios que se refieren a su labor cotidiana en la empresa: cambios de turnos, sobretiempo, higiene industrial, nombramiento de los capataces, aplicación de nuevos procedimientos y nuevas tecnologías, etc.
  3. El Control obrero rechaza todo tipo de secreto, toda “apertura” de los registros contables ante un puñado de burócratas sindicales y exige por el contrario la mayor, y más completa difusión posible de todos los secretos que los trabajadores puedan descubrir no solamente al examinar la contabilidad patronal y las operaciones bancarias de las empresas, sino también, y sobre todo al confrontar con la realidad económica que encubren.
  4. El Control obrero rechaza toda institucionalización, toda idea de convertirse aunque sea por un periodo transitorio, en una “parte integrante” de la forma en que funciona el sistema, dado que cualquier tipo de integración significaría la degeneración e instrumento de conciliación entre las clases.
  5. LA COGESTION es un mecanismo de “colaboración de clase” que implica que cuando sectores de la clase obrera aceptan asociarse a la gestión de su FABRICA PARTICULAR, incluso con paridad de votos y con el señuelo de la “participación en los beneficios” no hacen si no asumir “los intereses de la empresa” frente a sus competidores, es decir, aceptar que la concurrencia capitalista fragmenten y dividan más a la clase, porque entonces los obreros separados “por fábricas” lucharan entre si para producir más y tendrán que competir con sus hermanos de clase.

La clase obrera no puede aceptar, a riesgo de una capitulación creciente que rápidamente conduciría a la parálisis, que el principio de la competencia sea llevado al mercado capitalista y a la sociedad burguesa a la organización y a la conciencia de los obreros a partir de sus propias iniciativas, reivindicaciones y luchas, como será el caso de la COGESTION.

LA NECESIDAD DE UNA SISTEMATICA CAMPAÑA DE AGITACION Y PROPAGANDA EN TORNO AL CONTROL OBRERO.

Con las plataformas de lucha programa mínimo – y con una forma de organización propuesta – Concejo Obrero de Fábrica – perseguimos modificar la actual correlación de fuerza entre al capital y el trabajo, hacer que los obreros adquieran confianza en sus propias fuerzas, elevar su nivel político – ideológico, ayudarlos a formarse la conciencia de clase, fortalecer su unidad interna y su organización.

Pero para que las masas obreras comprendan el significado de las reivindicaciones inmediata y la consigna del CONTROL OBRERO, que es un planteamiento muy reciente aquí en nuestro medio, se requiere un esfuerzo prolongado y sistemático de allí que no deben sorprender a nadie las relativas dificultades iniciales que enfrentamos, porque, por un lado los reformistas y revisionistas ofrecerán resistencia y tratarán de descalificar esta proposición tildándola de “anarquista”, “ultra”, “radical”, etc., y en su lugar presentarán sus opciones como la COGESTION,, - etc., por otro lado el neorreformismo que no posee ninguna política al respecto asumirá una papel de vacilación y duda, cuando no de rechazo a este planteamiento; pero por otra parte, objetivamente los elementos de crisis económica y la maduración de importantes sectores de la clase obrera, hacen posible que esta consigna prenda en estos momentos ,para ellos debemos dedicar un serio esfuerzo por explicar en diversas formas y a través de diversos mecanismos las implicaciones de esta consigna; sacar folletos, obleas, pancartas, afiches, organizar círculos de estudio, investigar en torno a su facetas que es necesario profundizar en realidades específicas, en cada fábrica, en las ramas industriales buscamos que en los obreros se familiaricen con estas consignas y puedan batirse por su implementación.

EN LA CONSTRUCCION DEL SOCIALISMO HAY
QUE ERRADICAR LA EXPLOTACION DEL TRABAJO.
(a propósito del Aló Presidente)
Por carlos Lanz Rodriguez

En el primer Aló Presidente del año 2007, realizado en el Palacio de Miraflores el Domingo 21 de Enero, el Cmdte Chávez ha planteado unas premisas básicas de la construcción del socialismo: superar la esclavitud del trabajo asalariado, asumiendo la humanización del trabajo, instruyendo a los ministros para que incluyan en la Habilitante. una ley que permita reducir la jornada laboral de los trabajadores para dedicarla a unas horas de estudio semanal.

En CVG ALCASA, desde el año pasado propiciamos el debate y la reflexión sobre la reducción de la jornada de trabajo ( editamos un ensayo con materiales para la discusión ) planteando una nueva manera de entender el concepto de productividad, que ya no lo asociamos a la intensificación de la explotación del trabajo como se asume en la lógica de la acumulación capitalista, sino que se inscribe en el marco de nuevas relaciones de producción, donde los trabajadores deben tener oportunidades de tener tiempo para:

a.- Estar con su familia.

b.- Descansar y reponer las energías

c..- Estudiar y mejorar la profesionalización

d.- Recrearse a través del ocio creador.

En tal sentido, el planteamiento del presidente de la República es un espaldarazo al debate que iniciamos en la empresa.

Por otro lado, el proceso de humanización del trabajo en el proceso cogestionario que venimos desarrollando, se articula con la construcción de la democracia obrera concretada en los Consejos de Fábrica.

En esa dirección, en CVG-ALCASA hemos propuesto 10 premisas para su construcción:

1.- La organización, funcionamiento y acción del Consejo Fábrica se rige conforme a los principios de corresponsabilidad, cogestión, autogestión, cooperación, solidaridad, transparencia, rendición de cuentas.

2.- En el Consejo de Fábrica se concreta tanto la democracia política como la democracia económica, poseyendo un respaldo jurídico en el marco que establece la constitución, cuando expresamente plantea que la nueva república será un Estado democrático y social de derecho y justicia”.

Aquí aparece la vinculación de la democracia en el terreno político con la democracia social y económica. Consciente de que estamos en un proceso de construcción de los cimientos de un NUEVO ESTADO (el Estado que hemos heredado no responde a las exigencias transformadoras y la nueva institucionalidad apenas está naciendo) En esa dirección se puede sostener que el Consejo de Fábrica prefigura los rasgos del nuevo Estado de la V República.
3.- El consejo de fábrica coloca la economía al servicio del hombre, rompiendo con la lógica mercantil, ya que no se trata del afán de lucro y la máxima ganancia como móvil de la producción, sino la satisfacción de necesidades colectivas.
4.- El Consejo de Fábrica asume también como tarea la superación del trabajo alienado que surge en el régimen de producción capitalista, donde el trabajador está separado y enfrentado con los medios de producción, pero también con sus productos convertidos en mercancías.5.- En el Consejo de Fábrica, al dirigirse a superar las relaciones de producción capitalistas, se plantea la abolición de la jerarquía y el despotismo de fábrica, colocando en cuestión a la división social del trabajo, es decir, la separación entre el trabajo manual e intelectual, la cual es una de las principales relaciones de dominación que se coloca en entredicho a través del ejercicio de la democracia de los trabajadores:

· Crítica al monopolio y la jerarquía del saber, que se materializa en la expertocracia o en las modalidades tecnocráticas.

· Cuestionamientos la fragmentación del saber que surge de la especialización.

· Darle dignidad teórica al trabajo manual, reivindicando el saber popular, propugnando el diálogo de saberes.

· Asumir la democratización del saber y el pensar con cabeza propia, como requisitos básicos de la democracia en la fábrica.

· Abolición de los secretos tecnológicos, apertura de los libros de contabilidad, humanización de las jornadas y puestos de trabajo.

· Conocimiento de la relación salarial, la seguridad y la salud ocupacional

6.- La delegación y descentralización de la capacidad de decisión y de las funciones, concretado en un nuevo modelo de gestión con planificación democrática y elaboración participativa del presupuesto.

En esa dirección, el cambio gerencial, forma parte de la profilaxis antiburocrática, la cual está signada por:

· La democratización del saber y el diálogo permanente.

· La transparencia informativa y libre acceso a los documentos restringidos.

· El trabajo en equipo y colegiación de las decisiones.

· La delegación de funciones para aplanar las estructuras gerenciales.

· La simplificación de trámites y combate a la cultura del papeleo.

7.-Como práctica democrática en el Consejo de Fábrica, se elabora el presupuesto participativo, donde se materializa los diversos puntos de vista sobre los problemas a resolver, iniciativas de cambio, aportes e innovaciones del colectivo:

a.- El presupuesto participativo es otra manera de entender la distribución de los recursos públicos, tradicionalmente en manos de algunas élites, especialistas o expertos. Ahora se trata de que los trabajadores, participen en los debates y consultas sobre ingresos y gastos, naturaleza de las inversiones y áreas prioritarias en la empresa.

b.- El presupuesto participativo promueve el combate de la burocracia, ya que permite evaluar la maquinaria administrativa, ubicando sus principales fallas: papeleo, recaudos inútiles, pasos innecesarios. El presupuesto participativo, favorece también el combate a la corrupción, ya que la participación del conjunto de los obreros y empleados de nuestra empresa, neutraliza el clientelismo, el tráfico de influencia en los cupos, licitaciones, compras o inversiones.

c.- El presupuesto participativo, genera condiciones propicias para el seguimiento y control de gestión, ya que el colectivo puede evaluar en forma permanente la ejecución de lo acordado, vigilar los recursos empleados.

d.- El presupuesto participativo, permite combatir la parcelación y fragmentación del conocimiento, ya que muchas veces “vemos los árboles pero sin mirar el bosque”, es decir, no vemos más allá del estrecho marco de nuestro campo de trabajo sin comprender las múltiples conexiones en el proceso político-social, sin valorar adecuadamente la complementación y reciprocidad que debe existir entre las diversas iniciativas, planes y programas, sin desarrollar la cooperación y la solidaridad entre todos.

e.- Finalmente, podemos indicar que el presupuesto participativo, por todo lo anterior, puede facilitar la superación de un conjunto de errores y fallas que tradicionalmente están presentes en la formulación y planificación del presupuesto: falta de sinergia, escasa coordinación, poca articulación y pertinencia social de la gestión pública.

8.- En el marco de las nuevas relaciones de producción, donde se inscribe el Consejo de Fábrica, como ya señalamos, la producción no se rige por el mercado, sino que es regulada conscientemente por los trabajadores, en función de necesidades colectivas. Esta regulación consciente, involucra un proceso de planificación, pero no necesariamente con el carácter burocrático y vertical de los planes estatales que hemos conocido.

El ejercicio de la democracia participativa y protagónica, los mecanismos de contraloría social, exigen también de una PLANIFICACIÓN PARTICIPATIVA en el proceso económico-social.

La planificación democrática y la participación ciudadana en el proceso de elaboración y ejecución de políticas públicas, es uno de los rasgos constitutivos de la nueva república en construcción, tal como está concretado en el mandato constitucional referido específicamente al ámbito de la planificación. En el Art. 299, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV) se establece que el Estado promoverá “ el desarrollo armónico de la economía nacional con el fin de generar fuentes de trabajo, alto valor agregado nacional, elevar el nivel de vida de la población y fortalecer la soberanía económica del país, garantizando la seguridad jurídica, solidez, dinamismo, sustentabilidad, permanencia y equidad del crecimiento de la economía, para lograr una justa distribución de la riqueza mediante una planificación estratégica y democrática, participativa y de consulta abierta”.

Este mandato también está establecido el Art. 9 de la Ley Orgánica de Planificación, cuando se refiere a lo que venimos reseñando: Se entiende por viabilidad socio – política, que el desarrollo de los planes cuenten con la participación y el apoyo de los sectores sociales”.

9.- Reparto equitativo de los excedentes de la producción como esfuerzo colectivo.. Las formas de distribución del excedente, que no persigue la apropiación individual del trabajo ajeno o la acumulación de capital, se guía por principios de solidaridad, equidad y cooperación. En tal sentido, en el Consejo de Fábrica los excedentes se reparten en una serie de fondos:

  • Un fondo de carácter social, dirigido a devolverle a la sociedad en su conjunto, parte de la riqueza generada por el trabajo colectivo. Con estos aportes se apoyan las EPS, Cooperativas y Nudes, igualmente las misiones educativas, planes de vivienda y desarrollo territorial
  • Otro fondo dirigido a cubrir gastos asociados a deudas, compras de equipos y materias prima.
  • Un tercer fondo para la seguridad social y la remuneración básica de los trabajadores.
  • Y finalmente, un fondo rotatorio para las contingencias.
10.- La contraloría social es ejercida por los trabajadores a través de organismos específicos creados para tales fines. Se trata de una práctica para realizar la contraloría social en el manejo de los recursos asignados a la empresa, así como sobre los programas y proyectos de inversión pública presupuestada. La contraloría social tiene como objetivo: a.-Dar seguimiento al funcionamiento del Consejo de Fábrica en su conjunto. b.-Promover una práctica permanente de vigilancia y control de la administración en la empresa. c.- Ejercer el control en la ejecución del plan estratégico de la empresa y los diversos programas y proyectos.

TRABAJADORES DE CVG ALCASA CONSAGRARON EN SU NUEVO CONTRATO COLECTIVO LA PROPUESTA DE LOS CONSEJOS DE FABRICA Y LA COGESTION REVOLUCIONARIA

( CLAUSULA 145, APROBADA POR SINTRALCASA Y LOS REPRESENTANTES DE LA EMPRESA, EN LA DISCUSION DEL DIA MARTES 19 DE SEPTIEMBRE DE 2006, ratificada por la Procuraduría de la República el 24 de Enero de 2007 )

Proceso Cogestionarío

Con base en los principios de corresponsabilidad, cooperación, solidaridad, transparencia, eficiencia, eficacia y rendición de cuenta consagrados en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela en atención a lo relacionado con la construcción del nuevo modelo económico, se asume como plataforma LA COGESTION, la cual plantea cambio en las relaciones de producción como transformación de las relaciones de propiedad, las relaciones mercantiles y la superación de la división social del trabajo; En esta perspectiva se inscribe la participación directa de los trabajadores y trabajadoras en la administración y dirección de la empresa, la conformación de los consejos de fabrica, asambleas de trabajadores y trabajadoras, elección de las autoridades cogestionarias, contraloría obrera, mesas de trabajo, voceros, referéndum consultivo y revocatorio de gestión, elaboración del plan estratégico y presupuesto participativo. En este sentido se establece:

Consejos de Fábrica

Los Consejos de Fábrica se conciben como instancias de articulación e integración que permitirán a los trabajadores y trabajadoras ejercer directamente la gestión de la Empresa en concordancia con las políticas públicas trazadas por el Gobierno Nacional orientadas a la construcción de una sociedad de equidad y justicia social.

Asambleas de Trabajadores y Trabajadoras

La Asamblea de trabajadores y trabajadoras es la máxima instancia de decisión y estará integrada por los trabajadores y trabajadoras, activos, jubilados y pensionados de CVG Alcasa.

Mesas de Trabajo

Espacio de discusión y análisis formado por un equipo de trabajadores y trabajadoras que tienen un fin común: tomar decisiones en los aspectos administrativos, tecnológicos, operativos y laborales de la organización; dando vialidad a la cogestión como cambio en las relaciones de producción, formando un elemento multiplicador de conocimientos y motivando círculos de estudio en toda la organización.

Voceros: Trabajador o trabajador elegido/elegida libre y democráticamente con carácter de revocabilidad por la Asamblea de trabajadores y trabajadoras, para representarlos en las diferentes mesas de trabajo que se realicen en la Empresa.

Contraloría Social

Se establece el derecho de los trabajadores y trabajadoras de la empresa, a ejercer la Contraloría Social, entendida como la fiscalización, control y supervisión del manejo de los recursos recibidos o generados por la empresa, así como también el control de la planificación, desarrollo, ejecución y seguimiento de los programas y proyectos de inversión presupuestados, ejecutados y por ejecutar en la empresa

En el ejercicio de la democracia participativa y protagónica los trabajadores y trabajadoras de CVG Alcasa, tienen el derecho de elegir a las Autoridades Cogestionarias, en tal sentido se establece:

- Escogencia: Serán elegidas por los trabajadores y trabajadoras activos, jubilados y pensionados mediante elecciones libres, universales, directas y secretas, garantizando la personalización del voto.

- Tiempo de Gestión: Duraran en el ejercicio de sus funciones dos (2) años, pudiendo ser consultados o revocados en el ejercicio de sus funciones por vía de referéndum consultivo o revocatorio según sea el caso, al cumplirse la mitad del periodo para el cual fue electo

- Rendición de Cuentas: Los que resulten electas o electos gerentes deberán rendir cuentas de su gestión en forma pública, transparente, periódica de acuerdo al programa que haya presentado para el lapso de ejercicio de sus funciones

Se establece el derecho de los trabajadores y trabajadoras a estar informados del manejo económico y financiero de la empresa.

Unico: A los efectos de elaborar las normas y procedimiento que regirán la materia, se nombrara una comisión paritaria en igual número de representantes empresa y trabajadores.


Consejos y control obreros: desafío anticapitalista

Ángel Cristóbal Colmenares

A finales de la Primera Guerra Mundial y en medio de un generalizado ascenso de luchas revolucionarias, tiene lugar en Europa un vivo debate acerca de los Consejos Obreros como forma de organización que va más allá de las fronteras (marcadas por el sindicalismo) de un dominio aceptado, de una clase obrera que solo reclamaba un precio más elevado por su fuerza de trabajo sin poner en discusión la dominación misma. Esa era la diferencia de fondo y parte de sus antecedentes los podemos encontrar en las enseñanzas de la Comuna de Paris y en las intensas luchas de la Europa de 1848, línea divisoria entre socialdemocracia y revolución que hoy podemos reconstruir estudiando algunos documentos de esa época, entre ellos la "Crítica al Programa de Gotha" y el "Manifiesto Comunista". Tema principal era la percepción de una sociedad con dos polos fundamentales, la burguesía y el proletariado, en la cual el segundo era identificado como sujeto histórico en la edificación de una forma distinta de organización social por ser la única creadora de bienes, a los cuales sin embargo no tiene acceso toda vez que el trabajador se relaciona con el producto de su trabajo como con un objeto extraño, a cuyo respecto se generó también un interesantísimo debate filosófico y desarrollo de conceptos tales como "alienación" y "cosificación". Los extremos prácticos del discurso eran:


a. una lucha por mejoras de diversa índole sin objetar el poder, es decir, sin vínculos con un modo diferente de producir/distribuir, y b. combatir por una sociedad diferente sin relacionar ese fin con las condiciones de vida cotidianas del proletariado.

Es necesario hurgar en la historia para entender el origen de esos dos polos sociales, por ejemplo, ¿por qué unas personas deben comerciar con su vida para subsistir vendiendo su fuerza de trabajo a otros?, ¿quién organizó así, tan injustamente, a la sociedad? Hay la explicación de una "acumulación originaria" (Marx, "El Capital"), llamada "acumulación previa" por Adam Smith ("La Riqueza de las Naciones"), y al respecto el primero de los nombrados explica: "En la historia de la acumulación originaria hacen época todas las transformaciones que sirven de punto de apoyo a la naciente clase capitalista, y sobre todo los momentos en que grandes masas de hombres se ven despojados repentina y violentamente de sus medios de producción para ser lanzadas al mercado como propietarios libres, y privados de todo medio de vida". En ese proceso tuvieron papel preponderante la violencia, el arrebato y la expropiación, primero de tierras, luego de medios de trabajo mediante acción directa del Estado, así que el régimen de la propiedad privada nace despojando al productor directo y destruyendo la propiedad privada basada en el trabajo, es decir, garantizando el monopolio de los medios de producción a una clase social específica.

Desde finales del siglo XV hasta finales del XVIII se desarrolla una etapa de terror que obliga a la gente al abandono de sus campos de labranza y vivienda a fin de lanzarla al desvalimiento para luego ser castigada bajo acusación de vagabundaje con cargos como "delincuentes voluntarios" y tal situación es reforzada mediante bandos y leyes que en Inglaterra, por ejemplo, comenzaron con Enrique VIII en 1530. Los castigos eran atroces e infamantes, como marcar a fuego la letra "S" de esclavo ("slave" en inglés) en la frente o en el pecho, azotes "hasta que la sangre mane de su cuerpo", derecho de quitarle los hijos al vagabundo y retenerlos bajo custodia como aprendices, los varones hasta los veinticuatro años y las mujeres hasta los veinte pudiendo mantenerles encadenados y sujetos con anillos de hierro por brazos, pies o cuello. Diferentes formas asume la lucha contra el despotismo político-económico sobre el cual comienza a cimentarse el dominio pero debe tomarse en cuenta que los trabajadores no se hallaban concentrados en sitios únicos, vale decir talleres colectivos y fábricas sino que laboraban en sitios dispersos, en aldeas y viviendas rurales.
No existe identidad colectiva y el combate se apronta primero en forma individual y progresivamente por pequeños grupos. Por otra parte, el trabajo manual era dominante y al comenzar a ser introducido el uso de herramientas y artefactos que potenciaban la producción ello fue visto como elemento que desmejoraba condiciones de vida pues desplazaba mano de obra y provocaba reducciones salariales. Se hicieron comunes entonces las destrucciones de instrumentos y medios de producción, lo que se conoce como "luddismo" por referencia a un luchador británico llamado Ned Ludd, aun cuando ese método de combate era muy anterior, por ejemplo la serie de motines de "labourers" ingleses de 1778. Los obreros comienzan a construir organizaciones como la London Corresponding Society y las llamadas Sociedades Fraternales en Inglaterra; las Asociaciones de Oficiales del Oficio ("compagnonnages"), los comités de la Comuna de Paris y la Sociedad de Amigos del Pueblo en Francia. Los Códigos Penales franceses de 1804 y 1810 dan continuidad a la tradición represiva que considera a las coaliciones obreras como delito punible por el Estado. El sindicato aparece como instancia en las postrimerías de 1800 y se hace fuerte en las primeras décadas de 1900, pleno desarrollo de la Primera Guerra Mundial, en escenario que permitía prever acciones políticas de gran envergadura por parte de la clase obrera en la llamada lucha por el poder.

La organización sindical es duramente cuestionada no ya por los patronos y su Estado sino por sectores avanzados de la clase obrera, y es puesta en duda su capacidad de ser "escuela de revolucionarios" como en principio fue definida, pues ha devenido en aparato de control capitalista sobre los trabajadores limitando sus acciones, introduciendo valores contrarios a la clase obrera en el conciente colectivo y garantizando la hegemonía (el gramsciano consenso acorazado de coerción) del capitalismo. El capital y su Estado hacen de esa organización un medio más de dominio, como se observa con los contratos colectivos, mediante los cuales los empresarios planifican costos a mediano y largo plazo, determinando así las erogaciones que les permitirán expropiar el trabajo ajeno y calcular los gastos de la reproducción de la fuerza humana explotada, igual que prefijan los índices de la depreciación de máquinas y equipos de sus fábricas para su eventual reposición.

Resulta que los precios del trabajo son mucho más constantes que los de los víveres, casi siempre en proporción inversa y bajo tales parámetros el proletariado jamás traspasará en cuanto a calidad de vida los límites impuestos por los dueños de medios de producción, de los frutos del trabajo obrero y del mercado en el cual éste es comerciado, como resume Antonio Gramsci: "… El sindicato organiza a los obreros no como productores sino como asalariados, es decir, como criaturas del régimen capitalista de propiedad privada, como vendedores de una mercancía llamada trabajo". Experiencia documentada del proceso definitorio de la clase obrera lo constituye la organización del soviet de Petersburgo en 1905, cuya necesidad objetiva era fundada en:


1. tener una organización que gozara de autoridad indiscutible, que uniera a todos los sectores expropiados desprovistos de enlace; 2. convertirse en punto de confluencia de todas las corrientes revolucionarias existentes en el seno del proletariado, y 3. ser capaz de iniciativa político-militar, de autocontrol efectivo y de capacidad de respuesta inmediata. Ningún partido podía realizar esas tareas por sí solo ya que sus nexos con el colectivo social no capitalista eran débiles pues operaban propagandísticamente y desde la clandestinidad. El único vínculo orgánico entre masas proletarias no organizadas es el proceso de producción. Y era obvio que no se trataba de un problema de técnica organizacional sino de una definición de la naturaleza de clase de la organización. El soviet (traducción rusa del término consejo) se convirtió así, hasta su desmantelamiento por la regresión estatal, en motor de cambios efectivos pues constituyó unidad de discusión, legislación y ejecución de las clases obrera y campesina doquiera se hallaren elementos individuales de ellas, por lo cual existieron soviets de obreros, campesinos y soldados. Objetivo consejista era conquistar la autonomía de la clase obrera desde la fábrica misma, donde el productor se ve constreñido por el propietario, donde la ley es la palabra del patrono, donde toda la complejidad del mundo se reduce a una realidad cotidiana: la masa de trabajadores crea riqueza y un reducido núcleo social se apodera de ella. El trabajador como individuo no tiene visión de conjunto de los problemas técnicos, económicos, políticos ni sociales en una situación que es mantenida y profundizada por la burocracia, la cual nace y se alimenta de la ausencia de conocimiento, competencia, iniciativa y actividad socio-cultural por parte de los trabajadores, sometidos a rutinas embrutecedoras impuestas por la división social del trabajo. Rosa Luxemburgo
("¿Qué quiere la Liga Espartaco?") resumía: "… Debemos actuar en la base; esto es lo que corresponde al carácter de masa de nuestra revolución, cuyos objetivos apuntan hacia los fundamentos, hacia las raíces mismas de la constitución social, lo cual corresponde al carácter de la revolución proletaria actual. Debemos conquistar el poder político no por lo alto sino por lo bajo (…) Es en la base donde cada patrono hace frente a sus esclavos asalariados. Es en la base donde los órganos ejecutivos de la dominación política de clase hacen frente a los objetos de ésta dominación. Es en la base donde nosotros debemos arrancar a los gobernantes, pedazo por pedazo, los instrumentos de su poder para tomarlos en nuestras manos". Ningún concepto explica mejor a ese "arrancar pedazo por pedazo" que el de control obrero de la producción, cuyo desarrollo práctico significa oponer un poder dual a la burguesía como clase, al capitalismo en tanto régimen socio-económico, al Estado en cuanto resumen del dominio clasista. Y comienza cuando la clase obrera deja de ser, por propia decisión, elemento de la economía para convertirse en partícipe de ella; abandona el papel pasivo de ser un engranaje de la maquinaria y asume la dirección conciente del mecanismo industrial.
Como acertadamente señalaba Gramsci: "La política es acción permanente y da nacimiento a organizaciones permanentes en cuanto se identifica con la economía". La primera posguerra es tiempo de intentos en esa dirección, entre ellos la huelga de trabajadores metalúrgicos italianos en 1920, la insurgencia del Movimiento de los Delegados de Taller ("shop stewards") en Inglaterra, los Consejos Obreros en Alemania y, en el continente americano, los conflictos de trabajadores en Seattle y Winnipeg.
Era innegable la influencia política ejercida por la revolución bolchevique y posteriormente vendrían la gran crisis del capitalismo ("crack" de 1929) y la irrupción de la reconcentrada forma del poder de la burguesía: el fascismo. Entre 1936 y 1938 hay repunte de luchas con huelgas en Francia y la experiencia colectivizadora de Cataluña. Y es importante señalar también que ante la insurgencia que desbordaba los límites del sindicalismo ("más pan y más mantequilla" sin problematizar el dominio, criticaba Gramsci), la burguesía desarrolló planes alternativos para neutralizar la estrategia de su clase antagónica y logró -- en no pocas oportunidades-- utilizar a los comités de fábrica confiándoles responsabilidades en las empresas creando situaciones de confrontación entre los propios trabajadores que caían en la trampa de ocupar fábricas y dirigirlas bajo métodos capitalistas, con lo cual se convertían en agentes reproductores del régimen que decían combatir. El control obrero devenía, bajo tales circunstancias, en cogestión, una de las formas que el capitalismo utiliza para administrar y resolver sus crisis.
Por ello algunas reglas del Control Obrero son perfectamente claras, por ejemplo: su objetivo es una regulación planificada de la economía por los propios productores organizados en instancias que incluyan a personal administrativo y técnico; esas instancias tienen derecho de fijar límites de producción y de tomar medidas para determinar costos de esa producción; deben tener acceso a toda información relativa a las unidades productivas, especialmente los libros de contabilidad, terminando radicalmente con el "secreto" tan celosamente guardado, que no es otra cosa que manipulación de datos y cifras mediante las cuales el patrono (como clase social, no solo como individuo) falsifica la realidad y encubre tanto la explotación como sus efectos. Y es obvia la diferencia con la práctica sindical y con la variante cogestionaria (o "accionariado") ya que debidamente dirigido y aplicado el control obrero no es "institucionalizable" por el capitalismo, no acepta ser asimilado a sus estructuras y se asienta y desarrolla sobre rasgos político-organizativos verdaderamente autonómicos, que por otra parte son también garantía de verdadero progreso individual basado en mejor experiencia profesional, efectiva organización de la producción y elevación de la conciencia social de los trabajadores pues la promoción se asienta en efectiva vinculación con objetivos colectivos. Superación de lo señalado por Marx ("Manuscritos Económico-Filosóficos" de 1848): "Las únicas ruedas que la Economía Política pone en movimiento son la codicia y la guerra entre los codiciosos, la competencia." La Segunda Guerra Mundial trae la consecuencia de un nuevo mapa político, económico y militar del globo con la preeminencia de los Estados Unidos. En Europa los partidos revolucionarios habían sido diezmados por la represión fascista, especialmente en Italia, prevista por la administración Wilson como "una segunda Rusia" por su fuerte y combativo movimiento obrero, problema que parcialmente les fue resuelto por Mussolini, tanto que los líderes sindicales estadounidenses daban la bienvenida al fascismo como baluarte contra el comunismo en un periódico denominado "American Federationist", editado por el presidente de la American Federation of Labour (AFL) Samuel Gompers. Esa simpatía se mantendrá y fortalecerá luego de la guerra, cuando mediante operaciones clandestinas CIA-Mafia y el condicionamiento de aplicación del "Plan Marshall" el gobierno estadounidense garantiza la restauración en el poder de la misma clase representante y beneficiaria del fascismo, tarea en la que la AFL contribuyó para "reforzar las fuerzas de la libertad y progreso social en todo el mundo", según declaraba su entonces presidente, George Meany, citado por Noam Chomsky ("El miedo a la democracia", Grijalbo Mondadori, 1992) Tomemos en consideración los cambios que se han operado en la sociedad desde aquellos años, la desaparición de la Unión Soviética como punto de referencia y eventual apoyo, la existencia de China como "potencia comunista" con un modo de producción evidentemente capitalista, la heroica supervivencia de Cuba con una Constitución socialista en lucha cotidiana contra un feroz cerco imperialista y toda la experiencia que la burguesía, a escala mundial, acumuló para administrar sus inevitables crisis y convertirlas --por ausencia de proyectos revolucionarios alternativos-- en superación y crecimiento. Las luchas populares continúan y en muchos lugares el sindicalismo actúa con extremo apego a la legalidad capitalista, provocando rebeldía en los trabajadores, quienes presionaban por acciones defensivas del salario y el trabajo y llegan a desencadenar huelgas contra la voluntad y las instrucciones de la dirigencia. A finales de 1945, en medio de un ambiente de rebeldía, los dirigentes de la AFL dirigen una carta al presidente Harry Truman, ante quien se identifican como "jefes responsables" de movimiento obrero y critican a las "huelgas irregulares y a los ataques subversivos contra la producción esencial".
Por esos mismos años se discutía en Inglaterra el establecimiento de una plena democracia industrial y también del control obrero, sintetizado como poder para obtener información, para establecer supervisión sobre la actividad de la gerencia, para imponer un veto a las decisiones arbitrarias y obtener representación, de modo que los trabajadores puedan desempeñar tales funciones. En Bolivia hubo una importante experiencia en 1946, cuando el sindicato de mineros reivindicó el control obrero en sus Tesis de Pulacayo, según las cuales "los obreros deben controlar la dirección técnica de la empresa, los libros de contabilidad, intervenir en la designación de empleados y, sobre todo, deben interesarse por hacer públicos los beneficios que reciben los grandes mineros y los fraudes que realizan cuando se trata de pagar impuestos al Estado y de contribuir a la caja de seguridad y ahorro obrera".

¿Por qué fracasó ese intento? Una de las respuestas obligadas es que el capitalismo superó el nudo crítico quedando demostrado una vez más que las crisis económicas por sí mismas no son suficientes para determinar un cambio revolucionario. Otras respuestas deben ser buscadas por el movimiento obrero organizado en las diferentes versiones que de tales experiencias existen, muchas de ellas teñidas por los intereses e intenciones de quienes cuentan la historia. Se habla por ejemplo de políticas arribistas y grupales al interior de los consejos, lo cual causó su rápida regresión; la influencia del sindicalismo en el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que colaboró en la conversión de la corporación minera en una caja chica donde se cobraba sin trabajar; de la permanente influencia de los comandos partidistas en el funcionamiento de las minas; de una exagerada oferta de trabajo respecto a la capacidad de producción, lo cual devino en política clientelar que corroía las posibilidades abiertas por la legislación social, toda vez que la fuente financiera del beneficio era precisamente la producción minera que se derrochaba en burocracia y politiquería. Y en esa búsqueda de información y razones importa analizar un documento también emitido por los trabajadores mineros bolivianos:
las Tesis de Colquiri de 1963.
Nuevas y cercanas experiencias de control obrero las tenemos en Argentina, donde los trabajadores han ocupado fábricas y otros negocios que habían sido cerrados o abandonados por los patronos, entre ellos Cerámicas Zanon, Textileras Bruckman, Imprenta Chilavert, Frigorífico Fricader y Clínica Junín de Córdoba. Sobra decir que los "ocupas" han sido y son objeto de ataques de todo tipo, pero también es importante la movilización social que en torno a las luchas obreras se manifiesta bajo las duras condiciones de ese país, "fundido" (Duhalde dixit) por el soplete del capital internacional. Los trabajadores venezolanos tenemos la oportunidad y el deber de aprender y discutir las experiencias actuales --porque históricamente resumen el acervo de las luchas en cada país-- y las pretéritas en función de avanzar evitando repetir viejos errores. Y esto es sumamente importante pues en Venezuela se ha planteado, desde el seno de importantes sectores laborales, la necesidad de aplicar el control obrero en aquellas empresas que sean cerradas unilateralmente por los patronos con fines sediciosos, contra la Constitución y por ende contra el movimiento popular. Creemos por ejemplo que nuestra principal empresa energética debe ser colocada bajo control directo de los trabajadores sin caer en el error de convertirla en refugio de "funcionarios" partidistas o sindicales, pecado que por lo menos aquí no es atribuible al movimiento popular pues tal fue lo que hizo la burguesía emergente luego de la fraudulenta nacionalización petrolera y que perfeccionaron los autócratas pedevecos inventando cargos superfluos, asegurando los puestos de dirección y repartiendo subcontratos entre sus allegados y parientes, utilizando además las finanzas de PDVSA para organizar sus grupos políticos bajo disfraz de "organizaciones no gubernamentales", uno de cuyos mejores ejemplos lo tenemos en "Primero Giusti-CIA".

Nos encontramos ante una coyuntura decisiva que a escala planetaria se puede resumir entre globalización, es decir, desembozado imperialismo, y supervivencia del género humano. Allí vienen las grandes corporaciones, impersonales pero ubicuas, a por nuestras riquezas naturales (petróleo, gas, oro, bauxita, maderas, aguas, biodiversidad) en función de expandir y mantener su dominio. Es la vieja pero nunca reconocida lucha de clases que en estos tiempos de conexiones instantáneas, de satélites y de innovaciones electrónicas sigue generando desencuentros y miserias. De nada han servido la democracia formal (di lo que quieras pero haz lo que te ordeno), el "desarrollo" y las técnicas para erradicar a la pobreza que cada vez crece más. La expropiación de trabajo ajeno se intensifica, adopta novísimas nomenclaturas ["calidad total", "excelencia", "reingeniería de procesos", "outsourcing", "just in time") y trata de seguir enmascarando bajo sus rimbombantes términos a la realidad de cada día.
Recordemos a Antón Pannekoek ("Pannekoek et les conseils ouvriers", 1969):

"La lucha de clase revolucionaria del proletariado contra la burguesía y sus órganos es inseparable del control de los trabajadores sobre el aparato de producción y de su extensión al producto social, por lo que la forma organizativa que une a la clase en su lucha constituye, simultáneamente, la forma de organización del nuevo proceso de producción".
Los Consejos Obreros y el Control Obrero sobre la producción constituyen desafíos al dominio capitalista y la decisión o no de asumir ese reto no corresponde a organización, grupo ni a individualidad alguna, por importante o decidida que pueda ser, sino a los propios trabajadores afianzados en su conciencia y potenciados por su autonómica organización.

La cogestión puede significar cosas distintas para muchas personas diferentes, pero está claro que para la clase obrera venezolana la lucha por la cogestión es una lucha por el verdadero control obrero y la dirección de los trabajadores, y la transformación socialista de la sociedad. El desarrollo de la lucha por el control obrero en Venezuela marca la intervención decisiva de la clase obrera venezolana en la revolución bolivariana.

La cogestión puede significar cosas distintas para muchas personas diferentes, pero está claro que para la clase obrera venezolana la lucha por la cogestión es una lucha por el verdadero control obrero y la dirección de los trabajadores, y la transformación socialista de la sociedad.

El desarrollo de la lucha por el control obrero en Venezuela marca la intervención decisiva de la clase obrera venezolana en la revolución bolivariana. Debido al desarrollo de esta lucha en Venezuela, es imperativo que discutamos estas cuestiones importantes para tener una visión clara de los acontecimientos en Venezuela y explicar nuestra posición y prepararnos para las luchas revolucionarias en otros países alrededor del mundo.

Cooperativismo, cogestión, autogestión y control obrero: Un análisis marxista
Luís Primo .18-Noviembre-2004

La lucha de los trabajadores de Venepal exigiendo que el estado intervenga, asuma la empresa para que esta sea gestionada bajo control de los trabajadores y se cree un núcleo de desarrollo endógeno cogestionado por el estado, los trabajadores y los sectores populares, ha reabierto el debate sobre cuál es el mejor modo de llevar hacia adelante la revolución en le terreno de la economía. Este debate se da en medio de otro más global: ¿Cómo hacer "la revolución dentro d e la revolución" - como ha dicho el presidente Chávez- también en el terreno económico y social?

Las opiniones son encontradas pero podríamos resumir tres líneas de pensamiento. Desde algunos sectores reformistas o neoreformistas de la dirigencia bolivariana se rechaza la idea de expropiar a los capitalistas y nacionalizar empresas bajo control obrero. Este sector burocrático y reformista dice defender las cooperativas pero las concibe en el marco del capitalismo y como embrión de nuevos empresarios. Para ellos cada comunidad o colectivo debe presentar un proyecto "sustentable" (¿sustentable para quien y en función de qué criterios?) , el estado dar una primera ayuda y luego desentenderse del asunto, la cooperativa debe competir en el mercado con las demás cooperativas y con las empresas y transnacionales ya existentes.

Cooperativas, capitalismo y socialismo

Pero en realidad las cooperativas no son más que una forma organizativa que se desarrollará satisfactoriamente o no en función de las medidas que tome el propio estado para garantizar su futuro y ,sobre todo, en función de cuáles sean las formas de propiedad que predominen en la economía. Como ha dicho en más de una ocasión el propio Presidente, "en el marco del capitalismo no puede haber solución al problema de a pobreza y el desempleo".

Esto es completamente cierto y es así porque el capitalismo es un sistema basado en la búsqueda del máximo beneficio privado mediante el mecanismo de la competencia. Las grandes empresas transnacionales y la gran burguesía aplastan a las pequeñas. De hecho las grandes transnacionales son el resultado histórico y natural del desarrollo capitalista. De un sinfín de pequeñas empresas -e incluso cooperativas- compitiendo entre sí por los mercados y por acumular el máximo beneficio hemos llegado a la situación actual en que un puñado de 500 transnacionales controlan el mundo.

Bajo el capitalismo es inevitable que la riqueza y la propiedad e concentre cada vez en menos manos. Las cooperativas son una semilla de otra sociedad, pero como ocurre con las semillas si la planta en un terreno favorable crece si la pones en un entorno hostil muere. El capitalismo es el terreno más hostil posible. Si el estado no nacionaliza las principales fuentes de riqueza de la economía nacional (bancos, grandes empresas o empresas en crisis) estas cooperativas sólo pueden tener un destino a corto y medio plazo: competir en el mercado entre ellas, con las empresas capitalistas nacionales e incluso en muchos casos con las transnacionales. El resultado inevitable de esto es que la mayoría de las cooperativas podrían arruinarse, que algunas -una minoría exigua- pudieran convertirse en prósperas empresas capitalistas (igual de explotadoras que cualquier otra) mientras la mayoría pueden verse arruinadas, lo que significaría un enorme riesgo para el proceso revolucionario ya que las ilusiones que han despertado las cooperativas entre muchos desempleados podrían convertirse en decepción y desmoralización.

De todo esto hay ejemplos suficientes. Los defensores de este cooperativismo de derechas, reaccionario o precapitalista presentan como modelo de cooperativas triunfadoras a la Volkswagen, una transnacional alemana que explota amillones de trabajadores en todo el mundo. Cuando los trabajadores de la Seat-Volkswagen en España se negaron a aceptar trabajar más horas por menos salario la "cooperativa" les dijo que si no aceptaban cerraría la empresa y trasladaría sus inversiones a Eslovaquia, en el este de Europa, pues allí no hay sindicatos y trabajan por salarios de hambre. ¿Es esto lo que quieren para Venezuela estos compatriotas?

Otro ejemplo que se nos da es el de las cooperativos Mondragón en España. Esta "cooperativo" es un grupo que posee infinidad de empresas. Una de las cadenas de supermercados más esclavista y explotadora, Eroski, pertenece al grupo Mondragón. Este grupo es un modelo... pero un modelo de explotación laboral: no hay derecho a sindicatos, (como es una "cooperativa" ¡para qué?), los jóvenes que emplea son contratados por escasas semanas, meses e incluso horas y si protestan son inmediatamente botados de la empresa. Los salarios son de los más bajos del sector y los beneficios de los más altos. ¿Es este el modelo que proponen los compatriotas que nos dicen que es imposible nacionalizar nada y que lo revolucionario es desarrollar cooperativas en el marco del capitalismo?

Nosotros, desde la CMR, creemos que si se implementan las cooperativas con esta filosofía vamos hacia el fracaso y se puede crear un grave peligro para la revolución. Para evitarlo, los marxistas proponemos que las cooperativas se desarrollen en el marco de una economía estatizada y planificada democráticamente que avance hacia el socialismo y como una parte integral de

esa economía. No todo puede ni debe ser cooperativa. De hecho esta forma d e propiedad se adapta sobre todo a pequeñas empresas en el sector primario, en la distribución o en el consumo. Empresas como Venepal, CNV y otras empresas en crisis (Parmalat) o tomadas en su día por los trabajadores para evitar el cierre (Industrial de Perfumes-Cristine carol) de hecho deberían ser nacionalizadas por el estado y gestionadas por una comisión con representantes de este y una representación mayoritaria de los propios trabajadores de la empresa elegibles y revocables en todo momento por la asamblea de trabajadores de la misma.

Llevar la democracia participativa al estado y a la economía

El estado también debería nacionalizar la banca para ofrecer créditos a muy bajo interés a las empresas nacionalizadas bajo control obrero o a las cooperativas, instaurar el monopolio estatal del comercio exterior para evitar la competencia salvaje de las transnacionales y realizar un plan en el que se combinasen los esfuerzos de empresas nacionalizadas gestionadas por los trabajadores, cooperativas y microempresas con el fin común de satisfacer todas las necesidades de la sociedad venezolana. El propio estado debería estar controlado democráticamente por los trabajadores y sectores populares a través de representantes elegibles y revocables en todo momento de asambleas revolucionarias a escala local, estadal y nacional para garantizar que este plan se hace bajo el control y con la participación de todos los ciudadanos. De este modo la economía se podría planificar en función de las necesidades sociales que existen y no de la búsqueda del máximo beneficio privado y la lucha a muerte por los mercados (como ocurre en el capitalismo).

Otros sectores no se atreven a defender la necesidad de mantenerse bajo el capitalismo pero implícitamente la aceptan o al menos creen que es posible desarrollar nuevas formas de propiedad dentro del capitalismo y "rodear" a este hasta superarlo, tal como plantea el pensador anarco-reformista John Halloway y otros. En realidad estos sectores hacen abstracción de las relaciones de propiedad y caen en el mismo error que los reformistas que pensaban que se puede cambiar el capitalismo poco a poco sin expropiar a los ricos ni sustituir las estructuras corrompidas y parásitas del estado burgués por un estado nacido de las bases revolucionarias, de los trabajadores.

¿Economía "social" o socialista?

Pero toda la historia demuestra que es imposible una "economía social". La sociedad no es algo abstracto, es una sociedad dominada por una clase social determinada que es la que tiene los medios de producción en su poder. La sociedad (y la economía) o es capitalista o es socialista, En una sociedad capitalista como la que aún -por desgracia- tenemos en Venezuela la economía sólo basarse en la explotación del hombre por el hombre y la búsqueda del máximo beneficio privado a costa de la miseria de la mayoría. Nuevas formas de propiedad colectiva o social sólo son posibles en otro tipo de sociedad, la sociedad socialista. Entre ambas se desarrolla una etapa de transición revolucionaria pero los revolucionarios debemos tener claro en cada momento hacia dónde queremos ir y que el único modo de avanzar en esa transición es empezando por cambiar las formas de propiedad, pasando de la propiedad privada de los medios de producción (fabricas, bancos, tierra, etc.), gestionada por cada propietario o grupo de propietarios en su exclusivo interés, a la propiedad social; es decir, gestionada por todos democráticamente a través de un nuevo estado de los trabajadores en interés de todos.

Esto es lo que no entienden ( o no quieren entender) muchos de los defensores de eso que se ha dado en llamar la "economía social". El fracaso del reformismo clásico en el siglo XX en todos los países, incluso en los más avanzados, se debió precisamente a que es imposible cambiar al capitalismo poquito a poco. Como gusta decir el teórico marxista británico, Alan Woods, "se puede pelar una cebolla capa por capa pero no se puede cazar un tigre pata por pata".

Al capitalismo sólo se le cambia expropiando las principales industrias, poniéndolas bajo el control estatal y construyendo a su vez un estado de los trabajadores controlado democráticamente a través de asambleas obreras y populares. Crear islas de economía "social" (?) en un mar de capitalismo nos hace retroceder en el plano teórico al socialismo utópico o las comunas anarquistas del siglo XIX. En la práctica nos lleva al mismo lugar en el que acabaron esos experimentos, y al que -de paso- han llevado todas las quimeras reformistas (desde la economía mixta en Nicaragua hasta el intento de reformar el capitalismo desde adentro): a no resolver los problemas sociales y que la revolución pueda ser derrotada en el futuro.

Seguiremos produciendo material abordando este tema desde una perspectiva genuinamente marxista. Como primer paso a continuación presentamos un artículo del camarada Luís Primo, dirigente de la central sindical revolucionaria UNT y de la Corriente Marxista Revolucionaria (CMR). Este artículo analiza el desarrollo histórico de las cooperativas, la cogestión, autogestión y el control obrero y ofrece un análisis marxista de cuál es la propuesta que mejor puede contribuir a que la revolución avance y triunfe definitivamente. Es un artículo escrito hace más de un año, antes de la magnífica lucha que desde agosto están librando los trabajadores de Venepal, -y antes también de que los artículos sobre la "economía social" proliferasen en Internet- pero creemos que responde a muchas de estas ideas y ofrece una magnífica base para quien quiera participar en este debate desde una perspectiva proletaria revolucionaria.

El camarada Luís Primo participó también en una Comisión del Ministerio de Trabajo sobre la economía social y las formas de participación de los trabajadores. A lo largo de esa experiencia conoció de cerca las principales experiencias de cooperativismo, cogestión y participación de los trabajadores que se dan en nuestro país, colaboró con los trabajadores que mantenían sus empresas tomadas y debatió con decenas de trabajadores sobre este tema. Este trabajo, además de toda la experiencia acumulada de la clase obrera y del arsenal teórico siempre vivo del marxismo, se alimenta de esa experiencia de lucha.

William Sanabria, 17 de Noviembre de 2004



EL DEBATE SOBRE LA GESTIÓN OBRERA EN VENEZUELA
Luís Primo, Octubre de 2003

El proceso revolucionario ha llegado a una encrucijada, en donde debe definir cuál será el proyecto económico que desarrollará la Revolución Bolivariana; es decir cómo transformar las relaciones de producción capitalistas.

La clase obrera venezolana como protagonista en la gestión de la producción

Participar, es participar en el poder o no es nada
Alberto Delfico

El debate ha comenzado. Por una parte sectores de la alta dirigencia del gobierno y algunos sectores de los partidos políticos que apoyan la revolución están hablando de un ”Proyecto de Capitalismo Nacional” que desarrollaría una burguesía nacional que junto al Estado industrializaría el país. Toda la historia del proceso socioeconómico venezolano ha demostrado que no existe una burguesía nacional interesada en el desarrollo económico de nuestra nación. Creemos que es erróneo pensar que se puede construir una burguesía progresista en la época de mayor concentración de capital del imperialismo. Incluso si fuera posible dar pasos en ese sentido serían aplastados por el capitalismo internacional, que no desea ni permitirá un crecimiento autónomo en la región.

Por otra parte otros sectores de los partidos políticos, movimientos, organizaciones populares, sectores sindicales y de trabajadores apuestan a nuevos modos de producción y formas de gestión en las empresas, verdaderamente revolucionarias, que transformen las relaciones de producción capitalistas. Tal vez estos sectores del pueblo tengan aún muchas confusiones e incoherencias, pero tienen una intuición de clase que ha logrado dos grandes victorias: el levantamiento popular contra el golpe de Estado del 11 de Abril de 2002 y la derrota del lock-out petrolero con la toma por parte de los trabajadores de nuestra principal industria petrolera y su puesta en producción. Estas tendencias están entrando en un fuerte debate ideológico y político que terminará definiendo el rumbo de la Revolución Bolivariana.

Para nosotros un proyecto revolucionario, verdaderamente emancipador, se debe sostener en un cambio de las relaciones de propiedad y de producción que permita a los trabajadores y al pueblo en general dos cosas fundamentales: Primero, que sean los trabajadores los que decidan el destino social y el uso de los medios de producción, comunicación y distribución y, segundo, cómo organizar el trabajo para desarrollar las capacidades de producción de manera colectiva y autónoma.

Poseer los medios de producción no es sólo una posesión material o la propiedad jurídica de la empresa, es además poseer los medios de poder para desarrollar la producción social, de acuerdo a la participación y decisión tomada democráticamente por todos los trabajadores.

El problema no es sólo participar, sino bajo qué condiciones se participa, cómo se participa, es decir cómo se organiza la cooperación de las diferentes instituciones de la sociedad de una manera democrática.
Los trabajadores se preguntan por qué razón las máquinas y las empresas deben pertenecer a alguien diferente de aquellos que la ponen en movimiento día a día y por qué la fuerza de trabajo es rebajada a simple mercancía. Es entonces que en momentos de crisis coyunturales, donde existe un descontento acumulado durante décadas de aspiraciones insatisfechas y sumadas además al lock-out petrolero de diciembre del 2002 promovido por la burguesía, cuando los trabajadores pasan instintivamente de una impugnación potencial a una impugnación efectiva del sistema capitalista. El nivel de conciencia cambia; da un salto cualitativo y buscan modificar y transformar las relaciones sociales de producción.

Este gran salto de una conciencia corporativa, reivindicativa y una conciencia política, los trabajadores lo dirigen en un primer momento a las empresas y van directamente contra la organización del trabajo, las técnicas de producción y la división del trabajo, que forman la matriz material que reproduce las relaciones jerárquicas en el trabajo y las relaciones de producción capitalistas. Son, en definitiva, las que permiten la desigualdad social.

En Venezuela sucedieron, dos hechos fundamentales que sacudieron la conciencia de los trabajadores, transformándola en una conciencia impugnadora de la sociedad capitalista: a) la toma y puesta en producción de la industria petrolera por los trabajadores y el pueblo en diciembre del 2002; y b) la toma de algunas empresas privadas por parte de los trabajadores, que fueron abandonadas, cerradas o quebradas. Pero además se proponen líneas políticas, como las del Presidente Hugo Chávez Frías, en el sentido de crear cooperativas con las cuales “transformaremos el sistema económico y social”. Esta situación ha venido generando un fuerte debate en el seno de los trabajadores, provisto de confusión, en cuanto al modo de participación y la forma de gestionar las empresas.

Así, los trabajadores venezolanos, en función de la práctica histórica del movimiento obrero mundial, han desarrollado en este proceso revolucionario las viejas formas de gestión de las empresas que quedarán como nuevas experiencias para la emancipación de los trabajadores del mundo.
¿Cuáles son las formas de gestión que han desarrollado los trabajadores históricamente en el mundo? ¿Cooperativas, cogestión, autogestión o control obrero? ¿Cuáles son las que rompen con la lógica capitalista? ¿Cuáles sirven en la actual lucha de los trabajadores venezolanos para la transformación de la sociedad capitalista en una socialista?

Trataremos, en forma resumida de resolver aunque sea parcialmente estas preguntas, presentando las formas de gestión social mas importantes desarrolladas por los trabajadores; teniendo en cuenta que existe una continuidad histórica de prácticas gestionarías que expresan la autoorganización autónoma de los trabajadores en su lucha contra el Capital.

Las cooperativas: primera experiencia obrera de gestión colectiva

La cooperación se desarrolla con la conformación de la clase obrera en los inicios del siglo XIX. La creación de mutuales o de ayuda mutua es anterior al desarrollo de los primeros sindicatos. Las cooperativas y mutuales respondían a la necesidad de mejorar la calidad de vida y la solidaridad de todos los asociados, en un tiempo en donde la miseria y la explotación azotaban a las clases desposeídas.

Las cooperativas obreras de consumo o de producción tuvieron su auge en el siglo XIX, especialmente en Inglaterra y Francia. Los principios fundamentales del cooperativismo, en esa época se basaron en: una democracia interna, un hombre un voto, afiliación libre, los fondos pertenecían a toda la sociedad y la “neutralidad política”.

En la primera mitad del siglo XIX, se inicia el proceso de expansión del capitalismo, motivado por la libre competencia. Este proceso se intensificó, llevando a la conformación de monopolios y a una mayor concentración del capital. Marx, visualizó esta tendencia del capital, por eso explicó como las cooperativas eran brotes de la nueva sociedad, dentro de la vieja y que no podían sobrevivir como islas en una economía capitalista. Sólo podrían sobrevivir si se extendían a todos los sectores de la producción y se coordinaran a nivel nacional; que en definitiva no sería otra cosa que la articulación de una economía planificada socialista

El cooperativismo se deslizaría por dos corrientes: una revolucionaria, que se dirige hacia la superación de la explotación y otra, reformista, que reforzará el sistema capitalista y permitirá la explotación de trabajadores no asociados a la cooperativa. Esta última tendencia se reforzará y potenciará.
El marxismo revolucionario no descartara la cooperativa como forma de participación democrática de los trabajadores pero buscara otras formas de gestión obrera que permitan realmente romper con la lógica capitalista, sirviendo de enseñanza y de avance cualitativo en la conciencia política y revolucionaria de la clase obrera. Esa nueva forma de gestión será el control obrero.
De todo este proceso teórico-práctico del movimiento obrero y del socialismo en la construcción del cooperativismo, desarrollado durante la primera mitad del siglo XIX y la primera década del siglo XX, podemos concluir con las siguientes reflexiones:
En el marco de la crisis capitalista, entendemos la creación de cooperativas de producción, ya que pueden eliminar la contradicción antagónica entre capital y trabajo a lo interno, siempre que estén dentro de un plan de transformación revolucionario de las relaciones sociales de producción del capitalismo.
Las cooperativas de consumo, sin negarle su importancia, no es la más adecuada, porque sólo afecta a la esfera de la circulación y representa un paliativo que ayuda parcialmente en la distribución de riqueza de los asociados, pero no va a la raíz del problema: La explotación de la clase obrera.
Las cooperativas aisladas, en un régimen capitalista de gran concentración de capital y altamente monopolizado serán barridas y derrotadas. Las cooperativas deben alcanzar un amplio desarrollo nacional para poder subsistir como opción revolucionaria; pero esto sólo será posible cuando la clase obrera se apodere de los medios de producción y cree unas relaciones sociales colectivas.
La cooperativa es una forma colectiva de apropiación. La propiedad no es privada sino social, pero es una socialización que cuando opera en el marco del sistema capitalista (mercado, lucha competitiva, etc.) y no rompe con su lógica resulta contradictoria. La asociación de los trabajadores es su propio patrón, es decir se explota así misma y no tiene otro patrón que los mismos asociados. En el marco de la competencia capitalista esto llevará, en muchos casos, a que los trabajadores aumenten voluntariamente el grado de su explotación para “competir” con otras empresas del mismo sector. La lógica del capital no parece abolirse, pero los trabajadores han tocado un elemento fundamental del capitalismo: Las relaciones de propiedad.

Dentro de la cooperativa debe ser colectiva, no sólo la propiedad, sino también la organización jerárquica del trabajo y las técnicas de producción. Es decir los trabajadores deben controlar los medios de decisión para evitar que se reproduzcan las relaciones de producción capitalistas y las formas de explotación.
Las cooperativas requieren de financiamiento y ayudas del Estado, no sólo para iniciar sus operaciones sino también para invertir en nuevas aplicaciones tecnológicas; estas ayudas no pueden permitir que la cooperativa pierda su autonomía. Como lo expresaba Marx, las sociedades cooperativas tendrán valor mientras sean creaciones autónomas de los trabajadores y no sean protegidas por el gobierno ni por los burgueses. Para garantizar la supervivencia de las cooperativas es fundamental la estatización del sistema bancario y crediticio que puede proporcionar créditos accesibles a las mismas.
Las cooperativas de producción tendrán importancia en la lucha de la clase obrera si son parte integrante de las sociedades de consumo, ya que pueden ser instrumentos para lograr la extinción de la ley del valor – trabajo. Además las cooperativas de consumo pueden ser importantes en el apoyo de las luchas obreras y las huelgas. Pero las mejoras de las cooperativas serán insignificantes hasta tanto los medios de producción sigan en manos de los capitalistas.
Las cooperativas no son organizaciones de lucha directa y dan la ilusión de que pueden resolver la explotación sin lucha de clases y sin expropiar a la burguesía.
El proceso del movimiento cooperativo ha crecido por tres vertientes. Las cooperativas obreras que se desarrollan hacia la superación de la explotación e inmersas en la lucha de clases; las cooperativas burguesas que explotan a trabajadores que trabajan para las cooperativas en beneficio de los asociados; y las cooperativas reformistas que es aquella que se beneficia de la división internacional del trabajo, explota a otros obreros reforzando así el sistema capitalista.

El control obrero: gestión revolucionaria en la producción

El control obrero es una propuesta de gestión colectiva en la empresa que tiene su desarrollo a partir de la primera década del siglo XX. En todo este proceso histórico la clase obrera comprendió que la contradicción capital–trabajo es antagónica y que la burguesía lo resuelve, si la clase obrera no lucha por su emancipación, con guerras que destruyan a grandes contingentes de trabajadores o con su exterminio por efecto de políticas que produzcan un altísimo desempleo.

Es en este momento que la lucha de los trabajadores rebasa los objetivos inmediatos, reivindicativos y se plantea la organización de la lucha y la gestión obrera de las empresas, para reorganizar la producción de acuerdo a sus intereses. Existe un cambio cualitativo de la conciencia en la clase obrera. Se pasa de una conciencia corporativa a una revolucionaria que impugna todo el sistema capitalista.

Podemos extraer de toda la experiencia histórica del desarrollo del control obrero las siguientes reflexiones:

El proceso de desarrollo del control obrero se da cuando el país se encuentra en una coyuntura política–económica de crisis y de contradicciones entre las clases en pugna, más cuando pueda existir un gobierno popular y revolucionario, unido a los trabajadores y sectores populares, y una burguesía que no acepta entregar sus privilegios y desarrolla una política de sabotaje económico. Este sabotaje esta dirigido a debilitar artificialmente la producción, mediante la reducción del número de jornadas de trabajo, el cierre, la quiebra, el despido y la suspensión de trabajadores en masa.

El control obrero tiene como objetivo la regulación planificada de la economía por los trabajadores organizados en diferentes comités que incluyen a los empleados y personal técnico. Los comités tendrán derecho de fijar límites de producción y tomar medidas para determinar el costo de esa producción. Tendrán acceso a toda información relativa al proceso productivo, a los libros de contabilidad de la empresa y las finanzas, a las inversiones, a como organizar el trabajo de manera democrática y participativa.

Sin embargo, el control obrero, después de tomar el camino del control de la producción, se extenderá más allá de los límites de las empresas individuales y los trabajadores exigirán intervenir en las decisiones de cómo organizar el trabajo, las técnicas de producción y cómo romper la jerarquización en la organización productiva de toda la sociedad.

El control obrero, de acuerdo a la experiencia histórica, es transitorio. Por su esencia, se presenta en un período de convulsión política y económica. Al generalizarse con la toma de conciencia de los trabajadores, de sus objetivos y de su importancia social, creará las condiciones favorables para la toma de poder político, la instauración del socialismo, con sus formas de autogestión obrera para el desarrollo del trabajo colectivo y productivo.

La estrategia del control obrero debe ser un medio que permita acelerar la lucha de clases en su conjunto y preparar a la clase obrera para gestionar el gobierno, una vez que tome el poder político.

La lucha por la estatización bajo control obrero, de las empresas en crisis, cerradas o que estén ocupadas es la única forma de garantizar la viabilidad de estas empresas, a la vez que significa un avance para imponer la socialización de la propiedad y del trabajo bajo control obrero y gestión de los trabajadores, Y es una forma de transición de la lucha revolucionaria contra el Estado capitalista.
El control obrero es una lucha contra el despotismo capitalista a lo interno de la empresa, pero requiere la articulación de todas las empresas bajo control obrero para trascender y enfrentar la oposición capitalista que luchara contra su construcción.

La cogestión: participación en la gestión dentro de la producción capitalista

La cogestión es la participación de los trabajadores en la gestión de la empresa, en conjunto con los propietarios de la empresa privada o los representantes del Estado.
La cogestión se desarrolla a finales de la segunda guerra mundial como parte del esfuerzo bélico en los países aliados occidentales. Después del conflicto, sobre todo en Alemania se generaliza la experiencia de la cogestión, perfeccionándose con leyes que aumentaron el poder de decisión laboral de los trabajadores, sobre todo en las grandes empresas.
En los últimos años, en diversos países se han desarrollado experiencias de participación en diversos niveles. En América Latina casi todos los países tienen experiencias de participación de cogestión, incluidas en leyes y constituciones.
Esta participación puede ser en los diferentes niveles de la empresa (junta de accionista, junta directiva, gerencia, etc.). También viene combinada con la participación en los beneficios de la empresa. La cogestión postula, además, una intervención en dos factores: intervención en el nivel de concepción y en la fijación de la política global de la empresa. Estas intervenciones se sitúan a nivel de los consejos de administraciones que pueden ser paritarios o no. La cogestión es un sistema de coparticipación que “institucionaliza” la discusión obrero – patronal.

Como se observa la cogestión no impugna las relaciones de propiedad ni los medios de producción capitalista, por lo que favorece la integración de la clase obrera al sistema de producción capitalista. Su principal objetivo es hacer a los trabajadores, a través de sus representantes, corresponsables de su propia explotación y así extraer más plusvalía de su propio trabajo. Esto no significa que, bajo una política revolucionaria clara de los objetivos de la clase obrera, no se utilice este tipo de participación compartida como un instrumento para avanzar en gestiones obreras que forman al trabajador. Esto sólo será posible con el desarrollo de un sindicalismo clasista y revolucionario, en el que los representantes de los trabajadores sean elegidos y puedan ser revocados por las asambleas de los trabajadores y respondan de su actuación ante ellas.
Las formas actuales de participación en la organización de trabajo como el toyotismo, la calidad total, los equipos autónomos de trabajadores, además del aumento y enriquecimiento de las tareas en los puestos de trabajo, forman parte de los nuevos sistemas de cogestión en la base de los trabajadores. No ponen en peligro, ni siquiera en cuestión, los objetivos definidos por la dirección de la empresa capitalista permitiendo la integración de los trabajadores en la lógica capitalista de la empresa.

La autogestión: propiedad social y gestión colectiva en la producción

La autogestión es una de las formas de lucha de los trabajadores para la construcción de una sociedad socialista. No es sólo un cambio en la gestión de la empresa sino es la transformación total de las relaciones sociales de producción capitalista, de manera que los trabajadores posean los medios de producción y de poder y decidan sobre la gestión, acumulación y administración de la empresa. Es la apropiación social de los medios de decisión y poder por parte de los productores directos.

La autogestión propugna la gestión directa y democrática de los trabajadores, en las funciones de planificación, dirección y ejecución. Rechaza y cuestiona el poder de los propietarios de los medios de producción, distribución y consumo capitalista.
En la empresa, la autogestión significa que los trabajadores a través de las asambleas y otras formas democráticas de decisión colectiva, poseen todo el poder dentro de la comunidad establecida para la producción o distribución de bienes y servicios, mediante una planificación democrática.

Las empresas autogestionarías presentan, sin embargo los mismos problemas que las cooperativas. Estas empresas aisladas dentro del sistema capitalista son fácil presa de las grandes empresas privadas y de las trasnacionales. No pueden existir islas de autogestión en el seno del capitalismo, sometidas a la competencia y a la alta concentración de capitales que estrangulan a los más débiles.
Las diferentes experiencias demuestran que la falta de planes financieros, que son absorbidos por la banca y la empresa privada, la colocan en una situación de supervivencia, en el mejor de los casos, o en la extinción definitiva. Otro problema es como realizar la “transferencia tecnológica” cuando ésta es controlada por el imperialismo y las trasnacionales, precisamente para subordinar a las empresas en general.

Sin embargo, su perspectiva a futuro en una sociedad socialista las hacen una experiencia formativa importante para la clase obrera. La autogestión no es un cambio en la gestión de la empresa, ni un paso transitorio al control obrero en el sistema capitalista, es la transformación total de las relaciones de producción capitalista y la apropiación de los medios de producción y decisión; porque la propiedad colectiva será una ficción sino lleva además una gestión y planificación colectiva y democrática.


Estado, nacionalizaciones, estatización y relación con las formas de gestión de la producción

El Estado Capitalista venezolano se desarrolla a partir de la segunda década del siglo XX, con el descubrimiento y crecimiento de la industria petrolera. Esto le imprime velocidad al desarrollo económico venezolano en esta etapa, impulsándose la creación de Empresas del Estado. Éstas son formas colectivas de propiedad capitalista, son una superación de la propiedad privada a lo interno del propio sistema capitalista. Lo que permite intervenir en la economía. Así el Estado se constituye en una palanca importante para el desarrollo, especialmente en los países atrasados, con formas precapitalistas que aun subsisten. Esto es una demostración más del carácter atrasado, parasitario y retrogrado de las clases dominantes locales que son incapaces de jugar algún papel progresista. Pero si el Estado y sus empresas forman una propiedad colectiva ¿cómo sigue siendo capitalista? Los motivos son varios. En primer lugar, porque ese Estado responde a los intereses del capital nacional e internacional y por lo tanto orienta la producción y desarrollo de esas empresas bajo ese punto de vista. Y además, porque las relaciones de producción que existen a nivel de la organización jerárquica del trabajo están profundamente marcadas por las estructuras del capital.

El problema de la superación del capitalismo plantea además el tema de la estatización de las empresas. La estatización se nos puede presentar como si la propiedad privada es abolida al pasar a un tipo de propiedad pública. Sin embargo, la propiedad capitalista no se sostiene sobre el trabajo personal sino sobre la apropiación del trabajo ajeno. Es la apropiación capitalista de los medios de producción, poder y distribución que conlleva la propiedad de los capitalistas sobre el producto del trabajo ajeno.

La estatización de las empresas ha sido considerada como una reforma de la estructura que supondría la socialización de la propiedad, es decir un duro golpe a la propiedad privada y al capitalismo, pero de acuerdo a la práctica histórica esto no ha sido así. La reforma de la estructura de la propiedad privada a una propiedad estatal no instaura un nuevo modelo económico, diferente al capitalismo ni siquiera por si misma, al socialismo.
Esto se debe a que el Estado y sus empresas hay que analizarlas de acuerdo a dos factores que consideramos, son fundamentales: Las relaciones y los medios de poder, es decir cuáles son las clases sociales que controlan los poderes públicos y el contexto nacional e internacional en el que, a pesar de las nacionalizaciones no suprime el mercado mundial y mantiene la división internacional del trabajo. Además las relaciones que existen a nivel de la división y de la organización del trabajo a lo interno de las unidades de producción son de carácter capitalista.

Esto lo podemos observar en la nacionalización de la industria petrolera en los años 70. La propiedad privada pasó a una propiedad colectiva o pública pero se mantuvo intacta la organización jerárquica del trabajo, la división del trabajo y las técnicas de producción, que representan la matriz fundamental que reproduce las relaciones de producción capitalista. Lo que pasó fue que se creó una tecnoburocracia unida a la burguesía criolla y al capital internacional, hasta diciembre del 2002, en donde esa casta fue derrotada y expulsada de PDVSA. Pero ojo, sino existe gestión obrera y control de los trabajadores para cambiar las relaciones sociales de producción capitalista esta tecnoburocracia se va a reproducir.
En Venezuela el proceso revolucionario y el papel totalmente reaccionario de la burguesía ha puesto en tela de juicio el modelo de organización capitalista de la economía. La única manera de avanzar y defender el proceso revolucionario, es impulsar y permitir todas las formas de gestión obrera y popular. Además iniciar una fuerte transformación del Estado que implique la participación y la toma de decisiones de los trabajadores en todas las esferas del Estado, y que sustituya el Estado de los capitalistas por un Estado de los trabajadores.

Propuestas para desarrollar una política de gestión obrera en Venezuela

Después de las argumentaciones expresadas, producto de la experiencia histórica de las formas de gestión obrera, debemos exponer algunos lineamientos que sirvan para la discusión y el debate entre los trabajadores, sus sindicatos y organizaciones populares, que permitan generar una política de gestión obrera y popular en Venezuela. Algunas de las consideraciones serian:
La situación coyuntural que presenta nuestro país, producto del lock out petrolero, el sabotaje a PDVSA y el cierre o quiebra de empresas ha producido en dos meses la perdida de 553.515 puestos de trabajo. Ahora existe un agregado en la estrategia de la burguesía, un “sabotaje de baja intensidad” en el sector de la economía con el desabastecimiento de algunos productos, el cierre de empresas y el desarrollo de un mercado negro de divisas. Esta situación exige por parte de las organizaciones políticas, sociales y sindicales de una profundización de la conciencia de los trabajadores y sectores populares que permita consolidar la Revolución Bolivariana. Consideramos que para el logro de esto debe desarrollarse una política de participación y gestión obrera y popular.

Consideramos que las organizaciones sindicales y la nueva central UNT debe desarrollar una Plataforma Político-Sindical orientada en tres ejes fundamentales: Una estrategia sociopolítica y económica, una estrategia de gestión obrera y popular en la producción y una estrategia para el desarrollo del país.
El eje estratégico de gestión obrera y popular en la producción es fundamental para transformar al trabajador de su condición de asalariado a la condición de productor colectivo. Impulsar la planificación democrática no como mera participación para legitimar las decisiones del Estado, sino asumiendo los trabajadores el poder real tanto a nivel de la planificación regional y local. En lo referente a las cooperativas, como formas de gestión obrera, consideramos que a pesar de ser una forma de propiedad social y colectiva tendrán grandes debilidades cuando se enfrente al mercado capitalista y a la competencia entre las empresas. Sin embargo no negamos su implementación, pero requieren de un Plan Nacional Político-productivo expresado en los siguientes fundamentos: (a) los objetivos políticos-productivos a desarrollar; (b) los tipos de cooperativas que se crearán para el desarrollo económico del país, sean estas de producción, consumo o servicios; (c) el plan de financiamiento; (d) la creación de un nuevo tejido social en la producción y distribución de los bienes que genere y, (e) las formas de articulación de las cooperativas (federación de cooperativas productivas de una misma rama, integración de las cooperativas de producción y de consumo que permitirían ser utilizadas para la solidaridad de los trabajadores, creación de cooperativas intersindicales, creación de redes cooperativas etc.).

El Gobierno debe implementar políticas de financiamiento y crédito para las inversiones y cambios tecnológicos que requieran las cooperativas, pero es importante que conserven su autonomía, tanto productiva como económica, pero además no debe estar desligada de la lucha política contra las condiciones generales del capitalismo. En el marco de un Plan productivo nacional, el Gobierno debe potenciar, promover y proteger todas las formas de gestión obrera y popular. Pero estas no deben estar bajo el control del Estado, sino bajo el control de los trabajadores y el pueblo

La otra forma de gestión de la producción, el control obrero, se genera en coyunturas de crisis políticas y económicas y tiene por objetivo la regulación de la producción y el control de las decisiones por parte de los trabajadores.
El control obrero debe ser la política fundamental en el eje estratégico de gestión obrera y popular y deberá ser implementada por los sindicatos de base y sus trabajadores. Se debe impulsar los Comités de Trabajadores, en base a cinco direcciones: (1) controlar la organización jerárquica del trabajo y crear una nueva democrática y participativa; (2) ejercer el control en la división de trabajo a nivel de la empresa y en los sectores de la economía; (3) controlar las finanzas, contabilidad e inversiones de la empresa; (4) generar el control sobre los despidos y cierres de empresas y, (5) controlar los medios de decisiones en la empresa. Se deben ocupar todas las empresas privadas abandonadas, cerradas quebradas o semiparalizadas, creando los Comités de Trabajadores que impidan el vaciamiento de la empresa por parte del patrón y proceder a su control obrero.

Implementar, como fase siguiente a la ocupación de la empresa, los trámites necesarios para la estatización de la empresa ocupada bajo control obrero.
En las empresas del Estado, principalmente de transporte, básicas y petroleras, se impulsarán los Comités de trabajadores que implementarán el control obrero a diferentes niveles, pudiendo estar combinado con participación mayoritaria de los trabajadores (cogestión). Esto permitirá enfrentar el poder de la tecnoburocracia en las empresas del Estado

Los directores laborales que plantea la actual Ley del Trabajo, deben ser ampliados en forma paritaria en las Juntas Directivas y Juntas de Accionistas, debiendo ser electos por los trabajadores y que no sean personal de confianza ni directores. Estos podrán ser revocados por los trabajadores. Se creará una Asamblea de Directores Laborales de todas las empresas del Estado a fin de articular una política socioeconómica que favorezca la calidad de vida de los trabajadores e impulsen formas de gestión obrera y popular a nivel nacional.
Los Comités de Trabajadores se articularán en Coordinaciones Regionales de Control Obrero y estos una Coordinadora Nacional de Control Obrero. Estos organismos implementaran políticas nacionales y regionales.
Para concluir debemos tener presente que si no se transforma la propiedad y sí la gestión de la empresa, estaremos enmarcados en el sistema capitalista. Si transformamos la propiedad y la gestión de la empresa no está en manos de los trabajadores, estaríamos todavía en la lógica del capitalismo. Sólo revolucionando las relaciones de propiedad y las formas de gestión en la producción y en la sociedad, estaremos en el desarrollo de un nuevo modo de producción y a las puertas de la emancipación definitiva del género humano.


Qué tareas debe abordar la UNT?
Los cinco ejes para construir el socialismo, los Consejos de Trabajadores y el papel de la clase obrera

Por: Luis Primo 29/01/07

Existen cuatro elementos muy importantes en el discurso y actuaciones recientes del presidente Chávez. El primero es el del partido unido: el PSUV. Desde la CMR, estamos de acuerdo con la constitución de un Partido que permita dirigir la Revolución Bolivariana: es un paso importante para desmontar a los partidos electoralistas, que conciben el partido como un fin en si mismo y no como un instrumento para desarrollar la conciencia política de los trabajadores y el pueblo que permita expropiar a los capitalistas y transformar la sociedad capitalista en una sociedad socialista y la emancipación del ser humano de todas las taras del capitalismo. La otra razón es que el Partido Socialista Unido permite un espacio de discusión más amplio a los trabajadores y el pueblo acerca de la necesidad de construir el socialismo.
La construcción del PSUV debe realizarse desde las bases, que se elijan realmente los dirigentes obreros y comunales naturales de ese partido. Esto no significa que sólo con esta medida se logre controlar a la burocracia, ese peligro siempre existirá y solo la democracia participativa en el seno de la organización ira resolviendo el problema de la burocracia y la corrupción.

Las nacionalizaciones y la construcción del socialismo

El segundo punto propuesto por el Presidente Chávez son las nacionalizaciones de empresas estratégicas como la CANTV y otras, que consideramos acertada pero también requiere que los trabajadores y la sociedad participen en el control social y la gestión de esas empresas nacionalizadas, porque sino estaríamos impulsando un capitalismo de estado en donde un pequeño sector de la tecno-burocracia seria la que controlaría y se beneficiaria de esas empresas. El Presidente planteó la nacionalización de todo lo privatizado, eso significa que SIDOR y otras empresas deberían ser también estatizadas bajo control obrero. También deben serlo las empresas que se encuentran cerradas, en crisis o tomadas por los trabajadores, como Sanitarios Maracay, Transportes Caroní, Sel Fex y otras. Otro punto que aun no ha planteado el gobierno, y debe plantear, es la nacionalización de la banca, que resulta fundamental para el desarrollo de nuestra Patria y la construcción del socialismo.

El tercer punto propuesto por Chávez tiene que ver con el desarrollo de los Consejos Comunales como un elemento de participación real del pueblo en las necesidades de la comunidad, pero además en la construcción de un nuevo estado revolucionario. El cuarto punto, que consideramos muy importante, es acerca de los sueldos de los funcionarios públicos. No se trata sólo de eliminar la pobreza sino que, además, exista equidad en toda la sociedad. No es una cuestión de decir una cantidad tope de sueldo que tienen que ganar los funcionarios públicos, hay que revisar toda la situación salarial de la sociedad venezolana y plantear propuestas que sean progresivas y que tiendan a resolver la in equidad salarial que hoy existe. No es un problema que se resuelve de un plumazo. Sin embargo, históricamente el movimiento obrero y la Comuna de París han implementado medidas y criterios de esta naturaleza: 1.) Todo funcionario público no debe ganar más que el sueldo de un obrero calificado, 2.) La elegibilidad de todos los funcionarios públicos y 3.) La revocabilidad de todo aquel funcionario que no cumpla con su función.

En lo que se refiere al desarrollo de los Consejos Comunales, el Ministro del Trabajo ha planteado crear los Consejos de Trabajadores. Estos Consejos de Trabajadores deben servir para cambiar el modelo productivo capitalista por uno socialista donde la democracia y la participación de los trabajadores sea el eje central. Los Consejos Obreros deben garantizar la toma de decisiones en los asuntos más importantes de la sociedad; es decir la conformación del Nuevo Estado Revolucionario. Estos Consejos de Trabajadores deben organizarse en cada empresa, a nivel local, estadal y nacional y en conjunto con los Consejos Comunales ser la estructura del Nuevo Estado Socialista.

Aquí, igual que en los Consejos Comunales, hay que tener cuidado con que no estén tutelados por el Estado ya que serian fácil presa de la burocracia. Hay que dejar que sean los trabajadores los que realicen el control político-productivo en cada uno de los Consejos de Trabajadores. Estos Consejos de Trabajadores deberían implementarse ya en aquellas empresas que sean abandonadas o estén a media maquina, así como en las empresas recuperadas o tomadas por los trabajadores. Existe un censo de más de 700 empresas cerradas que debe ser evaluadas para su toma por los trabajadores. En la organización de la toma de estas empresas y en el desarrollo de los Consejos de Trabajadores la UNT tiene un papel fundamental que jugar.

Los Consejos de Trabajadores y el control obrero

Lo expresado por el Ministro del Trabajo es correcto: debe existir control obrero en la industria de la Alimentación, más aún cuando esta industria ha disminuido sus establecimientos en un 12,1% desde el 2.001 al 2.005. Sin embargo, este control obrero debe extenderse al resto de sectores, constituir la política fundamental en el eje estratégico de gestión obrera y popular y ser implementado por los sindicatos de base y sus trabajadores. Los Consejos de Trabajadores deben trabajar en cinco direcciones: (1) controlar la organización jerárquica del trabajo y crear una nueva, democrática y participativa; (2) ejercer el control en la división de trabajo a nivel de la empresa y en los sectores de la economía; (3) controlar las finanzas, contabilidad e inversiones de la empresa; (4) generar el control sobre los despidos y cierres de empresas, (5) controlar los medios de decisiones en la empresa y (6) controlar las ganancias para que parte del excedente sirva para realizar servicios para la comunidad.

El Presidente Chávez ha planteado que para ir hacia el socialismo hay que desmantelar el actual estado, que definió como burgués, y crear un estado que el llamó comunal porque debería basarse en organismos de democracia directa como los consejos comunales. Los Consejos de Trabajadores son ese nuevo instrumento que puede iniciar el desmantelamiento del viejo aparato burgués. La construcción del socialismo del siglo XXI pasa por la transformación de las relaciones sociales de producción capitalistas, es decir las relaciones de producción, poder y dominación y las relaciones espirituales que se encuentran atravesadas por la división social del trabajo. Transformar estas relaciones significa que los trabajadores y el pueblo decidan el destino social y uso de los medios de producción, poder, distribución y comunicación creando relaciones sociales colectivas y solidarias. Para ello se requiere construir un nuevo modelo de gestión en la producción: democrática, participativa y solidaria, un nuevo estado Revolucionario y por último, y no menos importante, crear un nuevo ser humano: la construcción de una nueva vida cotidiana que reproduzca los nuevos valores socialistas y colectivos. Estos aspectos están dialécticamente integrados.

El papel de la clase obrera es fundamental. Sin ella no habrá revolución posible. Esto no es optimismo desaforado ni fatalismo hacia otros sectores revolucionarios. Es una realidad socio-histórica. Es la única clase que puede liberar a las otros sectores y que, destruyendo el sistema capitalista, se autodestruye a la vez como clase para así acabar definitivamente con la división de la sociedad en clases sociales, emancipar de la enajenación al hombre y construir una sola raza: la humana


Las tareas de la UNT
La UNT puede ser en este momento el elemento fundamental para la creación del PSUV, el desarrollo de los Consejos de Trabajadores y la lucha por la expropiación de los capitalistas y la construcción del estado revolucionario. Desde la CMR hemos hecho varias propuestas: 1) que la UNT se ponga al frente de la lucha de Sanitarios Maracay y otras empresas cerradas, ocupadas y en lucha lanzando una campaña nacional por la estatización de las mismas bajo control obrero 2) Convocar para ello una Conferencia nacional –llamando a participar a todas las corrientes de la UNT- que discuta las propuestas de la clase obrera en la construcción del socialismo y organice un plan concreto para tomar todas las empresas cerradas y en crisis y exigir su estatización, así como para desarrollar los Consejos de Trabajadores 3) Organizar, en unidad de acción con otros colectivos, como los trabajadores de las empresas recuperadas organizadas en el FRETECO, o los campesinos del Frente Campesino Ezequiel Zamora, una Jornada Nacional de toma de fábricas y tierras para impulsar la expropiación y el poder obrero y popular.

El problema de la UNT no es electoral, es un problema de direccionar las luchas de los trabajadores para transformar la sociedad y construir el socialismo. Las luchas reivindicativas son importantes siempre que se subordinen a la lucha general por el socialismo. Un elemento para la construcción del socialismo es precisamente el control de la gestión de las empresas privadas y publicas y la nacionalización con control obrero de la banca y de las grandes empresas monopólicas del país, eso permite a la clase obrera elevar su conciencia política y empezar a construir un nuevo modelo productivo socialista y el nuevo estado revolucionario; así se construye el socialismo. Los dirigentes de la UNT no pueden ver a ésta como un fin en si mismo, como el aparato que se controla. La UNT son los trabajadores organizados y sus dirigentes deben ser audaces y mirar las posibilidades del proceso revolucionario, ver que podemos transformar la sociedad venezolana y latinoamericana y que solo requiere de un esfuerzo colectivo de la clase trabajadora y la comprensión de sus dirigentes.

"La industria nacionalizada y la administración obrera".

Leon Trotsky

Nota de aporrea: "La industria nacionalizada y la administración obrera". Fourth International, agosto de 1946. Sin firma. Traducido del francés [al inglés] por Duncan Ferguson. Cuando se publicó el artículo en Fourth International se calculó que había sido escrito en mayo o junio de 1938 (en el manuscrito no figuraba fecha). Pero en el original que está en los Archivos de Trotsky en Harvard figura la fecha 12 de mayo de 1939. Trotsky escribió este artículo después de que. el. gobierno de Cárdenas expropió la industria petrolera y los ferro­carriles y dio a los sindicatos gran responsabilidad en su administración. Un funcionario de la CTM, Rodrigo García Treviño, en ese entonces adver­sario de los stalinistas, le preguntó a Trotsky su opinión sobre la actitud que deberían tomar los sindicatos respecto a participar en la administración. Trotsky aceptó escribir un memorándum y varios días después le entregó este artículo a Treviño. No se sabe si Treviño utilizó o no los argumentos de Trotsky en el debate interno de la CTM. Conservó en secreto el artículo hasta 1946.
Nota del editor


En los países industrialmente atrasados el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional en relación al prole­tariado nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El gobierno gira entre el capital extran­jero y el nacional, entre la relativamente débil burgue­sía nacional y el relativamente poderoso proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en instrumento del capitalismo extran­jero y sometiendo al proletariado con las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el prole­tariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ga­nando de este modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los capitalistas extranjeros. La actual política [del gobierno mexicano] se ubica en la segunda alternativa; sus mayores conquistas son la expropiación de los ferrocarriles y de las com­pañías petroleras.

Estas medidas se encuadran enteramente en los marcos del capitalismo de estado. Sin embargo, en un país semicolonial, el capitalismo de estado se halla bajo la gran presión del capital privado extranjero y de sus gobiernos, y no puede mantenerse sin el apoyo activo de los trabajadores. Eso es lo que explica por qué, sin dejar que el poder real escape de sus manos, [el gobierno mexicano] trata de darles a las organi­zaciones obreras una considerable parte de responsa­bilidad en la marcha de la producción de las ramas nacionalizadas de la industria.

¿Cuál debería ser la política del partido obrero en estas circunstancias? Sería un error desastroso, un completo engaño, afirmar que el camino al socialismo no pasa por la revolución proletaria, sino por la nacio­nalización que haga el estado burgués en algunas ramas de la industria y su transferencia a las organiza­ciones obreras. Pero esta no es la cuestión. El gobierno burgués llevó a cabo por sí mismo la nacionalización y se ha visto obligado a pedir la participación de los trabajadores en la administración de la industria nacionalizada. Por supuesto, se puede evadir la cues­tión aduciendo que, a menos que el proletariado tome el poder, la participación de los sindicatos en el manejo de las empresas del capitalismo de estado no puede dar resultados socialistas. Sin embargo, una política tan negativa de parte del ala revolucionaria no sería comprendida por las masas y reforzaría las posiciones oportunistas. Para los marxistas no se trata de construir el socialismo con las manos de la burguesía, sino de utilizar las situaciones que se presentan dentro del capitalismo de estado y hacer avanzar el movimiento revolucionario de los trabajadores.

La participación en los parlamentos burgueses no puede ya ofrecer resultados positivos importantes; en determinadas situaciones, puede incluso conducir a la desmoralización de los diputados obreros. Pero esto no es argumento para que los revolucionarios apoyen el antiparlamentarismo.
Sería inexacto identificar la participación obrera en la administración de la industria nacionalizada con la participación de los socialistas en un gobierno burgués (lo que se llama ministerialismo). Todos los miembros de un gobierno están ligados por lazos de solidaridad. Un partido representado en el gobierno es responsable de la política del gobierno en su con­junto. La participación en el manejo de una cierta rama de la industria brinda, en cambio, una amplia oportu­nidad de oposición política. En caso de que los representantes obreros estén en minoría en la adminis­tración, tienen todas las oportunidades para proclamar y publicar sus propuestas rechazadas por la mayoría, ponerlas en conocimiento de los trabajadores, etcétera.

La participación de los sindicatos en la administra­ción de la industria nacionalizada puede compararse con la de los socialistas en los gobiernos municipales, donde ganan a veces la mayoría y están obligados a dirigir una importante economía urbana, mientras la burguesía continua dominando el estado y siguen vigentes las leyes burguesas de propiedad. En la municipalidad, los reformistas se adaptan pasivamente al régimen burgués. En el mismo terreno, los revolu­cionarios hacen todo lo que pueden en interés de los trabajadores y, al mismo tiempo, les enseñan a cada paso que, sin la conquista del poder del estado, la política municipal es impotente.

La diferencia es, sin duda, que en el gobierno municipal los trabajadores ganan ciertas posiciones por medio de elecciones democráticas, mientras que en la esfera de la industria nacionalizada el propio gobierno los invita a hacerse cargo de deter­minados puestos. Pero esta diferencia tiene un carácter puramente formal. En ambos casos, la burguesía se ve obligada a conceder a los trabajadores ciertas esferas de actividad. Los trabajadores las utilizan en favor de sus propios intereses.

Sería necio no tener en cuenta los peligros que surgen de una situación en que los sindicatos desempe­ñan un papel importante en la industria nacionalizada. El riesgo radica en la conexión de los dirigentes sindi­cales con el aparato del capitalismo de estado, en la transformación de los representantes del proleta­riado en rehenes del estado burgués. Pero por grande que pueda ser este peligro, sólo constituye una parte del peligro general, más exactamente, de una enfer­medad general: la degeneración burguesa de los aparatos sindicales en la época del imperialismo, no sólo en los viejos centros metropolitanos sino también en los países coloniales. Los líderes sindicales son, en la abrumadora mayoría de los casos, agentes políticos de la burguesía y de su estado. En la industria nacionalizada pueden volverse, y ya se están volviendo, sus agentes administrativos directos. Contra esto no hay otra alternativa que luchar por la independencia del movimiento obrero en general; y en particular por la formación en los sindicatos de firmes núcleos revolucionarios que, a la vez que defienden la unidad del movimiento sindical, sean capaces de luchar por una política de clase y una composición revolucionaria de los organismos directivos.

Otro peligro reside en el hecho de que los bancos y otras empresas capitalistas, de las cuales depende económicamente una rama determinada de la industria nacionalizada, pueden utilizar, y sin duda lo harán, métodos especiales de sabotaje para poner obstáculos en el camino de la administración obrera, desacre­ditarla y empujarla al desastre. Los dirigentes refor­mistas tratarán de evitar el peligro adaptándose servilmente a las exigencias de sus proveedores capitalistas, en particular de los bancos. Los líderes revolucionarios, en cambio, del sabotaje bancario extraerán la conclusión de que es necesario expropiar los bancos y establecer un solo banco nacional, que llevaría la contabilidad de toda la economía. Por supuesto, esta cuestión debe estar indisolublemente ligada a la de la conquista del poder por la clase traba­jadora.

Las distintas empresas capitalistas, nacionales y extranjeras, conspirarán inevitablemente, junto con las instituciones estatales, para obstaculizar la admi­nistración obrera de la industria nacionalizada. Por su parte, las organizaciones obreras que manejen las distintas ramas de la industria nacionalizada deben unirse para intercambiar experiencias, darse mutuo apoyo económico, y actuar unidas ante el gobierno, por las condiciones de crédito, etcétera. Por supuesto, esa dirección central de la administración obrera de las ramas nacionalizadas de la industria debe estar de estrecho contacto con los sindicatos.
Para resumir, puede afirmarse que este nuevo campo de trabajo implica las más grandes oportuni­dades y los mayores peligros. Estos consisten en que el capitalismo de estado, por medio de sindicatos controlados, puede contener a los obreros, explotarlos cruelmente y paralizar su resistencia. Las posibili­dades revolucionarias consisten en que, basándose en sus posiciones en ramas industriales de excepcional importancia, los obreros lleven el ataque contra todas las fuerzas del capital y del estado burgués. ¿Cuál de estas posibilidades triunfará? ¿Y en cuánto tiempo? Naturalmente, es imposible predecirlo. Depende totalmente de la lucha de las diferentes tendencias en la clase obrera, de la experiencia de los propios traba­jadores, de la situación mundial. De todos modos, para utilizar esta nueva forma de actividad en interés de los trabajadores y no de la burocracia y aristocracia obreras, sólo se necesita una condición: la existencia de un partido marxista revolucionario que estudie cuidado­samente todas las formas de actividad de la clase obrera, critique cada desviación, eduque y organice a los trabajadores, gane influencia en los sindicatos y asegure una representación obrera revolucionaria en la industria nacionalizada.

Tomado de: León Trotsky, "Escritos Latinoamericanos". Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones León Trotsky, Bs. Aires, 2000.



León Trotsky EL CONTROL OBRERO DE LA PRODUCCIÓN (1931)

El texto es el de una carta de Trotsky dirigida aun grupo de opositores alemanes el 20 de agosto de 1931. Se publicó por primera vez en el nº 24 del BIULLETEN OPPOZITSII de septiembre de 1931.

Al contestar a su pregunta debo esforzarme por apuntar aquí, como preludio a un intercambio de opiniones, algunas consideraciones generales con respecto a la consigna del control obrero de la producción.

La primera pregunta que surge en relación con esto es la siguiente: ¿podemos presentar el control obrero de la producción como un régimen estable, por supuesto que no eterno, pero de una duración bastante larga? Para contestar a esta pregunta es preciso determinar más claramente la naturaleza de clase de este régimen. El control se encuentra en manos de los trabajadores. Esto significa que la propiedad y el derecho a enajenarla continúan en manos de los capitalistas. Por lo tanto, el régimen tiene un carácter contradictorio, constituyéndose una especie de interregno económico.

Los obreros no necesitan el control para fines platónicos, sino para ejercer una influencia práctica sobre la producción y sobre las operaciones comerciales de los patronos. Sin embargo, esto no se podrá alcanzar a menos que el control, de una forma u otra, dentro de ciertos límites, se transforme en gestión directa. En forma desarrollada, el control implica, por consiguiente, una especie de poder económico dual en las fábricas, la banca, las empresas comerciales, etc.

Si la participación de los trabajadores en la gestión de la producción ha de ser duradera, estable, "normal", deberá apoyarse en la colaboración y no en la lucha de clases. Tal colaboración de clases solamente puede llevarse a cabo a través de los estratos superiores de los sindicatos y las asociaciones capitalistas. No han faltado los experimentos de este tipo en Alemania (la "democracia económica"), en Inglaterra (el "mondismo"), etcétera. No obstante, en todos estos casos, no se trataba del control de los obreros sobre el capital, sino de la subordinación de la burocracia del trabajo al capital. Esta subordinación, como lo muestra la experiencia, puede durar mucho tiempo: depende de la paciencia del proletariado.

Cuando más se aproxima a la producción, a la fábrica, al taller, menos viable resulta un régimen de este tipo, porque aquí se trata ya de los intereses inmediatos y vitales de los trabajadores y todo el proceso se despliega ante sus mismos ojos. El control obrero a través de los consejos de fábrica sólo es concebible sobre la base de una aguda lucha de clases, no sobre la base de la colaboración. Pero esto significa en realidad la dualidad de poder en las empresas, en los trusts, en todas las ramas de la industria, en la totalidad de la economía.

¿Qué régimen estatal corresponde al control obrero de la producción? Es obvio que el poder no está todavía en manos de los trabajadores, pues de otro modo no tendríamos el control obrero de la producción, sino el control de la producción por el estado obrero como introducción a un régimen de producción estatal basado en la nacionalización. De lo que estamos hablando es del control obrero bajo el régimen capitalista, bajo el poder de la burguesía. En cualquier caso, una burguesía que se sienta firmemente asentada en el poder nunca tolerará la dualidad de poder en sus empresas. El control obrero, en consecuencia, solamente puede ser logrado en las condiciones de un cambio brusco en la correlación de fuerzas desfavorable a la burguesía por la fuerza, por un proletariado que va camino de arrancarle el poder, y por tanto también la propiedad de los medios de producción. Así pues, el régimen de control obrero, un régimen provisional y transitorio por su misma esencia, sólo puede corresponder al período de las convulsiones del Estado burgués, de la ofensiva proletaria y el retroceso de la burguesía, es decir, al período de la revolución proletaria en el sentido más completo del término.

Si la burguesía no es ya la dueña de la situación en su fábrica, si no es ya enteramente la dueña, de ahí se desprende que tampoco es ya enteramente dueña de su Estado. Esto significa que el régimen de dualidad de poder en las fábricas corresponde al régimen de dualidad de poder en el Estado.

Esta correspondencia, de todos modos, no debería ser entendida mecánicamente, esto es, no en el sentido de que la dualidad de poder en las empresas y la dualidad de poder en el Estado nazcan en un mismo y solo día. Un régimen avanzado de dualidad de poder, como una de las etapas altamente probables de la revolución proletaria en todos los países, puede desarrollarse de forma distinta en distintos países, a partir de elementos diversos. Así, por ejemplo, en ciertas circunstancias (una crisis económica profunda y persistente, un fuerte grado de organización de los trabajadores en las empresas, un partido revolucionario relativamente débil, un Estado relativamente fuerte manteniendo un fascismo vigoroso en reserva, etcétera) el control obrero sobre la producción puede ir considerablemente por delante del poder político dual desarrollado en un país.

En las condiciones señaladas a grandes rasgos más arriba, especialmente características de Alemania en estos momentos, la dualidad de poder en el país puede desarrollarse precisamente a partir del control obrero como fuente principal. Hay que detenerse en este hecho, aunque sólo sea para rechazar ese fetichismo de la forma soviética que han puesto en circulación los epígonos de la Comintern.

De acuerdo con el punto de vista oficial que prevalece en la actualidad, la revolución proletaria solamente puede llevarse a cabo por medio de los soviets; éstos, por su parte, deben ser creados específicamente para el propósito del levantamiento armado. Este cliché no sirve para nada. Los soviets son únicamente una forma organizativa; el problema se decide por el contenido de clase de la política, en modo alguno por su forma. En Alemania hubo unos soviets de Ebert y Scheidemann. En Rusia los soviets conciliadores atacaron a los obreros y soldados en julio de 1917. Después de esto, Lenin pensó durante un tiempo que habríamos de llegar al levantamiento armado apoyándonos no en los soviets sino en los comités de fábrica. Este cálculo fue rechazado por el curso de los acontecimientos, ya que fuimos capaces, en las seis u ocho semanas anteriores al levantamiento, de ganarnos a los soviets más importantes. Pero este mismo ejemplo muestra qué poco inclinados nos sentíamos a considerar los soviets como una panacea. En otoño de 1923, defendiendo contra Stalin y otros la necesidad de pasar a una ofensiva revolucionaria, luché al mismo tiempo contra la creación por encargo de soviets en Alemania, pegados a los consejos de fábrica que estaban comenzando ya de hecho a cubrir el papel de los soviets.

Se podrían decir muchas cosas en favor de la idea de que, en el actual ascenso revolucionario, igualmente, los consejos de fábrica alemanes, al llegar a un cierto estadio, serán capaces de jugar el papel de los soviets y remplazarlos. ¿En qué baso esta suposición? En el análisis de las condiciones en que surgieron los soviets en Rusia en febrero-marzo de 1917, y en Alemania y Austria en noviembre de 1918. En los tres sitios, los principales organizadores de los soviets fueron los mencheviques y socialdemócratas, que se vieron forzados a ello por las condiciones de la revolución "democrática" en tiempo de guerra. En Rusia, los bolcheviques tuvieron éxito en ganar los soviets a los conciliadores. En Alemania no lo lograron, y es por esto que los soviets desaparecieron.

Hoy, en 1931, la palabra "soviet" suena bastante diferente de como sonaba en 1917-1918. Hoy es sinónimo de la dictadura de los bolcheviques, y por lo tanto una pesadilla en los labios de la socialdemocracia. Los socialdemócratas alemanes no sólo no tomarán la iniciativa en la creación de los soviets por segunda vez, ni se unirán voluntariamente a esta iniciativa, sino que lucharán contra ella hasta el fin. A los ojos del estado burgués, en especial de su guardia fascista, el que los comunistas pongan manos a la obra en la creación de soviets será equivalente a una declaración directa de guerra civil por parte del proletariado, y en consecuencia podría provocar un choque decisivo antes de que el partido comunista lo juzgue conveniente.

Todas estas consideraciones nos empujan fuertemente a dudar que se pueda llegar a tener éxito, antes del levantamiento y la toma de poder en Alemania, en la creación de soviets que agrupen realmente a la mayoría de los trabajadores. En mi opinión, es más probable que los soviets nazcan al día siguiente de la victoria, pero entonces ya como órganos directos de poder.

El problema de los consejos de fábrica es enteramente otro asunto. Éstos existen ya hoy. Los están construyendo comunistas y socialdemócratas. En cierto sentido, los consejos de fábrica son la realización del frente único de la clase obrera. Ampliarán y profundizarán esta función con el ascenso de la ola revolucionaria. Su papel crecerá, como lo harán sus incursiones en la vida de la fábrica, de la ciudad, de las ramas de la industria, de las regiones y, finalmente, de todo el Estado. Los congresos provinciales, regionales y nacionales de los consejos de fábrica pueden servir como base para los órganos que desempeñarán de hecho el papel de los soviets, esto es, para los órganos de doble poder. Arrastrar a los trabajadores socialdemócratas a este régimen por medio de los consejos de fábrica será mucho más fácil que llamar a los obreros directamente a construir los soviets un día determinado y a una hora dada.

El cuerpo central de los consejos de fábrica de una ciudad puede cumplir ampliamente el papel del soviet de la ciudad. Esto pudo observarse en Alemania en 1923. Extendiendo sus funciones, abordando por sí mismos tareas cada vez más audaces y creando sus propios órganos federales, los consejos de fábrica pueden convertirse en soviets, uniendo estrechamente a los trabajadores socialdemócratas y comunistas; y pueden servir como base organizativa de la insurrección. Después de la victoria del proletariado, estos consejos de fábrica/soviets tendrán naturalmente que separarse en consejos de fábrica propiamente dichos y soviets, éstos como órganos de la dictadura del proletariado.

Con todo esto no queremos decir que la creación de soviets antes del levantamiento proletario en Alemania esté completamente excluida de antemano. No es posible prever todas las variantes concebibles del desarrollo. Si la desmembración del estado burgués viniese mucho antes de la revolución proletaria, si el fascismo llegase a ser aplastado y hecho añicos o se quemase antes del alzamiento del proletariado, entonces se podrían crear las condiciones para la construcción de los soviets como órganos de la lucha por el poder. Desde luego, en ese caso los comunistas tendrían que percibir la situación a tiempo y lanzar la consigna de los soviets. Ésta sería la situación más favorable que se pueda imaginar para la insurrección proletaria. Si cobra cuerpo, tiene que ser utilizada hasta el final. Pero contar con ella por adelantado es casi imposible. Mientras los comunistas tengan que entendérselas con un Estado burgués todavía lo bastante fuerte, con el ejército de reserva del fascismo a sus espaldas, el camino que pasa por los consejos de fábrica, en vez de por los soviets, se presentará como mucho más probable.

Los epígonos han adoptado de una forma puramente mecánica la noción de que el control obrero de la producción, así como los soviets, solamente puede ser realizado en condiciones revolucionarias. Si los stalinistas intentasen plasmar sus prejuicios en un sistema definido, argumentarían probablemente así: el control obrero, como forma de poder económico dual, es inconcebible sin el poder político dual en el país, que a su vez es inconcebible sin la oposición de los soviets al poder de la burguesía: en consecuencia -se sentirán inclinados a concluir los stalinistas- avanzar la consigna del control obrero de la producción es admisible solo simultáneamente con la consigna de los soviets.

De todo lo que se ha dicho arriba se desprende claramente cuán falsa, esquemática y falta de vida es semejante construcción. En la práctica, se ha transformado en el ultimátum único que le partido plantea a los trabajadores: yo, el partido, os permitiré luchar por el control obrero sólo en el caso de que estéis de acuerdo en construir simultáneamente los soviets. Pero esto es precisamente lo que está en cuestión: que estos dos procesos no tienen necesariamente que desarrollarse paralela y simultáneamente. Bajo la influencia de la crisis, el desempleo y las manipulaciones rapaces de los capitalistas, la clase obrera puede llegar a estar preparada en su mayoría para luchar por la abolición del secreto comercial y por el control sobre la banca, el comercio y la producción antes de haber llegado a entender la necesidad de la conquista revolucionaria del poder.

Después de tomar el camino del control de la producción, el proletariado presionará inevitablemente en el sentido de la toma del poder y de los medios de producción. Los problemas de crédito, materiales de guerra, mercados, extenderán inmediatamente el control más allá de lo límites de las empresas individuales. En un país tan altamente industrializado como Alemania, los problemas de las exportaciones importantes deberían elevar directamente el control obrero a los órganos oficiales del estado burgués. Las contradicciones del régimen de control obrero, irreconciliables en su esencia, se verán inevitablemente agudizadas en la medida en que se amplíen su esfera y sus tareas, y se volverán pronto intolerables. Se puede encontrar una salida a estas contradicciones o bien en la toma del poder por el proletariado (Rusia) o bien en la contrarrevolución fascista, que establece la dictadura abierta del capital (Italia). Es precisamente en Alemania, con su poderosa socialdemocracia, donde la lucha por el control obrero de la producción será con toda probabilidad la primera etapa del frente único revolucionario de los trabajadores, que precede a su lucha abierta por el poder.

¿Es posible avanzar precisamente ahora, de todos modos , la consigna del control obrero? ¿Ha madurado la situación revolucionaria lo bastante para ello? La pregunta es difícil de contestar desde la barrera. No existe ningún termómetro que permita determinar de forma inmediata y precisa, la temperatura de la situación revolucionaria. Es obligatorio determinarla en la acción, en la lucha, con la ayuda de los más variados instrumentos de medida. Uno de estos instrumentos, quizás uno de los más importantes en las condiciones existente, es precisamente la consigna del control obrero de la producción.

La significación de esta consigna se basa principalmente en el hecho de que sobre su base puede ser preparado el frente único de los trabajadores comunistas con los socialdemócratas, los sin partido y los cristianos. La actitud de los obreros socialdemócratas es decisiva. El frente único revolucionario de los comunistas y los socialdemócratas, esa es la condición política fundamental que falta en Alemania para una situación directamente revolucionaria. La presencia de un fascismo fuerte es sin duda un obstáculo serio en el camino hacia la victoria. Pero el fascismo solamente puede conservar su capacidad de atracción gracias a que el proletariado está dividido y es débil, y porque le falta la posibilidad de conducir al pueblo alemán por el camino de la revolución victoriosa. El frente único revolucionario de la clase obrera significa ya, en sí mismo, un golpe político fatal para el fascismo.

Por esta razón, dicho sea de paso, la política de la dirección del partido comunista alemán sobre la cuestión del referéndum tiene un carácter especialmente criminal. A su peor enemigo no se le habría ocurrido una forma más segura de incitar a los obreros socialdemócratas contra el partido comunista y detener el desarrollo de la política de frente único revolucionario.

Este error debe ser corregido ahora. La consigna del control obrero puede ser extraordinariamente útil en este aspecto. De todos modos, debe ser abordada correctamente. Avanzada sin la preparación necesaria, como una orden burocrática, la consigna del control obrero puede no solamente mostrarse como un disparo de fogueo sino que, más aún, puede comprometer al partido a los ojos de las masas obreras socavando la confianza en él, incluso entre los trabajadores que hoy le votan. Antes de lanzar oficialmente esta consigna fundamental, se debe medir bien la situación y prepararle el camino.

Debemos empezar desde abajo, desde la fábrica, desde el taller. Los problemas del control obrero deben ser puestos a prueba y adaptados al funcionamiento de ciertas empresas industriales, bancarias y comerciales típicas. Debemos tomar como punto de partida casos especialmente claros de especulación, lock-out encubierto, ocultación pérfida de beneficios destinada a reducir los salarios o exageración mendaz de los costes de producción con el mismo propósito, etc. En una empresa que haya caído víctima de tales maquinaciones, debe ser a través de los trabajadores comunistas como se sienta el estado de ánimo del resto de las masas obreras, sobre todo de los obreros socialdemócratas: en qué medida estarían dispuestos a responder a la exigencia de abolir el secreto comercial y establecer el control obrero de la producción. Utilizando la ocasión proporcionada por casos individuales particularmente claros, debemos comenzar estableciendo directamente el problema y continuar con una propaganda persistente, y medir de este modo la fuerza de resistencia del conservadurismo socialdemócrata. Ésta sería una de las mejores formas de establecer en qué medida ha madurado la situación revolucionaria.

El tanteo preliminar del terreno supone una elaboración simultánea, teórica y propagandística, de la cuestión del partido, una instrucción seria y objetiva de los trabajadores avanzados, en primer lugar de los miembros del consejo de fábrica, de los obreros sindicalistas prominentes, etc. Solamente el desarrollo de este trabajo preparatorio, esto es, el grado en que tenga éxito, puede sugerir en qué momento puede pasar el partido de la propaganda a la agitación abierta y a la acción práctica directa bajo la consigna del control obrero.

La política de la Oposición de Izquierda sobre este problema se desprende con suficiente claridad de lo que se ha planteado, al menos en sus rasgos esenciales. En el primer período, es cuestión de propaganda sobre el modo correcto en los principios de plantear la cuestión y, al mismo tiempo, de estudio de las condiciones concretas de la lucha por el control obrero. La oposición, en pequeña escala y al modesto nivel que corresponde a sus fuerzas, debe abordar el trabajo preparatorio que fue caracterizado antes como la próxima tarea del partido. Sobre la base de esta tarea, la oposición debe buscar el contacto con los comunistas que están trabajando en los consejos de fábrica y en los sindicatos, explicarles nuestra caracterización de la situación en su conjunto y aprender de ellos cómo debe ser adaptada nuestra correcta visión del desarrollo de la revolución a las condiciones concretas de la fábrica y el taller.

Postscriptum

P.S.: Quería terminar con esto, pero se me ocurre que los stalinistas podrían presentar la siguiente objeción: vosotros estáis dispuestos s "minimizar" la consigna de los soviets para Alemania, pero nos criticasteis duramente y nos estigmatizasteis porque en otro tiempo nos negamos a lanzar la consigna de los soviets en China. En realidad, semejante "objeción" pertenece a la más baja sofística, basada en el mismo fetichismo organizativo, es decir, en la identificación de la esencia de clase con la forma organizativa. Si los stalinistas hubiesen declarado entonces que había razones en China que dificultaban la aplicación de la forma soviética, si hubiesen recomendado otra forma organizativa del frente único revolucionario de las masas, habríamos prestado, naturalmente, la mayor atención a esa propuesta. Pero se nos recomendaba sustituir los soviets por el Kuomintang, esto es, por el encadenamiento de los obreros a los capitalistas. La polémica era sobre el contenido de clase de una organización, y en absoluto sobre su "técnica" organizativa. Pero debemos añadir a esto que, precisamente en China, no había obstáculos subjetivos en absoluto para la construcción de soviets, si es que tomamos en consideración la conciencia de las masas y no la de los aliados de Stalin por aquel entonces, Chiang Kai-chek y Wang Tin-wei. Los trabajadores chinos no tienen tradiciones socialdemócratas y conservadoras. El entusiasmo por la Unión Soviética era realmente universal. Incluso en la actualidad, el movimiento campesino en China se esfuerza por adoptar formas soviéticas. Todavía más general era el esfuerzo de las masas en favor de los soviets en los años 1925-27.



León Trotsky

El consejo de los diputados obreros y la revolución

La historia del consejo de los diputados obreros de San Petersburgo es la historia de cincuenta jornadas. Desde el 13 de octubre de 1905 en que se celebró la sesión fundacional hasta el 3 de diciembre en que fue disuelto por la tropas gubernamentales.

¿Cómo pudo lograr en tan poco tiempo una posición indiscutible no sólo en la historia del proletariado ruso sino incluso en la de la revolución rusa?

El consejo organizaba a las masas, dirigía las huelgas políticas y las manifestaciones, armaba a los obreros... Otras organizaciones habían hecho lo mismo antes que él, lo hacían al mismo tiempo y continuarían haciéndolo tras su disolución. Pero la diferencia consistía en que el consejo era, o al menos aspiraba a ser, un órgano de poder. El proletariado, y la prensa reaccionaria, denominaban al consejo "gobierno obrero", y es que de hecho el consejo representaba realmente un embrión de gobierno revolucionario. El consejo ejercía el poder allí donde ya se encontraba en sus manos y luchaba por él allí donde aún residía en manos del Estado militar-policiaco. Antes del consejo ya existían organizaciones revolucionarias proletarias, en su mayor parte socialdemócratas. Pero se trataba de organizaciones que evolucionaban en su seno y cuya lucha tenía como objetivo intentar conquistar influencia entre las masas. El consejo en sí era la organización del proletariado y su objetivo la lucha por el poder revolucionario.

Al mismo tiempo el consejo era la expresión organizada de la voluntad de clase del proletariado. En la lucha por el poder aplicaba los métodos que implica el hecho de que el proletariado es una clase: su papel en la producción, su masa, su homogeneidad social. Además vinculaba la lucha por el poder a la dirección inmediata de toda actividad social autónoma de las masas obreras; a menudo incluso se encargaba de arbitrar en los conflictos entre los representantes individuales del capital y del trabajo.

Pero aunque condujo a la victoria diversas huelgas y medió con éxito en diversos conflictos entre obreros y patronos, no fue porque existiera expresamente para estos cometidos. Al contrario, allí donde existía un sindicato potente éste se mostraba tan dispuesto como el consejo para dirigir la lucha sindical; la intervención del consejo sólo tenía importancia en función de la autoridad universal de que gozaba. Una autoridad que se debía al hecho de cumplir con sus tareas fundamentales, las tareas de la revolución, que iban mucho más allá de los límites de cada oficio y de cada ciudad y conferían al proletariado como clase un lugar entre las primeras filas de combatientes.

El instrumento principal del consejo fue la huelga política de masas. Una huelga de este tipo tiene la virtud de desorganizar el poder del Estado. Y cuanto más grande es la "anarquía" que produce, más cerca está la huelga de lograr sus objetivos. Pero esto sólo es cierto si a esta anarquía se llega por medios no anarquistas. La clase que día tras día hace funcionar el aparato de producción y al mismo tiempo la maquinaria del poder, la clase que cesando de trabajar en bloque no solo paraliza la industria sino todo el aparato estatal, debe estar suficientemente organizada para no convertirse en la primera víctima de la anarquía que ha originado. Cuanto en mayor medida estrangula la huelga la organización estatal existente, en mayor medida debe asumir la organización de la huelga las funciones del Estado.

El consejo de los diputados obreros proclamó la libertad de prensa. Organizó patrullas de calle para garantizar la seguridad de los ciudadanos. Dominaba casi por completo el correo, el telégrafo y los ferrocarriles. Intentó instaurar la jornada de ocho horas con carácter obligatorio. Paralizando mediante la huelga al Estado absolutista, introdujo su propio orden democrático en la vida de las clases trabajadoras de la ciudad.

II

Tras el 9 de enero de 1905, la revolución demostró que predominaba en la cabeza de las masas obreras. El 14 de junio demostró, con la rebelión del acorazado "Potemkin Tavvitchesky", que podía convertirse en una fuerza material. Con la huelga de octubre demostró que podía desorganizar, paralizar y poner de rodillas al enemigo. Y haciendo surgir por todas partes los consejos obreros, mostró que era capaz de crear una forma de poder. Ahora bien, un poder revolucionario no puede apoyarse más que sobre una fuerza revolucionaria activa. El desarrollo de la revolución rusa puso de manifiesto que excepto el proletariado, ninguna clase social está dispuesta o es susceptible de apoyar el poder revolucionario. El primer acto de la revolución fue la lucha que opuso el proletariado a la monarquía en la calle. La primera victoria seria de la revolución se logró mediante una verdadera herramienta de clase del proletariado, la huelga política. Y el primer órgano embrionario de poder revolucionario fue un órgano de representación del proletariado. En la historia rusa moderna, el consejo es la primera forma de poder democrático. El consejo representa el poder organizado de la masa misma sobre cada una de sus partes. Constituye la verdadera democracia no especulada, sin dos cámaras, sin burocracia profesional, en la que los electores tienen derecho a revocar a sus representantes cuando lo estimen oportuno. El consejo dirige sin intermediarios, mediante sus miembros, diputados obreros electos, todas las manifestaciones sociales del proletariado en su conjunto y de sus diferentes sectores, organiza sus acciones de masa, le proporciona sus consignas y su bandera. Esta dirección organizada de la masas autónomas ha visto por primera vez la luz en suelo ruso.

El absolutismo dominaba a las masas pero no las dirigía. Creaba de forma mecánico un marco externo para la actividad de las masas y obligaba a pasar por él a los elementos díscolos de la nación. El ejército era la única masa que dirigía el absolutismo. Pero incluso en él dirigir no era otra cosa que mandar. Amontonando a los elementos que componían el ejército, el absolutismo anulaba en ellos todo vínculo moral. Lo substituía por la igualdad de las condiciones físicas y sometía su voluntad a la hipnosis embrutecedora del cuartel. Pero ahora, incluso la dirección de esta masa atomizada e hipnotizada escapa cada vez más de la influencia del absolutismo.

El liberalismo, por su parte, carecía de suficiente fuerza entre nosotros para dar órdenes a las masas y no tenía suficiente iniciativa para guiarlas. Cuando las masas hacían una aparición pública, y aunque ésta le reforzara directamente, reaccionaba como ante un fenómeno natural henchido de peligros, como un terremoto o una erupción volcánica.

El proletariado entró en el terreno de la revolución como una masa autónoma, con una total independencia política frente al liberalismo burgués.

"El consejo era la organización de clase de los obreros" -y ahí residía la fuente de su potencia en la lucha. Sucumbió en el primer periodo de su existencia, no podía ser de otra forma, no porque las masas urbanas lo abandonasen sino porque generalmente la revolución en las ciudades está reducida a unos límites. Las razones de su caída hay que buscarlas en la pasividad del campo y la inercia de los elementos campesinos del ejército. Su posición política entre la población urbana fue tan sólida como se podía desear.

El censo de 1897 arrojaba una población "activa" de cerca de 820.000 personas en San Petersburgo de los que unos 433.000 eran obreros y empleados domésticos. Es decir, el proletariado constituía el 53% de la ciudad. Si hubiéramos incluido a la población no activa la cifra hubiera sido un poco inferior (50,8%), ya que la mayoría de proletarios carecía de familia. En cualquier caso el proletariado constituía más de la mitad de la población petersburuesa.

El consejo de diputados obreros no era el representante oficial del casi medio millón de personas que formaban la población obrera de la capital. Organizaba a cerca de 200.000, en la mayoría obreros que trabajaban en la industria, y aunque su influencia política, directa e indirecta, era muy amplia, sectores importantes del proletariado (obreros de la construcción, criados, jornaleros, carreteros) quedaron casi por completo fuera de su radio de acción.

Sin embargo no cabe la menor duda de que el consejo expresaba los intereses de esta masa proletaria "en su conjunto". Si, en las fábricas, existían también elementos reaccionarios todo el mundo veía como su número disminuía no solo día tras día sino de hora en hora. Entre las masas proletarias de San Petersburgo sólo podía haber partidarios del dominio político del consejo, no enemigos. La única excepción eran los criados privilegiados, los criados de los lacayos cubiertos de condecoraciones de la alta burocracia, los cocheros de los ministros, de los especuladores de la Bolsa y de las cocottes, todos conservadores y monárquicos de profesión.

Entre la intelectualidad, tan numerosa en San Petersburgo, el consejo tenía más amigos que enemigos. Miles de estudiantes reconocían la dirección política del consejo y apoyaban sus iniciativas.

La intelectualidad diplomada y asalariada estaba por completo de su lado, salvo los elementos que se habían dejado llevar irremediablemente por la inercia. El apoyo activo que recibió la huelga de correos y telégrafos también atrajo la atención de las capas inferiores del funcionariado hacia el consejo. Todos los explotados de la ciudad, la gente honesta, quienes conservaban alguna energía, se sentían, instintiva o conscientemente, atraídos por el consejo.

¿Quienes se oponían a él? Los representantes del bandolerismo capitalista, los especuladores de la Bolsa que juegan con el alza de los precios, los patronos, los negociantes y los exportadores para quienes la huelga representaba pérdidas, los proveedores del hampa de cuello blanco, la banda del consejo municipal petersburgués, esa mafia de propietarios inmobiliarios, la alta burocracia, las cocottes mantenidas a costa de los presupuestos del Estado, los dignatarios, personajes públicos generosamente pagados, los partidarios de "Novoye Vremya", el departamento de policía, y, en general, todo lo que había de rapaz, grosero, disipado y condenado a desaparecer. Entre el ejército del consejo y sus enemigos habían también elementos políticamente indiferentes, dubitativos o inseguros. Los sectores más atrasados de la pequeña burguesía, que aún se mantenían al margen de la política, no tuvieron tiempo para observar suficientemente al consejo e interesarse por él. Pero por la naturaleza de sus propios intereses se encontraban más próximos al consejo que al antiguo poder.

Los políticos profesionales que había entre la intelectualidad, los periodistas radicales que no saben lo que quieren, los demócratas roídos por el escepticismo, proferían gruñidos condescendientes hacia el consejo, enumeraban sus errores y, en general, dejaban entender que en el caso de que ellos hubieran estado a la cabeza de esta institución hubieran conseguido la felicidad eterna para el proletariado. Pensemos que la total impotencia de estos señores les excusa.

En todo caso, el consejo era efectivamente el órgano de la mayoría significativa de la población. Sus enemigos en la capital no hubieran representado peligro alguno para su poder político si no hubieran encontrado la protección del absolutismo, aún bien vivo, que a su vez se apoyaba en los elementos atrasados de un ejército compuesto de campesinos. "La debilidad del consejo no era inherente a él" sino "la debilidad de una revolución puramente urbana". Esos cincuenta días representaron el período de mayor vigor de la revolución y el consejo fue su instrumento en la lucha por el poder. El carácter de clase del consejo vino determinado por la rigurosa división en clases de la población urbana y la profunda antinomia política entre el proletariado y la burguesía capitalista -incluso en el marco históricamente limitado de la lucha contra el absolutismo. Tras la huelga de octubre, la burguesía capitalista frenó abierta y conscientemente la revolución, la pequeña burguesía se reveló demasiado insignificante como para poder jugar un papel autónomo. El proletariado fue el jefe incontestable de la revolución urbana y "su" organización de clase fue su instrumento en la lucha por el poder.

III

Cuanto más desmoralizado estaba el gobierno, más fuerte se sentía el consejo. Conforme aumentaba la desorientación e incapacidad del antiguo poder del Estado, aumentaba la atracción del consejo sobre las masas no proletarias.

La huelga política de masas (general) era el principal instrumento con que contaba el consejo. Uniendo a todos los sectores del proletariado por un vínculo revolucionario directo y manteniendo la energía de los obreros de todas las empresas gracias a la autoridad y fuerza de la clase, el consejo podía paralizar toda la vida económica del país. Pues aunque los medios de producción y transporte seguían siendo propiedad privada de los capitalistas, y en parte del Estado, y el poder estatal seguía estando en manos de la burocracia, el consejo "disponía" de los medios de producción y transporte nacionales, al menos en la medida en que se trataba de "paralizar" la vida económica y política regular. Precisamente fue su capacidad, demostrada con hechos, para organizar la vida económica y sumir en la anarquía los asuntos oficiales del Estado lo que hizo del consejo lo que fue. En estas condiciones hubiera sido la más desesperada de las utopias el buscar un medio de hacer coexistir el consejo y el antiguo gobierno. Y sin embargo, si se quiere resumir el verdadero fondo de todas las objeciones que se han manifestado contra la táctica del consejo se apreciará que todas parten de una misma y quimérica idea: tras octubre, y apoyándose en todas las conquistas arrancadas al absolutismo, el consejo hubiera debido preocuparse por organizar a las masas y abstenerse de cualquier otra iniciativa agresiva.

Ahora bien, ¿en qué consistió la victoria de octubre?

Aunque el proletariado tenga derecho a reclamar todo el mérito histórico de la victoria, ello no impide a su partido apreciar lúcidamente los resultados obtenidos.

No cabe duda alguna que tras el asalto de octubre el absolutismo abandonó la partida. Pero propiamente hablando no había perdido la batalla, solamente había evitado el enfrentamiento. No hizo tentativa sería alguna para oponer su ejército campesino a las ciudades en rebelión. Claro que no se abstuvo por razones humanitarias, sino porque había perdido todo rastro de coraje y el dominio de sí mismo. Los elementos liberales de la burocracia, que esperaban pacientemente su turno, cobraron ventaja y cuando la huelga empezó a dar muestras de agotamiento publicaron el manifiesto del 17 de octubre, la abdicación de principios del absolutismo. Pero toda la organización material del poder, la jerarquía funcionarial, la policía, la justicia, el ejército, seguían siendo como antes propiedad personal de la monarquía. ¿En estas condiciones que táctica debía y podía seguir el consejo?

Su fuerza estribaba en el hecho de que apoyándose en el proletariado productivo era capaz de privar al absolutismo de la posibilidad de utilizar el aparato material del poder. Desde este punto de vista la actuación del consejo significaba la organización de la "anarquía". Si continuaba existiendo y desarrollándose ello significaba el incremento de la "anarquía". La coexistencia permanente era imposible. El futuro conflicto ya estaba inscrito en la semi-victoria de octubre, su base material.

¿Qué podía pues hacer el consejo? ¿Debía fingir que no había previsto la ineluctabilidad del conflicto? ¿Debía aparentar haber organizado a las masas para festejar un régimen constitucional? ¿Quién le habría creído? ¡Por supuesto que ni el absolutismo ni las masas obreras!

Mas tarde, el ejemplo de la duma nos demostró cuan mezquina defensa representa una corrección superficial, una forma vacía de lealtad, en la lucha contra el absolutismo. Para prestarse a una táctica de hipocresía constitucional hubiera sido preciso que el consejo hubiera estado hecho de otra pasta. Pero incluso en el caso de que hubiera sido así, ¿qué habría sucedido? Lo mismo que más tarde le sucedió a la duma. El consejo no podía hacer más que "reconocer que el enfrentamiento directo era inevitable" a corto plazo y no disponía de otra táctica que no fuera el "prepararse para la insurrección".

¿Y en qué podían consistir estos preparativos sino en extender y consolidar los atributos del consejo que le permitían paralizar el poder del Estado y constituían su fuerza? Evidentemente, los esfuerzos -inscritos en su naturaleza- que el consejo hacía para consolidar y extender su poder, aceleraban inevitablemente el conflicto.

El consejo cuidó -cada vez más- de extender su influencia entre el ejército y el campesinado. En noviembre llamó a los obreros a mostrar activamente su solidaridad fraternal con un ejército que estaba empezando a despertar de su letargo. No haberlo hecho hubiera sido no preocuparse de acrecentar sus fuerzas. Hacerlo correctamente era ir al encuentro del conflicto.

¿Hubiera habido, por casualidad, una tercera vía? ¿Acaso hubiera tenido que apelar a la pretendida "razón de Estado" del gobierno? ¿Hubiera podido, hubiera debido observar la frontera que separa los derechos del pueblo de los privilegios de la monarquía y detenerse ante este límite sagrado? Pero, ¿quién hubiera garantizado que la monarquía no traspasaría ese límite? ¿Quién hubiera sido el encargado de preparar la paz, o al menos un armisticio provisional, entre los dos adversarios? ¿El liberalismo? Una se sus comisiones propuso el 18 de octubre al conde Witte, como signo de reconciliación con el pueblo, retirar las tropas de la ciudad.

"Vale más quedarse sin electricidad ni agua que sin tropas", respondió el ministro.

Es del todo evidente que el gobierno no tenía intención alguna de deponer las armas. ¿Qué posibilidades tenía pues el consejo? O bien apartarse y dejar todos los asuntos en manos de la cámara conciliadora, la futura Duma del Imperio -lo que en verdad ansiaba el liberalismo. O bien tenía que prepararse para defender con las armas en la mano todo lo que había conquistado en octubre y, si fuera posible, organizar nuevos asaltos. Ciertamente ahora tenemos la completa evidencia de que la cámara conciliadora se ha convertido en escenario de un nuevo conflicto revolucionario. Por lo tanto, el rol objetivo de la duma no hizo más que confirmar la justeza de la hipótesis mediante la que el proletariado dedujo su táctica. Pero no es necesario llegar tan lejos. Es legítimo preguntarse: ¿qué es lo que podía y debía garantizar la reunión de esta "cámara conciliadora" que no podía conciliar a nadie? ¿Otra vez la razón de Estado de la monarquía? ¿O una solemne promesa por su parte? ¿O la palabra de honor del conde Witte? ¿O las procesiones de la nobleza rural a Peterhof por la puerta de servicio? ¿O las advertencias de Mendelssohn? O bien el famoso "curso natural de las cosas" por el que el liberalismo se descarga de todos su problemas desde que la historia le confía su solución a su iniciativa, a su energía, a su razón.

IV

Si se reconoce -y es imposible no hacerlo- que tras la semi-victoria de octubre las cosas se presentaban como acabamos de decir, aún debe uno preguntarse si el consejo se preparó como debía para este conflicto inevitable. A este respecto, la prensa burguesa democrática ha lanzado diversas acusaciones que desgraciadamente han tenido algún eco en la prensa del partido.

Si les damos crédito, el principal fallo del consejo y de los partidos revolucionarios consistió en agitar mucho y organizar poco. Por ello no pudo rechazarse con suficiente fuerza el asalto contrarrevolucionario. Pero nosotros no comprendemos bien qué tipo de organización tienen en mente estos acusadores.

El consejo organizaba alrededor de 200.000 obreros. Todas las fábricas tenían su centro organizativo: el colegio de diputados de la fábrica. Todos los barrios el suyo: la asamblea de los diputados de distrito. Y, finalmente, el conjunto del proletariado petersburgués tenía el suyo: el consejo. Se trataba de una vasta organización, libre, influyente y dotada de iniciativa. Se desplegó simultáneamente una intensa actividad para fundar sindicatos, que aspiraban vivamente a unirse. Disponían de un órgano coordinador: el buró central de los sindicatos. A partir de la delegación de las diversas empresas, el consejo mismo asumía la representación de las organizaciones de ramo. En su último período de existencia estaban representados dieciséis sindicatos.

Naturalmente, se le puede reprochar al consejo el haber organizado tan solo doscientos mil obreros y no cuatrocientos o quinientos mil. Se les puede reprochar al consejo y a la socialdemocracia no haber organizado más que dieciséis, y no treinta o cuarenta, sindicatos o no haber organizado a todo el proletariado en estas uniones. ¡Pero hay que tener en cuenta que para toda esta tarea la historia no concedió mas que "cincuenta días"! La socialdemocracia hizo mucho, pero no podía hacer milagros.

¿Fue acertado el trabajo de organización interna del partido? ¿No dejó pasar estos cincuenta días sin aprovecharlos bien? En la medida en que se trataba de armar a cientos de miles de obreros en el plazo más breve posible, el partido no podía hacer nada mejor que empeñar todas sus fuerzas para organizar y consolidar el consejo. Al fin y al cabo el consejo era íntegramente "su" trabajo. En lo tocante a su propia organización, al partido se le presentaban dos opciones: la vía conspirativa y la abierta. En nuestras filas, nadie con dos dedos de frente dudaba que el asalto de la contrarrevolución contra las organizaciones obreras abiertas era inevitable. Sin embargo, en unos momentos en que la vida política de las masas era intensa y abierta hubiera sido una completa estupidez dirigir toda la organización del partido en la clandestinidad. Para que el trabajo de agitación prosperase era indispensable que el partido saliera a la luz pública por medio de secciones y clubes socialdemócratas. Pero era evidente que estas organizaciones sufrirían en diciembre la misma suerte que el consejo de los diputados obreros, la federación campesina y todas las demás uniones sindicales, con las federaciones de ferroviarios, correos y telégrafos a la cabeza. Diciembre deriva de octubre como la conclusión de la hipótesis. El resultado de diciembre se explica naturalmente porque en ese momento del desarrollo revolucionario la reacción era mecánicamente más fuerte que la revolución. El liberalismo, está claro, estima que en todas las circunstancias se debe suplir la falta de fuerzas con unos pies ligeros. Para él, la táctica realmente valerosa, madura, reflexiva y adaptada consiste en desertar en el momento decisivo. Claro que puede hacerlo porque tiene la inmensa ventaja de tener esos pies ligeros, ya que no carga con la confianza de las masas ni es responsable ante ellas. Pero si la socialdemocracia o el consejo hubieran cedido sin luchar en diciembre, habrían despojado de contenido no sólo la manifestación de noviembre sino todos los esfuerzos derrochados y la victoria lograda en octubre. Hubiera significado, junto a la derrota material producto de la relación de fuerzas, la derrota moral producto de la traición que era la deserción.

Hemos dicho que diciembre era consecuencia directa e inevitable de octubre. Desde este punto de vista, las divergencias de opinión en la apreciación de la huelga de noviembre y de la lucha por la jornada de ocho horas tienen una importancia secundaria. Actualmente, cuando se observa retrospectivamente la actuación del consejo, la lucha por la jornada de ocho horas suscita cierto número de opiniones divergentes. No se trata cuestionar el hecho de la huelga de noviembre, pero ciertos socialdemócratas influyentes han puesto en duda su oportunidad. Por nuestra parte afirmamos lo siguiente: si la huelga de noviembre fue un error, si la instauración de la jornada de ocho horas por la fuerza fue otro mayor -opiniones que no compartimos en absoluto-, fueron dos errores de menor importancia. No modificaron la situación política, pues no fueron estos dos errores los que originaron la oposición entre el poder que se apoya en los soldados y el que lo hace en los obreros. Con o sin errores, el conflicto de diciembre estaba inscrito ya en esta situación contradictoria. La derrota de diciembre estaba prefigurada en la correlación de fuerzas. Más al sur, en los países bálticos, en el Cáucaso, no hubo ni huelga de noviembre ni instauración forzosa de la jornada de ocho horas. Y sin embargo las cosas sucedieron igual en todas partes y en diciembre se produjo el conflicto y la derrota.

V

Puesto que no se pueden encontrar las razones de la derrota en la táctica seguida, ¿acaso estarían en la "composición" del consejo? Se ha dicho que el pecado original del consejo era su carácter de clase. Para convertirse en órgano de la revolución nacional, se dice, era preciso que el consejo ampliara su base y estuvieran representadas en él "todas" las capas sociales. Ello hubiera consolidado la influencia del consejo y reforzado su poder.

¿Es eso cierto?

La fuerza del consejo provenía del papel que juega el proletariado en la economía capitalista. La tarea del consejo no consistía en transformarse en una parodia de Parlamento, sino en crear las condiciones del parlamentarismo. Tampoco tenía que organizar la representación equitativa de los intereses de los diferentes grupos sociales, sino organizar la lucha revolucionaria del proletariado. Su principal arma era la huelga política de masas, un método privativo de la clase de los obreros asalariados, del proletariado. La unidad de clase eliminaba las fricciones internas en el consejo y le confería la capacidad de iniciativa revolucionaria.

¿De qué forma se podía ampliar la composición del consejo? Se hubiera podido admitir a los representantes de profesiones liberales. Aunque no hubieran aportado nada al consejo podemos suponer que no le habrían molestado demasiado. Es inútil añadir que eso no hubiera cambiado para nada la fisonomía de clase del consejo.

¿Qué otros grupos sociales podrían haber estado representados? ¿El congreso de loa "zemstvos"? ¿El comercio y la industria?

El congreso de los "zemstvos" se reunió en Moscú en noviembre para deliberar sobre la cuestión de las negociaciones con el ministerio del conde Witte, pero no se le ocurrió plantearse la cuestión de las negociaciones con el consejo obrero.

Durante las sesiones del congreso estalló la insurrección de Sebastopol, lo que inmediatamente desplazó hacia la derecha a los representantes de los zemstvos . Miliukov tuvo que serenar al congreso con un discurso que decía en substancia que, a Dios gracias, la insurrección ya había sido aplastada. ¿Cómo hubieran podido llevar a cabo una acción revolucionaria común estos señores y los diputados obreros que saludaron a los insurrectos de Sebastopol? Uno de los dogmas, medio sincero, medio hipócrita, del liberalismo es la exigencia de que el ejército se mantenga al margen de la política. El consejo, por su parte, desplegó una intensa actividad para conducir al ejército a la política revolucionaria. ¿Sobre qué bases se podía haber llegado a una acción común en este terreno? ¿Qué hubieran podido aportar estos señores a la actividad del consejo excepto una oposición sistemática, debates inacabables y la desmoralización interna? ¿Qué hubieran podido aportarnos, aparte de advertencias y consejos como los que abundaban en la prensa liberal? Es muy posible que los cadetes y los octubristas tuvieran a su disposición la verdadera "razón de Estado", pero eso no implicaba que el consejo hubiera de transformarse en un club de debate político y educación mutua -era preciso que fuera un órgano de "lucha", y lo fue.

Mientras que, para el consejo, la huelga general era la única condición previa para la insurrección, donde los elementos no proletarios podían encontrar su sitio junto a los obreros, y mientras el consejo pedía a todos los grupos revolucionarios que prepararan con él la huelga directa e inmediatamente, el liberalismo burgués veía en la huelga política, de la que no podía formar parte activa, un método de lucha que había perdido toda eficacia y exigía la parte del león en la dirección de una lucha cuyo peso recaía exclusivamente sobre el proletariado.

¿Qué es lo que podían añadir a la potencia del consejo los representantes del liberalismo y la democracia burgueses? ¿Cómo hubieran podido enriquecer sus métodos de lucha? Basta con recordar el papel que jugaron en octubre, en noviembre, en diciembre, o con recordar la resistencia que opusieron estos elementos a la disolución de su duma, para comprender que el consejo podía y debía seguir siendo una organización de clase, es decir, una organización de lucha. Algunos diputados burgueses podían aumentar su importancia "numérica", pero eran absolutamente incapaces de incrementar su "potencia".

VI

La tarea central de la revolución es la lucha por el poder. Estas cincuentas jornadas y su sangrienta conclusión no sólo han mostrado que en Rusia las ciudades constituyen una base demasiado estrecha para esta lucha, sino que, en los límites de la revolución urbana, una organización local no puede asumir la dirección del proletariado. La batalla del proletariado en nombre de tareas "nacionales" exigía una "organización de clase de envergadura nacional". El consejo de Petersburgo era una organización local. Pero la necesidad de una organización central era tal que, de buen grado o no, tuvo que asumir las funciones. Desde esta perspectiva hizo todo lo que pudo, pero siguió siendo ante todo el consejo de diputados de "Petersburgo". Ya en la época del primer consejo se manifestó claramente la necesidad de un congreso obrero panruso, que inevitablemente habría supuesto la fundación de un órgano central. La derrota de diciembre impidió que esta tarea llegara a buen puerto. Quedó como un legado de estos cincuenta días. La idea del consejo echó raíces en la mente de los obreros, al igual que la necesidad previa de la irrupción revolucionaria de las masas. La experiencia demostró que el consejo no estaba adaptado ni era posible en todas las circunstancias. La organización del consejo significa objetivamente que surge la posibilidad de desorganizar al gobierno, significa la organización de la "anarquía", por lo tanto la condición necesaria para un conflicto revolucionario. Si un período de calma chicha en la revolución y triunfo desmesurado de la reacción excluye la posibilidad de un órgano de masas público, elegido, influyente, no cabe duda alguna que el próximo asalto de la revolución significará la constitución de consejos obreros por doquier. El consejo obrero panruso, organizado por la unión de todos los obreros del país, asumirá la dirección de las organizaciones locales elegidas por el proletariado. Claro que lo esencial no es el nombre ni los detalles de las organizaciones, sino su actividad: la dirección democrática y centralizada del proletariado en la lucha para poner el poder en manos del pueblo. La historia no se repite jamás, y el nuevo consejo no tendrá que pasar otra vez por los mismos acontecimientos de estos cincuenta días, sino que de este período podrá extraer un programa de acción completo. Y este programa está perfectamente claro: cooperación revolucionaria con el ejército, el campesinado y las capas populares de la población urbana.; abolición del absolutismo; destrucción de su organización material: en parte cambio radical, en parte disolución inmediata del ejército, disolución del aparato policial burocrático; jornada de ocho horas; armamento de la población, sobre todo del proletariado; transformación de los ayuntamientos en órganos de auto-administración de las ciudades; fundación de consejos de diputados campesinos como órganos de la revolución agraria; organización de elecciones a la Asamblea constituyente y campaña electoral en base a un programa determinado de trabajos de la representación popular.

Un plan de este tipo es más fácil de formular que de poner en práctica. Pero, si la revolución debe vencer, el proletariado ruso se verá obligado a seguir precisamente este programa. Desplegará una actividad revolucionaria como jamás ha visto el mundo. La historia de estos cincuenta días no será entonces más que una página menor en el gran libro de la lucha y victoria del proletariado.

Antonio Gramsci

EL MOVIMIENTO TURINES DE LOS CONSEJOS DE FABRICA

(Informe enviado al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista en julio de 1920.)

[Julio de 1920, 14-III-1921; L.0.N.; 176-186]

El entusiasmo por los Consejos.

La propaganda por los Consejos de fábrica fue acogida con entusiasmo por las masas; en el curso de medio año se constituyeron Consejos en todas las fábricas y todos los talleres metalúrgicos; los comunistas conquistaron la mayoría en el sindicato metalúrgico; el principio de los Consejos de fábrica y del control de la producción se aprobó y aceptó por la mayoría del Congreso y por la mayor parte de los sindicatos pertenecientes a la Cámara del Trabajo.

La organización de los Consejos de fábrica se basa en los siguientes principios: en cada fábrica, en cada taller, se constituye un organismo sobre la base de la representación (y no sobre la base del antiguo sistema burocrático), el cual realiza la fuerza del proletariado, lucha contra el orden capitalista o ejerce el control de la producción, educando a toda la masa obrera para la lucha revolucionaria y para la creación del Estado obrero. El Consejo de fábrica tiene que constituirse según el principio de la organización por industria; tiene que representar para la clase obrera el modelo de la sociedad comunista, a la cual se llegará por la dictadura del proletariado; en esa sociedad no habrá ya división en clases, todas las relaciones humanas estarán reguladas según las exigencias técnicas de la producción y de la organización correspondiente y no estarán subordinadas a un poder estatal organizado. La clase obrera tiene que comprender toda la hermosura y nobleza del ideal por el cual lucha y se sacrifica; tiene que darse cuenta de que para llegar a ese ideal hay que pasar por algunas etapas; debe reconocer la necesidad de la disciplina revolucionaria y de la dictadura.

Cada empresa se subdivide en secciones y cada sección en equipos de oficio: cada equipo realiza una parte determinada del trabajo; los obreros de cada equipo eligen un obrero con mandato imperativo y condicionado. La asamblea de los delegados de toda la empresa forma un Consejo que elige de su seno un comité ejecutivo. La asamblea de los secretarios políticos de los comités ejecutivos forma el comité central de los Consejos, el cual elige, a su vez, de su seno, un comité urbano de estudio [21] para la organización de la propaganda, la elaboración de los planes de trabajo, la aprobación de los proyectos y de las propuestas de las varias empresas y hasta de los obreros individuales, y, por último, para la dirección de todo el movimiento.

Consejos y comisiones internas durante las huelgas.

Algunas tareas de los Consejos de fábrica tienen un carácter estrictamente técnico y hasta industrial, como, por ejemplo, el control del personal técnico, el despido de empleados que se muestren enemigos de la clase obrera, la lucha con la dirección por la conquista de derechos y libertades, el control de la producción de la empresa y de las operaciones financieras.

Los Consejos de fábrica arraigaron pronto. Las masas acogieron gustosas esta forma de organización comunista, se reunieron en torno de los comités ejecutivos y apoyaron enérgicamente la lucha contra la autocracia capitalista. Aunque ni los industriales ni la burocracia sindical quisieron reconocer a los Consejos y sus comités, éstos consiguieron éxitos notables: echaron a los agentes y espías de los capitalistas, establecieron relaciones con los empleados y con los técnicos para obtener información financiera e industrial; por lo que hace a los asuntos de la empresa, concentraron en sus manos el poder disciplinario y mostraron a las masas desunidas y disgregadas lo que significa la gestión directa de los obreros en la industria.

La actividad de los Consejos y de las comisiones internas se manifestó más claramente durante las huelgas; estas huelgas perdieron su carácter impulsivo, fortuito, y se convirtieron en expresión de la actividad consciente de las masas revolucionarias. La organización técnica de los Consejos y de las comisiones internas, su capacidad de acción, se perfeccionó tanto que fue posible obtener en cinco minutos la suspensión del trabajo de 16.000 obreros dispersos por 42 secciones de la Fiat. El 3 de diciembre de 1919, los Consejos de fábrica dieron una prueba tangible de su capacidad de dirigir movimientos de masa de gran estilo; por orden de la sección socialista, que concentraba en sus manos todo el mecanismo del movimiento de masas, los Consejos de fábrica movilizaron sin preparación alguna, en el curso de una hora, 120.000 obreros organizados por empresas. Una hora después, el ejército proletario se precipitaba como una avalancha hasta el centro de la ciudad y barría de calles y plazas a toda la canalla nacionalista y militarista.

La lucha contra los Consejos.

En cabeza del movimiento para la constitución de los Consejos de fábrica se encontraron los comunistas de la sección socialista y de las organizaciones sindicales; también colaboraron los anarquistas, que intentaron contraponer su fraseología ampulosa al lenguaje claro y preciso de los comunistas marxistas.

Pero el movimiento chocó con la encarnizada resistencia de los funcionarios sindicales, de la dirección del Partido Socialista y del Avanti! La polémica de esa gente se basaba en la diferencia entre el concepto de Consejo de fábrica y el de Sóviet. Sus conclusiones tuvieron un carácter puramente teórico, abstracto, burocrático. Detrás de sus frases altisonantes se escondía el deseo de evitar la participación directa de las masas en la lucha revolucionaria, el deseo de conservar la tutela de las organizaciones sindicales sobre las masas. Los componentes de la dirección del partido se negaron siempre a tomar la iniciativa de una acción revolucionaria mientras no existiera un plan de acción coordinado, pero no hicieron nunca nada por preparar y elaborar ese plan.

El movimiento turinés no consiguió rebasar el ámbito local; porque todo el mecanismo burocrático de los sindicatos se puso en movimiento para impedir que las masas obreras de las demás partes de Italia siguieran el ejemplo de Turín. El movimiento turinés fue objeto de burlas, escarnecido, calumniado y criticado de todas las maneras posibles.

Las ásperas críticas de los organismos sindicales y de la dirección del Partido Socialista animaron nuevamente a los capitalistas, los cuales no tuvieron ya freno alguno en su lucha contra el proletariado turinés y contra los Consejos de fábrica. La conferencia de los industriales celebrada en marzo de 1920 en Milán elaboró un plan de ataque; pero los "tutores de la clase obrera", las organizaciones económicas y políticas, no se preocuparon por ello. Por todos abandonado, el proletariado turinés se vio obligado a enfrentarse él solo, con sus solas fuerzas, con el capitalismo de toda la nación y con el poder del Estado. Turín fue inundado por un ejército de policías; alrededor de la ciudad se emplazaron cañones y ametralladoras en los puntos estratégicos. Y una vez dispuesto todo ese aparato militar, los capitalistas empezaron a provocar al proletariado. Es verdad que ante esas gravísimas condiciones de lucha el proletariado vaciló antes de aceptar el reto; pero cuando se vio que el choque era inevitable, la clase obrera salió valerosamente de sus posiciones de reserva y quiso reanudar la lucha hasta un final victorioso.

El Consejo socialista nacional de Milán.

Los metalúrgicos estuvieron en huelga un mes entero, y las demás categorías diez días; la industria se detuvo en toda la provincia y se paralizaron las comunicaciones. Pero el proletariado turinés quedó aislado del resto de Italia; los órganos centrales no hicieron nada por ayudarle; no publicaron siquiera un manifiesto para explicar al pueblo italiano la importancia de la lucha de los trabajadores turineses: el Avanti! se negó incluso a publicar el manifiesto de la sección turinesa del partido. Los camaradas turineses recibieron de todas partes los epítetos de anarquistas y aventureros. En aquella época tenía que celebrarse en Turín el Consejo Nacional del Partido; pero la reunión se trasladó a Milán, porque una ciudad "presa de una huelga general" pareció poco adecuada como teatro de discusiones socialistas.

En esa ocasión se manifestó toda la impotencia de los hombres puestos a dirigir el partido; mientras la masa obrera defendía valerosamente en Turín los Consejos de fábrica, la primera organización basada en la democracia obrera, encarnación del poder proletario, en Milán charlaban de proyectos y métodos teóricos para la formación de los Consejos como forma de poder político que el proletariado habría de conquistar; se discutía sobre la manera de organizar conquistas que no se habían conseguido y se abandonaba al proletariado turinés a su destino, se dejaba a la burguesía la posibilidad de destruir el poder obrero ya conquistado.

Las masas proletarias italianas manifestaron su solidaridad con los compañeros turineses de varios modos: los ferroviarios de Pisa, Livorno y Florencia se negaron a transportar las tropas destinadas a Turín; los trabajadores portuarios y los marineros de Livorno y Génova sabotearon el movimiento en los puertos; el proletariado de muchas ciudades se lanzó a la huelga a pesar de las órdenes de los sindicatos en contra de ella.

La huelga general de Turín y del Piamonte chocó con el sabotaje y la resistencia de las organizaciones sindicales y del partido mismo. Pero tuvo una gran importancia educativa, porque demostró que es posible la unión práctica de los obreros y los campesinos, y volvió a probar la urgente necesidad de luchar contra todo el mecanismo burocrático de las organizaciones sindicales, que son el apoyo más sólido de la obra oportunista de los parlamentarios y de los reformistas, tendiente a sofocar todo movimiento revolucionario de las masas trabajadoras.


Antonio Gramsci

EL PROGRAMA DE L’ORDINE NUOVO

[14 y 28-VIII-1920; L.O.N.: 146-154]

Cuando, en el mes de abril de 1919, tres, cuatro o cinco personas (de cuyas deliberaciones y discusiones aún deben de existir, puesto que se redactaron y escribieron en limpio, las actas, sí, señores míos, nada menos que actas... ¡para la historia!) decidimos empezar la publicación de esta revista L’Ordine Nuovo, ninguno de nosotros (o tal vez ninguno...) pensaba en cambiar la faz del mundo, renovar los cerebros y los corazones de las muchedumbres humanas, abrir un nuevo ciclo de la historia. Ninguno de nosotros (o tal vez ninguno, porque alguno hablaba fantasiosamente de tener 6.000 suscriptores en pocos meses) acariciaba ilusiones rosadas acerca del buen éxito de la empresa. ¿Quiénes éramos? ¿Qué representábamos? ¿De qué nuevo verbo éramos portadores? ¡Ay! El único sentimiento que nos unía en aquellas reuniones era el provocado por una vaga pasión por una vaga cultura proletaria: queríamos hacer algo, algo, algo; nos sentíamos angustiados, sin orientación, sumidos en la ardiente vida de aquellos meses posteriores al armisticio, cuando parecía inminente el cataclismo de la sociedad italiana. ¡Ay! La única palabra nueva que realmente se pronunció en aquellas reuniones quedó sofocada. La dijo uno que era un técnico: "Hay que estudiar la organización de la fábrica como instrumento de producción; debemos dedicar toda la atención a los sistemas capitalistas de producción y de organización y debemos trabajar para que la atención de la clase obrera y la del partido se dirijan a ese objeto". Otro, que se preocupaba por la organización de los hombres, por la historia de los hombres y por la sicología de la clase obrera, dijo también: "Hay que estudiar lo que ocurre en el seno de las masas obreras. ¿Hay en Italia, como institución de la clase obrera, algo que pueda compararse con el Sóviet, que tenga algo de su naturaleza? ¿Algo que nos autorice a afirmar: el Sóviet es una forma universal, no es una institución rusa, exclusivamente rusa; el Sóviet es la forma en la cual, en cualquier lugar en que haya proletarios en lucha por conquistar la autonomía industrial, la clase obrera manifiesta esa voluntad de emanciparse; el Sóviet es la forma de autogobierno de las masas obreras; existe un germen, una veleidad, una tímida incoación de gobierno de los Sóviets en Italia, en Turín?" Este otro, impresionado por una pregunta que le había dirigido a quemarropa un camarada polaco --"¿Por qué no se ha celebrado nunca en Italia un congreso de las comisiones internas de fábrica?"--, respondía en aquellas reuniones y a sus propias preguntas: "Sí, existe en Italia, en Turín, un germen de gobierno obrero, un germen de Sóviet; es la comisión interna; estudiemos esta institución obrera, hagamos una encuesta, estudiemos también la fábrica capitalista, pero no como organización de la producción material, porque para eso necesitaríamos una cultura especializada que no tenemos; estudiemos la fábrica capitalista como forma necesaria de la clase obrera, como organismo político, como "territorio nacional del autogobierno obrero". Esta era la palabra nueva; y fue precisamente rechazada por el camarada Tasca.

¿Qué quería decir el camarada Tasca? Quería que no se empezara ninguna propaganda directamente entre las masas obreras, quería un acuerdo con los secretarios de las federaciones y de los sindicatos, quería que se promoviera una asamblea con esos secretarios y se construyera un plan de acción oficial; de este modo el grupo de L’Ordine Nuovo habría quedado reducido a la dimensión de una irresponsable camarilla de presuntuosas pulgas labradoras [25]. ¿Cuál fue, pues, el programa real de los primeros números de L’Ordine Nuovo? Ninguna idea central, ninguna organización íntima del material literario publicado. ¿Qué entendía el camarada Tasca por "cultura", quiero decir, qué entendía concretamente, no abstractamente? He aquí lo que entendía por "cultura" el camarada Tasca: quería "recordar", no "pensar", y quería "recordar" cosas muertas, cosas desgastadas, la pacotilla del pensamiento obrero; quería dar a conocer a la clase obrera, "recordar" a la buena clase obrera italiana, que es tan atrasada, tan ruda e inculta, recordarle que Louis Blanc ha tenido ideas acerca de la organización del trabajo y que esas ideas han producido experiencias reales; "recordar" que Eugenio Fourniére ha redactado un cuidado ejercicio escolar para servir bien calentito (o completamente frío) un esquema de Estado socialista; "recordar" con el espíritu de Michelet (o con el bueno de Luigi Molinari) la Comuna de París, sin oler siquiera que los comunistas rusos, siguiendo las indicaciones de Marx, enlazan el Sóviet, el sistema de los Sóviets, con la Comuna de París, sin oler siquiera que las observaciones de Marx acerca del carácter "industrial" de la Comuna han servido a los comunistas rusos para comprender el Sóviet, para elaborar la idea del Sóviet, para trazar la línea de acción de su partido, una vez llegado a partido de gobierno. ¿Qué fue L’Ordine Nuovo durante sus primeros números? Fue una antología y nada más que una antología; una revista que igual habría podido nacer en Nápoles, Caltanisetta o Brindisi: una revista de cultura abstracta, de información abstracta, con cierta tendencia a publicar cuentecillos horripilantes y xilografías bienintencionadas; eso fue L’Ordine Nuovo durante sus primeros números: un desorganismo, el producto de un intelectualismo mediocre que buscaba a fuerza de traspiés un puerto ideal y una vía de acción. Eso era L’Ordine Nuovo tal como se botó al agua a raíz de las reuniones que celebramos en abril de 1919, reuniones oportunamente registradas en acta y en las cuales el camarada Tasca rechazó, por no ser conformes a las buenas tradiciones de la morigerada y pacífica familia socialista italiana, la propuesta de consagrar nuestras energías a "descubrir" una tradición soviética en la clase obrera italiana, a sacar a la luz el filón del real espíritu revolucionario italiano; real porque era coincidente con el espíritu universal de la Internacional obrera, porque era producido por una situación histórica real, porque era resultado de una elaboración de la clase obrera misma.

[25] Por ‘pulgas labradoras’ (expresión construida según el dicho del refranero: "aramos, dijo la pulga, e iba encima del asno") se traduce la frecuente frase gramsciana ‘mosche cocchiere’, literalmente ‘moscas cocheras’, presumiblemente inspirada en alguna tradición del tipo de la recogida en el refrán castellano, y acaso precisamente en la fábula de La Fontaine que habla de una mosca cochera ("Le Coche et la Mouche", Fables, livre VII, n° IX).

Togliatti y yo urdimos entonces un golpe de estado de redacción: el problema de las comisiones internas se planteó explícitamente en el número siete de la revista. Una tarde, pocos días antes de escribir el articulo; expuse al camarada Terracini la línea del mismo, y Terracini expresó su pleno acuerdo con la teoría y con la práctica resultante; el artículo, con el acuerdo de Terracini y con la colaboración de Togliatti, se publicó; y entonces ocurrió todo lo que habíamos previsto: Togliatti, Terracini y yo fuimos invitados a celebrar conversaciones en los círculos educativos, en las asamblea de fábrica, fuimos invitados por las comisiones internas a discutir en reducidas comisiones de fiduciarios y administradores de las comisiones. Seguimos adelante; el problema del desarrollo de la comisión interna se convirtió en central, se convirtió en la idea de L’Ordine Nuovo; se presentaba como problema fundamental de la revolución obrera, era el problema de la "libertad" proletaria. L’Ordine Nuovo se convirtió, para nosotros y para cuantos nos seguían, en "el periódico de los Consejos de fábrica"; los obreros quisieron a L’Ordine Nuovo (podemos afirmarlo con íntima satisfacción). ¿Por qué gustaron los obreros de L’Ordine Nuovo? Porque en los artículos del periódico encontraban una parte de sí mismos, su parte mejor; porque notaban que los artículos de L’Ordine Nuovo no eran frías arquitecturas intelectuales, sino que brotaban de nuestra discusión con los mejores obreros, elaboraban sentimientos, voluntades, pasiones reales de la clase obrera turinesa que habían sido exploradas y provocadas por nosotros, porque los artículos de L’Ordine Nuovo eran casi el "acta" de los acontecimientos reales vistos como momentos de un proceso de íntima liberación y expresión de la clase obrera. Por eso los obreros quisieron a L’Ordine Nuovo, y así se formó la idea de L’Ordine’Nuovo. El camarada Tasca no colaboró en esa formación, en esa elaboración; L’Ordine Nuovo desarrolló su idea sin su voluntad y al margen de su "aportación" a la revolución. Y en eso veo la explicación de su actual actitud y el "tono" de su polémica; Tasca no ha trabajado esforzadamente para llegar a "su concepción", y no me asombra que esa concepción haya nacido tan torpemente, porque no la ama, ni que trate el tema con tanta grosería, ni que se haya puesto a actuar con tanta desconsideración y tanta falta de disciplina interior para volver a darle el carácter oficial que había sostenido y puesto en acta el año anterior.

II

En el número anterior he intentado determinar el origen de la posición mental del camarada Tasca respecto del programa de L’Ordine Nuovo, programa que había ido organizándose, de acuerdo con la real experiencia que teníamos de las necesidades espirituales y prácticas de la clase obrera, en torno al problema central de los Consejos de fábrica. Como el camarada Tasca no participaba de esa experiencia, y como era incluso hostil a que se realizara, el problema de los Consejos de fábrica se le escapó completamente en sus reales términos históricos y en el desarrollo orgánico que, aun con algunas vacilaciones y errores comprensibles, había ido cobrando en el estudio que desarrollamos Togliatti, yo mismo y algunos otros camaradas que quisieron ayudarnos; para Tasca el problema de los Consejos de fábrica fue problema solo en su aspecto aritmético: fue el problema de cómo organizar inmediatamente toda la clase de los obreros y los campesinos italianos. En una de sus notas polémicas, Tasca dice que sitúa en un mismo plano el Partido Comunista, el sindicato y el Consejo de fábrica; en otra muestra no haber comprendido el significado del atributo "voluntario" que L’Ordine Nuovo aplica a las organizaciones de partido y de sindicato, pero no al Consejo de fábrica, entendido como forma de asociación "histórica", de un tipo que hoy solo puede compararse con el del Estado burgués. Según la concepción desarrollada por L’Ordine Nuovo --la cual, precisamente para ser una concepción, se organizaba en torno a una idea, la idea de libertad (y concretamente, en el plano de la creación histórica actual, en torno a la hipótesis de una acción autónoma revolucionaria de la clase obrera)--, el Consejo de fábrica es una institución de carácter "publico", mientras que el partido y el sindicato son asociaciones de carácter "privado". En el Consejo de fábrica el obrero interviene como productor, a consecuencia de su carácter universal, a consecuencia de su posición y de su función en la sociedad, del mismo modo que el ciudadano interviene en el Estado democrático parlamentario. En cambio, en el partido y en el sindicato el obrero está "voluntariamente", firmando un compromiso escrito, firmando un "contrato" que puede romper en cualquier momento: por ese carácter de "voluntariedad", por ese carácter "contractual", el partido y el sindicato no pueden confundirse en modo alguno con el Consejo, institución representativa que no se desarrolla aritméticamente, sino morfológicamente, y que en sus formas superiores tiende a dar el perfil proletario del aparato de producción y cambio creado por el capitalismo con fines de beneficio. El desarrollo de las formas superiores de la organización de los Consejos no se formulaba, por eso mismo, en L’Ordine Nuovo con la terminología política propia de las sociedades divididas en clases, sino con alusiones a la organización industrial. Según la interpretación desarrollada por L’Ordine Nuovo, el sistema de los Consejos no puede expresarse con la palabra "federación" ni con otras de significación análoga, sino que sólo puede representarse trasladando a un centro industrial entero el complejo de relaciones industriales que vincula en una fábrica un equipo de obreros con otros, una sección con otra. El ejemplo de Turín era para nosotros un ejemplo plástico, y por eso se dijo en un artículo que Turín era el taller histórico de la revolución comunista italiana. En una fábrica, los obreros son productores en cuanto colaboran ordenados de un modo exactamente determinado por la técnica industrial, el cual es (en cierto sentido) independiente del modo de apropiación de valores producidos. Todos los obreros de una fábrica de automóviles, sean metalúrgicos, albañiles, electricistas, carpinteros, etc., asumen el carácter y la función de productores en cuanto son igualmente necesarios e indispensables para la fabricación del automóvil, en cuanto que, ordenados industrialmente, constituyen un organismo históricamente necesario y absolutamente indesmembrable. Turín se ha desarrollado históricamente como ciudad de un modo que puede resumirse así: por trasladarse la capitalidad a Florencia y luego a Roma y por el hecho de que el Estado italiano se ha constituido inicialmente como dilatación del Estado piamontés, Turín se ha quedado sin la clase pequeño-burguesa cuyos elementos dieron el personal del nuevo aparato italiano. Pero el traslado de la capitalidad y ese empobrecimiento repentino de un elemento característico de las ciudades modernas no determinaron la decadencia de la ciudad; ésta, por el contrario, empezó a desarrollarse nuevamente, y el nuevo desarrollo ocurrió orgánicamente a medida que crecía la industria mecánica, el sistema de fábricas de la Fiat. Turín había dado al nuevo Estado su clase de intelectuales pequeño-burgueses; el desarrollo de la economía capitalista, arruinando la pequeña industria y la artesanía de la nación italiana, hizo afluir a Turín una compacta masa proletaria que dio a la ciudad su figura actual, tal vez una de las más originales de toda Europa. La ciudad tomó y mantiene una configuración concentrada y organizada naturalmente alrededor de una industria que "gobierna" todo el movimiento urbano y regula sus salidas: Turín es la ciudad del automóvil, del mismo modo que la región de Vercelli es el organismo económico caracterizado por el arroz, el Cáucaso por el petróleo, Gales del Sur por el carbón, etc. E igual que en una fábrica los obreros cobran figura ordenándose para la producción de un determinado objeto que unifica y organiza a trabajadores del metal y de la madera, albañiles, electricistas, etc., así también en la ciudad la clase proletaria recibe su figura por obra de la industria predominante, la cual ordena y gobierna por su existencia todo el complejo urbano. Y así también, a escala nacional, un pueblo toma figura por obra de su exportación, de la aportación real que da a la vida económica del mundo.

El camarada Tasca, lector muy poco atento de L’Ordine Nuovo, no ha captado nada de ese desarrollo teórico, el cual, por lo demás, no era más que una traducción, para la realidad histórica italiana, de las concepciones del camarada Lenin expuestas en algunos escritos que ha publicado L’Ordine Nuovo mismo, y de las concepciones del teórico americano de la asociación sindicalista revolucionaria de los I[ndustrial] W[orkers of the] W[orld], el marxista Daniel De Leon. En efecto: llegado a cierto punto, el camarada Tasca interpreta en un sentido meramente "comercial" y contable la representación de los complejos económicos de producción que se expresa con las palabras "arroz", "madera", "azufre", etc.; en otra ocasión se pregunta qué relaciones ha de haber entre los Consejos; en otro ve en la concepción proudhoniana del taller destructor del gobierno el origen de la idea desarrollada en L’Ordine Nuovo, pese a que en el mismo número del 5 de junio en el que se imprimieron el articulo El Consejo de fábrica y el comentario al congreso sindical, se reprodujo también un extracto del escrito sobre la Comuna de París, en el cual Marx alude explícitamente al carácter industrial de la sociedad comunista de los productores. En esa obra de Marx han encontrado De Leon y Lenin los motivos fundamentales de sus concepciones, y sobre esos elementos se hablan preparado y elaborado los artículos de L’Ordine Nuovo que el camarada Tasca, repitámoslo, ha mostrado leer muy superficialmente, precisamente por lo que hace al número en el que se originó la polémica, y sin ninguna comprensión de la sustancia ideal e histórica.

No quiero repetir para los lectores de esta polémica todos los argumentos ya desarrollados para exponer la idea de la libertad obrera que se realiza inicialmente en el Consejo de fábrica. He querido aludir sólo a algunos motivos fundamentales para demostrar como ha ignorado el camarada Tasca el proceso íntimo de desarrollo del programa de L’Ordine Nuovo. En un apéndice que seguirá a estos dos breves artículos analizaré algunos puntos de la exposición de Tasca, porque me parece oportuno aclararlos y demostrar su inconsistencia. Pero hay que aclarar enseguida un punto: a propósito del capital financiero, Tasca escribe que el capital "alza el vuelo", se separa de la producción y planea. etc. Toda esa confusión de alzar el vuelo y planear como... papel moneda no tiene relación alguna con el desarrollo de la teoría de los Consejos de fábrica; lo que nosotros hemos observado es que la persona del capitalista se ha separado del mundo de la producción, no el capital, aunque éste sea financiero; hemos observado que la fábrica ha dejado de estar gobernada por la persona del propietario, para serlo por el banco a través de una burocracia industrial que tiende a desinteresarse de la producción del mismo modo que el funcionario estatal se desinteresa de la administración pública. Ese punto de partida nos sirvió para un análisis histórico de las nuevas relaciones jerárquicas que han ido estableciéndose en la fábrica, y para afirmar el cumplimiento de una de las condiciones históricas más importantes de la autonomía industrial de la clase obrera, cuya organización de fábrica tiende a hacerse con el poder de iniciativa en la producción. Lo del "volar" y "planear" es una fantasía bastante desgraciada del camarada Tasca, el cual, aunque se refiere a una reseña suya del libro de Arturo Labriola sobre el Capitalismo, publicada por el Corriere Universitario, con lo que intenta demostrar que se ha "ocupado" de la cuestión del capital financiero (y obsérvese que Labriola sostiene precisamente una tesis contraria a la de Hilferding, que ha sido al final la de los bolcheviques), muestra, en cambio, en los hechos que no ha comprendido absolutamente nada y que ha levantado un frágil castillo de cartas sobre un cimiento hecho de vagas reminiscencias y palabras vacías.

La polémica ha servido para demostrar que las criticas que dirigí al informe Tasca están muy fundadas: Tasca tenía una formación muy superficial sobre el problema de los Consejos y una invencible manía de formular "su" concepción, de iniciar "su" acción, de abrir una Era nueva para el movimiento sindical

El comentario al Congreso sindical y al hecho de la intervención del camarada Tasca para conseguir la aprobación de una moción de carácter ejecutivo se debió a la voluntad de mantener íntegramente el programa de la revista. Los Consejos de fábrica tienen su ley en sí mismos, no pueden ni deben aceptar la legislación de los órganos sindicales, a los que precisamente tienen que renovar de modo fundamental, como finalidad inmediata. Del mismo modo, el movimiento de los Consejos de fábrica quiere que las representaciones obreras sean emanación directa de las masas y estén vinculadas a éstas por un mandato imperativo. La intervención del camarada Tasca como ponente en un congreso obrero, sin mandato de nadie, acerca de un problema que interesa a toda la masa obrera y cuya solución imperativa habría debido obligar a la masa misma, era algo tan contrario a la orientación ideal de L’Ordine Nuovo que la áspera forma de nuestro comentario estaba perfectamente justificada y era una obligación absoluta.


Antonio Gramsci

A LOS COMISARIOS DE SECCION DE LOS TALLERES FIAT-CENTRO Y PATENTES

[13-1X-1919; L.0.N.; 31-34]

¡Camaradas!

La nueva forma que ha tomado la comisión interna en vuestra fábrica con el nombramiento de los comisarios de sección y las discusiones que han precedido y acompañado esa transformación no han pasado inadvertidas por el campo obrero y patronal de Turín Por una parte, se disponen a imitaros los obreros de otros establecimientos de la ciudad y de la provincia; por otra, los propietarios y sus agentes directos, los organizadores de las grandes empresas industriales, contemplan este movimiento con creciente interés, y se preguntan y os preguntan cuál será el objetivo al que tiende, cuál el programa que se propone realizar la clase obrera turinesa.

Sabemos que nuestro periódico ha contribuido no poco a determinar ese movimiento. La cuestión se ha examinado en el periódico desde un punto de vista teórico y general, pero, además, se han recogido y expuesto en él los resultados de las experiencias de otros países, para suministrar los elementos del estudio de las aplicaciones prácticas. Pero sabemos que nuestro trabajo ha tenido valor sólo en la medida en que ha satisfecho una necesidad, ha favorecido la concreción de una aspiración que estaba latente en la conciencia de las masas trabajadoras. Por eso nos hemos entendido tan de prisa, por eso se ha podido pasar tan seguramente de la discusión a la realización.

La necesidad, la aspiración de la cual nace el movimiento renovador de la organización obrera que habéis comenzado, está, según creemos, en las cosas mismas, es una consecuencia directa del punto al que ha llegado en su desarrollo el organismo social y económico basado en la apropiación privada de los medios de cambio y producción. Hoy día, el obrero de fábrica y el campesino en el campo, el minero inglés y el mujik ruso, todos los trabajadores del mundo entero, intuyen con mayor o menor seguridad, sienten de modo más o menos directo la verdad que habían previsto hombres de estudio, de la cual se cercioran cada vez más a medida que observan los acontecimientos de este período de la historia de la humanidad: hemos llegado al punto en el cual la clase obrera, si no quiere quedarse por debajo de la tarea de reconstrucción que está apuntada en sus hechos y en su voluntad, tiene que empezar a ordenarse de un modo positivo y adecuado a la finalidad que hay que conseguir.

Y si es verdad que la nueva sociedad se basará en el trabajo y en la coordinación de las energías de los productores, entonces los lugares en los que se trabaja, en los que los productores viven y obran en común, serán mañana los centros del organismo social y tendrán que ocupar la posición de las entidades directivas de la sociedad de hoy. Así como en los primeros tiempos de la lucha obrera la organización por oficios era la que más se prestaba a las finalidades defensivas, a las necesidades de las batallas por la mejora económica y disciplinaria inmediata, así hoy, cuando empiezan a dibujarse y cobran cada vez mayor consistencia en la mente de los obreros los objetivos de reconstrucción, es necesario que surja, junto a la primera y en sostén de ella, una organización por fábricas, verdadera escuela de la capacidad reconstructiva de los trabajadores.

La masa obrera tiene que prepararse efectivamente para conseguir el pleno dominio de sí misma, y el primer paso por ese camino consiste en disciplinarse lo más sólidamente en la fábrica, de modo autónomo, espontáneo y libre. No puede negarse tampoco que la disciplina que se instaurará con el nuevo sistema llevará a una mejora de la producción; pero eso no es sino la verificación de una de las tesis del socialismo: cuanto más conciencia de sí mismas toman las fuerzas productivas humanas, emancipándose de la esclavitud a la que el capitalismo querría verlas eternamente condenadas, cuanto más se liberan y se organizan libremente, tanto mejor tiende a ser el modo de su utilización: el hombre trabajará siempre mejor que el esclavo. Y a los que objetan que de este modo se acaba por colaborar con nuestros adversarios, con los propietarios de las industrias, contestamos que ése es, por el contrario, el único modo de hacerles sentir concretamente que el final de su dominio está cercano, porque la clase obrera concibe ya la posibilidad de decidir por sí misma [16 ‘fare da sé': retorsión de la exclamación nacionalista I'Italia fará da sé!], y decidir bien; aun más: la clase obrera cobra de día en día la certeza, cada vez más clara, de ser la única capaz de salvar al mundo entero de la ruina y la desolación. Por eso toda acción que emprendáis, toda batalla que se libre bajo vuestra guía, estará iluminada por la luz del objetivo último que está en los ánimos y en las intenciones de todos vosotros.

Por eso tendrán también un grandísimo valor los actos de importancia aparentemente pequeña en los que se manifieste el mandato que habéis recibido. Elegidos por grupos obreros en los cuales son todavía numerosos los elementos desorganizados, vuestra primera preocupación será, sin duda, la de hacer que entren en las filas de la organización; obra, por otra parte, que os será facilitada por el hecho de que ellos encontrarán en vosotros hombres siempre dispuestos a defenderlos, a guiarlos y a prepararlos para la vida de la fábrica. Vosotros les mostraréis con vuestro ejemplo que la fuerza del obrero está toda ella en la unión y en la solidaridad con sus compañeros.

También os corresponde velar porque se respeten en las secciones las reglas de trabajo fijadas por los sindicatos de oficio y aceptadas en los convenios, pues en este campo la más pequeña derogación de los principios establecidos puede a veces constituir una ofensa grave a los derechos y a la personalidad del obrero, cuyos defensores y custodios rígidos y tenaces seréis. Y como viviréis vosotros mismos constantemente entre los obreros y en el trabajo, podréis conocer las modificaciones que vaya siendo necesario introducir en los reglamentos, modificaciones impuestas por el progreso técnico de la producción y por la conciencia y la capacidad progresivas de los mismos trabajadores. De este modo irá constituyéndose una moral de fábrica, primer germen de la verdadera y efectiva legislación del trabajo, o sea, de las leyes que los productores elaborarán y se darán a sí mismos. Estamos seguros de que no se os esconde la importancia de este hecho, que es evidente para todos los obreros que han comprendido, con rapidez y entusiasmo, el valor y la significación de la obra que os proponéis hacer: empieza la intervención activa de las fuerzas mismas del trabajo en el campo técnico y en el de la disciplina.

En el campo técnico podréis, por una parte, realizar un utilísimo trabajo de información, recogiendo datos y materiales preciosos para los sindicatos de oficio igual que para las entidades centrales y directivas de las nuevas organizaciones de fábrica. Curaréis, además, de que los obreros de la sección consigan capacidad creciente, y eliminaréis los mezquinos sentimientos de envidia profesional que todavía los tienen divididos y discordes; los acostumbraréis así para el día en el cual, sin tener ya que trabajar para los patronos, sino para ellos mismos, necesiten estar unidos y solidarios para aumentar la fuerza del gran ejército proletario del que son las células primeras. ¿Por qué no habríais de poder suscitar en la misma fábrica adecuadas secciones de instrucción, verdaderas escuelas profesionales en las que cada obrero, irguiéndose del cansancio que embrutece, pueda abrir la mente al conocimiento de los procesos de producción y mejorarse a sí mismo?

Es cierto que para hacer todo eso hará falta disciplina, pero la disciplina que pediréis a la masa obrera será muy distinta de la que el patrono imponía y pretendía basado en el derecho de propiedad que constituye en sí mismo una posición de privilegio. Vosotros os basaréis en otro derecho: el del trabajo que, después de haber sido durante siglos instrumento en manos de sus explotadores, hoy quiere redimiese, dirigirse a sí mismo. Vuestro poder, opuesto al de los patronos y sus oficiales, representará frente a las fuerzas del pasado las fuerzas libres del porvenir, que esperan su hora y la preparan, sabiendo que será la hora de la redención de toda esclavitud.

Y así los órganos centrales que surjan para cada grupo de secciones, para cada grupo de fábricas, para cada ciudad, para cada región, hasta un supremo Consejo Obrero Nacional, seguirán organizándose, intensificando la obra de control, de preparación y de ordenación de la clase entera para fines de conquista y de gobierno.

Sabemos que el camino no será breve ni fácil: surgirán muchas dificultades y se os opondrán, y para superarlas hará falta poner a contribución mucha habilidad, tal vez también apelar a la fuerza de la clase organizada, y habrá que estar siempre animados y empujados a la acción por una gran fe; pero lo que más importa, camaradas, es que los obreros, bajo vuestra guía y la de los que os imiten, consigan la certeza viva de caminar ya, seguros de la meta, por el gran camino del porvenir


Antón Pannekoek

.Los Consejos de Fabrica

“3. La organización de las fábricas

La idea de la propiedad común de los medios de producción está entonces comenzando a penetrar en el espíritu de los trabajadores. Una vez que perciban que el nuevo orden, su propio dominio sobre el trabajo, es una cuestión de necesidad y de justicia, todos sus pensamientos y todas sus acciones se consagrarán a su realización. Saben que no se lo puede lograr enseguida; será inevitable pasar por un largo período de lucha. Para quebrar la empecinada resistencia de las clases dominantes los trabajadores tendrán que aplicar sus máximas fuerzas. Deben desarrollar todos los poderes de espíritu y carácter, de organización y conocimiento, que sean capaces de reunir, y ante todo deben tener en claro ellos mismos cuál es el fin que persiguen y qué significa este nuevo orden.

El hombre, cuando tiene que hacer un trabajo, primero lo concibe en su mente como un plan, como un designio más o menos consciente. Esto distingue las acciones del hombre de las acciones instintivas de los animales. Esto también vale en principio, respecto de las luchas comunes, de las acciones revolucionarias de las clases sociales. No enteramente, sin duda; hay una gran cantidad de impulsos espontáneos no premeditados en sus estallidos de apasionada revuelta. Los trabajadores en lucha no son un ejército conducido según un plan netamente concebido de acción por un equipo de líderes capaces. Son una masa de personas que surgen gradualmente de la sumisión y de la ignorancia y llegan poco a poco a cobrar conciencia de su explotación, impulsados una y otra vez a luchar en pos de mejores condiciones de vida, y que desarrollan gradualmente su capacidad. Surgen en sus corazones nuevos sentimientos, nuevos pensamientos en su cabeza acerca de la manera en que podría y debería estructurarse el mundo. Nuevos deseos, nuevos ideales, nuevos propósitos llenan su mente y dirigen su voluntad y acción. Sus propósitos toman gradualmente una forma más concisa. Al comienzo sólo se trata de la simple lucha por mejores condiciones de trabajo, pero luego los propósitos se van transformando en la idea de que es necesario reorganizar fundamentalmente la sociedad. Hace ya varias generaciones que el ideal de un mundo sin explotación y sin opresión se ha posesionado de la mente de los trabajadores. En la actualidad la concepción de que los trabajadores dominen los medios de producción y dirijan por sí mismos su trabajo, surge en forma cada vez más intensa en su espíritu.

A esta nueva organización del trabajo debemos dedicar nuestra investigación y esclarecimiento para nosotros mismos y para los demás, consagrándole las mejores capacidades de nuestra mente. No podemos idearla como una fantasía; la derivamos de las reales condiciones y necesidades del trabajo actual y de los obreros actuales. No podemos, por supuesto, describirla en detalle; no conocemos las futuras condiciones que determinarán sus formas precisas. Estas formas se configurarán en la mente de los trabajadores cuando éstos enfrenten la tarea. Debemos contentamos por ahora con rastrear sólo los lineamientos generales, las ideas conductoras que dirigirán las acciones de la clase trabajadora. Serán como estrellas guía que en todas las vicisitudes de la victoria y la adversidad en la lucha, del éxito y el fracaso en la organización orientarán permanentemente la vista hacia la gran meta. Hay que dilucidarlas no con descripciones minuciosas en detalle, sino sobre todo comparando los principios del nuevo mundo con las formas conocidas de las organizaciones existentes.

Cuando los obreros se apoderen de las fábricas para organizar el trabajo surgirá ante ellos una inmensidad de problemas nuevos y difíciles. Pero también dispondrán de una inmensidad de nuevos poderes. Un nuevo sistema de producción nunca es una estructura artificial que se implante a voluntad. Surge como un proceso irresistible de la naturaleza, como una convulsión que conmueve a la sociedad en sus más profundas entrañas, evocando las fuerzas y pasiones más poderosas del hombre. Es el resultado de una lucha de clases tenaz y probablemente larga. Las fuerzas requeridas para la construcción sólo pueden desarrollarse y crecer plenamente en esta lucha.

¿Cuáles son los fundamentos de la nueva sociedad? Son las fuerzas sociales de la camaradería y la solidaridad, de la disciplina y el entusiasmo, las fuerzas morales del sacrificio de sí mismo y la devoción a la comunidad, las fuerzas espirituales del conocimiento, del valor y la perseverancia, la firme organización que liga a todas estas fuerzas en una unidad de propósitos, y todo el conjunto es el resultado de la lucha de clases. No se las puede preparar deliberadamente de antemano. Sus primeros rastros surgen en forma espontánea en los trabajadores a raíz de su situación de explotación común; y luego crecen incesantemente a través de las necesidades de la lucha, bajo la influencia de la experiencia y de la inducción e instrucción mutuas. Deben crecer porque su plenitud trae la victoria y su deficiencia la derrota. Pero aun después de un éxito en la lucha, los intentos de nueva construcción fracasarán en la medida en que las fuerzas sociales sean insuficientes y en que los nuevos principios no ocupen enteramente el corazón y la mente de los trabajadores. Y en este caso, puesto que la humanidad debe vivir, puesto que la producción debe proseguir, otros poderes, poderes de coerción, fuerzas dominantes y represoras, tomarán en sus manos la producción. Así, la lucha tendrá que recomenzarse hasta que las fuerzas sociales de la clase trabajadora hayan alcanzado la altura suficiente como para ser capaces de convertirse en dueñas de la sociedad y gobernarse a sí mismas.

La gran tarea de los trabajadores consiste en la organización de la producción sobre una nueva base. Tiene que comenzar con la organización dentro de la fábrica. El capitalismo también tenía una organización fabril cuidadosamente planeada; pero los principios de la nueva organización son totalmente distintos. La base técnica es la misma en ambos casos; es la disciplina de trabajo impuesta por la marcha regular de las máquinas. Pero la base social, las relaciones mutuas entre los hombres, son el opuesto exacto de lo que fueron. La colaboración de compañeros en un nivel de igualdad reemplaza al mando de los patrones y a la obediencia de los seguidores. El sentimiento del deber, la devoción a la comunidad, el elogio o reproche de los camaradas según los esfuerzos y logros, toman como incentivo el lugar que ocupan el temor del hambre y el perpetuo riesgo de perder el trabajo. En lugar de ser utensilios pasivos y víctimas del capital, los trabajadores se transforman en dueños y organizadores de la producción confiados en sí mismos, exaltados por el orgulloso sentimiento de estar cooperando activamente para que surja una nueva humanidad.

El cuerpo dominante en esta organización fabril es todo el conjunto de los trabajadores que colaboran en ella. Se reúnen para discutir los asuntos y en esas reuniones toman sus decisiones. Todos los que toman parte en el trabajo participan entonces en la regulación de las tareas comunes. Todo esto es evidente por sí mismo y normal, y el método parece ser idéntico al que se siguió cuando bajo el capitalismo grupos o sindicatos de trabajadores tenían que decidir por votación acerca de los asuntos comunes. Pero existen diferencias esenciales. En los sindicatos había virtualmente una división de tareas entre los funcionarios y los miembros; los funcionarios preparaban e ideaban las propuestas y los miembros votaban. Con el cuerpo fatigado y la mente agotada los trabajadores tenían que dejar a otros la concepción de las ideas; sólo en parte o en apariencia manejaban sus propios asuntos. Sin embargo, en el manejo común de los talleres, los operarios tienen que hacerlo todo por sí mismos, la concepción, la ideación y también la decisión. La devoción y la emulación desempeñan no sólo su papel en la tarea laboral de cada uno, sino que son aún más esenciales en la tarea común de regular el conjunto. En primer lugar, porque ésta es la causa común más importante, que ellos no pueden dejar a otros. En segundo lugar, porque trata de las relaciones mutuas que se establecen en su propio trabajo, tema en el cual todos están interesados y tienen competencia, y que por lo tanto exige profundas consideraciones por parte de ellos y una discusión exhaustiva para esclarecerlo. Así, no es sólo el esfuerzo corporal, sino aún más el esfuerzo mental que cada uno aporta al participar en la regulación general, lo que constituye el objeto de competencia y apreciación. Además, la discusión debe asumir un carácter distinto del que tiene en las sociedades y sindicatos bajo el capitalismo, donde hay siempre diferencias de interés personal. En este último caso, cada uno se preocupa, en su más profunda conciencia, de su propia salvaguardia, y las discusiones tienen que ajustar y suavizar estas diferencias en la acción común. En cambio, en la nueva comunidad laboral todos los intereses son esencialmente los mismos y todos los pensamientos se dirigen al propósito común de la organización cooperativa eficaz.

En las grandes fábricas y plantas los trabajadores son demasiado numerosos como para reunirlos en una sola asamblea, y su concurrencia simultánea no permitiría una discusión real y exhaustiva. En este caso las decisiones sólo pueden tomarse en dos pasos, mediante la acción combinada de asambleas de las distintas secciones de la planta, y asambleas de comités centrales de delegados. Las funciones y la práctica de estos comités no pueden establecerse con exactitud por adelantado; son enteramente nuevos y constituyen una parte esencial de la nueva estructura económica. Cuando enfrenten las necesidades prácticas, los trabajadores desarrollarán la estructura práctica. Sin embargo, parte de su carácter puede derivarse, en líneas generales, comparándolos con los cuerpos y organizaciones que conocemos.

En el viejo mundo capitalista los comités centrales de delegados son una institución bien conocida. Los tenemos en los parlamentos, en toda clase de cuerpos políticos, y en las juntas directivas de las sociedades y de los sindicatos. Están investidos de autoridad sobre sus electores, o incluso los gobiernan como dueños suyos. Con tales características, están de acuerdo con un sistema social en que hay una masa trabajadora de personas explotadas y mandadas por una minoría dirigente. Ahora, sin embargo, la tarea consiste en construir una forma de organización para un cuerpo de libres productores que colaboran entre sí y controlan real y mentalmente su acción productiva común, regulándola como iguales según su propia voluntad; en una palabra, un sistema social totalmente distinto. También en el mundo viejo tenemos consejos sindicales que administran los asuntos corrientes después que los miembros, reunidos a grandes intervalos, fijan la política general. Estos consejos tienen por misión tratar bagatelas cotidianas, no cuestiones vitales. Ahora, sin embargo, se trata de la base y esencia de la vida misma, del trabajo productivo, que ocupan y han ocupado continuamente la mente de todos como uno de los máximos objetivos de sus pensamientos.

Las nuevas condiciones de trabajo hacen que estos comités de fábrica sean algo totalmente diferente de cualquier otra cosa que conozcamos en el mundo capitalista. Son cuerpos centrales pero no gobernantes, y no hay ninguna junta de gobierno. Los delegados que los constituyen fueron enviados por asambleas seccionales con instrucciones especiales; vuelven a estas asambleas a informar acerca de la discusión y de su resultado, y después de una mayor deliberación los mismos delegados, u otros, pueden retornar a la instancia superior con nuevas instrucciones. De tal manera actúan como vínculos entre el personal de las distintas secciones. Tampoco hay cuerpos de comités de fábrica formados por expertos que provean las reglamentaciones directivas para la multitud no experta. Por supuesto, serán necesarios los expertos individualmente o en cuerpos, para que se ocupen de problemas especiales, de carácter técnico y científico. Sin embargo, los comités de fábrica tienen que encargarse de los trámites cotidianos, las relaciones mutuas, la reglamentación del trabajo, en que todo el mundo es experto, y, al mismo tiempo, parte interesada. Entre otras cosas, les corresponde poner en práctica lo que sugieren los expertos especializados. Tampoco son los comités de fábrica los cuerpos responsables por el buen manejo del conjunto, pues de ese modo todos los miembros podrían derivar su parte de responsabilidad y descargarla en una colectividad impersonal. Por el contrario, como este manejo incumbe a todos en común, pueden consignarse a determinadas personas tareas especiales a cumplir con su entera capacidad, con plena responsabilidad, en tanto cosechan los honores de lo que logren realizar.

Todos los miembros del personal, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, que toman parte en el trabajo como compañeros en un pie de igualdad, participan también en esta organización de fábrica, tanto en el trabajo real como en la regulación general. Por supuesto, habrá mucha diferencia en lo que respecta a las tareas personales, más fáciles o difíciles de acuerdo con la fuerza y capacidades, de carácter distinto según la inclinación y las especiales habilidades de cada uno. Y, por supuesto, las diferencias en lo que respecta a perspicacia en general servirán de base para dar preponderancia al consejo de los más inteligentes. Al comienzo, cuando haya, como herencia del capitalismo, grandes diferencias de educación y formación, la falta de buenos conocimientos técnicos y generales de las masas se sentirá como una grave deficiencia. Entonces el pequeño número de técnicos y científicos profesionales muy entrenados deben actuar como líderes técnicos, sin adquirir por ello una posición de mando o liderazgo social, sin obtener privilegios que no sean la estimación de sus compañeros y la autoridad moral que siempre se atribuyen a la capacidad y el conocimiento.

La organización de una fábrica es el ordenamiento consciente y la vinculación de todos los procedimientos separados para formar un conjunto. Todas estas interconexiones de operaciones mutuamente adaptadas pueden representarse en un esquema bien ordenado, una imagen mental del proceso real. Tal imagen estuvo presente en la primera planificación y en los mejoramientos y ampliaciones posteriores; también debe estar presente en la mente de todos los operarios que colaboran entre sí y deben familiarizarse cabalmente con lo que constituye un asunto de interés común. Tal como un mapa o un gráfico fijan o muestran en una imagen clara e inteligible para todas las conexiones que existen en una totalidad complicada, también en este caso el estado de la empresa total en cada momento, en todos sus desarrollos, debe hacerse visible mediante representaciones adecuadas. En forma numérica esto se hace mediante las anotaciones contables. La contabilidad registra y fija todo lo que ocurre en el proceso, de producción: qué materias primas entran a la fábrica, qué máquinas se adquieren, qué productos rinden, cuánto trabajo se aplica a los productos, cuántas horas trabaja cada operario, qué producto resulta. La contabilidad sigue y describe el flujo de los materiales a través del proceso de producción. Permite comparar continuamente, en informes globales, los resultados con las estimaciones previas realizadas durante la planificación. Así, la producción de la fábrica se transforma en un proceso mentalmente controlado.

El manejo capitalista de las empresas conoce también el control mental de la producción. También en este caso los procedimientos se representan mediante cálculos y procedimientos contables. Pero hay esta diferencia fundamental: el cálculo capitalista se adapta enteramente al punto de vista de la producción de ganancia. Maneja los precios y costos como datos fundamentales; el trabajo y los salarios son sólo factores en el cálculo de la ganancia resultante en el balance anual. En el nuevo sistema de producción, en cambio, las horas de trabajo constituyen el dato fundamental, sea que aún se las exprese, al comienzo, en unidades monetarias, o en su verdadera forma. En la producción capitalista, el cálculo y la contabilidad es un secreto de la dirección, de la oficina. No interesa a los trabajadores; éstos son los objetos de la explotación, son sólo factores en el cálculo del costo y el producto, accesorios que se agregan a las máquinas. En la producción bajo propiedad común, la contabilidad es cosa pública; está expuesta a la vista de todos. Los trabajadores tienen siempre una visión completa del curso que sigue todo el proceso. Sólo de esta manera están en condiciones de discutir diversas cuestiones en las asambleas seccionales y en los comités de fábrica, y de decidir sobre lo que hay que hacer. Además, los resultados numéricos se hacen visibles mediante tablas, estadísticas, gráficos y cuadros que despliegan la situación ante la vista. Esta información no se limita al personal de la fábrica; es una cuestión pública, abierta a toda la gente ajena. Cada fábrica es sólo un miembro en la producción social, y también la conexión de sus acciones con el trabajo exterior se expresa en la contabilidad. Así, el conocimiento pormenorizado de la producción que se está procesando en cada empresa es materia de conocimiento común para todos los productores.4. La organización social

El trabajo es un proceso social. Cada empresa forma parte del cuerpo productivo de la sociedad. La producción social total se forma por la conexión y colaboración de todas las empresas. Como las células que constituyen un organismo viviente, las empresas no pueden existir aisladas y amputadas del cuerpo. Así, la organización del trabajo dentro de la fábrica es sólo la mitad de la tarea de los obreros. Por encima de ella, y como tarea aún más importante, está la unión de las empresas separadas, su combinación es una organización social.

Mientras que la organización dentro de la fábrica ya existía bajo el capitalismo y sólo había que reemplazarla por otra, basada en un nuevo fundamento, la organización social de todos los talleres en un conjunto es, o fue hasta años recientes, algo enteramente nuevo, sin precedentes. Tan profundamente nuevo, que durante todo el siglo XIX el establecimiento de esta organización, bajo el nombre de socialismo, se consideró como la tarea principal de la clase trabajadora. El capitalismo consistía en una masa no organizada de empresas independientes -una multitud de empleadores privados separados que avanzan a los codazos, como dice el programa del Partido Laborista-, vinculadas sólo por relaciones azarosas de mercados y competencia, con el resultado de las bancarrotas, la superproducción y la crisis, el desempleo y un enorme desperdicio de materiales y mano de obra. Para abolir esta situación, la clase trabajadora debía conquistar el poder político y utilizarlo para organizar la industria y la producción. Este socialismo de Estado se consideraba, entonces, como el primer paso hacia un nuevo desarrollo.

En los últimos años la situación ha cambiado hasta el punto de que el capitalismo mismo ha dado un primer paso con las organizaciones dirigidas por el Estado. Se ve impulsado a ello no sólo por el simple deseo de aumentar la productividad y los beneficios mediante una planificación racional de la producción. En Rusia hubo la necesidad de remediar el retraso del desarrollo económico mediante una deliberada y rápida organización de la industria que realizó el gobierno bolchevique. En Alemania se produjo la lucha por el poder mundial, que impulsó al control estatal de la producción y a la organización estatal de la industria. Esta lucha constituía una tarea tan pesada que sólo concentrando en manos del Estado el poder sobre todas las fuerzas productivas pudo la clase capitalista alemana tener una posibilidad de éxito. En la organización nacionalsocialista la propiedad y los beneficios -aunque fuertemente reducidos a raíz de las necesidades estatales- siguen estando en manos de los capitalistas privados, pero la disposición de los medios de producción, su dirección y manejo fue asumido por funcionarios oficiales. Mediante una organización eficiente se asegura al capital y al Estado que no se deteriore la producción de beneficios. Esta organización de la producción en gran escala se funda sobre los mismos principios que la organización dentro de la fábrica, es decir, sobre las órdenes personales del director general de la sociedad, el líder, la cabeza del Estado. Cuando el gobierno toma el control de la industria, la autoridad y la coerción ocupan el lugar de la anterior libertad de los productores capitalistas. El poder político de los funcionarios oficiales se ve grandemente robustecido por su poder económico, por su facultad de disponer acerca de los bienes de producción, que constituyen el fundamento de la sociedad.

El principio de la clase trabajadora es, en todos los respectos, exactamente el opuesto. La organización de la producción por los trabajadores se funda en la libre colaboración: no hay dueños ni servidores. La combinación de todas las empresas en una sola organización social ocurre según el mismo principio. El mecanismo para lograr este propósito deben construirlo los trabajadores.

Dada la imposibilidad de reunir a los trabajadores de todas las fábricas en una sola asamblea, el único medio que les queda para expresar su voluntad es la designación de delegados. Ha llegado a utilizarse en época reciente el nombre de consejos obreros para designar a tales cuerpos de delegados. Cada grupo o personal que trabaja en colaboración designa los miembros que en las asambleas del consejo deben expresar su opinión y su deseo. Estos tomaron parte activa en las deliberaciones de este grupo y llegaron a primer plano como defensores capaces de los puntos de vista que suscitaron el apoyo de la mayoría. Ahora se los envía como portavoces del grupo para confrontar estos puntos de vista con los de otros grupos, con el fin de llegar a una decisión colectiva. Aunque la capacidad personal de esos delegados desempeña un papel en lo que respecta a persuadir a los colegas y esclarecer los problemas, su peso no reside en su fuerza individual, sino en las fuerzas de la comunidad que los ha delegado. Lo que tiene peso no son las simples opiniones, sino aún más la voluntad y disposición del grupo a proceder de acuerdo con ellas. Diferentes personas actuarán como delegados según las diferentes cuestiones que surjan y los problemas que se vayan presentando.

El principal problema, que constituye la base de todo el resto, es la producción misma. Su organización tiene dos aspectos: el establecimiento de reglas y normas generales, y el trabajo práctico mismo. Deben establecerse normas y reglas generales para las relaciones mutuas en el trabajo, para los derechos y obligaciones. Bajo el capitalismo, la norma consiste en la orden del dueño, del director. Bajo el capitalismo de Estado consiste en la orden más poderosa del Líder, del gobierno central. Pero en la nueva sociedad todos los productores serán libres e iguales. En el campo económico del trabajo ocurrirá el mismo cambio que se produjo en siglos anteriores en el campo político, con el surgimiento de la clase media. Cuando el gobierno de los ciudadanos llegó a ocupar el lugar del monarca absoluto, esto no pudo significar que se substituía la voluntad arbitraria de éste por la voluntad arbitraria de todos. Significaba que en lo sucesivo leyes establecidas por la voluntad común regularían los derechos y deberes públicos. Así ahora, en el dominio del trabajo, la orden del dueño cederá el paso a las reglas fijadas en común, para regular los derechos y obligaciones sociales en la producción y el consumo. Formularlas será la primera tarea de los consejos obreros. No se trata de una tarea difícil ni de una cuestión de profundo estudio o seria discordancia. A cada trabajador le surgirán inmediatamente en la conciencia estas reglas como base natural de la nueva sociedad: el deber de cada uno de tomar parte en la producción de acuerdo con sus fuerzas y capacidad, el derecho de cada uno de gozar de su parte adecuada del producto colectivo.

¿Cómo se medirán las cantidades de trabajo invertido y las cantidades de producto a que cada uno tiene derecho? En una sociedad donde los bienes se producen directamente para el consumo no hay mercado para intercambiarlos; y ningún valor se establece automáticamente como expresión del trabajo contenido en ellos, a partir de los procesos de compra y venta. En este caso el trabajo invertido debe expresarse de una manera directa mediante el número de horas. La administración lleva un libro (registro) de horas de trabajo incluidas en cada pieza o cantidad de unidades del producto, así como de las horas invertidas por cada uno de los trabajadores. En los promedios respecto de todos los operarios de una fábrica, y finalmente, de todas las fábricas de la misma categoría, se atenúan las diferencias personales y los resultados personales se vuelven comparables entre sí.

En el primer período de transición, cuando hay que reparar muchas devastaciones, el primer problema consiste en construir el aparato de producción y mantener viva a la gente. Es muy posible que el hábito impuesto por la guerra y el hambre, de distribuir sin distinción las sustancias alimenticias indispensables, continúe simplemente sin modificaciones. Es muy probable que en tiempos de reconstrucción, cuando deben emplearse las fuerzas al máximo, cuando además los nuevos principios morales de trabajo común sólo se están formando gradualmente, el derecho de consumo se equipare al rendimiento del trabajo. El viejo dicho popular, de que el que no trabaja no debe comer, expresa un sentimiento instintivo de justicia. En este precepto se encuentra no sólo el reconocimiento de que el trabajo es la base de toda vida humana, sino también la proclamación de que ha terminado la explotación capitalista y la apropiación de los frutos del trabajo ajeno mediante los títulos de propiedad de una clase ociosa.

Esto no significa, por supuesto, que se distribuya el producto total entre los productores, de acuerdo con el tiempo que cada uno dedica. O, expresado de otra manera, que cada trabajador reciba, en forma de producto, exactamente la cantidad de horas invertidas en el trabajo. Debe dedicarse una considerable parte del trabajo a la propiedad común, al perfeccionamiento y ampliación del aparato productivo. Bajo el capitalismo parte de la plusvalía servía a este propósito; el capitalismo tenía que utilizar parte de su ganancia, acumulada en forma de nuevo capital, para innovar, ampliar y modernizar su equipo técnico, impulsado en su caso por la necesidad de no ser superado por sus competidores. Así, el progreso en la técnica ocurrió en formas de explotación. En la nueva forma de producción, este progreso es de interés común para los trabajadores. Lo más inmediato es que se mantengan vivos, pero construir las bases de la producción futura es la parte más gloriosa de su tarea. Tendrán que establecer qué parte del trabajo total se gastará en la fabricación de mejores máquinas y herramientas más eficientes, en la investigación y la experimentación, para facilitar el trabajo y mejorar la producción.

Además, parte del tiempo y trabajo total de la sociedad debe gastarse en actividades no productivas pero necesarias, en administración general, en educación, en servicios médicos. Los niños y los viejos recibirán su parte del producto sin los correspondientes aportes. Hay que mantener a las personas incapaces de trabajar; y especialmente en los primeros tiempos habrá una gran cantidad de desechos humanos dejados por el ex mundo capitalista. Probablemente prevalecerá la regla de que el trabajo productivo es la tarea de la parte más joven de los adultos; o, en otras palabras, es la tarea de todos durante el período de la vida en que tanto la tendencia a la actividad vigorosa como la capacidad para ella son máximas. Mediante el rápido crecimiento de la productividad del trabajo esta parte, o sea el tiempo necesario para producir todos los bienes que la subsistencia requiere, decrecerá continuamente, y una parte cada vez mayor de la vida quedará disponible para otros propósitos y actividades.

La base de la organización social de la producción consiste en una administración cuidadosa, en forma de estadísticas y contabilidad. La estadística del consumo de todos los diferentes bienes, la estadística de la capacidad de las plantas industriales, de las máquinas, del suelo, de las minas, de los medios de transporte, la estadística de la población y de los recursos de las ciudades, distritos y países, constituyen en conjunto el fundamento de todo el proceso económico en filas bien ordenadas de datos numéricos. Bajo el capitalismo ya se conocían las estadísticas de los procesos económicos; pero eran imperfectas debido a la independencia y a la visión estrecha de los comerciantes privados, y sólo encontraban una aplicación limitada. En la nueva sociedad constituirán el punto de partida en la organización de la producción; para producir la cantidad correcta de bienes, hay que conocer la cantidad utilizada o deseada. Al mismo tiempo, la estadística como resultado comprimido del registro numérico del proceso de producción, el sumario global de la contabilidad, expresa el curso del desarrollo.

La contabilidad general, que comprende y abarca las administraciones de las distintas empresas, las combina en una representación del proceso económico de la sociedad. En diferentes grados de rango registra todo el proceso de transformación de la materia, siguiéndolo desde las materias primas en su origen, a través de todas las fábricas, de todas las manos, hasta llegar a los bienes listos para el consumo. Al unir los resultados de las empresas de un determinado tipo que cooperan entre sí, reuniéndolos en un todo, se compara su eficiencia, se promedian las horas de trabajo necesarias y se orienta la atención hacia los caminos que se abren al progreso. Una vez llevada a cabo la organización de la producción, la administración es la tarea comparativamente simple de una red de oficinas interconectadas al cómputo. Cada empresa, cada grupo vinculado de empresas, cada rama de la producción, cada municipio o distrito, tiene su oficina para la producción y para el consumo, encargada de la administración, de reunir, procesar y discutir las cifras y ponerlas luego en forma perspicua para que sea fácil abarcar el conjunto. Su trabajo combinado hace que la base material de la vida sea un proceso dominado por la mente. Como imagen numérica clara e inteligible, el proceso de producción queda expuesto a la vista de todo el mundo. Mediante este sistema la humanidad puede contemplar y controlar su propia vida. Lo que los trabajadores y sus consejos idean y planean en la colaboración organizada se muestra, en su carácter y resultado, en las cifras de la contabilidad. Sólo si se las mantiene continuamente ante los ojos de cada trabajador se hará posible la dirección de la producción social por los productores.

Esta organización de la vida económica es totalmente distinta de las formas de organización desarrolladas bajo el capitalismo; es más perfecta y más simple. Las complicaciones y dificultades de la organización capitalista, para la cual fue necesaria la contribución muy celebrada del genio de grandes comerciantes, se referían siempre a su lucha mutua, con las artes y triquiñuelas de la guerra capitalista, destinadas a someter o aniquilar a los competidores. Todo eso habrá desaparecido. El propósito franco, que es proveer a las necesidades vitales de la humanidad, hará que toda la estructura resulte abierta y directa. La administración de grandes cantidades no es fundamentalmente más difícil o complicada que la de pequeñas cantidades; sólo hay que agregar un par de cifras a los números anteriores. La rica y multiforme diversidad de necesidades y deseos que en pequeños grupos de personas difícilmente sea menor que en grandes masas, cuando adquiera carácter masivo podrá procurarse con mayor facilidad y en forma más completa.

La función y el lugar que la administración numérica ocupa en la sociedad depende del carácter de esta sociedad. La administración financiera de los Estados formó siempre parte necesaria del gobierno central, y los funcionarios encargados de los cálculos fueron servidores subordinados de los reyes o de otros gobernantes. En el capitalismo contemporáneo, como la producción está sujeta a una organización central que la abarca, quienes tienen en sus manos la administración central son los directores que guían la economía y crean una burocracia gobernante. Cuando en Rusia la revolución de 1917 llevó a una rápida expansión de la industria y multitudes de trabajadores aún imbuidos de la ignorancia bárbara de las aldeas se apiñaron en las nuevas fábricas, carecían del poder para controlar el creciente predominio de la burocracia que se estaba organizando entonces en una nueva clase gobernante. Cuando en Alemania, en 1933, un partido rigurosamente organizado conquistó el poder estatal, como órgano de su administración central tomó en sus manos la organización de todas las fuerzas del capitalismo.

Las condiciones serán totalmente distintas cuando los trabajadores sean los dueños de su trabajo y como libres productores organicen la producción. La administración mediante la contabilidad y la computación será una tarea especial de ciertas personas, así como el forjar acero o el hornear pan será tarea especial de otras personas, todas igualmente útiles y necesarias. Los trabajadores de las oficinas de cómputo no serán sirvientes ni señores. No serán funcionarios al servicio de los consejos obreros, que tienen que cumplir obedientemente sus órdenes, sino grupos de trabajadores, que como otros grupos regulan ellos mismos en forma colectiva su propio trabajo, disponen de sus implementos, cumplen sus obligaciones como lo hacen todos los grupos, en vinculación continua con las necesidades del conjunto. Son los expertos que tienen que proporcionar los datos básicos de las discusiones y las decisiones en las asambleas de los trabajadores y de los consejos. Tienen que reunir los datos, presentarlos en una forma fácilmente inteligible de tablas, gráficos o cuadros, de modo que cada trabajador en todo momento tenga una clara imagen del estado de cosas. Su conocimiento no es una propiedad privada que les da poder; no son un cuerpo con conocimiento administrativo exclusivo que pueda ejercer por ello una decidida influencia. El producto de su trabajo, la capacidad de percepción numérica requerida para el progreso de la tarea, está disponible para todos. Este conocimiento general es el fundamento de todas las discusiones y decisiones de los trabajadores y de sus consejos, mediante las cuales se logra la organización del trabajo.

Por primera vez en la historia de la vida económica, en general y en detalle, habrá un libro abierto puesto ante los ojos de la humanidad. Los fundamentos de la sociedad, que bajo el capitalismo constituían una enorme masa oculta en las oscuras profundidades, apenas alumbradas aquí y allá por estadísticas sobre comercio y producción, quedarán a plena luz y mostrarán su estructura en detalle. Disponemos entonces de una ciencia de la sociedad que consiste en un conocimiento bien ordenado de hechos, mediante el cual se captan fácilmente las relaciones causales fundamentales. Esa ciencia formará la base de la organización social del trabajo, tal como el conocimiento de los hechos de la naturaleza, condensados a su vez en relaciones causal es, constituye la base de la organización técnica del trabajo. Como conocimiento de los hechos simples y comunes de la vida diaria estará disponible para todos y les permitirá ver de una ojeada y captar de inmediato las necesidades del conjunto, así como la parte que cada uno ocupa en él. Formará el equipo espiritual mediante el cual los productores podrán dirigir la producción y controlar su mundo.

7. La organización de consejos

El sistema social que aquí consideramos podría denominarse como una forma de comunismo, salvo que ese nombre, por la propaganda del Partido Comunista a nivel mundial, se utiliza para designar un sistema de socialismo de Estado bajo la dictadura partidaria. Pero, ¿qué es un nombre? Siempre se abusa de los nombres para engañar a las masas, pues los sonidos familiares les impiden utilizar críticamente su cerebro y reconocer claramente la realidad. Más conveniente, por lo tanto, que buscar el nombre correcto, será examinar más de cerca las características principales del sistema constituido por la organización de consejos.

Los consejos obreros son la forma de autogobierno que en tiempos futuros reemplazará a las formas de gobierno del viejo mundo. Por supuesto, no para todo el futuro; ninguna forma de éstas se crea para la eternidad. Cuando la vida y el trabajo en la comunidad sean un hábito natural, cuando la humanidad controle enteramente su propia vida, la necesidad cederá el paso a la libertad y las reglas estrictas de la justicia establecidas con anterioridad se disolverán en formas de conducta espontánea. Los Consejos Obreros son la forma de organización durante el período de transición en el cual la clase trabajadora está luchando por el predominio, está destruyendo al capitalismo y organizando la producción social. Para conocer su verdadero carácter será conveniente comparados con las formas existentes de organización y gobierno, tal como están fijadas por la costumbre y resultan evidentes por sí mismas en la mente del pueblo.

Las comunidades que son demasiado grandes como para reunirse en una sola asamblea regulan siempre sus asuntos mediante representantes, delegados. Así, los burgueses de las ciudades medievales libres se gobernaban por consejos de ciudad, y la clase media de todos los países modernos, siguiendo el ejemplo de Inglaterra, tiene sus parlamentos. Cuando hablamos de administración de los asuntos por delegados elegidos pensamos siempre en parlamentos; por ende, tenemos que comparar especialmente con un parlamento a los consejos obreros para discernir los rasgos predominantes de éstos. Es razonable pensar que con las amplias diferencias existentes entre las clases y los propósitos que éstas persiguen, también sus cuerpos representativos deban ser esencialmente distintos.

La siguiente diferencia salta en seguida a la vista: los consejos obreros se ocupan del trabajo, tienen que regular la producción, mientras que los parlamentos son cuerpos políticos que examinan y deciden las leyes y los asuntos estatales. Sin embargo, la política y la economía no ocupan campos totalmente desvinculados entre sí. Bajo el capitalismo, el Estado y el parlamento tomaron las medidas y aprobaron las leyes necesarias para el curso sin tropiezos de la producción; entre ellas estaban las imprescindibles para asegurar el tráfico y los tratos comerciales, para proteger el comercio y la industria, los negocios y los viajes en el interior y el exterior de los países, para la administración de justicia, la acuñación de monedas y la adopción de pesas y medidas uniformes. Y también su trabajo político, que a primera vista no se vincula con la actividad económica, se ocupó de las condiciones generales de la sociedad, de las relaciones entre las diferentes clases, que constituyen el fundamento del sistema de producción. Así, la política, la actividad de los parlamentos, puede considerarse en un sentido más amplio como auxiliar de la producción.

¿Cuál es entonces bajo el capitalismo la distinción existente entre política y economía? Se comparan entre sí como la reglamentación general se compara con la práctica real. La tarea de la política es establecer las condiciones sociales y legales en que el trabajo productivo puede realizarse sin obstáculos; el trabajo productivo mismo es la tarea de los ciudadanos. Así, hay una división del trabajo. Las reglamentaciones generales, aunque constituyen fundamentos necesarios, forman sólo una parte menor de la actividad social, accesoria del trabajo propiamente dicho, y se las puede confiar a una minoría de políticos gobernantes. El trabajo productivo mismo, base y contenido de la vida social, consiste en las actividades separadas de numerosos productores y llena totalmente la vida de éstos. La parte esencial de la actividad social es la tarea personal. Si todo el mundo se ocupa de su propia actividad y realiza bien su tarea, la sociedad en su conjunto marchará bien. Cada tanto, a intervalos regulares, en días de elección parlamentaria, los ciudadanos tienen que prestar atención a las reglamentaciones generales. Sólo en tiempos de crisis social, de decisiones fundamentales y graves litigios, de guerra civil y revolución, la masa de los ciudadanos tiene que dedicar todo su tiempo y sus fuerzas a estas reglamentaciones generales. Una vez decididos los aspectos fundamentales, los ciudadanos podrían volver a su ocupación privada y dejar confiados una vez más estos asuntos generales a la minoría, a los jurisconsultos y los políticos, al parlamento y al gobierno.

Totalmente distinta es la organización de la producción común mediante los consejos obreros. La producción social no se divide en una cantidad de empresas separadas, cada una de las cuales constituye la tarea vital restringida de una persona o grupo; forma, en cambio, una totalidad intervinculada, un objeto de cuidado para todos los trabajadores, que ocupa sus mentes como tarea común de todos ellos. La reglamentación general no es una cuestión accesoria que queda a cargo de un pequeño grupo de especialistas; es la cuestión principal, que requiere la atención de todos en conjunto. No hay ninguna separación entre la política y la economía como actividades cotidianas de un cuerpo de especialistas y del grueso de los productores. Para la comunidad única de productores la política y la economía se han fundido en la unidad de reglamentación general y trabajo productivo práctico. Su carácter unitario es el objeto esencial para todos.

Este carácter se refleja en la práctica de todos los procedimientos. Los consejos no son políticos, no son gobierno. Son mensajeros, que transmiten e intercambian las opiniones, las intenciones, la voluntad de los grupos de trabajadores. No, en verdad, como los mensajeros indiferentes que llevan apáticos las cartas o mensajes de las que ellos mismos no saben nada. Los mensajeros de los obreros han tomado parte en las discusiones, se destacaron como los fogosos portavoces que representaban las opiniones predominantes. Así luego, como delegados del grupo, serán no sólo capaces de defenderlos en la reunión del consejo, sino, al mismo tiempo, tendrán la suficiente imparcialidad como para ser accesibles a los demás argumentos y para informar a su grupo acerca de las opiniones que recibieron mayor adhesión. Por lo tanto, ellos serán los órganos del intercambio y la discusión social.

La práctica de los parlamentos es exactamente la contraria. En este caso los delegados tienen que decidir sin pedir instrucciones a sus votantes, sin tener ningún mandato coactivo. Aunque el miembro del parlamento, para mantener su fidelidad, puede dignarse hablarle y exponerles su línea de conducta, lo hace como dueño de sus propias acciones. Vota como el honor y la conciencia se lo dictan, de acuerdo con sus propias opiniones, por supuesto, ya que él es el experto en política, el especialista en cuestiones legislativas, y no puede dejar que lo dirijan mediante instrucciones provenientes de personas ignorantes. Su tarea es la producción, los negocios privados, su tarea es la política, las reglamentaciones generales. Tiene que guiarse por elevados principios políticos y no debe dejarse influir por el estrecho egoísmo de sus intereses privados. De esta manera se hizo posible que en el capitalismo democrático los políticos, elegidos por una mayoría de trabajadores, puedan servir a los intereses de la clase capitalista.

En el movimiento laboral también lograron hacer pie los principios del parlamentarismo. En las organizaciones masivas de los sindicatos, o en organizaciones políticas gigantescas tales como el Partido Socialdemócrata alemán, los funcionarios de las juntas directivas, como una especie de gobierno, tomaron poder sobre los miembros, y sus congresos anuales asumieron el carácter de parlamentos. Los líderes los llamaban orgullosamente así, parlamentos de trabajo, para acentuar su importancia; y los observadores críticos señalaron la lucha de facciones, la demagogia de los líderes y la intriga por detrás del escenario. Como indicios de la misma degeneración que se observaba en los parlamentos reales. En verdad, eran parlamentos en su carácter fundamental. No en el comienzo, cuando los sindicatos eran pequeños, y miembros esforzados hacían todo el trabajo por sí mismos, en la mayoría de los casos gratuitamente. Pero con el aumento del número de miembros se produjo la misma división del trabajo que en la sociedad más amplia. Las masas trabajadoras tuvieron que prestar toda su atención a sus intereses personales separados, a la manera de conseguir y conservar su trabajo, que eran los principales contenidos de su vida y de su mente. Sólo de una manera muy general tuvieron además que decidir mediante el voto acerca de su clase común y sus intereses de grupo. La práctica de detalle quedó a cargo de los expertos, los funcionarios sindicales y líderes partidarios, que sabían cómo tratar con los patrones capitalistas y las secretarías de Estado. Y sólo una minoría de líderes locales estaba suficientemente familiarizada con estos intereses generales como para poder asistir con carácter de delegados a los congresos, donde pese a los mandatos a menudo categóricos, tenían en la realidad que votar según su propio juicio.

En la organización de consejos desaparece el predominio de los delegados sobre su electorado, porque también desaparece la base de ese predominio, que es la división de las tareas. La organización social del trabajo obliga a cada trabajador a prestar toda su atención a la causa común, a la totalidad de la producción. La producción de los bienes necesarios para la vida como base de ésta ocupa totalmente, como antes, la mente de los trabajadores. Pero ello no ocurre en la forma de preocupación por la propia empresa, el propio trabajo, la competencia con los demás. La vida y la producción sólo pueden asegurarse mediante la colaboración, el trabajo colectivo con los compañeros. Por consiguiente, este trabajo colectivo es lo predominante en el pensamiento de cada uno. La conciencia comunitaria es el fondo, la base de todo sentimiento y pensamiento.

Esto implica una revolución total en la vida espiritual del hombre. El hombre aprende a ver la sociedad, a conocer la comunidad. En épocas anteriores, bajo el capitalismo, su visión se concentraba en la pequeña parte relacionada con su negocio, su trabajo, él mismo y su familia. Esto era imperativo para su vida, para su existencia. La sociedad se asomaba por detrás de su pequeño mundo visible como un fondo oscuro y desconocido. El hombre experimentaba, sin duda, las poderosas fuerzas de ésta, que determinaban el éxito o el fracaso como resultado de su trabajo; pero guiado por la religión, las veía como la acción de Potencias Supremas sobrenaturales. Ahora, por el contrario, la sociedad está a plena luz, transparente y cognoscible, la estructura del proceso social del trabajo está expuesta ante los ojos de los hombres, la vista de éstos se dirige a la totalidad de la producción. Esto es imperativo para su vida, para su existencia. La producción social es objeto de reglamentación consciente. La sociedad es una cosa manejada, manipulada por el hombre, y por lo tanto comprendida en su carácter esencial. Así, el mundo de los consejos obreros transforma la mente.

Para el parlamentarismo, para el sistema político del negocio separado, el pueblo era una multitud de personas separadas, a lo sumo, en la teoría democrática, cada una supuestamente dotada de los mismos derechos naturales. Para elegir sus delegados se agrupaban de acuerdo con su residencia. En tiempos del pequeño capitalismo podía suponerse que los vecinos que habitaban en la misma ciudad o aldea tenían una cierta comunidad de intereses. En el capitalismo posterior este supuesto se transformó cada vez más en una ficción sin sentido. Los artesanos, los dueños de negocios, los capitalistas, los trabajadores que viven en el mismo barrio de una ciudad, tienen intereses distintos y opuestos, dan habitualmente su voto a diferentes partidos, y se imponen mayorías que se forman por azar. Aunque la teoría parlamentaria considera al hombre elegido como representante del electorado, es evidente que todos estos votantes no constituyen juntos un grupo que lo envía como delegado a representar sus deseos.

La organización de los consejos, en este respecto, es totalmente lo opuesto del parlamentarismo. En este caso los grupos naturales, los obreros que colaboran entre sí, el personal de las fábricas, actúan como unidades y designan a sus delegados. Puesto que tienen intereses comunes y participan en la praxis de la vida diaria, pueden enviar a algunos de ellos como representantes y portavoces reales. La democracia completa se realiza en este caso mediante los iguales derechos de cada uno de los que participan en el trabajo. Por supuesto, quien se excluye del trabajo no tiene voz en su reglamentación. No puede considerarse como una falta de democracia el hecho de que en este mundo de autogobiemo de los grupos que colaboran, todos los que no tengan ningún interés en el trabajo -el capitalismo dejará gran cantidad de ellos: explotadores, parásitos, rentistas-, no tomen parte en las decisiones.

Hace setenta años Marx señaló que entre el dominio del capitalismo y la organización final de una humanidad libre habría un tiempo de transición en el cual la clase trabajadora sería dueña de la sociedad, pero la burguesía no habría desaparecido aún. Marx llamaba a este estado de cosas dictadura del proletariado. En esa época esta palabra no tenía aún el sonido ominoso de los actuales sistemas despóticos, ni se la podía utilizar equívocamente para designar la dictadura de un partido gobernante, como ocurrió después en Rusia. Significaba simplemente que el poder dominante sobre la sociedad se transfería de los capitalistas a la clase trabajadora. Con posterioridad el pueblo, enteramente confinado dentro de las ideas del parlamentarismo, trataría de materializar esta concepción suprimiendo el derecho de las clases propietarias a integrar los cuerpos políticos. Es evidente que al violar, como lo hizo, el sentimiento instintivo de la igualdad de derechos, entraba en contradicción con la democracia. Vemos ahora que la organización de consejos pone en práctica lo que Marx anticipó teóricamente, salvo que en esa época no podía aún imaginarse la forma práctica. Cuando los productores mismos reglamentan la producción, la ex clase explotadora queda automáticamente excluida de tomar parte en las decisiones, sin necesidad de que esto se estipule artificialmente. La concepción de Marx de la dictadura del proletariado resulta ahora idéntica a la democracia laboral de la organización de consejos.

Esta democracia laboral es totalmente distinta de la democracia política del anterior sistema social. La así llamada democracia política bajo el capitalismo era una parodia, un sistema artificioso concebido para enmascarar el real dominio del pueblo por una minoría gobernante. La organización de consejos es una democracia real, la democracia del trabajo, que hace que quienes trabajan sean dueños de su trabajo. Bajo la organización de consejos desaparece la democracia política, porque la política misma desaparece y deja su lugar a la economía social. La actividad de los consejos, puesta en acción por los trabajadores como órganos de colaboración, guiada por el permanente estudio y la tensa atención a las circunstancias y necesidades, abarca todo el campo de la sociedad. Todas las medidas se toman en medio de constante intercambio, por la deliberación en los consejos y la discusión en los grupos y los talleres, por acciones en los talleres y decisiones en los consejos. Lo que se hace en tales condiciones nunca podría ser producto de órdenes venidas de arriba y proclamadas por la voluntad de un gobierno. Procede de la voluntad común de todas las personas interesadas, puesto que se funda en la experiencia laboral y el conocimiento de todos, e influye profundamente en la vida de todos. Las medidas sólo pueden ejecutarse de manera tal que las masas las pongan en práctica como su propia resolución y voluntad; la coerción externa no puede imponerlas, simplemente porque le falta esa fuerza. Los consejos no son un gobierno; ni siquiera los consejos más centrales tienen un carácter gubernamental. En efecto, no disponen de ningún medio para imponer su voluntad sobre las masas; no tienen órgano alguno de poder. Todo el poder social está en manos de los trabajadores mismos. Cuando se requiera el uso del poder contra perturbaciones o ataques que afecten al orden existente, éste procederá de las colectividades de trabajadores de las fábricas y se mantendrá bajo su control.

Los gobiernos eran necesarios, durante todo el período de la civilización hasta la actualidad, como instrumentos de la clase dominante para mantener oprimidas a las masas explotadas. Esos gobiernos se arrogaban también funciones administrativas en medida creciente, pero su carácter principal, como estructuras de poder, estaba determinado por la necesidad de mantener la dominación de clase. Una vez desvanecida esa necesidad, también desaparecerá el instrumento. Lo que subsistirá es administración, uno de los muchos tipos de trabajo, la tarea de clases especiales de trabajadores; lo que vendrá en su lugar, el espíritu vital de la organización, es la constante deliberación de los trabajadores en el pensamiento común que sirve a su causa común. Lo que impone el cumplimiento de las decisiones de los consejos es la autoridad moral de éstos. Pero la autoridad moral en tal sociedad tendrá un poder más imperativo que cualquier orden o medida coercitiva por parte de un gobierno.

Cuando en la época precedente de los gobiernos sobre el pueblo había que conceder poder político al pueblo y a sus parlamentos, se hacía una separación entre la parte legislativa y ejecutiva del gobierno, completada a veces con la judicial como tercer poder independiente. La confección de las leyes era tarea de los parlamentos, pero la aplicación, la ejecución, el gobierno diario quedaba reservado a un pequeño grupo privilegiado de gobernantes. En la comunidad laboral de la nueva sociedad desaparecerá esta distinción. La decisión y la realización estarán íntimamente vinculadas. Quienes tienen que hacer el trabajo deben decidir, y lo que ellos deciden en común ellos mismos tienen que ejecutarlo en común. En el caso de grandes masas, los consejos serán sus órganos de decisión. Cuando la tarea ejecutiva se confiaba a cuerpos centrales, éstos debían tener el poder de mando, debían ser los gobiernos. Como la tarea ejecutiva corresponderá a las masas mismas, este carácter estará ausente en los consejos. Además, de acuerdo con los variados problemas y objetos de reglamentación y decisión, se delegarán y reunirán diferentes personas en diferentes combinaciones. En el campo de la producción misma, todas las plantas tienen no sólo que organizar cuidadosamente su propio rango extensivo de actividades, sino también que vinculado horizontalmente con empresas similares y verticalmente con quienes los proveen de materiales o utilizan sus productos. En la dependencia e intervinculación mutua de las empresas, en su conjunción con las ramas de la producción, los consejos de discusión y decisión abarcarán dominios cada vez más amplios, hasta llegar a la organización central que agrupa a toda la producción. En cambio, la organización del consumo, la distribución de todos los artículos necesarios para el consumidor, requerirá sus propios consejos de delegados de todas las personas interesadas, y tendrá un carácter más local o regional.

Aparte de esta organización de la vida material de la humanidad hay un amplio sector de actividades culturales, y de otras no directamente productivas, que son de primera necesidad para la sociedad, tales como la educación de los niños o el cuidado de la salud de todos. En este dominio vale el mismo principio, el principio de la auto reglamentación de estos campos de trabajo por quienes trabajan en ellos. Parece totalmente natural que en el cuidado de la salud universal, así como en la organización de la educación, todos los que toman parte activamente, en un caso los médicos y en otro los maestros, reglamenten y organicen mediante sus asociaciones todos los servicios que prestan. Bajo el capitalismo, cuando éstos tenían que hacer profesión y vivir de la enfermedad humana o de instruir a los niños, su vinculación con la sociedad en general tomaba la forma de negocio competitivo o de reglamentación y órdenes por parte del gobierno. En la nueva sociedad, como consecuencia de la vinculación mucho más íntima existente entre salud y trabajo, y entre educación y trabajo, quienes se ocupen de esas tareas tendrán que reglamentarlas en estrecho contacto y permanente colaboración de sus órganos de intercambio, o sea de sus consejos, con otros consejos obreros.

Debe señalarse aquí que la vida cultural, el dominio de las artes y las ciencias, por su naturaleza misma está tan íntimamente vinculado a la inclinación y el esfuerzo individual, que sólo la libre iniciativa de las personas no abrumadas por el peso del trabajo incesante puede asegurar su florecimiento. Esta verdad no queda refutada por el hecho de que durante los siglos pasados de la sociedad clasista los príncipes y los gobiernos protegieran y dirigieran las artes y las ciencias, proponiéndose por supuesto utilizarlas como utensilios para su gloria y para la preservación de su dominio. Hablando en general, hay una disparidad fundamental tanto en lo que respecta a las actividades culturales como a todas las otras no productivas y productivas, entre la organización impuesta desde arriba por un cuerpo gobernante y la organización lograda mediante la libre colaboración de colegas y camaradas. La organización centralmente dirigida consiste en una reglamentación lo más uniforme posible sobre todo el dominio; de otro modo no podría supervisárselo y dirigirlo desde un centro. En el caso de la autor reglamentación realizada por todos los interesados, la iniciativa de numerosos expertos, todos los cuales escudriñan cuidadosamente su propio trabajo y lo perfeccionan emulándose, imitándose y consultándose entre sí en constante intercambio, debe dar por resultado una rica diversidad de modos y medios. Cuando la vida espiritual depende de las órdenes centrales de un gobierno, debe caer en una obtusa monotonía; cuando la inspira la libre espontaneidad del impulso humano masivo, debe desplegarse en brillante variedad. El principio de los consejos proporciona la posibilidad de descubrir las formas apropiadas de organización.

Por consiguiente, la organización de consejos teje una matizada red de cuerpos que colaboran a través de la sociedad regulando su vida y progreso de acuerdo con su propia y libre iniciativa; y todo lo que se discute y decide en los consejos adquiere su poder real por la comprensión, la voluntad, la acción de la humanidad trabajadora misma.


Anton Pannekoek

LOS CONSEJOS OBREROS (II)

[Las condiciones para la nueva forma de los Consejos Obreros. Oposición entre democracia proletaria y democracia burguesa.]

Las viejas formas de organización, el sindicato y el partido político, y la nueva forma de los consejos (soviets), pertenecen a fases diferentes en el desarrollo de la sociedad y tienen diferentes funciones. Las primeras tienen que afianzar la posición de la clase obrera entre las otras clases dentro del capitalismo, y pertenecen al periodo de capitalismo expansivo. La última ha de asegurar la dominación completa de los obreros, para destruir capitalismo y sus divisiones de clase, y pertenece al periodo del capitalismo en declive. En un capitalismo ascendente y próspero, la organización de consejos es imposible porque los obreros están completamente ocupados en el mejoramiento de su condición, lo cual es posible en ese periodo a través de los sindicatos y de la acción política. En un capitalismo decadente que navega en la crisis, estos esfuerzos son inútiles y la fe en ellos sólo puede estorbar el aumento de la autoactividad de las masas. En tales periodos, de elevada tensión y de revuelta creciente contra la miseria, cuando los movimientos de huelga se propagan por países enteros y golpean las raíces del poder capitalista, o cuando, siguiendo a guerras o a catástrofes políticas, la autoridad gubernamental se desmorona y las masas actúan, las viejas formas organizativas fracasan contra las nuevas formas de autoactividad de las masas.

Los portavoces de los partidos socialistas o comunistas admiten a menudo que, en la revolución, los órganos de acción autónoma de las masas son útiles destruyendo la vieja dominación; pero entonces ellos plantean que éstos tienen que ceder a la democracia parlamentaria la función de organizar la nueva sociedad. Permítasenos comparar los principios básicos de ambas formas de organización política de la sociedad.

La democracia primitiva en pueblos pequeños y distritos fue ejercida por la asamblea del conjunto de los ciudadanos. Con la gran población de los pueblos modernos y países esto es imposible. Las personas sólo pueden expresar su voluntad escogiendo delegados para algún cuerpo central que los representa todos. Los delegados para los cuerpos parlamentarios son libres actuar, decidir, votar, para gobernar mediante su propia opinión con 'honor y conciencia', tal y como es llamado a menudo en términos solemnes.

Los delegados del consejo, sin embargo, están limitados por mandato; son enviados simplemente para expresar las opiniones de los grupos obreros que los envían. Pueden ser llamados de regreso y ser reemplazados en cualquier momento. Así, los obreros que les dieron el mandato mantienen el poder en sus propias manos.

Por otro lado, los miembros del parlamento son escogidos por un número fijo de años; sólo en las votaciones son amos los ciudadanos --en este único día en el que escogen a sus delegados--. Una vez este día ha pasado, su poder se ha esfumado y los delegados son independientes, libres para actuar hasta el término de esos años según su propia 'conciencia', sólo restringidos por el conocimiento de que después de este periodo tienen que encarar a los votantes nuevamente; pero entonces, cuentan con captar sus votos mediante una ruidosa campaña electoral, bombardeando a los confusos votantes con eslóganes y frases demagógicas. De este modo, no son los votantes sino los palamentarios quienes son los amos reales que deciden la política. Y los votantes ni siquiera envían a personas de su propia opción como delegados; son presentados ante ellos por los partidos políticos. Y entonces, si suponemos que las personas pudieran seleccionar y enviar personas de su propia opción, estas personas no formarían al gobierno; en la democracia parlamentaria el legislativo y los poderes ejecutivos están separados. El gobierno real que domina a las personas está formado por una burocracia de funcionarios que se mueve tan lejos del voto de las personas que es prácticamente independiente. Así es como es posible que la dominación capitalista se mantenga a través del sufragio general y la democracia parlamentaria. Esto es así por que, en los países capitalistas dónde la mayoría de las personas pertenece a la clase obrera, esta democracia no puede llevar a una conquista del poder político. Para la clase obrera, la democracia parlamentaria es una democracia farsante, considerando que la representación del consejo es la democracia real: el gobierno directo de los obreros sobre sus propios asuntos.

La democracia parlamentaria es la forma política en la que los diferentes intereses importantes en una sociedad capitalista ejercen su influencia en el gobierno. Los delegados representan ciertas clases: campesinos, comerciantes, industriales, obreros; pero no representan la voluntad común de sus votantes. De hecho, los votantes de un distrito no tienen ninguna voluntad común; son una asamblea de individuos, los capitalistas, obreros, tenderos, viviendo por casualidad en el mismo lugar, teniendo intereses contrarios de partido.

Los delegados del consejo, por otro lado, son enviados por un grupo homogéneo para expresar su voluntad común. Los consejos no están sólo hechos de obreros, teniendo intereses de clase comunes; son un grupo natural, trabajando juntos como el personal de una fábrica o sección de una planta grande, y están entre sí en íntimo contacto diario, teniendo el mismo adversario, teniendo que decidir como obreros compañeros sus acciones comunes, en las que han de actuar de forma unitaria; no sólo en las cuestiones de la huelga y la lucha, sino también en la nueva organización de la producción. La representación del consejo no se funda en la agrupación sin sentido de pueblos adyacentes o distritos, sino en los agrupamientos naturales de los obreros en el proceso de producción, la base real de sociedad.

Sin embargo, no deben confundirse los consejos con la representación corporativa propagada en los países fascistas. Ésta es una representación de las distintas profesiones u ocupaciones (amos y obreros combinados), considerados como componentes fijos de la sociedad. Esta forma pertenece a una sociedad medieval con clases fijas y gremios, y en su tendencia a petrificar los grupos de interés es aun peor que el parlamentarismo, donde los nuevos grupos y los nuevos intereses que ascienden con el desarrollo del capitalismo encuentran pronto su expresión en el parlamento y el gobierno.

La representación del consejo es completamente diferente porque es la representación de una clase comprometida en la lucha revolucionaria. Representa sólo los intereses de la clase obrera, y impide la participación de los delegados capitalistas y de los intereses capitalistas. Niega el derecho de existencia a la clase capitalista en la sociedad e intenta eliminar a los capitalistas apropiandose de los medios de producción. Cuando con el progreso de la revolución los obreros deben asumir las funciones de la organización de la sociedad, la misma organización del consejo es su instrumento. Esto significa que los consejos obreros son entonces los órganos de la dictadura del proletariado. Esta dictadura del proletariado no es un sistema de votación astutamente ideado que excluye a los capitalistas y la burguesía artificialmente de las votaciones electorales. Es el ejercicio del poder en la sociedad por los órganos naturales de los obreros, estructurando el aparato productivo como la base de sociedad. En estos órganos de los obreros, consistentes en delegados de sus variadas ramas en el proceso de producción, no hay ningún lugar para ladrones o explotadores que permanezcan fuera del trabajo productivo. Así, la dictadura de la clase obrera es al mismo tiempo la democracia más perfecta, la democracia de los obreros reales, excluyendo a la clase de los explotadores que está en desaparición.

Los adherentes de las viejas formas de organización exaltan la democracia como el único derecho y forma política justa, como contraria a la dictadura, una forma injusta. El marxismo no conoce nada de derecho abstracto o justicia; explica las formas políticas en que la humanidad expresa sus pareceres de derecho político como consecuencias de la estructura económica de la sociedad. En la teoría marxiana podemos encontrar también la base de la diferencia entre la democracia parlamentaria y la organización del consejo. Tal y como la democracia burguesa y la democracia proletaria, respectivamente, reflejan el carácter diferente de estas dos clases y sus sistemas económicos.

La democracia burguesa se funda en una sociedad consistente en un gran número de pequeños productores independientes. Quieren que un gobierno cuide de sus intereses comunes: la seguridad pública y el orden, la protección del comercio, los sistemas uniformes de medida y moneda, la administración legislativa y judicial. Todas estas cosas son necesarias para que todos puedan hacer su negocio a su propia manera. El negocio privado recibe toda la atención, forma los intereses vitales de todos, y esos factores políticos son, aunque necesarios, sólo secundarios y exigen sólo una parte pequeña de su atención. El contenido principal de vida social, la base de la existencia de la sociedad, la producción de todos los bienes necesarios para la vida, es dividida dentro del negocio privado de ciudadanos separados, por lo que es natural que tome casi todo su tiempo, y esa política, su asunto colectivo, es una cuestión subordinada, provisora solamente de condiciones auxiliares. Sólo en los movimientos revolucionarios burgueses hacen que las gentes tomen las calles. Pero en tiempos ordinarios la política es dejada a un pequeño grupo de especialistas, políticos, cuyo trabajo simplemente consiste en el cuidado de estas condiciones generales, políticas, del negocio burgués.

Lo mismo es también verdad para los obreros, con tal de que ellos sólo piensen en sus intereses directos. En el capitalismo trabajan largas horas, toda su energía se agota en el proceso de explotación, y la poca capacidad mental y el pensamiento fresco les abandonan. Ganar su salario es la necesidad más inmediata de su vida; sus intereses políticos, su interés común en la salvaguarda de sus intereses como asalariados puede ser importante, pero todavía es secundario. Por eso dejan esta parte de sus intereses también a especialistas, a sus políticos del partido y a sus jefes sindicales. Votando como ciudadanos o afiliados, los obreros podrán dar algunas instrucciones generales, así como los votantes de la clase media pueden influir en sus políticos, pero sólo parcialmente, porque su atención principal debe permanecer concentrada en su trabajo.

La democracia proletaria bajo el comunismo depende justo de las condiciones económicas opuestas. No se funda en la producción privada sino en la producción colectiva. La producción de las necesidades de la vida no es por más tiempo un negocio personal, sino un asunto colectivo. Los asuntos colectivos, formalmente llamados asuntos políticos, ya no son secundarios, sino el objeto principal del pensamiento y la acción para todos. Lo que se llamó la política en la sociedad anterior --un dominio para especialistas-- se ha vuelto el interés vital de todo obrero. No es el afianzamiento de algunas condiciones necesarias de la producción, es el proceso y la regulación mismos de la producción. La separación de asuntos e intereses privados y colectivos ha cesado. Ya no es necesario un grupo separado o clase de especialistas que cuiden de los asuntos colectivos. A través de sus delegados del consejo, que los ligan entre sí, los productores mismos están manejando su propio trabajo productivo.

Las dos formas de organización no se distinguen en que una se funda en una base tradicional e ideológica, y la otra en la base productiva material de sociedad. Los dos se fundan sobre la base material del sistema de producción, una en el sistema decadente del pasado, la otra en el sistema progresivo del futuro. Ahora mismo estamos en el periodo de transición, el tiempo del capitalismo avanzado y los comienzos de la revolución proletaria. En el capitalismo avanzado el viejo sistema de producción ha sido ya destruido en sus fundamentos; la extensa clase de productores independientes ha desaparecido. La parte principal de la producción es el trabajo colectivo de extensos grupos de obreros; pero el mando y la propiedad han permanecido en manos privadas. Este estado contradictorio es mantenido por los fuertes coeficientes de poder de los capitalistas, especialmente el poder estatal ejercido por los gobiernos. La tarea de la revolución proletaria es destruir este poder estatal; su contenido real es la apropiación de los medios de producción por los obreros. El proceso de la revolución es una alternación de acciones y derrotas que construyen la organización de la dictadura proletaria, que al mismo tiempo es la disolución, paso a paso, del poder estatal capitalista. Por lo tanto este es el proceso de reemplazo del sistema de organización del pasado por el sistema de organización del futuro.



Philippe Bourrinet.

Los Consejos Obreros en la teoría de la Izquierda
Comunista holandesa y alemana

Los consejos obreros se convierten por una vez en la naturaleza
De toda la humanidad sobre la Tierra
Así como en un gran manojo de flores
El mayor rayo de sol contemplado juntos.
Son lo más supremo del ser acabado en común
Son la supresión del ser solitario,
En cada hombre, mujer y tierno niño
La humanidad encuentra su única meta.
Los consejos obreros son luego como la luz
Son la verdad y la fuente de la verdad
Son la consolidación en un gran todo
De la humanidad, el nudo del trabajo,
Son la creación de la humanidad - ella es la luz.
(Herman Gorter, El Consejo Obrero).

La importancia decisiva de los Consejos Obreros para el Nuevo Movimiento Obrero, nacido de las ruinas de la Primera Guerra Mundial, se notaba aún antes de la ola revolucionaria de 1917-1921, que permitió crecer a estas organizaciones desde el enorme terremoto proletario en países tan diferentes como Alemania, Hungría, Austria y Rusia. Es en este último país donde aparecieron en 1905 los primeros Consejos Obreros, que bajo esa última forma de organización semejaban ser la forma final del primer autogobierno de los obreros desde la Comuna de París.

La contribución de la Izquierda holandesa, o más bien de la Izquierda holandesa-alemana, para la reflexión teórica sobre los Consejos Obreros, no sólo es un simple reconocimiento de esta forma de praxis revolucionaria del proletariado. Contiene inicialmente el reconocimiento del factor espiritual, es decir, del factor conciencia, para dar vida a las formas de lucha del proletariado.

Inicialmente, sin ninguna filosofía de la acción, el proletariado deberá ser incapaz de emanciparse. Los factores objetivos (los de la crisis), los de la organización (los sindicatos y el partido) de minorías dirigentes, no bastaban. Estaba ausente un factor esencial: el factor de las masas, animado por la conciencia de su objetivo revolucionario.

“ El partido, los consejos y la revolución."¿Masas o jefes?"

La guerra y la Revolución de los consejos en Rusia, Alemania y Hungría modificarán y enriquecerán la concepción de la izquierda holandesa. Básicamente, la revolución en Rusia planteó exclusivamente la cuestión del detentamiento real del poder por los Consejos Obreros, y así del antagonismo entre el partido que supuestamente los representa (el partido bolchevique o cualquier otro partido) y estos últimos. La sustitución total del poder de los consejos por la dictadura del partido al servicio del capitalismo del Estado a partir de marzo de 1918 (y antes aún) planteó claramente la cuestión del papel de los partidos revolucionarios en los consejos. La Izquierda alemana, representada por el KAPD y las Uniones Obreras (AAU y AAU-E) en Alemania encarnó en la práctica esta tendencia radical que puso al frente el papel de los Consejos Obreros como formas inalienables del poder proletario. Las Uniones representaban al núcleo económico-político de los obreros radicales por la transformación de las organizaciones de lucha económica en cuerpos políticos de poder: los Consejos Obreros.

En la Izquierda comunista alemana y holandesa, había, no obstante, una gran importancia otorgada al papel del partido, antes como durante la revolución. Opuesta al bolchevismo, que predicaba la dictadura del partido en lugar de la "dictadura del proletariado" ejercida por la clase obrera en conjunto agrupada en los Consejos Obreros, la Izquierda holandesa-alemana replicó en 1920 con los escritos de Gorter y Pannekoek, Replica al camarada Lenin, y Revolución mundial y tácticas comunistas de Pannekoek.

Un Partido comunista que actúa en el movimiento de los consejos tenía otra finalidad, muy diferente de la asignada por los partidos bolchevique y socialdemocrático. Haciendo suya de nuevo la concepción de Rosa Luxemburgo, los teóricos holandeses afirmaron que los comunistas "planean preparar su propia declinación" (61) en la sociedad comunista.

El Partido comunista podría ser sólo una herramienta de la revolución, aun cuando juega un papel decisivo en la cristalización de la mentalidad y la actividad revolucionarias del proletariado:

"El partido tiene la tarea de propagar por adelantado el conocimiento claro, de modo que surjan dentro de las masas, en esos momentos, los elementos capaces de saber lo que es aconsejable hacer y juzgar la situación por sí mismos. Y, durante la revolución, el partido debe establecer el programa, las consignas y las directivas que las masas, actuando espontáneamente, reconozcan correctas, porque encuentran allí, de una forma cumplida, su propio objetivo revolucionario y llegan, gracias a ellas, a ver las cosas más claramente." (62)

La función del partido no era, de este modo, solamente elaborar el programa; su función era una función activa de propaganda y agitación. Aun cuando las masas obreras se alzen espontáneamente, el partido no era espontaneista; no podía aceptar ciegamente cualquier acción espontánea de los obreros. El partido no se disolvía en la masa sino en una vanguardia lúcida y valiente mediante sus consignas y directivas. Sólo en esta acepción el partido dirigía y "conducía la lucha". Este papel de "dirección" no era el de un personal que mandaba a la clase obrera como a un ejército, la concepción teorizada tanto por el bolchevismo como por la socialdemocracia. La revolución no era decretada, sino que era "espontáneamente" "la obra de las masas mismas". Si ciertas acciones del partido podían ser un punto de partida de la revolución –"eso no llega sino raramente"– el factor decisivo era el autodesarrollo de la conciencia de clase que emergía en forma de acciones espontáneas. "Los factores psíquicos profundamente escondidos en la inconsciencia de las masas" dan una aparente espontaneidad a la actividad revolucionaria. La función del partido era precisamente "actuar y hablar siempre para despertar y fortalecer el conciencia de clase de los obreros" (Subrayado por Gorter). (63)

Esta función del partido determinaba la estructura y el modo de operar de la organización comunista. En lugar de reunir masas enormes, con el riesgo de un endulzamiento de los principios e incluso de una gangrena oportunista, el partido tenía que seguir siendo "un núcleo tan resistente como el acero, tan puro como el cristal". Esta idea de un partido-núcleo implicaba una selección rigurosa de los militantes. Pero la Izquierda holandesa-alemana no predicaba las virtudes del aislamiento y la minoría:

" Si... nosotros tenemos el deber de permanecer siendo aún durante un tiempo una pequeña minoría, no es porque apreciemos esta situación con una predilección particular, sino porque debemos soportarla antes de volvernos más fuertes".

De una manera bastante torpe, Gorter –al precio de una argumentación paradójica– cae en unas polémicas vanas contra el Ejecutivo de la Comintern, que juzgaba a la Izquierda comunista como "sectas":

"¿Una secta, entonces? dirá el Comité ejecutivo... Perfectamente, una secta, si usted entiende por ese término el núcleo inicial de un movimiento que demanda la conquista del mundo".

Siguiendo al KAPD, Gorter opuso "el partido de los jefes" al "partido de las masas", «dialéctica» que Pannekoek, por otro lado, se negó a adoptar. Está claro que toda la Izquierda comunista se había sobresaltado por la escisión en octubre de 1919, en Heidelberg, donde la minoría, maniobrando con una dirección del KPD que no era representativa, ejerció su dictadura sobre el partido, y expulsó al final a la mayoría del partido. Esta jefatura autodesignada, así pues Levi, Brandler y Clara Zetkin, se opusieron a la voluntad y la orientación política de las masas obreras del partido. Con "el partido de los jefes", la Izquierda quería decir el partido que no nutre su democracia interna, sino la dictadura de la camarilla, de arriba a abajo, adoptando la concepción de Lenin: "una partido de hierro" y "una disciplina de hierro". "El partido de las masas" –y no el partido de masas-, al contrario, debe construirse "de abajo hacia arriba" por los obreros revolucionarios del partido.

Gorter, Pannekoek y el KAPD no negaron la necesidad de un trabajo unitario en el partido, necesariamente centralizado y disciplinado. Gorter, que es presentado a menudo e injustamente como un Don Quijote, como el héroe de "la lucha contra los jefes", quería de hecho verdaderos jefes, verdadera centralización y verdadera disciplina en el partido:

"... nosotros estamos todavía buscando verdaderos jefes, que no busquen dominar a las masas y no las traicionen, y como durante mucho tiempo no los tendremos, queremos que todo se haga de abajo a arriba, y por la dictadura de las masas mismas... Eso también vale con respecto a la disciplina férrea y el centralismo fuerte. Nosotros también los queremos, pero sólo después de haber encontrado verdaderos jefes, no antes".

De hecho, de una manera intuitiva, Gorter desarrolló una idea que será la del conjunto de la Izquierda comunista internacional, la italiana incluida, después de la IIª Guerra Mundial. En los partidos revolucionarios, no surgieron más «grandes hombres», como en la IIª y IIIª Internationales, que tuviesen un peso aplastante hasta el punto de dominar la organización entera. La organización revolucionaria se volvió más impersonal y más colectiva. Gorter notó este hecho en 1920, en un país tan desarrollado como Alemania:

"¿No ha notado, camarada Lenin, que no hay «grandes» jefes en Alemania? Todos son hombres muy ordinarios."

La existencia de «grandes hombres» en el movimiento y la personalización de este último (Leninismo, Trotskismo, Luxemburgismo, Bordigismo) era de hecho una señal de debilidad y no de fuerza. Caracterizaba a los países económicamente subdesarrollados –donde la conciencia y la madurez del proletariado permanecen en un estado embrionario, de lo cual la necesidad de «jefes carismáticos» para equilibrar esta debilidad. En los grandes países capitalistas, las tradiciones históricas de lucha aportan una conciencia de clase mucho más elaborada y estructurada. La importancia de los «jefes» es inversamente proporcional a la conciencia real de las masas obreras.

Las nuevas tácticas del proletariado

El triunfo de los Consejos Obreros a una escala mundial requería una completa inversión de la praxis anterior del proletariado, la socialdemocracia y el bolchevismo incluidos.

Para la Izquierda holandesa, las tácticas del Comintern en Occidente eran demasiado «rusas» y, así, inaplicables. Las tácticas de Lenín "sólo podrían llevar al proletariado occidental a su pérdida y a derrotas terribles". Contrariamente a la revolución rusa, que había sido construida sobre la revuelta de los campesinos pobres, la revolución en Occidente sería más puramente proletaria. El proletariado en los países avanzados no tenía aliados potenciales, ni los granjeros ni la pequeñaburguesía urbana. Sólo podría contar con su número, su conciencia y su propia organización. El proletariado estaba solo enfrentandose con todas las demás clases.

"Los obreros en Europa occidental están completamente solos. ...en suma, sólo una capa muy reducida de pequeñoburgueses pobres les ayudará. Y esta es económicamente insignificante. Los obreros tendrán que llevar todo el peso de la Revolución. Aquí está la gran diferencia con Rusia". (64)

Lo que era evidente sobre el terreno social, todavía era más verdadero a nivel político. Las fuerzas políticas que representaban las diversas tendencias e intereses de los estratos burgueses y pequeñoburgueses ya no estaban divididas sino unidas contra el proletariado. En la era del imperialismo, "las diferencias entre clericales y liberales, conservadores y progresitas, clase alta y pequeñaburguesía, están desapareciendo". Eso fue confirmado por la guerra imperialista, y más aun por el proceso de la revolución. Al proletariado unido en la revolución se le enfrentó la unión de todas las fuerzas burguesas y pequeñoburguesas:

"Unidos contra la revolución y así, de hecho, contra todos los obreros, porque sólo la revolución puede realmente mejorar la situación de todos los obreros. Contra la revolución todos los partidos concuerdan en lugar de dividirse".

Por consiguiente, la Izquierda comunista rechazó cualquier posibilidad "táctica" de formar un frente unitario con estos partidos, incluso "izquierdistas"; rechazó la idea de "gobiernos obreros" recomendada por el KPD (S) y Lenín.

El nuevo periodo histórico, el de las guerras y las revoluciones, borró las "diferencias" y "desacuerdos" entre los partidos burgueses y los socialdemócratas:

"Indudablemente, uno debe decir que estas diferencias entre los socialdemócratas y los burgueses se redujeron a casi nada durante la guerra y la revolución, y que normalmente desaparecieron".

Cualquier "gobierno obrero" –como subraya Pannekoek- es esencialmente contrarrevolucionario. "Buscando impedir por todos los medios que la brecha no socave el flanco del capitalismo, y que el poder de los obreros no sea desarrollado, se comporta como un agente contrarrevolucionario activo. El papel del proletariado no es sólo combatirlo, sino también invertirlo para establecer un verdadero "gobierno comunista".

Ese análisis de la Izquierda a cerca de la naturaleza de los partidos socialdemócratas está todavía marcado por algunas vacilaciones. A veces la socialdemocracia aparece como el ala izquierda de la burguesía, a veces como un "partido obrero". Las tácticas de la Izquierda holandesa no aparecen en Gorter muy claras: ningún apoyo a la Socialdemocracia, ala derecha y ala izquierda incluidas, en las elecciones, sino llamar a la acción común: "por la huelga, por el boicot, por la insurrección, las batallas callejeras y sobre todo por los Consejos Obreros, por las organizaciones de fábrica. También podría establecerse un Frente Unitario, "empezando por los cimientos" y "en la acción", con estas organizaciones.

El cambio histórico del periodo modificó profundamente la táctica del proletariado europeo occidental. Esta fue simplificada, tendiendo directamente a la toma revolucionaria del poder. Eso no significa que la revolución proletaria será más fácil en occidente que en un país subdesarrollado, como Rusia. Al contrario, será más difícil: enfrentando un "capitalismo poderoso", "los esfuerzos requeridos de las masas por la situación todavía mayores que en Rusia". Estos factores objetivos (la fuerza económica del capital, la unión de todas las clases contra el proletariado) pesa poco, sin embargo, en contraste con el retraso de las condiciones subjetivas de la revolución. La Izquierda holandesa subrayó el enorme peso de la ilusión democrática en el proletariado. La herencia "democrática" es el factor principal de inercia dentro del proletariado. Esta es la diferencia principal con la revolución rusa. Pannekoek lo expresó en estos términos:

"En estos países, el modo burgués de producción, y la cultura ilustrada que está vinculada a él desde hace siglos, impregnaba en profundidad la manera de sentir y de pensar de las masas populares."

El modo proletario de pensar está distorsionado por esta "cultura" cuyas expresiones más típicas son el individualismo, el sentimiento de adherencia a una "comunidad nacional", la veneración de fórmulas abstractas como la "democracia". El poder de las posiciones anacrónicas de la Socialdemocracia, la creencia ciega –revelando una falta de confianza en sí mismo– del proletariado en "jefes que, durante décadas, habían personificado la lucha, el objetivo revolucionario", y finalmente, el peso material y moral de las viejas formas de organización, "gigantescas máquinas creadas por las masas mismas": múltiples factores negativos que consolidan la "tradición burguesa".

Se sigue que la cuestión fundamental en los países desarrollados de Europa occidental es la ruptura con la ideología burguesa, disfrazada en la "eterna tradición espiritual". Ésta, mientras es presentada como "cultura", es "un factor de infección y de parálisis" de la acción de masas. La contradicción entre la inmadurez del proletariado, también acostumbrado a pensar en los términos de la ideología, y la madurez de las condiciones objetivas (el derrumbamiento del capitalismo) "sólo puede resolverse por el propio proceso de desarrollo revolucionario", mediante "la experiencia directa de la lucha".

Las tácticas seguidas por el proletariado durante el periodo revolucionario deben adaptarse necesariamente "a la fase evolutiva alcanzada por el capitalismo". Los métodos y las formas de lucha cambian, dependiendo de "cada fase" de la evolución capitalista. El proletariado debe así "superar la tradición de las fases precedentes", en primer lugar la sindicalista y la parlamentaria.

La cuestión de los sindicatos. –¿Sindicalismo revolucionario o organizaciones unitarias del proletariado?

Contrariamente a los anarquistas, Gorter y Pannekoek no rechazaron para cualquier periodo y por principio las tácticas parlamentarias y sindicales. Desde 1914, ya no son consideradas "las armas de la revolución" (Gorter). Los parlamentos y los sindicatos expresan desde ahora "el poder de los jefes" sobre "las masas". Terminología algo "idealista", retrayéndose de la cuestión fundamental: ¿es el funcionamiento interno –los "jefes"– o la estructura de los sindicatos lo que se vuelve inadecuado para la lucha revolucionaria?

En La enfermedad infantil del comunismo, Lenin afirmaba que era necesario por todos los medios, incluso mediante los menos reconocidos, penetrar con fuerza en los sindicatos para conquistarlos. Los insertó en el mismo plan que el movimiento Zubatovista (65) en 1905, al que se adherieron los obreros rusos:

"Es incluso necesario... usar -si se necesita- todas las estratagemas, todos los recursos, recurrir a trampas, disimular, ocultar la verdad, para el único objetivo de penetrar en los sindicatos, permanecer allí y llevar a cabo a cualquier coste la acción comunista." (66)

La réplica de la Izquierda holandesa ni fue moral ni moralizante -aunque rechazó cualquier política de subterfugios y mentiras-, sino histórica. La situación en 1920 ya no como la de 1905. Los sindicatos en Alemania, el país más representativo en Europa occidental, se pasaron al lado de la burguesía y ya no tienen naturaleza obrera, sino sangre en sus manos. No sólo los "malos" jefes, sino también las "bases" tomaron parte en la represión de la revolución (67):

"Los sindicatos son utilizados por los jefes y la masa de los miembros como armas contra la revolución. Es por su ayuda, su apoyo, a la acción de sus jefes, y en parte también por sus miembros, que la Revolución ha sido asesinada. Los comunistas ven a sus propios hermanos acribillados con la ayuda de los sindicatos. Las huelgas en favor de la revolución son rotas. ¿Usted cree, camarada, que es posible que los obreros revolucionarios permanezcan luego en tales organizaciones?"

Durante la época revolucionaria, ya no hay sindicatos "apolíticos" o "neutros", que estuviesen satisfechos con acciones económicas en favor de sus miembros. "Cada sindicato, incluso cada agrupamiento obrero, juega un papel político de partido a favor o en contra de la revolución". Contrariamente a la Izquierda "bordigista" italiana, que recomendaba un "Frente unitario sindical", rechazando cualquier clase de "Frente político unitario", la Izquierda holandesa se negó a cualquier forma de "frentismo".

Los sindicatos, al principio "organizaciones naturales para la unificación del proletariado", se habían transformado gradualmente en organizaciones antiobreras. Su burocratización, donde el aparato de representantes oficiales gobierna sobre los obreros, equivale casi a una fusión con el Estado. Los sindicatos se comportan como el Estado Capitalista mientras rompiendo con sus "leyes" (reglas, estatutos) y por la fuerza cualquier revuelta contra su "orden":

"Los sindicatos también asemejan al Estado y a su burocracia en que, a pesar de un funcionamiento democrático, las bases no tienen ningún medio para imponer su voluntad a los dirigentes; un hábil sistema de reglas y estatutos sofoca, de hecho, la menor revuelta antes de que pueda amenazar los reinos superiores."

Como el Estado Capitalista, los sindicatos no han que ser conquistados, sino destruidos. Cualquier idea de reconquistar los sindicatos y transformarlos en cuerpos comunistas no puede ser sino la peor ilusión reformista -Gorter compara en varias ocasiones a Lenin con Bernstein-. Desarrollar una oposición en los sindicatos –de acuerdo con las tácticas de Lenin– que fuese comunista era un sin sentido, porque "la burocracia puede maniobrar perfectamente para suprimir una oposición antes de que esta última la amenaze". En la asunción absurda de que la oposición se apropiaría del aparato de dirección echando a los "malos" jefes, lo que esta haría sería actuar exactamente como esos últimos:

"Reemplace, en los viejos sindicatos, la burocracia anterior por sangre nueva y, en poco tiempo, usted verá a ésta adquiriendo también el mismo carácter, que lo promoverá, lo desarrollará, lo desligará de las masas. El 99 por 100 de ellos se convertirán en tiranos, al lado de los burgueses". (68)

No es tanto que el contenido de la organización sindical lo que es malo ("malos" jefes y "aristocracia obrera" en la concepción de Lenín), sino la forma de organización, que "reduce a las masas a la impotencia". La revolución no es, de este modo, una cuestión de inyectar nuevos contenidos revolucionarios en las viejas formas de organización del proletariado. No existe, en la concepción de la Izquierda comunista, una forma alienada de sus contenidos revolucionarios. La forma no es indiferente (69). En este sentido, la revolución es también una cuestión de forma de organización, así como es una cuestión del desarrollo de la conciencia de clase, de su contenido mismo.

Esta forma toma figura sólo en los Consejos Obreros que ascienden en un periodo revolucionario, o, más exactamente, en las organizaciones de fábrica. Aquéllos superan la exclusividad de las viejas uniones de gremio y oficio y aparecen como la única forma de unificación de la clase obrera. Sus representantes (Obleute), contrariamente a los sindicatos, son constantemente revocables. La Izquierda holandesa, en este punto, sigue el ejemplo ruso, dónde los Consejos de Fábrica y no los sindicatos llevaron a cabo la revolución. Sin embargo, ciertas aserciones de la Izquierda holandesa dejan a flote ciertas ambigüedades y muestran una falta de coherencia**:

¨ mientras predicaban la destrucción de los sindicatos, afirmaban que los consejos proporcionarían "las bases de sindicatos nuevos";

¨ confunde la Unionen alemana (Allgemeine Arbeiter-Unionen, Unión General Obrera) con los Consejos de Fábrica, que crecen dentro de los Consejos Obreros. Las Uniones eran además organizaciones de naturaleza política***, reconociendo la necesidad de la revolución y de la dictadura del proletariado ejercidas por los Consejos Obreros.

¨ seguía siendo "obrerista" y predicaba una forma de "fabriquismo" dónde la fábrica estaba en el centro de toda la vida social: "la revolución en Occidente no puede organizarse sino sobre la base de las fábricas y en las fábricas"; no se han aproximado a la formación de organizaciones territoriales que hiciesen añicos el marco de la fábrica.

Sobre estas cuestiones, la Izquierda holandesa no fue a las raíces del problema del sindicato, y por tanto a las de la formación de los Consejos Obreros. ¿Era verdad que el "declive del capitalismo" –proclamado por el Comintern– haría imposible reformas duraderas? ¿Eran éstas –obtenidas en el siglo XIX por los reformistas–, todavía posibles desde la guerra? Organizaciones puramente económicas y reivindicativas podrían abandonar sus objetivos de clase, bajo la presión del Estado, y ser llevadas a la colaboración de clases. O, en el mejor de los caos, desaparecerían, como las Uniones. ¿Era posible, por último, establecer organizaciones reivindicativas permanentes? Mucho después, la Izquierda holandesa-alemana rechazó cualquier posibilidad de una organización reivindicativa permanente.

4. ¿Economía Política o política económica de la Revolución?

Mientras rechazaban como negativas las lecciones políticas de las Revoluciones rusa y alemana, junto a su rechazo finalmente de la necesidad de una organización política -por la obsesión del sustitucionismo-, los Comunistas de Consejos Holandeses vieron en la futura revolución en primer lugar una cuestión económica. Los consejos parecían ser más organizaciones económicas de administración de fábrica que cuerpos de decisión y control sobre la política económica.

Las vías de la revolución proletaria: de los comités de lucha a los Consejos Obreros

La revolución proletaria se establecería por el alzamiento de los Consejos Obreros, reuniendo al conjunto del proletariado. Pero esto era alrededor de la última fase de un proceso largo y contradictorio que necesitaba del estallido de huelgas económicas. Ésas eran necesariamente "huelgas salvajes" contra los sindicatos. Esta posición ha sido siempre desarrollada y repetida desde su nacimiento por el GIC, apenas desviado de la de la Izquierda Comunista italiana en los años treinta (70). Como esta última, pero de un modo mucho más audaz, el GIC dio una gran importancia a la generalización de las luchas económicas bajo la forma de huelgas de masas.

Pero, a diferencia de los "Bordigistas" italianos y belgas, insistió particularmente en la autoorganización de las huelgas salvajes. Esta autoorganización requería necesariamente la formación de "comités de lucha" (strijdcomites) elegidos, revocables por el conjunto de los obreros en lucha (71). Estos, siguiendo el ejemplo alemán durante y después de la Iª Guerra Mundial, eligieron directamente "representantes responsables" dentro de las asambleas generales de huelguistas. Todos los obreros, cualquiera que fuese su filiación política y sindical, podrían tomar parte en estos "comités de lucha" para llevar a cabo una verdadera "unidad de clase". Tales comités, a menos que traicionasen su función de unificación transformandose en nuevos sindicatos, eran órganos no permanentes: emergían y desaparecían con la propia lucha. Sólo en un periodo revolucionario podrían nacer y desarrollarse verdaderas organizaciones permanentes, unidades que agruparían a todo el proletariado: los Consejos Obreros. Estos consejos, no obstante, y a pesar de su formación espontánea, no emergen de la nada, por generación espontánea.

Los "precursores" de la autoorganización "unificada", que preparan la "organización de la clase", nacían inevitablemente antes de la explosión de luchas de masas. Estas organizaciones, en cierta magnitud "embriones" de los consejos, no eran otras que los "núcleos de propaganda", integrados por obreros combatientes, organizando y haciendo agitación para las próximas luchas de masas. Pero, en ningún caso, tales "núcleos de propaganda" podrían autoproclamarse organización unitaria (Einheits-organisatión): "...El núcleo de propaganda no es por sí mismo la organización de la clase" (72).

Tales núcleos de propaganda, obviamente, formaban "grupos obreros" sin una verdadera línea que los guiase, aunque defendiendo una opinión en la lucha de la clase. Pero, en la práctica, el GIC parecía confundir los "grupos de opinión", que constituían los "grupos de trabajo" en la teoría de los holandeses, con estos grupos obreros. A esto siguió, de esta manera, una confusión desconcertante entre organizaciones obreras y organizaciones revolucionarias.

Para pasar por encima de esta contradicción, el GIC negó a los "grupos de opinión", así como a los "núcleos de propaganda", un papel político en las luchas económicas obreras. Para Pannekoek, era inútil que estos grupos llevasen a cabo una lucha política para dirigir las huelgas y las demostraciones de los obreros, contra los otros grupos o partidos, aun cuando aquéllos actuaban desde el interior, en la fábrica, contra la autoorganización de los obreros. Para él, la cuestión era evitar la ruptura de la "unidad de la clase" por confrontaciones políticas inútiles:

"El Comunismo de Consejos considera a todos los obreros como una unidad de clase, más allá de las demarcaciones de las organizaciones. No entra en la competición con estas organizaciones... El Comunismo de Consejos no dice a los obreros que son miembros de partidos y organizaciones: déjalos y ven conmigo". (73)

Esta visión, donde la organización comunista consejista estaba rigurosamente separada de la lucha de los obreros, tuvo consecuencias prácticas. Por ejemplo, en la lucha de los desempleados en los Países Bajos, donde el GIC intervino, este dio como consigna, cuando se formaron los comités de desempleados (Comités de Lucha): "apartaos de todos los sindicatos y partidos políticos". (74)

Para el "Consejismo" holandés, esto sería lo mismo en un periodo revolucionario. Los Consejos Obreros serían formados desechando cualquier acción de los partidos revolucionarios dentro, para ser capaces de llevar a cabo sus tareas económicas de transformación de la sociedad. Habría una separación radical entre la creación de grupos revolucionarios "formando una organización independiente de obreros revolucionarios en grupos de trabajo que funcionasen libremente" (Canne-Meijer, op. cit.) y la "(organización) independiente de las masas obreras en Consejos Obreros" (idem) (75). La acción de los grupos revolucionarios estaría limitada a apoyar las tareas económicas de los consejos obreros.

La transformación de la economía, del Capitalismo al Comunismo. Los Grundprinzipien (Principios Fundamentales de Producción y Distribución Comunistas, GIK).

La cuestión del periodo de transición –después de la toma del poder por los Consejos Obreros- hacia el Comunismo siempre fue abordada por los comunistas de consejos alemanes y holandeses bajo un ángulo estrictamente económico. La degeneración inmediata de la Revolución rusa después de octubre del 17 y la evolución de la Rusia "soviética" hacia el capitalismo del Estado mostró, según la concepción del GIC, la bancarrota de la "política". El factor económico, la administración de la nueva sociedad por los consejos, había sido demasiado minimizado. La tradición de la "política", en la que la "dictadura del proletariado" era concebida como una dictadura política sobre el conjunto de la sociedad, había relegado a un segundo plano las tareas económicas cruciales del proletariado. Esta idea fue expresada con particular claridad por el mismo Pannekoek:

"La tradición significa dominación de la economía por la política... lo que los obreros tienen que realizar es la dominación de la política por la economía". (76)

Esta visión era exactamente el reverso de la de los grupos revolucionarios de los años treinta, tal como la Izquierda Comunista italiana, que había abierto la discusión teórica sobre el periodo de transición (77).

Uno no encontrará en el GIC –contrariamente a las Izquierdas italiana y alemana (78)–, reflexiones teóricas sobre la cuestión del Estado durante el periodo de transición. La relación entre el nuevo Estado del periodo de transición, los partidos revolucionarios, y los Consejos Obreros nunca fue tocada, a pesar de la experiencia rusa. Uno no encontrará nada de nada a cerca de la relación entre una Internacional revolucionaria y el Estado –o los Estados– en los países donde el proletariado hubiese tomado el poder político. Por último, las complejas cuestiones de la "violencia proletaria" (79) y la guerra civil en el periodo revolucionario nunca se plantearon. Para el GIC, parece que no hay ningún problema en la existencia de un Estado -o semi-Estado- durante el periodo de transición hacia el Comunismo. Su existencia, incluso su caracterización ("Estado proletario" o "plaga" que el proletariado hereda) nunca se propone. Estos problemas están completamente ausentes.

El texto principal del GIC sobre el periodo de transición, los Principios fundamentales de producción y distribución comunista, aborda solamente los problemas económicos de este periodo.

El punto de partida del GIC es que el fracaso de la Revolución rusa y la evolución hacia el capitalismo del Estado sólo podría explicarse por la ignorancia, sino por la negación, de la necesidad de transformar la nueva sociedad económicamente. Esta interpretación errónea era de sentido común en el conjunto del movimiento obrero. Pero, de una manera paradójica, el GIC reconoció el papel fundamental de la experiencia rusa, permitiendo hacer progresar la teoría marxista:

"Con respecto a la industria, Rusia intentó construir una estructura económica de acuerdo con los principios comunistas... y fracasó completamente... Es en la escuela de la práctica de la Revolución rusa con la que estamos endeudados para poder progresar, para ser capaces de apreciar lo que significaba el derecho de tener un aparato de producción, cuando está en las manos de una dirección central". (80)

Para los comunistas de consejos holandeses, la "dictadura del proletariado" resultaría inmediatamente en la "asociación de productores libres e iguales". Los obreros, organizados en los consejos en las fábricas, tenían que tomar todo el aparato de producción y hacerlo funcionar para sus propias necesidades, como consumidores, y sin consultar a una autoridad central, de tipo oficial, cuya finalidad es la perpetuación de la desigualdad en la sociedad. Uno evitaría así que el "comunismo de Estado", establecido durante el periodo del Comunismo de Guerra, de 1918 a 1920, se transformase inevitablemente en capitalismo de Estado para que las necesidades de la producción se antepusiesen a las de los obreros productores-consumidores. En la nueva sociedad, dominada por el poder de los consejos y no por el Estado de un partido centralizado, la remuneración salarial –fuente de cualquier desigualdad y de cualquier explotación de la fuerza del trabajo– será abolida.

Finalmente, para el GIC, los problemas del periodo de transición eran muy simples: los productores tenían que controlar y distribuir el producto social, de una manera igualitaria para cada uno de ellos y mediante una autoridad ejercida "de abajo a arriba". El proceso del periodo de transición, desde 1917, no fue puramente político, bajo la forma de la extensión de la revolución proletaria a todo el mundo, sino económico, por medio de un incremento del consumo obrero, inmediata e igualitariamente organizado por los Consejos de Fábrica. El único verdadero problema del periodo de transición sería, de acuerdo con el GIC, la relación entre los productores y sus productos:

"El proletariado subraya el carácter fundamental de la relación del productor con su producto. Esto y sólo esto es el problema central de la revolución proletaria."

Pero, ¿cómo llegar a una "distribución" igualitaria del producto social? Esto, obviamente, no podría surgir de las simples medidas de naturaleza jurídica: la nacionalización, la "socialización", cualquier forma de nacionalización de la propiedad privada. La solución, según el GIC, estaba en el cálculo de los costes de producción de las fábricas en términos de tiempo de trabajo, comparándolo con la cantidad de los bienes sociales creados. Por supuesto, según la productividad respectiva de las fábricas, para el mismo producto las cantidades de trabajo necesario para su fabricación era desigual. Para resolver este problema, era suficiente calcular el medio tiempo social de producción de cada producto. La cantidad de trabajo de las fábricas más productivas, excediendo del promedio social, sería versada en unos Fondos Comunes; se tendría cuidado de ella para elevar el "nivel" de las fábricas menos productivas. Simultáneamente, se usaría para introducir el progreso tecnológico necesario para desarrollar la productividad de las fábricas de una rama dada, para disminuir el medio tiempo de producción.

Los organización del consumo dependía del mismo principio de contabilidad. La contabilidad social general, gracias a la documentación estadística establecida por los productores-consumidores organizados como consejos y cooperativas, calculan los factores de consumo. Después de deducir –el reemplazamiento del aparato de producción obsoleto, las mejoras técnicas, los fondos de seguridad social para los no son aptos para trabajar, las catástrofes naturales, etc.– habría una distribución igual de las reservas sociales de consumo para cada consumidor. A las condiciones iguales de producción, aseguradas por el cálculo del tiempo social medio de trabajo, corresponderían generalmente las condiciones iguales para todos los consumidores individuales. Gracias a este sistema de contabilidad social, se acabaría con la ley del valor: los productos no circularían ya en base a su valor de cambio usando el patrón monetario universal. En suma, con la construcción de un centro estadístico y contable "neutral", no desligado de los consejos, independiente de cualquier grupo de personas o de cualquier autoridad de naturaleza central, la nueva sociedad escaparía al peligro de la formación de una burocracia parasitaria, que rapiñaría una parte del producto social.

Los Grundprinzipien de los comunistas de consejos holandeses tenían el mérito de enfatizar la importancia de los problemas económicos durante el periodo de transición del capitalismo al comunismo, cuando habían sido poco discutidos en el movimiento marxista. Sin un incremento real y continuado del consumo de la clase obrera, la "dictadura proletaria" no tendría ningún sentido y la perspectiva del comunismo sería un deseo piadoso.

Pero el texto del GIC sufría de un cierto número de debilidades, a las que no escaparon otros grupos revolucionarios (81).

Los Grundprinzipien se acercaron, de hecho, a la fase avanzada del comunismo, donde la administración de los hombres cedía su lugar "a la administración de las cosas", según el principio de "todos según sus necesidades, todos según sus posibilidades" (Marx). El GIC concibió como inmediatamente posible -al momento en que los Consejos Obreros tomasen el poder en cualquier país– la construcción del comunismo en su forma más avanzada. Empezaba a partir de una situación ideal, donde el proletariado victorioso se había apropiado del aparato productivo correspondiente a países altamente desarrollados, sin haber sufrido el gran mal de la guerra civil (destrucción, parte de la producción dedicada a las necesidades militares); donde, además, ningún problema campesino se erguía en el camino a la socialización de la producción, una vez que, según el GIC, la producción agrícola ya había sido completamente industrializada y socializada (82). Finalmente, ni el aislamiento de una o varias revoluciones proletarias, ni el arcaísmo de la pequeña producción agrícola pequeña, constituían el mayor obstáculo para fundar el comunismo: "Ni la ausencia de revolución mundial ni el desajuste del minifundismo individual para la gestión estatal pueden sostenerse como responsables del fracaso de (la Revolución rusa)..." en el campo económico. (83)

Así, el GIC se alejó de la visión de Marx sobre el periodo de transición, que distinguió dos fases: una fase inferior, la del socialismo donde "la administración de los hombres" determina una política económica "proletaria", en una sociedad todavía dominada por la escasez, y una fase superior, la del comunismo, donde la sociedad sin clases librada de la ley del valor disfrutaría de un desarrollo libre de las fuerzas productivas a una escala mundial. Pero incluso en la fase inferior del periodo de transición, dominada aún por la ley del valor y la existencia de clases reaccionarias, el marxismo puso el acento en que la condición de cualquier transformación económica socialista descansaba en el triunfo de la revolución mundial. El comienzo de cualquier transformación económica real de la nueva sociedad, todavía dividida en clases, necesitaba en primer lugar la seguridad política de la contraposición del proletariado a las otras clases.

La visión "economista" del GIC podría explicarse por una ignorancia del problema del Estado –denominado por Marx "semi-Estado"– durante el tiempo de dictadura del proletariado, al principio del periodo de transición. Este "semi-Estado" constituía una amenaza real para el poder proletario; reagrupando los estratos no proletarios y las anteriores clases poseedoras. En la teoría marxista, era un factor de conservación social: "este poder, surgido de la sociedad, pero situándose por encima de ella, y alienándose cada vez más de ella, es el Estado" (Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado). (84)

La teoría del GIC sobre el periodo de transición realmente podría parecer bastante cercana a la teoría anarquista, que niega la existencia de un Estado y así de una lucha política por la dominación de la nueva sociedad. El papel técnico otorgado por el GIC a los obreros, responsables de la contabilidad del tiempo medio de trabajo social de la producción, era una negación implícita de su papel político.

Como en la teoría anarquista, el GIC parecía dar una forma automática y casi natural a la construcción de una sociedad comunista. Esta no era el resultado de un proceso contradictorio y a largo plazo de lucha de clases por la dominación del "semi-Estado", contra los estratos sociales conservadores, sino el producto de un desarrollo lineal y armonioso, y casi matemático. La armonía matemática de la contabilidad del tiempo de trabajo era una garantía de la armonía de la sociedad comunista. Esta visión no está tan lejos de la de los utópicos en el siglo XIX, particularmente el de la "armonía universal" de Fourier (85).

La debilidad última de los Grundprinzipien descansaba en la contabilidad misma del tiempo de trabajo, incluida en una sociedad comunista desarrollada, no sufriendo ya más escasez. Económicamente, este sistema podría reintroducir la ley del valor, dando un valor contable y no un valor social al tiempo de trabajo necesario para la producción. El GIC se oponía así a Marx, para quien la norma de medida en la sociedad comunista no era el tiempo de trabajo sino el tiempo disponible (86), el tiempo libre disponible.

En segundo lugar, la existencia de una contabilidad "neutra" y del denominado centro técnico de contabilidad no ofrecía garantías suficientes para la edificación del comunismo. Este "centro" podría, finalmente, tener como objeto sólo la acumulación de las horas de trabajo social, recortando mientras los requerimientos de consumo y el tiempo disponible de los productores-consumidores, y también alienándose él mismo más y de la sociedad. "Hasta los cimientos", si de aquello se deriva que los productores ignoren más y más el control de este "centro" y la organización social en general, lo que podría convertirse inevitablemente en una transferencia de las funciones ocupadas por los "cuerpos" dirigentes de los productores a algunas "autoridades técnicas". La negación de estos peligros potenciales por el GIC no quedaba sin consecuencias. Los Internacionalistas holandeses podían a partir de esto rechazar cualquier posibilidad de lucha, aún bajo el comunismo, surgiendo de los productores para la mejora de sus condiciones de trabajo. Parecía que el GIC rehusaba a considerar la posibilidad de una sociedad donde la lucha por mejores condiciones de trabajo no cesaría, donde "la distribución del producto social seguiría siendo una distribución antagónica" y donde finalmente la lucha por la distribución igual de los productos pudiera existir. ¿No era esto reintroducir la idea de que los productores-consumidores no podrían luchar contra sí mismos, incluyendo su "centro de contabilidad"?

De hecho, para el GIC el comunismo se asemejaba a una igualdad absoluta entre todos los productores. Esto se cumplía al comienzo del periodo de transición (87). Durante el periodo comunista, ya no había desigualdad natural (física, psíquica) en las esferas de la producción y del consumo. Sin embargo, una sociedad comunista podría definirse como la verificación de una "igualdad real en la desigualdad natural" (88).

Pannekoek y la transformación económica de la nueva sociedad

Pannekoek, a quien Canne-Meijer había pedido un prólogo al libro de Jan Appel en 1930 (89), era muy cauteloso con la idea de escribir un libro consagrado a las transformaciones económicas del periodo de transición. Estimándose a sí mismo "no demasiado familiarizado con estas cuestiones", le parecía al principio "algo utópico e irreal" deducir un esquema de un "plan" irreal. Luego, después de haber leído los Grundprinzipien, le pareció que "ganaban siendo conocidos" (90).

De hecho, la posición de Pannekoek en estas cuestiones fue expresada, casi 15 años más tarde en su libro Los Consejos Obreros (1946). No difiere de forma apreciable de las conclusiones teóricas de los Grundprinzipien, pero sigue siendo más moderado, más histórico.

Como los Grundprinzipien, Pannekoek consideraba justificado el sistema de contabilidad de las horas de trabajo: "...en el nuevo sistema de producción, los datos fundamentales son el número de horas de trabajo, que se expresa en unidades monetarias, en los primeros periodos, o en unidades reales" (91). Como el GIC, Pannekoek tiende a reducir los problemas económicos del periodo de transición a cuestiones técnicas y estadísticas: "La contabilidad general, que relaciona e incluye a las administraciones de las varias fábricas, agrupará a todas juntas en una tabla económica del proceso de la sociedad... la organización social de la producción encuentra en una buena gestión por medio de estadísticas y datos contables... que el proceso de producción está claramente expuesto para todos bajo la forma de una representación numérica simple y entendible."

Esta concepción de la gestión, determinada por una realidad estadística y no social, envuelve una organización administrativa de la nueva sociedad, una pura "administración de las cosas" bajo la forma de oficinas de contabilidad: "Una vez que la producción estaba organizada, la administración se convierte en una tarea, relativamente simple, de la red de oficinas de contabilidad, enlazadas entre sí.

Como el GIC, Pannekoek sólo tiene en cuenta "la fase superior del comunismo". Los Consejos Obreros, "la organización de la democracia real", la de los obreros, sólo tienen un papel de decisión al nivel de la producción, pero al nivel político no tienen ninguno. Los consejos, a causa de que "la política misma desaparece", no ocupan ninguna función gubernamental del poder. No hay ningún "gobierno de los consejos", como era la consigna durante el periodo revolucionario (1917-1921):

"Los consejos no son un gobierno; ni aún los consejos más centrales poseen un carácter gubernamental. No tienen ninguna manera de imponer su voluntad sobre las masas; no tienen órganos de poder". El aspecto del "mantenimiento de la ley y el orden" y del la "violencia de clase", típicos de cualquier estructura estatal, no podría estar en manos de un poder político central, sino en las de un poder social descentralizado: "Todo el poder social es puesto en manos de los obreros mismos. En todas partes donde es necesario el ejercicio del poder contra desórdenes o ataques contra el orden existente, éste emana de las comunidades obreras en las fábricas y permanece bajo su control".

Esta aserción de "un poder social" de las comunidades obreras muestra que Pannekoek no aborda en Los Consejos Obreros la cuestión del Estado y de las clases sociales -analizados sin embargo por Marx y Engels–. Parece, de hecho, que Pannekoek consideraba la existencia de un "semi-Estado " en la "fase superior" del comunismo, ejerciendo todavía una forma de violencia. ¿Si existían todavía "comunidades obreras" y en consecuencia clases –y no una sociedad sin clases de productores–, no es esta la admisión de que el Estado aún permanecería? ¿Aunque este Estado, denominado "social", es desplazado de los consejos a las comunidades, para ser descentralizado, no es eso admitir la existencia de un poder político de clase? Enfrentándose a estas cuestiones, Pannekoek no daba ninguna respuesta precisa. Parecería más bién que este último retrotrae los problemas de una verdadera sociedad comunista, "sin clases ni Estado", a los del periodo de transición propiamente, en la "fase inferior" del comunismo.

Los Consejos Obreros de Pannekoek critican implícitamente los Grundprinzipien en dos puntos esenciales:

· los inícios del periodo de transición del capitalismo al comunismo serán marcados por la escasez, la carestía de bienes, viendo que la economía arruinada por la guerra civil o por la crisis económica mundial, o por ambas al mismo tiempo, tendría que ser reconstruida (Pannekoek no da detalles precisos sobre eso). La Guerra y/o la escasez podrían jugar un papel dominante dentro de la economía. La igualdad y la justicia en la distribución de los bienes de consumo no se fundamentaría en una contabilidad correcta de las horas de trabajo, sino en el principio constreñido –pero "moral"– de trabajar obligatoriamente para la comunidad:

"Al principio del periodo de transición, considerando que debe levantarse una economía arruinada, el problema esencial consiste en la instalación del aparato de producción y en asegurar la existencia inmediata de la población. Es muy posible que bajo estas condiciones uno continúe distribuyendo los artículos alimentarios de modo uniforme, como siempre se hace en tiempos de guerra o de hambre, pero es más probable que en esta fase de reconstrucción, donde todas las fuerzas disponibles deben ocuparse completamente, y donde, es más, los nuevos principios morales del trabajo común toman forma sólo gradualmente, el derecho al consumo está ligado a la realización de tareas laborales. El viejo dicho popular "el que no trabaja no come" expresa un sentimiento instintivo de justicia."

· la contabilidad de la cantidad de horas de trabajo proporcionada por cada obrero no implicará un consumo individual de cada uno acorde a la suma de las horas de trabajo producidas por cada uno. La distribución de los bienes de consumo no está fundada en un principio de igualdad individual sino que todavía estará basada en un principio de desigualdad duradero. El consumo es un proceso social general, eliminando el control directo del productor sobre su producto:

"...Eso no significa que la totalidad de la producción se distribuirá de aquí en adelante a los productores, en proporción al número de horas de trabajo proporcionadas por cada uno, o, en otras palabras, que cualquier obrero recibirá en forma de productos el equivalente exacto del tiempo que pasó trabajando. De hecho, la mayoría del trabajo debe dedicarse a la propiedad común, debe usarse para mejorar y ampliar el aparato de producción... Es más, será necesario asignar parte del tiempo de trabajo total a las actividades improductivas, pero socialmente necesarias: la administración general, la enseñanza y los servicios de salud...".

El análisis de Pannekoek, a la luz de sus breves esbozos teóricos, aparece mucho más nutrido por las experiencias históricas concretas (la Revolución rusa y el Comunismo de Guerra), y menos marcado por cualquier forma de "utopismo" igualitario. Con el rechazo de un "derecho igual" en la distribución de los bienes de consumo, se muestra más cercano al de Marx en la Crítica del Programa de Gotha. Este enseña, de hecho, que una distribución igual basada en el tiempo de trabajo conllevaba al mismo tiempo nuevas desigualdades, dado que los productores difieren necesariamente los unos de los otros por sus habilidades laborales personales y también por su estado familiar y su capacidad física.

Sin embargo, como los Grundprinzipien, Los Consejos Obreros siguen encerrados en problemas técnicos y contables. El punto de vista sigue siendo "economista" –las cuestiones complejas del Estado y de la dominación política de la sociedad de transición por el proletariado nunca son abordadas, o lo son o muy brevemente. Desde un punto de vista económico, la cuestión decisiva de si la abundancia de bienes de consumo bajo el comunismo haría inútil cualquier cálculo del tiempo de trabajo individual es completamente ignorado. De un modo realmente tan simple, las cuestiones de la perpetuación de las formas monetarias y de la productividad social son francamente dejadas a un lado.

¿Es debido a la dificultad de diseñar una sociedad basada no en la escasez sino en la abundancia? Por último, la relación entre el comunismo y la naturaleza, la cuestión crucial de su equilibrio para la perpetuación de la humanidad, no podía obviamente proponerse en esa época.

5. El movimiento de lucha de la clase y Consejos Obreros

La publicación de Los Consejos Obreros en enero de 1946 contribuiría a la clarificación del movimiento de los consejos. Alrededor del grupo Communistenbond Spartacus (Unión Comunista Espartaco) se habían reunido militantes procedentes del grupo de Sneevliet (MLL Front) y del GIC como Canne-Meijer, Jan Appel y B.A. Sijes. La lucha de clases era concevida, según sus premisas, más como un movimiento económico que como un proceso de organización creciente del proletariado. Pannekoek, que había criticado la visión expresada en los Grundprinzipien, suministró importantes aportaciones de reflexión para entender la dimensión política de los Consejos Obreros, que uno no podía reducir a órganos de gestión económica. Aún cuando la base de la lucha de clase sea económica, esta se transformaba necesariamente en una lucha política de todos los obreros por el poder.

La "autogestión" de la lucha de la clase

Pannekoek insistió con fuerza más en la necesidad de una organización general de la clase que sobre el proceso de la lucha. De hecho, afirmaba que "la organización es el principio vital de la clase obrera, la condición de su emancipación" (92). Esta clara aseveración mostraba que la concepción del Comunismo del Consejos en este periodo no era la del anarquismo. A diferencia de esta corriente, Pannekoek enfatizó que la lucha de la clase es menos "acción directa" que el despertar del objetivo de la lucha, y que la conciencia precede a la acción:

"El desarrollo espiritual es el factor más importante en la apropiación efectiva del poder por el proletariado. La revolución proletaria no es el producto de una fuerza brutal, física; es una victoria del espíritu... En el principio era la acción. Pero la acción no es nada más que el principio... Cualquier inconsciencia, cualquier ilusión sobre la naturaleza, el objetivo, la fuerza del adversario, resulta en infortunio y la derrota funda una nueva esclavitud". (93)

Sólo este proceso de conciencia en la clase obrera permitía la erupción espontánea de "huelgas salvajes" (ilegales o no oficiales) en oposición a las huelgas "manejadas" por los sindicatos respetando las normas y el "orden público". La espontaneidad no era la negación de la organización; al contrario "la organización nace espontáneamente, inmediatamente".

Pero ni la conciencia ni la organización para la lucha son un objetivo en sí mismo. Expresan la praxis proletaria, donde la conciencia y la organización están sujetos al proceso práctico de extensión de la lucha, que conduce a la unificación del proletariado:

"...la huelga salvaje, tal fuego en el prado, se extiende sobre las otras fábricas e incluye masas cada vez más importantes... la primera tarea a ser desarrollada, la más importante, es hacer propaganda para intentar extender la huelga."

Esta idea de extender las huelgas salvajes estaba, no obstante, en contradicción con la de tomar posesión de las fábricas, una idea propagada por Pannekoek. A Pannekoek, como a los militantes de la Spartacusbond, le había marcado mucho el fenómeno de la ocupación de las fábricas en los años treinta. La ocupación de fábricas había pasado a la historia bajo el nombre de "huelgas polacas", desde que los mineros polacos en 1931 hubiesen sido los primeros en aplicar esta táctica. Esta se había extendido luego por Rumania y Hungría, después en Bélgica en 1935, y finalmente en Francia en 1936.

En ese momento, la Izquierda Comunista italiana, alrededor de Bilan, mientras saludaba estas explosiones de lucha obrera (94), había mostrado que estas ocupaciones conducían al encarcelamiento de los obreros en las fábricas, lo que correspondía a un curso contrarrevolucionario hacia la guerra mundial. En suma, un curso revolucionario resultaría primeramente en un movimiento de extensión de la lucha, que culminaría con la aparición súbita de los Consejos Obreros. La aparición de los consejos no causa necesariamente un paro de la producción y de la ocupación de las fábricas. Al contrario, en la Revolución rusa, las fábricas continuaron trabajando, bajo el control de los Consejos de Fábrica; el movimiento no consistía en una ocupación de fábricas sino en la dominación política y económica de la producción por los consejos bajo la forma de asambleas generales diarias. Esta es la razón por la que la transformación de las fábricas del Norte de Italia en "fortalezas" por los obreros en 1920, que ocuparon los talleres, expresaba un curso revolucionario en declive.

Para la Izquierda Comunista italiana, era necesario que los obreros rompiesen los lazos que los ataban a su fábrica, para crear una unidad de clase que excediese el marco estrecho del lugar de trabajo. Sobre esta cuestión, Pannekoek y la Spartacusbond estaban atados a las ideas "fabriquistas" de Gramsci en 1920. Consideraron la lucha dentro de la fábrica como un objetivo en sí mismo, dado que la tarea de los obreros era la gestión del aparato productivo, como primera fase antes de la conquista del espacio:

" ...en las ocupaciones de fábricas tiene lugar este futuro que depende de la conciencia clara de que las fábricas pertenecen a los obreros, de que juntos forman una unidad armoniosa, y de que la lucha por la libertad se llevará a cabo fuera hasta final en y por las fábricas... aquí los obreros se sus estrechos lazos con la fábrica... es un aparato productivo que ellos hacen funcionar, un órgano que sólo se convierte en una parte viva de la sociedad mediante su trabajo". (95)

Contrariamente a Pannekoek, la Spartacusbond tendía a guardar silencio sobre las varias fases de la lucha de la clase, y a confundir las luchas inmediatas (las huelgas salvajes) y las luchas revolucionarias (las huelgas de masas que darían lugar a los consejos). Cualquier comité de huelga –cualquiera que sea el periodo histórico y la fase de la lucha de clases– era comparado con un Consejo Obrero:

"El comité de huelga incluye delegados de varias fábricas. Es llamado de este modo "comité general de huelga"; pero uno puede llamarlo Consejo Obrero." (96)

Al contrario, Pannekoek subrayó en las Cinco tesis sobre la lucha de clases (1946) que la huelga salvaje sólo se volvería revolucionaria en la medida en que se convirtiese en "una lucha contra el poder del Estado"; en este caso "los comités de huelga deben entonces asumir funciones generales, políticas y sociales, es decir, el papel de Consejos Obreros". (97)

La autogestión del nuevo poder político

Fiel al marxismo, Pannekoek no rechazó el uso de la violencia como medio de la lucha contra el Estado ni el concepto de "dictadura del proletariado". Pero estos no eran en ningún caso un objetivo por sí mismos; estaban estrechamente subordinados al objetivo comunista: la autoemancipación del proletariado, que se vuelve consciente mediante su lucha. Su único principio de acción era la democracia obrera. La revolución de los consejos no era "una fuerza brutal y estúpida (que) sólo es capaz de destrucción". "Las revoluciones, al contrario, son nuevas construcciones resultantes de nuevas formas de organización y pensamiento. Las revoluciones son periodos constructivos dentro de la evolución de la humanidad". Esta es la razón por la que "si la acción armada (jugaba) también un gran papel en la lucha de la clase", era al servicio de un objetivo: "no para romper craneos, sino para abrir los cerebros" (98). En esta dirección, la dictadura del proletariado no era sino la libertad del proletariado para la realización de la verdadera democracia de consejos:

"La concepción de Marx de la dictadura del proletariado parece idéntica a la democracia obrera en la organización de consejos."

Pannekoek tuvo cuidado de distinguir la dictadura del proletariado de la del Estado: "Los consejos no son un gobierno; incluso los consejos más centralizados no son de naturaleza gubernamental, porque no tienen ningún medio de imponer su propia voluntad a las masas; no tienen órganos de poder. Todo el poder social pertenece a los obreros mismos."

Así, los Consejos Obreros parecen una estructura autónoma de autorregulación en la base, no teniendo necesidad de órganos especializados. Es más, Pannekoek sostenía la posibilidad de ejercer el poder descentralizado, mediante el "policentrismo" del poder proletario: "En esta dependencia mutua y esta conexión de las fábricas, en sus eslabones con otras ramas de la producción, los consejos, que discuten y deciden, cubrirán campos de acción cada vez más amplios; hasta la organización, el consumo y la distribución de todos los bienes necesarios, requerirán sus propios consejos de representantes de todas las partes interesadas y serán más bien locales o regionales". (99)

Las contradicciones y los silencios de Los Consejos Obreros

Uno mencionará varias inconsistencias en el libro de Pannekoek.

Hay inicialmente la visión de un desarrollo automático de los comités de lucha y de los comités de fábrica para convertirse en Consejos Obreros. Estos comités anuncian los consejos por su revocabilidad:

"Durante una huelga salvaje los obreros deciden sobre todo por sí mismos, por medio de asambleas generales. Eligen comités de huelga, cuyos miembros son revocables en cualquier momento. Si el movimiento se propaga en un gran número de fábricas, la unidad de acción se lleva a cabo gracias a comités ampliados, que reúnen a los delegados de todas las fábricas en huelga. Estos delegados no deciden aparte de las bases, y no les imponen su voluntad. Son utilizados, de forma totalmente simple, como agentes de transmisión, que expresan las opiniones y los deseos del grupo al que representan, y, recíprocamente, llevan a las reuniones generales, para la discusión y decisión, la opinión y los argumentos de los otros grupos. Constantemente revocables, no pueden jugar el papel de dirigentes. Los obreros deben escoger su camino por sí mismos, decidir por sí mismos sobre el curso a dar a la acción; la capacidad de decidir y actuar, con sus riesgos y sus responsabilidades, les pertenece. Y cuando la huelga acaba, los comités desaparecen ". (100)

Si Pannekoek tiene razón en insistir en el aspecto evolutivo del proceso, no muestra en dónde existe el verdadero salto histórico en que surge la forma revolucionaria de los consejos, considerando que los comités de la huelga son todavía sólo potencialmente revolucionarios.

En segundo lugar, en Pannekoek, una concepción estrecha de la democracia obrera en los consejos evacuaba la cuestión de la oposición del poder obrero a las otras clases, especialmente al Estado. Los consejos parecían el reflejo de la diversas "opiniones" entre los obreros. Son una especie de parlamento con sus comités, donde los diferentes grupos de trabajo coexisten, pero sin poder ejecutivo ni legislativo:

"Los delegados en los consejos están... limitados por su mandato: tienen para la sola misión de entregar la opinión de los grupos de obreros que les escogieron para representarlos. Dándose que son constantemente revocables, los obreros que los han elegido preservan todo el poder".

Los consejos no eran, así, un instrumento del poder del proletariado, sino una asamblea abstracta:

"Los consejos no controlan; transmiten las opiniones, las intenciones, la voluntad de los grupos de trabajo."

Pero, como muy frecuentemente, en Los Consejos Obreros una aserción está seguida de su exacta antítesis, por lo que es difícil desvelar un pensamiento coherente. Tanto en el pasaje citado los Consejos Obreros parecen ineficaces, como tanto más allá son definidos como un poderoso órgano "que tiene que ocuparse de tareas políticas", donde "lo que se decide... es puesto en práctica por los obreros". Lo que implica que los consejos "escriben el nuevo derecho, la nueva ley".

En tercer lugar, los consejos parecían ser sólo órganos de fábrica, o Consejos de Fábrica. De esta manera, la extensión territorial y, así, la internacionalización de los consejos, parecía un problema secundario. Para Pannekoek, parece que la forma de los consejos no es propiamente de naturaleza territorial sino una asociación co-ordenada de los diferentes lugares de producción:

"La representación por medio de los consejos no se fundamenta en la reagrupación absurda en comunas o distritos; depende de la reagrupación natural de los obreros en el proceso de producción, la única base real de la vida social." (ídem).

"Sólo los intereses proletarios están allí representados, excluyendo de esta forma la participación de delegados capitalistas... Los Consejos Obreros son los órganos de la dictadura del proletariado".

Así, todo viene de las fábricas para volver a las fábricas, en el ejercicio del poder político o económico. Las fábricas parecían como múltiples "fortalezas" en la realización de la verdadera asociación de los productores. Uno puede reflexionar hoy a cerca de la validez de esta visión, teniendo en cuenta el peso decreciente de las fábricas en la vida económica y social. Desde un punto de vista económico, en un mundo de seis billones de seres humanos, demasiada centralización mata cualquier iniciativa económica autoregulada, cualquier espontaneidad de los productores (y consumidores), para llevar a cabo el socialismo. En ninguna parte se plantea la cuestión de si la base territorial, descentralizada para el ejercicio del poder, no sería la mejor base de decisión y acción.

Por último, la cuestión del antagonismo entre los consejos y el Estado, que surge de la revolución, no se encuentra por ninguna parte. Aunque la cuestión había surgido en la Revolución rusa, Pannekoek parece considerar implícitamente los consejos como una especie de Estado, cuyas tareas serán cada vez en mayor medida económicas, una vez que los obreros se habrán convertido en los "amos de las fábricas". Los consejos cesan de ser órganos políticos y "se transforman... en órganos de producción" (100). Bajo este ángulo, es difícil de ver en que difiere la teoría de los consejos de Pannekoek de las bolcheviques después de 1918. Permítasenos no olvidar que la transformación de los consejos a partir de marzo de 1918 en órganos de producción para el Estado se enlazaba con la supresión de cualquier democracia en las elecciones de los delegados. Los consejos no eran nada más que una cáscara vacía o "un pueblo de Potemkin", un simple apéndice del Estado que establece el capitalismo de Estado. La política del Comunismo de Guerra logró transformar los consejos en órganos de producción al servicio de las necesidades económicas y militares del Estado ruso.

Más de 50 años después de bosquejar los Consejos Obreros, muchas cuestiones concretas siguen pospuestas, sin resolver:

¨ la evolución de la sociedad, donde el emplazamiento del proletariado fabril no es tan fuerte como en el pasado.

¨ el sin sentido de una representación de la sociedad construida bajo la forma exclusiva de pequeñas islas de producción, y no bajo el ángulo de la internacionalización

¨ ¿se encargarán los consejos de todas las tareas económicas de la sociedad, hasta el punto de convertirse en una corporación, en un Estado económico?

¨ la cuestión de Rühle: ¿centralismo o anticentralismo? será la economía controlada por un sistema de "policentrismo", o por medio de la descentralización (el ejemplo de Internet).

¨ ¿si la sociedad permanece en la escasez, en qué pueden los Consejos Obreros ser los órganos de socialización de una sociedad fundada en las naciones, en la economía nacional, en las antecámaras sociales (las corporaciones y los gremios)?

¨ la revocación de los "delegados" dentro de los consejos: ¿es una garantía contra los partidos enemigos?. Se plantea todavía la cuestión de la relación entre el Estado, llamado "proletario" o "semi-Estado" –que se suponía que estaba al servicio de todo el pueblo trabajador– y los Consejos Obreros.

La cuestión del Estado realmente no se ha aclarado. La cuestión crucial de la orientación de la nueva sociedad está ausente: ¿no más unidad monetaria? ¿desaparición de la contabilidad en las fábricas? ¿Desaparición súbita del trabajo asalariado? ¿no más emulación en el trabajo? ¿Y qué sobre la contabilidad de los gastos sociales? Todas estas cuestiones no se plantean, y es de una gran dificultad tratarlas sin una experiencia mundial, considerando que la revolución rusa sólo fue capaz de encajar –a pesar de, o debido a, el Comunismo de Guerra– dentro del marco del capitalismo del Estado.

Para formular tales cuestiones media el retorno al punto de partida, tal como ha sido elaborado por Dietzgen y la izquierda holandesa: el del factor "espiritual", la fuerza impulsora de la nueva sociedad.

Y, finalmente, qué sobre el lugar de los diferentes partidos que reivindican la revolución de los consejos. Uno notará que Pannekoek no niega la existencia de partidos revolucionarias: estos perdieron sus vieja función jacobinista de aspirar a tomar el poder, como un Estado mayor de la guerra social. Encarnaron el pensamiento de los obreros organizados en grupos de trabajo descentralizados:

"(Ellos) tienen una función: difundir claridad y conocimiento, estudiar, discutir y formulan las ideas sociales, y clarificar la mente de las masas por medio de su propaganda. Los Consejos Obreros son los órganos de la acción práctica y de la lucha de la clase obrera; los partidos tienen la tarea de ejercer el poder espiritual. Su actividad es esencial para la autoemancipación de la clase obrera." (102)

Los partidos revolucionarios (los "comunistas de consejos") y los consejos están así fuertemente ligados entre sí, en el camino estrecho y difícil que conduce de la esclavitud asalariada a la autoemancipación del conjunto de los explotados y oprimidos.

Philippe Bourrinet.

NOTAS CRÍTICAS DEL TRADUCTOR:

* Rosa Luxemburgo no comprendía claramente la interdependencia entre el carácter de vanguardia consciente del partido revolucionario y su composición necesariamente limitada, lo cual era opuesto a la tradición socialdemócrata. Este aspecto, desarrollado por el KAPD, será más asumido por parte de Pannekoek, aunque su deriva le conduzca a subestimar la función de la vanguardia revolucionaria. Nota del traductor.

** En realidad, el planteamiento era más exactamente el siguiente: son necesarias nuevas formas de organización del combate de masas en la fase transitoria que separa la ruptura con el reformismo y la formación de consejos obreros revolucionarios. La experiencia militante en las fábricas durante la revolución alemana, y la experiencia de la revolución rusa de 1917, revelan dos cuestiones fundamentales: que la fábrica es el marco donde se condensa el antagonismo de clases y donde la clase genera su espontaneidad colectiva, y que el poder proletario sólo puede construirse firmemente sobre la base de la fábrica para evitar las usurpaciones burocráticas y tomar en sus manos la vida de la sociedad, la producción de la vida.

Las organizaciones de fábrica eran la síntesis de esto bajo la forma de praxis. Eran organizaciones a la vez económicas y políticas, algo que parece no entrarle en la cabeza al autor de este escrito, por lo demás de gran valor. Del mismo modo, el "obrerismo" y el "fabriquismo", si por eso se entiende la aplicación práctica del principio de la centralidad obrera en el movimiento revolucionario y del principio de la unidad de clase sobre la base de la estructura de la producción (en aquella época las grandes fábricas), constituyen una crítica extraña al marxismo. La creación de organizaciones territoriales y de consejos obreros deberá suceder a la organización previa al nivel de la producción de mercancías y de la creación de formas de poder en la esfera de la producción, y no verse como sustitutiva de las mismas. Nota del traductor.

*** Ver nota anterior. En una situación revolucionaria, además, como analiza Otto Rühle, toda organización de clase tiene que asumir el carácter político esencial de la lucha de clases. En el periodo histórico de declive del capitalismo y de transición potencial al socialismo es cuando se hace cada vez más patente este carácter político en las luchas. También, con ello, la necesidad de unir todos los aspectos de la lucha en la organización de clase. La función de la vanguardia, desde este punto de vista, no puede verse ya como algo separado de las luchas vivas y de los antagonismos concretos que se desarrollan en la sociedad, sino que su función consiste en elevar cuantitativa y cualitativamente la autoactividad de la clase obrera, cuya conciencia-fuerza se pone en movimiento a través de la contradicción de clase. La vanguardia sólo es vanguardia cuando es capaz de impulsar y orientar ascendentemente el movimiento espontáneo del proletariado. Nota del traductor.

NOTAS:

1. Josef DIETZGEN, L’essence du travail intellectuel, con un prólogo de Pannekoek (1902), "Champ libre", Paris, 1973. Existe una traducción al holandes por Gorter, en 1903.
2. Folleto de Engels, traducción al francés, "Editions sociales", Paris, 1966, p. 60-61. Dietzgen no era un obrero, sino un maestro curtidor que tenía su propia sociedad.
3. Franz MEHRING, Die Neue Zeit, Oct. 29. 1909, en Gesammelte Werke, Dietz, 1961, T.13, p.212-213.
4. PLEKHANOV, Obras Filosóficas, T.3, Moscú, 1981, p. 100-116: "Joseph Dietzgen ", 1907.
5. El mismo Pannekoek protestó contra los propósitos del hijo de Dietzgen y otros de formar una teoria "dietzgenista", "menos rígida" y, finalmente, más "idealista" que "el estrecho marxismo". En un artículo del 12.11.1910 "Dietzgenismus und Marxismus" en Bremer Bürgerzeitung; reimpresión en BOCK, ‘Pannekoek in der Vorkriegssozialdemokratie', Jahrbuch 3, Frankfurt/Main, 1975 –Pannekoek rechazó la idea de oponer Marx a Dietzgen: "Ni «dietzgenismo» ni «marxismo estrecho», sino Marx y Dietzgen, tal es el punto de vista del proletariado... Allí tiene un solo marxismo, la ciencia de la sociedad y la humanidad fundada por Marx, donde las contribuciones de Dietzgen encajan como una parte necesaria y relevante".
6. Lenín, en Materialismo y Empiriocriticismo (1909), escribió lo que sigue: "Este obrero filósofo, que descubrió a su propio modo el materialismo dialéctico, no está falto de grandeza". pág. 257, volumen XIV, Obras de Lenin, "Ediciones sociales", 1962). En esta dirección, Pannekoek opuso en 1910 los bolcheviques a Plekhanov; siendo este último la expresión de un marxismo mecánico y fatalista: "...Con respecto a los bolcheviques, que opusieron la teoría de Dietzgen, como teoría de la actividad del espíritu humano, al marxismo fatalista, Plekhanov ejerció una agria crítica pero sin fundamento". Esta alabanza a los bolcheviques en 1910 se pone en paralelo con la posición más tardía de Pannekoek sobre los bolcheviques y Lenin en 1938.
7. La naturaleza del trabajo mental, Champ libre, París, 1973, pág. 90.
8. Ídem, pág. 71.
9. Traducido al holandés por Gorter, Josef Dietzgen fue comentado por Pannekoek, en un prólogo de 1902, "Situación y significación de las obras filosóficas de Josef Dietzgen" ("Champ libre", París, 1973); y por Henriëtte Roland Holst: Joseph Dietzgens Philosophy in ihrer Bedeutung für das Proletariat, München, 1910. Este último trabajo era un largo resumen sintético de los textos de Dietzgen. Insistió mucho en la "moral" de Dietzgen, atacada por Plekhanov.
10. DIETZGEN, op. cit., pág. 183: "Nuestra lucha no se dirige contra la moralidad, ni aún contra cierta forma de la última, sino contra la pretensión de elaborar de una forma dada el formato [altamente espiritual] de la moralidad en general."
11. Este minimización de la violencia de clase, como factor material, aparece a menudo en dos textos mayores de Roland Holst: De strijdmiddelen der sociale revolutie, Amsterdam, 1918; De revolutionaire massen-aktie, Rotterdam, 1918. Para Roland Holst, la acción de masas no significa "violencia"; ella usa frecuentemente el término de "violencia espiritual".
12. GORTER, Het historisch materialism, Amsterdam, 1909, pág. 111,.
13. Programe communiste Nºs. 53-54, octubre 1971-marzo 1972, "Gorter, Lenin y la Izquierda". Por "iluminismo", la corriente "bordigista" entiende la adhesión a las ideas correspondientes al Siglo de las Luces, en su forma de "ilustración" (Aufklärung). De hecho, la corriente "bordigista" desarrolla una confusión sistemática entre Gramsci y Gorter-Pannekoek a razón de la polémica.
14. GORTER, Der historische Materialismus, Stuttgart, 1909; pág. 127, con un prólogo de Kautsky, muy elogiador.
15. Die taktischen Differenzen in der Arbeiterbevegung, Hamburg, 1909; citado por Serge BRICIANER, Pannekoek y los Consejos Obreros, EDI, Paris, 1969, pág. 97.
16. PANNEKOEK, "Divergencias tácticas en el movimiento obrero", extraído de BRICIANER, op. cit., pág. 56.
17. LUKACS, Historia y conciencia de clase; Ediciones de Minuit; 1960; París; pág. 73.
18. PANNEKOEK, en Bremer Bürgerzeitung, 24.8.1912, "Der Instinkt der Massen"; reimpresión por BOCK (Hans Manfred), en Jarhbuch 3, "Die Linke in der Sozialdemocratie", 1975, pág. 137-140.
19. Es la posición de la corriente denominada "leninista", sobre todo representada por los discípulos de Bordiga.
20. PANNEKOEK, "Massenaktion und Revolution", en Die Neue Zeit, XXX/2, 1911-1912, pág. 541-550; 585-593; 609-616. Reimpresión en Antonia GRUNENBERG, Die Massenstreikdebatte, Frankfurt/Main, 1970. Traducción francesa: Kautsky, Luxemburgo, Pannekoek. El socialismo: la via occidental, París, 1983 (con una introducción de Henri WEBER, un extrotskista dirigente de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), y hoy [en 1999] senador y secretario del Partido Socialista Francés), pág. 297-335.
21. PANNEKOEK, op. cit., en BRICIANER, pág. 98.
22. MARX, La Ideología alemana: "Para producir esta conciencia comunista masivamente, así como para hacer triunfar la causa misma, uno necesita una transformación que toque a la masa de los hombres, que sólo puede tener lugar en un movimiento práctico, en una revolución." [MARX, Obras 3, "La Pléiade", Gallimard, París, pág. 1123.]. Y Marx agrega: la clase obrera es una clase "de donde emana la conciencia de la necesidad para una revolución en profundidad, la conciencia comunista" (ídem, pág. 1122).
23. LENIN, "Sobre la reorganización del partido", 1905, Obras, volumen 10, pág. 24.
24. Vea Henri DUBIEF (introducción y textos presentados por), El Sindicalismo Revolucionario, Armand Colin, París, 1969
25. Citado por Antonia GRUNENBERG, Die Massenstreikdebatte, Frankfort, 1970, en su introducción. (Recopilación de textos de Pannekoek, Parvus, Luxemburgo, Kautsky sobre la huelga de masas)
26. Para los eventos revolucionarios de Italia, en 1904, vea Robert PARIS, Historia del Fascismo en Italia, Maspéro, París, 1962, pág. 45.
27. VLIEGEN, Die eleven kracht ontwaken deed, Amsterdam, 1924; 2a parte, pág. 39-40.
28. Para la resolución de Roland Holst y la discusión sobre las huelgas de masas durante el congreso de Amsterdam (1904), ver Historia de la Segunda Internacional, reimpresión Minkoff, T. 14, Ginebra, pág. 44-46 (pág. 320-322, reimpresión Minkoff).
29. Carl E. SCHORSKE, Die grosse Spaltung. –Die deutsche Sozialdemokratie von 1905 bis 1917, Olle & Wolter, Berlín, 1981, pág. 64. La mayoría de las referencias al movimiento obrero alemán se esbozan de este libro, inicialmente publicado en inglés americano en 1955.
30. Vea A. GRÜNENBERG, op. cit.; el texto de Parvus está en esta colección.
31. Esta cita y las siguientes sobre la experiencia belga de la huelga general vienen de la colección francesa, Rosa LUXEMBURGO; Franz MEHRING, Huelgas Salvajes; la espontaneidad de las masas', pág. 17-41. (En alemán, R. LUXEMBURGO, Gesammelte Werke, Band 1/2, Ost Berlín, 1974.)
32. SCHORSKE, op. cit., pág. 69.
33. Generalstreik und Sozialdemokratie, Dresde, 1905. Citas extraidas de la segunda edición, 1906, Dresde, del libro de Roland Holst; respectivamente páginas 6, 120, 84, 94, 180, 127 y 120,. (La edición holandesa, Algemeene werkstaking en sociaaldemocratie, Rotterdam, 1906.)
34. Vea. J.P. NETTL, Vida y obra de Rosa Luxemburgo, T I, Maspéro, París, 1972, pág. 352. El folleto de Rosa Luxemburgo iba inicialmente a aparecer como "manuscrito impreso" para uso interno, para los delegados del congreso del SPD. Éste, bajo la presión de los sindicatos, hizo poner en estiba los ejemplares restantes de la primera edición; y tuvo que hacerse una "edición" más "moderada"; se censuraron algunas formulaciones juzgadas "inaceptables" por los sindicalistas.
35. Citas extraidas de las Obras I de Rosa Luxemburgo, Maspéro; 1969; pág. 92-174. En alemán; R. Luxemburgo, Politische Schriften I, 1968, Frankfort; "Massenstreik, Partei und Gewerkschaften", pág. 135-228.
36. Vea TROTSKY, 1905, Editions de Minuit, París, 1969; el capítulo "conclusiones", pág. 222-241.
37. Vea. SCHORSKE, op. cit., pág. 53-54.
38. Desde 1910, en cada sesión parlamentaria inaugural, el SDAP holandés decidió sostener cada año ritualmente ("martes" rojo) concentraciones, demostraciones, acompañadas de peticiones al gobierno, por el sufragio universal. Estas demostraciones anuales reemplazaron, en la concepción del SDAP, ventajosamente a las huelgas masivas, por las que nunca tuvo atracción.
39. LUXEMBURGO, "Was weiter?", en Dortmunder Arbeiterzeitung, 14 de marzo, 1910; reimpresión en la edición de Alemania del Este, Gesammelte Werke, volumen 2, 1974.
40. KAUTSKY, Die Neue Zeit, 1910, "Was nun?"; traducción francesa; "¿Y ahora?", Pannekoek Luxemburgo Kautsky – el Socialismo: la via occidental, PUF, París, 1983; pág. 52.
41. KAUTSKY, "Eine neue Strategie ", XXVIII, 1910; traducción francesa, "Pannekoek, Luxemburgo, Kautsky", op. cit., pág. 152.
42. KAUTSKY, "¿Y ahora?", op. cit., pág. 78.
43. KAUTSKY, "Una nueva estrategia", op. cit., pág. 153.
44. El sociólogo derechista Gustave Le Bon inspiró el artículo de Kautsky: "Massenaktion", en Die Neue Zeit, 1911. Traducción francesa en "Pannekoek, Luxemburgo, Kautsky...", op. cit., "la acción de masas", pág. 271 y 275.
45. LUXEMBURGO, "Ermattung oder Kampf?", Die Neue Zeit, 1910; en francés, op. cit., pág. 126.
46. LUXEMBURGO, "Die Theorie und die Praxis ", en Die Neue Zeit, 1910, pág. 564-578, 626-642; en francés: "Pannekoek Luxemburg Kautsky", op. cit., pág. 177-227.
47. KAUTSKY, "Zwischen Baden und Luxemburgo", Die Neue Zeit, 1910, pág. 652-667; en francés, op. el cit., "Entre Bade et Luxemburg", pág. 236.
48. PANNEKOEK, "Divergencias tácticas en el movimiento obrero", en BRICIANER, op. cit., pág. 75, 80.
49. KAUTSKY, "Der jüngste Radikalismus", Die Neue Zeit, 1912, p.436-446. Pannekoek replicó en señal de desafío: "¡Eh, bien! ¡Adelante por el sindicalismo revolucionario!", para cerrar el debate con Kautsky, Die Neue Zeit, 1913, "Zum Schluss", pág. 611-612.
50. Los textos alemanes en A. GRÜNENBERG, op. cit. En francés, Pannekoek Luxemburgo Kautsky – Socialismo: la via occidental, op. cit., pág. 297-335; 387-415.
51. PANNEKOEK, "Acción de masas y Revolución", op. cit., pág. 322-323, 298.
52. PANNEKOEK, "Teoría y táctica revolucionaria", op. cit., pág. 407; "Acción de masas y Revolución", op. cit., pág. 313.
53. PANNEKOEK, "Teoría marxista y tácticas revolucionarias", op. cit., pág. 414.
54. PANNEKOEK, "Partei und Massen", en Bremer Bürgerzeitung, 4 de julio, 1914.
55. PANNEKOEK, "Acción de masas y Revolución", op. cit. También vea Pannekoek, Der Kampf der Arbeiter, Leipzig, 1909, pág. 30,: "Detrás de cada demanda temporal, los capitalistas verán disimulandose la hidra de la revolución".
56. Vea capítulo 6.3. El Estado y la Revolución. Los marxistas rusos se habían mantenido alejados en el momento de la polémica entre Kautksy por un lado y Luxemburgo y Pannekoek por otro. Trotsky era irónico sobre "la noble impaciencia" de Rosa Luxemburgo. Por otro lado, Lenin enfatizó que el punto de vista de Pannekoek contra Kautsky era correcto, desde 1912 (Vea.Corrado MALANDRINO, Scienza e socialismo. Anton Pannekoek (1873-1960), Milan, 1987, pág. 140-141.)
57. PANNEKOEK, Die Machtmittel des Proletariats, conferencia mantenida en una reunión de obreros en Stuttgart, en octubre de 1910.
58. PANNEKOEK, "Die Machtmittel...", op. cit., pág. 3.
59. KAUTSKY, "Las nuevas tácticas", op. cit., pág. 371: "Hasta ahora, lo que opusieron los socialdemócratas a los anarquistas, era que los primeros querían tomar el poder del Estado y los segundos destruirlo. Pannekoek quiere ambas cosas."
60. PANNEKOEK, Umwälzungen im Zukunftsstaat, Leipzig, 1906; reimpresión en A. PANNEKOEK, Neubestimmung des Marxismus 1, introducción por Cajo BRENDEL, Karin Kramer Verlag, Berlín, 1974. Las citas que siguen en el texto son extraidas de este folleto.
61. La formulación de ROLAND HOLST, Partei und Revolution, Wien, 1921. Reimpresión por el Kollektiv Verlag Berlín, 1972, con una introducción de Cajo BRENDEL.
62. PANNEKOEK, Revolución mundial y tácticas comunistas, en BRICIANER, op. cit., pág. 163-201.
63. GORTER, Carta Abierta al Camarada Lenin, "Spartacus", París, 1979. Con una introducción de Serge Bricianer.
64. PANNEKOEK, Revolución mundial y tácticas comunistas, op. cit., pág. 164.
65. Zubatov era un provocador al servicio del zarismo, que había construido sindicatos para empujar a los obreros a confrontaciones con los propietarios privados en lugar de enfrentarse al Estado zarista. Este esfuerzo de la Okhrana –in 1901- para controlar a los obreros fue en vano; en 1903, la asociación "zubatovista" desapareció de repente.
66. LENIN, La Enfermedad infantil del comunismo, Ediciones Beijing, páginas 45-46. Esta táctica de "entrismo" en los sindicatos era y todavía sigue siendo enormemente practicada por las corrientes trotskistas.
67. Sobre la represión ejercida por los sindicatos alemanes, por medio de unas fuerzas irregulares en enero de 1919. Vea. Illustrierte Geschichte der deutschen Revolution, "Internationaler Arbeiter Verlag", 1929, pág. 278. El socialdemócrata Baumeister, designado representante sindical, y el escritor del Vorwärts Erich Kuttner (1887-1942) formaron el regimiento del Reichstag, integrado por socialdemócratas, que tomaron parte con las fuerzas irregulares de Noske para el aplastamiento sangriento de los obreros revolucionarios.
68. Gallacher (1881-1965), en el IIº Congreso del Comintern, ilustró con su experiencia de obrero la vacuidad de las tácticas "entristas" en los viejos sindicatos: "Trabajamos en los sindicatos británicos durante 25 años sin haberlos revolucionado desde el interior. Cada vez que tuvimos éxito haciendo de uno de nuestros camaradas un dirigente sindical, se demostraba que, en lugar de haber un cambio de tácticas, el sindicato había corrompido a nuestro camarada... Es tan estúpido hablar de conquistar los sindicatos como hablar de conquistar el Estado capitalista." (Der Zweite Kongress der Kommunistischen Internationale, Hamburgo, 1921, pág. 627-629.) Después de esto, Gallacher repudió sus viejas posiciones revolucionarias; fue elegido diputado miembro del parlamento, lo que seguiría siendo hasta 1939.
69. La revista bordigista Programme Communiste Nº 56, 1972, afirmaba eso sin ninguna vergüenza ("El marxismo contra el idealismo o el partido contra las sectas"). Para los bordigistas: " ...El marxismo nunca teoriza una forma de organización como forma revolucionaria que será útil, por naturaleza, para la insurrección y la conquista del poder. En 1871 era la Comuna; en 1917, los soviets; en Italia, podrían serlo las Cámaras de Trabajo (Camere del lavoro)."
70. Vea. P. BOURRINET, La Izquierda comunista italiana, maîtrise, París-I-Sorbonne, 1980, p.132-136,.
71. P.I.C. Nºs. 1 y 4, febrero y junio de 1938.
72. P.I.C. Nº 4, junio de 1938, "De strijdcomities der wilde stakingen".
73. P.I.C. Nº 2, febrero de 1936, "Praktisch werk".
74. P.I.C. Nº 2, febrero de 1932, "De stempelstaking, de Centrale Advies Commissie en de Communisten".
75. Henk CANNE-MEIJER, Hacia un nuevo movimiento obrero. La versión inglesa en la revista de Mattick, Correspondencia Consejista Internacional, Nº 10, agosto de 1935, "El asecenso de un nuevo movimiento obrero". El texto original alemán en Räte-Korrespondenz Nº 8/9, Amsterdam, 1935, "Das Werden einer neuen Arbeiterbewegung."
76. "De Arbeidersklasse en Revolutie ", en Radencommunisme Nº 4, marzo-abril de 1940.
77. Los textos de la revista "Perronista" Bilan sobre el periodo de transición han sido traducidos en parte al italiano: Rivoluzione e reazione (lo stato tardo-capitalistico nell'analisi della Sinistra comunista), Universitá degli studi di Messina, Milano, Dott. A. Giuffré editores, 1983. Introducción por Dino ERBA y Arturo PEREGALLI.
78. La cuestión del Estado durante el periodo de transición fue abordada especialmente por la tendencia de Essen del KAPD en 1927. Los Consejos Obreros son comparados con el "Estado" proletario (vea. KAZ (Essen), Nºs. 1 al 11, 1927). En la tendencia de Berlín, como única contribución a la discusión, fue publicado un texto de Jan Appel (Max Hempel) criticando "el comunismo de Estado de Lenin", en Proletarier, Nº 45, mayo de 1927, "Marx-Engels und Lenín über die Rolle des Staates in der proletarischen revolution.". Este texto no comprometió a la junta editora de la revista teórica del KAPD en Berlín.
79. Los estudios de Pannekoek sobre la cuestión de la violencia en la revolución, oponiendo al principio anarquista de "no violencia" el papel fundamental de la conciencia en la revolución: "...La no violencia por sí misma no puede ser una concepción del proletariado. El proletariado usará la violencia en su momento, en tanto que sea de utilidad y necesaria. La violencia de los obreros jugará en ciertos momentos un papel determinante, pero la fuerza principal del proletariado descansa en el dominio de la producción... la clase obrera debe usar todos los métodos de lucha que sean utiles y eficaces, según las circunstancias. Y en todas estas formas de lucha, en primer plano vendrá su fuerza interior, su fuerza moral" (PANNEKOEK (anónimo), P.I.C. Nº 2, febrero de 1936, "Geweld en geweldloosheid".
80. Die Grundprinzipien kommunisticher Produktion und Verteilung, 1930; reimpresión (con prólogo de Paul Mattick), Rüdiger Blankertz Verlag, Berlín, 1970; una edición holandesa con muchas adiciones fue publicada de nuevo en 1972, por el "Uitgeverij De Vlam" (Ediciones Spartacusbond) con una introducción del Spartacusbond. Las citas se extrajeron –excepto la mención explícita– de la edición alemana, páginas 11, 23, 34, 40. La versión inglesa de la revista Correspondencia Consejista Internacional, folleto especial, Lo que el comunismo es realmente. ¿Medida del tiempo de trabajo social como base de la producción y distribución comunistas?, 1935.
81. Los críticas del texto del GIC fueron elaboradas, Bilan, Nº 31 al Nº 38, 1936, por Mitchell (su verdadero nombre es Melis o Jéhan van den Hoven?), miembro de la Liga belga de los Comunistas Internacionalistas (LCI). Adhémar Hennaut, en nombre de la LCI, resumió Los Principios Básicos, en Bilan (Nºs. 19, 20, y 21).
82. Esta tesis había sido expuesta en 1933, por el GIC, en su folleto: Ontwikkelingslijnen in landbouw, pág. 1-48. Este texto parece ser escrito por B. A. Sijes.
83. Grondbeginselen der communistische productie en distributie, 1935; reimpresión "De Vlam", Ediciones Spartacusbond, Amsterdam, 1970, pág. 10.
84. Un estudio resumido de las diversas tesis sobre el periodo de transición, de las corrientes de izquierda del Comintern, en el doctorado Jean SIÉ, Sobre el periodo de transición hacia el socialismo: las posiciones de las izquierdas en la IIIª Internacional, Toulouse, 1985; publicado por Comsopolis, Leiden, 1986.
85. Este retorno a la utopía existe en Rühle, que escribió en 1939 un estudio sobre los movimientos utópicos: Mut zur Utopie!. Vea Otto RÜHLE, Baupläne für eine neue Gesellschaft, Rohwohlt, Hamburgo, 1971.
86. "El tiempo de trabajo se adecuará, por un lado, a las necesidades del individuo social, mientras ayudará, por otro lado, a tal aumento en las fuerzas productivas que el tiempo libre aumentará para cada uno, considerando que la producción es calculada para la riqueza de todos. Siendo la verdadera riqueza el pleno poder productivo de todos los individuos, la norma de medida [ya] no será el tiempo de trabajo, sino el tiempo útil. Adoptar el tiempo de trabajo como norma de la riqueza, es basar ésta en la pobreza; es querer que el tiempo libre sólo exista en y mediante la oposición al tiempo de trabajo, es reducir el tiempo entero al solo tiempo de trabajo..." (MARX, Grundrisse, Gallimard Ed., Pléiade", volumen 2, pág. 308).
87. La mayoría de las Izquierdas Comunistas subrayaron, al contrario, que la igualdad en la distribución de los productos para el consumo humano sería imposible al principio del periodo de transición. Sobre todo, durante el periodo de guerra civil, donde el nuevo poder de los consejos tendría necesidad de especialistas.
88. Bilan Nº 35, Sept.-Oct. de 1936, "Problemas del periodo de transición", por Mitchell.
89. En una entrevista del 11 de junio de 1978 –por Fred Ortmans y Piet Roberts, en K7– Jan Appel menciona una discusión con Gorter, a Pentecostés de 1927, sobre los "Grundprinzipien" en presencia de Piet Coerman y Jordens. Gorter estaba en desacuerdo con Appel, y aprobaba la visión centralista de Lenin del Estado en El Estado y la Revolución: una producción organizada como en los ferrocarriles.
90. PANNEKOEK, Herinneringen uit de arbeidersbeweging, 1944. Editado con un relevante prólogo de B.A. SIJES, Van Gennep, Amsterdam, 1982, pág. 215,.
91. PANNEKOEK, Los Consejos Obreros, Bélibaste, París, 1974. Edición preparada por un Colectivo de trabajo francés alrededor del Informaciones y Correspondencia Obreras (ICO), que publicaba la revista del mismo nombre. Las citas se extraen respectivamente de las páginas 78, 84-87, 125-126.
92. Los Consejos Obreros', capítulo "La acción directa".
93. Los Consejos Obreros, capítulo "Pensamiento y acción".
94. Vea La izquierda comunista italiana, capítulo 4.
95. Los Consejos Obreros', capítulo 3 "La ocupación de la fábrica".
96. Vea El Nuevo Mundo, folleto, 1947, pág. 12. En la "Bond", como en Pannekoek, hay una tendencia a considerar los comités de huelga como organizaciones permanentes, que continuan después de la lucha. De esto viene en Pannekoek la llamada a formar –después de la huelga– pequeños sindicatos independientes, "formas de agrupamiento intermedias..., después de una gran huelga, núcleo de los mejores militantes en un solo sindicato. En todas partes donde una huelga estallaría espontáneamente, este sindicato estaría presente con sus organizadores experimentados y sus propagandistas." (Los Consejos Obreros', pág. 157.)
97. Tesis sobre la lucha de clases, en S. BRICIANER, op.cit.
98. Los Consejos Obreros', capítulo "La revolución de los obreros".
99. Los Consejos Obreros, capítulo "La organización de los consejos".
100. Marxismo viviente, noviembre de 1938, "Observaciones generales sobre la cuestión de la organización".
101. Ibídem.
102. Ibídem.

Paul Mattick,

El comunismo de consejos

[Introducción]

No puede haber ninguna duda de que esas fuerzas sociales, generalmente conocidas como el "movimiento obrero" que se elevó durante los últimos cien años y que, cuantitativamente, alcanzó su expansión máxima poco antes y poco después de la [I] Guerra Mundial, están ahora definitivamente en declive. Aunque esta situación sea reconocida, alegre o renuentemente, por la gente interesada en las cuestiones obreras, las explicaciones realistas de este fenómeno son escasas. Donde el movimiento obrero fue destruído por fuerzas externas, queda el problema de cómo fue eliminado a pesar de la aparente fortaleza que había adquirido en su largo período de desarrollo. Donde se desintegró por propio acuerdo, queda la cuestión de por qué no ha aparecido un nuevo movimiento obrero, dado que las condiciones sociales que producen tales movimientos existen todavía.

La mayoría de las explicaciones ofrecidas no convencen, porque se ofrecen solamente con el propósito de servir a los intereses específicos e inmediatos de los partidarios involucrados en problemas obreros, por no mencionar sus limitaciones en el conocimiento teórico y empírico. Pero, peor que una posición falsa o inadecuada acerca de la cuestión de la responsabilidad del presente impasse del movimiento obrero, es la incapacidad resultante para formular cursos que lleven a una nueva acción independiente de la clase obrera. No hay escasez de propuestas acerca de cómo revivir al movimiento obrero; sin embargo, el investigador serio no puede ayudar señalando que todas esas propuestas de un "nuevo comienzo" no son, en realidad, más que la reiteración y el redescubrimiento de ideas y formas de actividad desarrolladas con mucha mayor claridad y consistencia durante los comienzos del movimiento obrero moderno. Al refutar la idea de la aplicación exitosa de estos principios redescubiertos y --en comparación con desarrollos más tardíos-- radicales, debe considerarse no sólo que estos principios habrán de ser inadecuados, dado que estaban necesariamente ligados a una fase de desarrollo completamente diferente de la sociedad capitalista, sino que ya no encajan, ni pueden ya hacerse encajar, en un movimiento obrero que ha basado su filosofía, formas de organización y actividades durante demasiado tiempo, y con demasiado éxito, en aspiraciones totalmente contrarias al contenido de estos principios más tempranos.

No ha de esperarse un resurgir del viejo movimiento obrero; ese movimiento obrero que pueda ser considerado nuevo tendrá que destruir los rasgos mismos del viejo movimiento obrero, que eran considerados su fortaleza. Debe evitar sus éxitos, y no puede aspirar meramente a una expresión organizativa "mejor que antes"; debe entender todas las implicaciones de la fase presente del desarrollo capitalista y organizarse de acuerdo con ello; no debe basar sus formas de acción en las ideas tradicionales, sino en las posibilidades y necesidades dadas. Volver a los ideales del pasado, bajo las condiciones sociales generales presentes, significaría sólo una muerte más temprana para el movimiento obrero. No fue meramente la cobardía de los amos de las organizaciones obreras y de la burocracia obrera ligada a ellas lo que originó las muchas derrotas sufridas en los conflictos recientes con las clases dominantes y determinó el resultado de la huelga "general" en Francia; sino, más que eso, un reconocimiento claro o instintivo de que el movimiento obrero presente no puede actuar contra las necesidades capitalistas, de que sólo puede, de un modo u otro, servir a los intereses capitalistas específicos e históricamente determinados.

Dejando a un lado a aquellas organizaciones y funcionarios que, desde el principio, concibieron su función como no más que participar en la distribución de la riqueza creada por los trabajadores, bien a través de la extorsión abierta o bien a través de la organización del mercado de trabajo, esto es mucho más obvio: hoy los dirigentes obreros, lo mismo que los trabajadores mismos, son más o menos conscientes de su incapacidad de actuar contra el capitalismo, y el cinismo que exhiben tantos dirigentes obreros en tales políticas prácticas --en cuanto son todavía posibles--, es decir, "venderlo todo", puede considerarse también como la actitud más realista, derivada del reconocimiento pleno de una situación cambiada. El sentido de la futilidad que predomina en el movimiento obrero actual no puede disiparse mediante un uso más pródigo de la fraseología radical, ni mediante una completa subordinación a las clases dominantes, como se intenta en muchos países donde los dirigentes obreros claman por la "planificación nacional"[1] y por una solución al problema social dentro de las condiciones de producción presentes. Sobre una base de acción tal, el viejo movimiento obrero no puede ayudar copiando de las vagas propuestas de los movimientos fascistas, y como imitadores tendrán aún menos éxito que los originales. El fascismo, y la abolición del movimiento obrero presente conectada con él, no puede ser detenido con métodos fascistas ni con la adopción de las metas fascistas por el movimiento obrero mismo.

II

Aunque se intenta a menudo, es imposible explicar el presente estado miserable del movimiento obrero como el resultado de muchas "traiciones" a manos de "renegados", o por la "falta de visión" de las necesidades reales de la clase obrera por parte de sus dirigentes. Ni es posible culpar a formas de organización específicas, o a ciertas tendencias filosóficas, de las muchas derrotas que han ocurrido. Ni es posible explicar el declive del movimiento atribuyéndoselo a "características nacionales" o "peculiaridades psicológicas". El declive del movimiento obrero es un declive general; todas las organizaciones, sin consideración de sus formas y actitudes específicas, están por consiguiente afectadas; y ningún país ni ningún pueblo han sido capaces de escapar a esta tendencia a la caída. Ningún país, viendo la destrucción del movimiento obrero en otras tierras, ha sido capaz de "sacar lecciones de sus derrotas"; ninguna organización, viendo otras derrumbándose, fue capaz de "aprender para evitar este destino". La castración de todo el poder de los trabajadores en Rusia en 1920 fue rápidamente copiada en Turquía, en Italia, en China, en Alemania, en Austria, en Checoslovaquia, en España, y ahora en Francia, y pronto en Inglaterra. Es cierto que en cada país, a causa de las peculiaridades del desarrollo económico y social, la destrucción de las organizaciones obreras capaces de funcionar como tales ha variado de caso a caso; sin embargo, nadie puede negar que en todos estos países la independencia del movimiento obrero fue abolida. Lo que existe todavía allí bajo el nombre de organización obrera no tiene nada en común con el movimiento obrero que se ha desarrollado históricamente --o que, en los países más atrasados, estaba en proceso de desarrollo-- y que fuera fundado para mantener una oposición insuperable a una sociedad dividida en obreros impotentes y explotadores que controlan todo el poder económico --y el consecuente poder político--. Lo que todavía existe allí en la forma de partidos, sindicatos de oficio e industriales, frentes obreros y otras organizaciones, está tan completamente integrado en la forma de sociedad existente que es incapaz de funcionar de otro modo que como un instrumento de esa sociedad.

No es posible, además, culpar a la expresión teórica más importante desarrollada hasta ahora en el movimiento obrero --el marxismo-- de las muchas limitaciones del movimiento obrero y de su presente destrucción. Ese movimiento obrero que está ahora muriendo tenía muy poco que ver con el marxismo. Tal crítica del marxismo sólo puede surgir de una falta de todo conocimiento en lo que respecta a sus contenidos. Tampoco el marxismo fue mal entendido; fue rechazado tanto por el movimiento obrero como por sus críticos, y nunca fue tomado para lo que es: “una guía no dogmática para la indagación científica y la acción revolucionaria"[2]. En ambos casos, tanto por parte de aquéllos que lo adoptaron como una frase sin significado, como por aquéllos que combatieron incluso esta frase sin significado, fue utilizado en su lugar como un instrumento para ocultar una práctica que, por un lado, confirmaba la entereza científica de la ciencia social marxiana, y, por otro lado, estaba fuertemente opuesta a la correspondiente y perturbadora realidad.

Aunque desarrollado bajo la influencia del marxismo, este movimiento obrero decadente ha repudiado ahora por completo sus comienzos revolucionarios, incluso donde su adhesión ha sido meramente nominal, y actúa sobre fundamentos enteramente burgueses. Tan pronto como se reconoce este hecho, no hay necesidad de buscar las razones del declive del movimiento obrero en alguna filosofía vagamente elaborada y actualmente despreciada; en cambio, este declive se convierte en un paralelo completamente evidente del declive del capitalismo. Ligado a un capitalismo en expansión, totalmente integrado en el conjunto del tejido social, el viejo movimiento obrero puede solamente estancarse con el capitalismo en estancamiento, y decaer con el capitalismo decadente. No puede divorciarse de la sociedad capitalista, a menos que rompa completamente con su propio pasado, lo que es posible solamente disolviendo las viejas organizaciones --en la medida en que todavía existen--. Esta posibilidad, sin embargo, está impedida debido a los intereses establecidos desarrollados en esas organizaciones. Un renacimiento del movimiento obrero es concebible sólo como una rebelión de las masas contra "sus" organizaciones. Justamente como las relaciones de producción, para hablar en términos marxianos, impiden el despliegue ulterior de las fuerzas productivas de la sociedad, y son responsables del presente declive capitalista, así las organizaciones obreras de hoy impiden el pleno despliegue de las nuevas fuerzas de la clase proletaria y sus intentos de nuevas acciones que sirvan a los intereses de clase de los trabajadores. Estas tendencias en conflicto entre los intereses de la clase obrera y las organizaciones obreras predominantes se revelaron con la mayor claridad en Europa, donde el proceso de expansión capitalista se detuvo y la contracción económica fue sentida más severamente, resultando en formas fascistas de control sobre la población. Pero en América también, donde las fuerzas de la economía capitalista han estado menos exhaustas que en Europa, los viejos dirigentes obreros están unidos a los de las organizaciones obreras más nuevas, aparentemente más progresivas, en el apoyo a la clase capitalista, que se esfuerza por mantener su sistema incluso después de que su base social e histórica haya desaparecido.

III

Sólo es una paradoja para el observador superficial que el declive del movimiento obrero europeo fuese acompañado por un nuevo brote de organizaciones obreras en los Estados Unidos. Esta situación indica sólo la tremenda fuerza y reserva que todavía posee el capitalismo en América. No obstante, también es una expresión de debilidad del capitalismo americano comparado con el capitalismo más centralizado de los países europeos. Siendo tanto una ventaja como una desventaja, la situación obrera americana actual ilustra meramente los intentos de utilizar la ventaja para ayudar a eliminar la desventaja.

La centralización de todos los poderes económicos y políticos posibles en manos del Estado (que, debido a la economía decadente, está impelido a participar en luchas internas y externas más grandes) se encuentra todavía en los Estados Unidos confrontada por intereses capitalistas poderosamente individualistas, que temen correctamente ser víctimas de este mismo proceso. Así surge otra paradoja: que es precisamente la fuerza persistente del capital privado, capaz de contrarrestar las tendencias capitalistas de Estado y de luchar contra la organización del trabajo, la que es, en gran medida, la responsable de la existencia continuada de estas organizaciones obreras. Pues el apoyo indirecto, pero muy poderoso, que el movimiento obrero ha encontrado en estas políticas gubernamentales que se dirigen contra los procedimientos capitalistas anárquicos, individuales, en un esfuerzo por salvaguardar la sociedad presente, servirá inevitablemente sólo al Estado. El Estado habrá entonces hecho uso aprovechable de la organización obrera, no la organización obrera del Estado. Cuanto más el gobierno sostiene los intereses del trabajo, tanto más los intereses obreros desaparecen, más estas organizaciones obreras se hacen ellas mismas superfluas. El ascenso del movimiento obrero americano experimentado recientemente no es sino un síntoma velado de su declive. Como se indicó en la primera convención del CIO celebrada recientemente, los obreros organizados están completamente subordinados a la dirección sindical más eficiente y centralizada. De esta completa castración de la iniciativa de los trabajadores dentro de sus propias organizaciones a la subordinación completa del conjunto de la organización al Estado hay sólo un paso. No sólo el capital, como Marx decía, es el que cava su propia tumba; también las organizaciones obreras, donde no son destruídas desde fuera, se destruyen a sí mismas. Y se destruyen a sí mismas en el mismo intento por convertirse en fuerzas poderosas dentro del sistema capitalista. Adoptan entonces los métodos necesarios bajo las condiciones capitalistas para crecer en importancia, y por eso, a su vez, fortalecen continuamente aquellas fuerzas que finalmente las "harán suyas". No hay, por lo tanto, ninguna oportunidad de beneficio a partir de sus esfuerzos, ya que, en último análisis, los poderes reales de la sociedad deciden lo que permanecerá y lo que será eliminado.

Tampoco hay esperanza alguna de que, en reconocimiento de los servicios prestados a la sociedad explotadora, los organizadores obreros y sus seguidores encuentren su propia recompensa en un sistema económico completamente controlado por el Estado, pues todos los cambios sociales en la presente sociedad antagónica ocurren por medio de la lucha. Una armonización de los intereses entre dos clases diferentes de burocracias es posible sólo en casos excepcionales, como en el caso de que estalle una guerra antes de que el sistema totalitario esté completado; de otro modo la apropiación del viejo movimiento obrero por el sistema estatal deja a los viejos dirigentes en las calles, o les lleva a los campos de concentración, como se demostró de modo tan competente en Alemania. Tampoco el reconocimiento de que tal futuro es probable pudo hacer que los dirigentes obreros evitasen prepararlo, como no se le da al presente movimiento obrero no revolucionario otra posibilidad que allanar el camino hacia él. La única alternativa, la actividad revolucionaria, excluiría todos esos aspectos de la actividad obrera que son aclamados como las victorias dolorosamente ganadas de una larga lucha, y significaría el sacrificio de todos esos valores y actividades que hoy hacen que valga la pena trabajar en organizaciones obreras, y que inducen a los obreros a entrar en ellas.

Si el reciente desarrollo del llamado trabajo "económicamente" organizado en América es, él mismo, una indicación del declive general del movimiento obrero mundial --y está contundentemente ilustrado por laa reciente declaración de John L. Lewis de que su organización está lista "para apoyar una guerra de defensa contra Alemania", o, en otras palabras, que él y su organización están listos para luchar por los intereses del capitalismo americano--, no hay ni siquiera la necesidad de probar el declive del viejo movimiento obrero en el campo político de los Estados Unidos. Dado que factores históricos y sociales específicos excluyen el crecimiento de un movimiento obrero político con alguna consecuencia en América, un movimiento obrero político americano no puede declinar, dado que no existe. Con la excepción de un número de movimientos espontáneos que han desaparecido tan rápidamente como emergieron, lo que hasta ahora se ha experimentado en la forma de un movimiento obrero político en este país no era de ninguna importancia. La ausencia total de conciencia de clase en los movimientos "económicos" aquí es tan bien reconocida que es superfluo mencionar este hecho de nuevo. Con la excepción de los Industrial Workers of the World (I.W.W.), las organizaciones obreras de la historia reciente se han considerado siempre como complementarias al capitalismo, como uno de sus recursos. El observador objetivo debe admitir que todas las masas trabajadoras organizadas y desorganizadas están aún bajo la autoridad del capitalismo, porque allí se desarrolló con el capitalismo en expansión no un movimiento obrero, sino un movimiento capitalista de trabajadores.

IV

A partir de la posición negativa desarrollada aquí puede verse fácilmente que la actividad futura de la clase obrera no puede designarse como un "nuevo comienzo", sino meramente como un comienzo. El siglo de lucha de la clase que dejamos detrás de nosotros “desarrolló un conocimiento teórico inestimable; encontró galantes palabras revolucionarias en desafío de la demanda capitalista de ser el sistema social final; despertó a los obreros de la desesperación de la miseria. Pero su lucha efectiva estaba dentro de los límites del capitalismo; era la acción a través de la mediación de los dirigentes y sólo buscaba poner amos blandos en el lugar de los duros."[3] La historia previa del movimiento obrero sólo debe considerarse como un preludio de la acción futura. Aunque no hay duda de que este preludio ya ha previsto algunas de las implicaciones de la lucha venidera, no obstante sigue siendo sólo una introducción, no un resumen, de lo que va a seguir.

El movimiento obrero europeo desapareció con tan poca lucha porque su organización no tenía perspectiva de avance; sabían o sentían que no había lugar para ellos en un sistema socialista, y su miedo de que la sociedad de clases desapareciese no era menor que el de otros grupos privilegiados. Capaces de funcionar sólo bajo condiciones capitalistas, contemplaban con desagrado el fin del capitalismo; una elección entre dos maneras de morir nunca ha alentado a nadie. El hecho de que tales organizaciones obreras puedan funcionar sólo en el capitalismo explica también sus conceptos bastante curiosos acerca de lo que constituiría una sociedad socialista. Su "socialismo" era y es un "socialismo" que se asemeja al capitalismo; ellos son capitalistas "progresivos" más bien que socialistas. Todas sus teorías, desde la del "marxista" revisionista Bernstein, a aquellas de un "socialismo de mercado" en boga hoy, son sólo métodos para lograr la conformidad en el capitalismo.

Por consiguiente, no es sorprendente que un sistema capitalista de Estado, claramente discernible tal y como existe en Rusia, sea generalmente aceptado por ellos como un sistema socialista completo, o como una fase transitoria al socialismo. La crítica dirigida contra el sistema ruso considera solamente la falta de democracia, o una supuesta malicia o estupidez de su burocracia, y se preocupa poco o nada del hecho de que las relaciones de producción ahora existentes en Rusia no difieren esencialmente de aquellas de los demás países capitalistas, o del hecho de que los obreros rusos no tienen voz alguna en cualquier cosa en los asuntos productivos y sociales de su país, sino que están sujetos políticamente y económicamente a las condiciones y los individuos explotadores, como los obreros de cualquier otra nación. Aunque la amplia mayoría de los obreros rusos ya no hace frente a los empresarios individuales en su lucha por la existencia y mejores condiciones de vida, sus autoridades presentes muestran que incluso la vieja aspiración del movimiento obrero, el reemplazo de los amos duros por otros benévolos, no se ha cumplido allí.

Ellos muestran también que la sola desaparición del capitalista individual no acaba con la forma capitalista de explotación. Su transformación en un funcionario estatal, o su reemplazo por cargos estatales, deja todavía intacto el sistema de explotación que es peculiar al capitalismo. La separación de los obreros de los medios de producción y, con esto, la dominación de clase, se continúan en Rusia, con el añadido de un aparato explotador altamente centralizado y unívoco que ahora hace más difícil la lucha de los obreros por sus objetivos, de modo que Rusia se revela sólo como un desarrollo capitalista modificado expresado en una nueva terminología. Los intentos de una mayor suficiencia nacional a los que Rusia fue forzada, como han sido forzados todos los demás países capitalistas, es ahora celebrado como "la construcción del socialismo en un sólo país". La quiebra de la economía mundial, que explica y permite el desarrollo forzado del capitalismo de Estado en Rusia, es ahora descrita como una "coexistencia de dos sistemas sociales fundamentalmente diferentes". Sin embargo, el optimismo del movimiento obrero parece incrementarse con cada derrota que sufre. Cuanto más progresa la diferenciación de clase en Rusia, más la nueva clase dominante tiene éxito en suprimir la oposición a una explotación creciente y altamente celebrada; cuanto más Rusia participa en la economía capitalista mundial y se convierte en un poder imperialista entre los otros, más se considera que el socialismo está plenamente realizado en ese país. Justo como el movimiento obrero ha sido capaz de ver al socialismo en marcha en la acumulación capitalista, celebra ahora la marcha hacia el barbarismo como otros tantos pasos hacia la nueva sociedad.

Como quiera que el viejo movimiento obrero pueda estar dividido por desacuerdos en varios temas, en la cuestión del socialismo está unido. El "cartel general" abstracto de Hilferding, la admiración de Lenin por el socialismo de guerra y el servicio postal alemanes, la eternización de Kautsky de la economía del valor-precio-dinero (deseando hacer conscientemente lo que en el capitalismo se realiza por las ciegas leyes del mercado), el comunismo de guerra de Trotsky, provisto de los rasgos de la oferta y la demanda, y la economía institucional de Stalin --todos estos conceptos tienen en su base la continuación de las condiciones de producción existentes--. Es una cuestión de hecho que son meros reflejos de lo que efectivamente está ocurriendo en la sociedad capitalista. De hecho, tal "socialismo" se discute hoy por famosos economistas burgueses como Pigou, Hayek, Robbins, Keynes, por mencionar sólo unos pocos, y ha creado una literatura considerable a la que los socialistas se vuelven ahora por su material. Además, los economistas burgueses de Marshall a Mitchell, de los neoclásicos a los modernos institucionalistas, se han interesado ellos mismos por la cuestión de cómo traer orden al desordenado sistema capitalista, siendo la tendencia de su pensamiento paralela a la tendencia a una intrusión aun mayor del Estado en la sociedad competitiva, un proceso que resulta en "New Deals", "Nacional-Socialismo" y "Bolchevismo", los diversos nombres para los diferentes grados y variaciones del proceso de centralización y concentración del sistema capitalista.

V

Recientemente se ha vuelto casi una moda describir las inconsistencias del movimiento obrero como una trágica contradicción entre medios y fines. Sin embargo, tal inconsistencia no existe. El socialismo no había sido el deseado "fin" del viejo movimiento obrero; fue meramente un término empleado para ocultar un objetivo enteramente diferente, que era el poder político dentro de una sociedad basada en gobernantes y gobernados por una participación en la plusvalía creada. Este fue el fin que determinaba los medios.

El problema de los medios y los fines es el de la ideología y la realidad basadas en las relaciones de clase de la sociedad. Sin embargo, el problema es artificial, porque no puede resolverse sin disolver las relaciones de la clase. También es sin sentido, en tanto sólo existe en el pensamiento; en la realidad efectiva no existe tal contradicción. Las acciones de las clases y los grupos pueden explicarse en cualquier momento sobre la base de las relaciones productivas existentes en la sociedad. Cuando las acciones no corresponden a los fines proclamados, esto es sólo porque no se lucha realmente por aquellos fines; estos fines aparentes, en cambio, reflejan un descontento incapaz de convertirse en acción, o un deseo de ocultar los fines reales. Ninguna clase puede, en realidad, actuar incorrectamente, es decir, actuar de algún modo en desacuerdo con las fuerzas sociales determinantes, aunque tenga posibilidades ilimitadas de pensar incorrectamente. Dentro de la producción social del capitalismo cada clase depende de la otra; su antagonismo es su identidad de intereses; y mientras tanto esta sociedad exista, no puede haber elección de la acción. Sólo abriéndose camino, quebrando los límites de esta sociedad, es posible coordinar los medios y los fines deliberadamente, establecer la verdadera unidad de teoría y práctica.

En la sociedad capitalista hay sólo una contradicción aparente entre los medios y los fines, siendo la disparidad sólo un instrumento para servir a una práctica efectiva que en absoluto carece de armonía con los deseos involucrados. Se necesita solamente descubrir el fin efectivo detrás del fin ideológico para despejar la aparente inconsistencia. Para usar un ejemplo práctico: si se cree que los sindicatos están interesados en las huelgas como un método de minimizar los beneficios e incrementar los salarios, como ellos sostienen, se sorprenderá al descubrir que, cuando los sindicatos eran aparentemente más poderosos y cuando la necesidad de aumentar los salarios era mayor, los sindicatos eran más reacios que nunca a usar el medio de la huelga en interés de su meta. Los sindicatos se inclinaron a medios menos apropiados para el fin al que se aspiraba, como el arbitraje y las regulaciones gubernamentales. El hecho es que el incremento salarial bajo todas las condiciones ya no es el fin de los sindicatos; ellos ya no son lo que eran en sus inicios; su verdadero fin es ahora el mantenimiento del aparato organizativo bajo todas las condiciones; los nuevos medios son esas tácticas más apropiadas a esta meta. Pero descubrir su carácter cambiado sería alienar a los obreros de la organización. Así, el mero fin ideológico se convierte en un instrumento para asegurar el fin real, deviene sólo en el instrumento de una actividad completamente realista y bien integrada.

No obstante, el problema de los fines y los medios excitó al viejo movimiento obrero considerablemente, y explica en parte por qué el carácter real de ese movimiento fue reconocido tan despacio y por qué florecieron las ilusiones acerca de las posibilidades de reformarlo. El esfuerzo más importante por revolucionar el viejo movimiento obrero fue realizado cuando la revolución rusa de 1905 había interrumpido el negocio cotidiano en que el movimiento obrero estaba entonces comprometido y la cuestión de un cambio social efectivo se puso de nuevo al frente. Pero, incluso aquí, en esta aparente oposición, el viejo movimiento obrero reveló su innato carácter capitalista. Los serios esfuerzos de Lenin por resolver el problema del poder le condujeron directamente de vuelta al campo de los revolucionarios burgueses. Esto no sólo era el resultado de las atrasadas condiciones rusas, sino también del desarrollo teórico del socialismo occidental, que únicamente había enfatizado el carácter burgués que había heredado de las revoluciones más tempranas. La naturaleza capitalista del movimiento obrero también aparecía en su teoría económica que, siguiendo la tendencia de la economía burguesa, veía los problemas de la sociedad cada vez más como una cuestión de distribución, como un problema de mercado. Incluso el asalto revolucionario de Rosa Luxemburgo en su Akkumulation Kapitals (La acumulación de capital) contra los "revisionistas" era todavía un argumento situado dentro del nivel establecido por sus antagonistas. Ella, también, dedujo las limitaciones de la sociedad capitalista principalmente de su incapacidad, a causa de los mercados limitados, de realizar la plusvalía. No la esfera de la producción, sino la esfera de la circulación parecía de importancia predominante, determinando la vida y la muerte del capitalismo.

Sin embargo, desde la izquierda de preguerra (que incluía a Luxemburgo, Liebknecht, Pannekoek y Gorter), emparejada con las luchas efectivas de los trabajadores en huelgas de masas en el este tanto como en el oeste, surgió allí un movimiento durante la guerra que continuó por unos cuantos años como una tendencia verdaderamente anticapitalista, y que encontró su expresión organizativa en diversos grupos antiparlamentarios y antisindicales en un número de países. En sus comienzos, y a pesar de todas sus inconsistencias, este movimiento estaba desde el principio estrictamente opuesto al conjunto del capitalismo, así como al conjunto del movimiento obrero que era una parte del sistema. Reconociendo que la asunción del poder por un partido sólo significaba un cambio de explotadores, proclamó que la sociedad debe ser controlada directamente por los obreros mismos. Las viejas consignas de la abolición de las clases, la abolición del sistema salarial, la abolición de la producción de capital, dejaron de ser consignas y se convirtieron en los fines inmediatos de las nuevas organizaciones. Su objetivo no era un nuevo grupo gobernante en la sociedad, queriendo actuar "por los obreros" --y, con este poder, capaz de actuar contra ellos--, sino el control directo por los obreros sobre los medios de producción a través de una organización de la producción que asegurase este control. Estos grupos[4] se negaron a distinguir entre los diferentes partidos y sindicatos, pero vieron en ellos restos de una fase pasada de luchas dentro de la sociedad capitalista. Ya no estaban interesados en dar nueva vida a las viejas organizaciones, sino en hacer saber de la necesidad de organizaciones no sólo de un carácter enteramente diferente --una organización de clase capaz de transsformar la sociedad--, sino capaces también de organizar la nueva sociedad de tal manera que hiciese la explotación imposible.

[ VI ]

Lo que queda de este movimiento, hasta donde encontró expresión organizativa permanente, existe hoy bajo el nombre de Grupos de Comunistas de Consejos. Ellos se consideran marxistas y con eso, internacionalistas. Reconociendo que todos los problemas de hoy son problemas internacionales, rehusan pensar en términos nacionalistas, sosteniendo que todas las consideraciones nacionales especiales sirven sólo a las necesidades competitivas capitalistas. En su propio interés los obreros deben desarrollar las fuerzas de producción más allá, una condición que presupone un internacionalismo consecuente. Sin embargo, esta posición no pasa por alto las peculiaridades nacionales y, por consiguiente, no lleva a esfuerzos de perseguir políticas idénticas en países diferentes. Cada grupo nacional debe basar sus actividades en una comprensión de su ambiente, sin la interferencia de ningún otro grupo, aunque se espera que el intercambio de experiencias lleve a actividades coordinadas dondequiera que sea posible. Estos grupos son marxistas porque allí no se ha desarrollado todavía una ciencia social superior a la originada por Marx, y porque los principios marxianos de indagación científica son aún los más realistas y permiten la incorporación de nuevas experiencias que crecen a partir del continuo desarrollo capitalista. El marxismo no es concebido como un sistema cerrado, sino como el estado presente de una ciencia social en desarrollo, capaz de servir como teoría de la lucha de clase práctica de los trabajadores.

Hasta ahora las funciones principales de estas organizaciones consistieron en la crítica. Sin embargo, esta crítica ya no se dirige contra el capitalismo que existía en los tiempos de Marx. Incluye una crítica de esa transformación del capitalismo que aparece bajo el nombre de "socialismo". La crítica y la propaganda son las únicas actividades prácticas posibles hoy, y su aparente infructosidad sólo refleja una situación aparentemente no revolucionaria. El declive del viejo movimiento obrero, que implica la dificultad e incluso la imposibilidad de llevar adelante otro nuevo, es una perspectiva lamentable sólo para el viejo movimiento obrero; no es ni aclamada ni lamentada por los Grupos de Comunistas de Consejos, sino simplemente reconocida como un hecho. Los últimos reconocen también que la desaparición del movimiento obrero organizado no cambia nada de la estructura social de clases; que la lucha de clases debe continuar, y estará forzada a actuar sobre la base de las posibilidades dadas.

"Una clase en la que los intereses revolucionarios de la sociedad están concentrados, tan pronto como se ha alzado, encuentra directamente en su propia situación el contenido y el material de su actividad revolucionaria: los enemigos a ser abatidos; las medidas (dictadas por las necesidades de la lucha) a ser tomadas; las consecuencias de sus propias acciones para impulsarla adelante. No se hace preguntas teóricas acerca de su propia tarea."[5]

Ni siquiera una sociedad fascista puede acabar con las luchas de clases --los obreros fascistas serán forzados a cambiar las relaciones de producción--. Sin embargo, no hay en la realidad efectiva cosa alguna como una sociedad fascista, justo como no hay tal cosa como una sociedad democrática. Ambas son sólo fases diferentes de la misma sociedad, ni más elevadas ni más bajas, sino simplemente diferentes, como resultado de cambios de las fuerzas de clase dentro de la sociedad capitalista, que tiene su base en un número de contradicciones económicas.

Los Grupos de Comunistas de Consejos reconocen también que ningún cambio social real es posible bajo las condiciones presentes, a menos que las fuerzas anticapitalistas se hagan más fuertes que las procapitalistas, y que es imposible organizar las fuerzas anticapitalistas con tal fuerza dentro de las relaciones capitalistas. Partiendo del análisis de la sociedad actual y de un estudio de las luchas de clases previas, concluyen que las acciones espontáneas de las masas insatisfechas crearán, en el proceso de su rebelión, sus propias organizaciones, y que estas organizaciones, emergiendo de las condiciones sociales, pueden sólo acabar con el presente orden social. La cuestión de la organización, tal y como se discute hoy, es considerada como una cuestión superflua, en tanto las empresas, las obras públicas, los departamentos de beneficencia, los ejércitos de la guerra que viene, son organizaciones suficientes para permitir la acción de las masas --y organizaciones que no pueden ser eliminadas, no importa qué carácter pueda asumir la sociedad capitalista--.

Como marco organizativo para la nueva sociedad se propone una organización de consejos basada en la industria y el proceso productivo, y la adopción del tiempo medio de trabajo social como medida para la producción, la reproducción y la distribución en tanto se necesitan medidas para asegurar la igualdad económica a pesar de la división del trabajo existente. Esta sociedad, se cree, será capaz de planear su producción de acuerdo con las necesidades y el goce deseado por la gente.

Los Grupos de Comunistas de Consejos comprenden además, como ya se ha declarado, que tal sociedad sólo puede funcionar con la participación directa de los obreros en todas las decisiones necesarias; su concepto del socialismo es irrealizable sobre la base de una separación entre trabajadores y organizadores. Los Grupos no reclaman estar actuando por los trabajadores, sino que se consideran ellos mismos como aquellos miembros de la clase obrera que, por una razón o por otra, han reconocido las tendencias evolutivas hacia el hundimiento del capitalismo, y que intentan coordinar las actividades presentes de los obreros para ese fin. Saben que ellos no son más que grupos de propaganda, capaces sólo de sugerir los cursos necesarios de la acción, incapaces de realizarlos en el "interés de la clase". Esto, la clase tiene que hacerlo ella misma. Las funciones actuales de los Grupos, aunque referidas a las perspectivas del futuro, intentan basarse enteramente en las necesidades presentes de los trabajadores. En todas las ocasiones, intentan fomentar la iniciativa propia y la acción propia (self-iniciative and self-action) de los obreros. Los Grupos participan dondequiera que sea posible en cualquier acción de la población trabajadora, no proponiendo un programa separado, sino adoptando el programa de aquellos trabajadores y empeñándose en incrementar la participación directa de los mismos en todas las decisiones. Demuestran en la palabra y en el hecho que el movimiento obrero debe fomentar exclusivamente sus propios intereses; que la sociedad como un todo no puede verdaderamente existir hasta que las clases sean abolidas; que los trabajadores, considerando nada más que sus intereses específicos y más inmediatos, deben y han de atacar a todas las otras clases e intereses de la sociedad explotadora; que no pueden equivocarse mientras tanto hagan lo que les ayuda económica y socialmente; que esto es posible sólo mientras tanto lo hagan ellos mismos; que deben comenzar a resolver sus asuntos hoy y así prepararse para resolver los problemas aún más urgentes del mañana.

[1] Ver: Planificación Económica y Planes del Trabajo (París: Federación Internacional de Sindicatos, 1936).
[2] Ver: Karl Marx, por Karl Korsch. Una reafirmación de los principios y contenidos más importantes de la ciencia social de Marx. (Nueva York, John Wiley, 1938.)
[3] J. Harper [ =Anton Pannekoek ], “Observaciones Generales sobre la Cuestión de la Organización", Living Marxism, noviembre de 1938.
[4] La "Izquierda", o sea las organizaciones obreras comunistas, rastrean sus principios más tempranos a la oposición de izquierda que se desarrollaba en los partidos socialistas y comunistas antes, durante y brevemente después de la guerra. Sus conceptos del control obrero directo asumieron importancia real con la llegada de los "soviets" en la revolución rusa, los delegados de fábrica ( shop stewards ) en Inglaterra durante la guerra, y los delegados obreros de fábrica en Alemania durante la guerra y los consejos de obreros y soldados de después de la guerra. Estos grupos fueron expulsados de la Internacional Comunista en 1920. El folleto de Lenin, "El comunismo de izquierda una enfermedad infantil" (1920), fue escrito para destruir la influencia de estos grupos en Europa occidental.

Estos grupos consideraban contrarrevolucionarias las políticas bolcheviques en lo que respecta a los intereses de clase de la clase obrera internacional, y fueron derrotados por esta contrarrevolución que se asoció con el movimiento reformista y con la propia clase capitalista para destruir los primeros principios de un movimiento radical dirigido contra todas las formas de capitalismo. Lo que todavía queda de este movimiento hoy son pequeños grupos en América, Alemania, Holanda, Francia y Bélgica, incapaces de hacer más que trabajo de propaganda con influencia en grupos sumamente pequeños de trabajadores.
[5] Karl Marx, Las luchas de clases en Francia, 1848-50.

Paul Mattick

Introducción a losPrincipios Fundamentales de
Producción y Distribución Comunistas del GIKH

Escrito en 1970. Se reproduce, con alguna corrección puntual, a partir de la edición en español de los Principios Fundamentales de Producción y Distribución Comunistas de la editorial Zero-ZYX, 1976. Los subtítulos entre corchetes son de esta edición.

El presente trabajo colectivo, Grundprinzipien Kommunistischer Produktion und Verteilung - Principios Fundamentales de Producción y Distribución Comunistas, apareció por primera vez hace cuarenta años. Sus autores, el Grupo de Comunistas Internacionales de Holanda (GIKH), pertenecían al movimiento de los Consejos.

[El movimiento consejista y los «Princípios Fundamentales»]

Los Consejos surgieron por primera vez durante la Revolución Rusa de 1905. Según Lenin, tenían ya la fuerza suficiente para tomar el poder político, aunque, en realidad, se movían aún dentro de los márgenes de la revolución burguesa. Para Trotsky, los Consejos Obreros representaban, al contrario de los partidos políticos presentes en la clase obrera, la organización propia del proletariado. El holandés Anton Pannekoek veía en el movimiento de los Consejos la autoorganización del proletariado, que le conduciría a su dominio como clase y a la dirección de la producción. Con el desarrollo de la revolución rusa [de 1905] y con el fin de los Consejos el interés por esta nueva forma de organización se perdió y la organización del movimiento obrero estuvo nuevamente a disposición de los partidos políticos y los sindicatos tradicionales. Más tarde, la revolución rusa de 1917 repropondría la perspectiva de los Consejos para el movimiento obrero internacional, pero no sólo como expresión de la organización espontánea de los trabajadores revolucionarios, sino además como medida necesaria frente a la posición contrarrevolucionaria del movimiento obrero tradicional.

La primera guerra mundial y la quiebra de la II Internacional cerraron el primer período del movimiento obrero. Lo que mucho antes era previsible, a saber, la integración del movimiento obrero en la sociedad burguesa, se convirtió en un hecho irrefutable. El movimiento obrero no era un movimiento revolucionario, sino un movimiento de obreros que intentaba adaptarse al capitalismo. Tanto los dirigentes como los propios trabajadores carecían de interés por la abolición del capitalismo y se contentaban con la actividad sindical y política en su interior. Las escasas posibilidades de los partidos y de los sindicatos en el interior de la sociedad burguesa, expresaban los intereses reales de los trabajadores. No se podía esperar otra cosa, ya que un capitalismo en expansión progresiva excluye todo verdadero movimiento revolucionario.

El idilio de una posible armonía entre las clases en el curso del desarrollo capitalista, sobre el que se fundaba el movimiento obrero reformista, se hizo pedazos al chocar con las contradicciones mismas del capitalismo, que se expresan mediante crisis y guerras. La ideología revolucionaria, al principio reducida a una minoría radical en el interior del movimiento obrero, se introdujo entre las grandes masas cuando la miseria de la guerra puso al desnudo la verdadera naturaleza del capitalismo; y no sólo la del capitalismo, sino también la de las organizaciones obreras crecidas en su seno. Las organizaciones habían escapado de las manos de los trabajadores; para ellos existían sólo en la medida en que era necesario mantener la existencia de su burocracia. Puesto que la función de estas organizaciones está ligada al mantenimiento del capitalismo, no pueden por menos que oponerse a toda lucha real contra el sistema capitalista. Un movimiento revolucionario necesita, en efecto, formas de organización que lleven más allá del capitalismo, que den el poder a los obreros sobre sus organizaciones, organizaciones en las cuales no esté una parte de la clase obrera sino su totalidad. El movimiento de los Consejos fue un primer intento de construir una forma de organización adecuada a la revolución proletaria.

Tanto la revolución rusa como la alemana encontraron como expresión organizativa el movimiento de los Consejos. Pero en ninguno de estos dos casos alcanzaron la capacidad suficiente para afirmar su poder político y usarlo en la construcción de una sociedad socialista. Mientras que el fracaso del movimiento de los Consejos ruso hay que achacarlo indudablemente al retraso de la situación social y económica rusa, la derrota del movimiento alemán fue producto de la falta de voluntad de las masas trabajadoras en realizar el socialismo de manera revolucionaria. La socialización era vista como tarea del gobierno y no como tarea de los mismos trabajadores; y así, el movimiento de los Consejos decretó su propio fin, restableciendo la democracia burguesa.

Si bien el partido bolchevique había llegado al poder con la consigna «Todo el poder a los Soviets», se atuvo a la concepción socialdemócrata, según la cual la construcción del socialismo era tarea del Estado y no de los Consejos. Mientras que en Alemania no se llevaba a cabo ningún tipo de socialización, el Estado bolchevique destruyó la propiedad privada capitalista, pero sin atribuir a los trabajadores ningún derecho a disponer de su producción. Por aquello de que defendían los intereses de los trabajadores, el resultado fue una forma de capitalismo de Estado, que dejaba intacta la condición social de los trabajadores y que más bien continuaba su explotación en beneficio de una nueva clase privilegiada. El socialismo no se podía realizar ni por medio de una reforma del Estado democrático burgués, ni por medio del nuevo Estado bolchevique revolucionario.

Prescindiendo de la inmadurez objetiva o subjetiva de la situación, la vía que hubiese sido posible tomar para alcanzar la socialización permanecía envuelta en la oscuridad. La teoría socialista tendía genéricamente a la crítica del capitalismo y a la estrategia y táctica de la lucha de clases en el interior de la sociedad burguesa. La vía al socialismo y su estructura aparecían como prefiguradas ya en el capitalismo. El mismo Marx había dejado sólo unas pocas indicaciones fundamentales acerca del carácter de la sociedad socialista, ya que, efectivamente, es poco productivo ocuparse del futuro, de situaciones no comprendidas dentro del presente o del pasado. Sin embargo, contrariamente a cuanto sostienen interpretaciones posteriores, Marx había puesto en claro que el socialismo no se refiere al Estado sino a la sociedad. El socialismo como «asociación de productores libres e iguales» necesitaba del «Estado», es decir, de la dictadura del proletariado, sólo hasta tanto durara su estabilización. Con la consolidación del socialismo, la dictadura del proletariado, entendida como «Estado», desaparecería. En cambio, en la concepción socialdemócrata, tanto reformista como revolucionaria, existía una identificación del control estatal con el social, y el término «asociación de productores libres e iguales» perdió su significado original.

Las características del socialismo futuro, ya contenidas en el capitalismo, no fueron vistas en la posible auto-organización de los productores en la producción y la distribución, sino en las tendencias a la concentración y la centralización, típicas del capitalismo, que generarían finalmente un dominio estatal sobre todas las esferas de la economía. Esta concepción del socialismo fue asumida primero, y más tarde atacada tachándola de ilusión, por la burguesía.

El fin de un gran movimiento revolucionario como el de los Consejos no excluye la posibilidad de su reaparición en una nueva situación revolucionaria. Además, de las derrotas se puede aprender. La tarea de los comunistas de consejos después de la revolución perdida no consistía en la propaganda del sistema de consejos, sino también en la investigación de las carencias por las que el movimiento había fracasado. Una de las carencias, quizá la mayor, había sido que los Consejos no tenían en absoluto claridad a respecto de sus tareas en una organización socialista de la producción y la distribución. Ya que los Consejos tienen su base en las fábricas, éste debe ser el punto de partida para la coordinación social y la síntesis de la vida económica, y en ellas los productores deben poder disponer de lo que producen. Estos Principios Fundamentales de Producción y Distribución Comunistas fueron el primer intento del movimiento de los Consejos en Europa occidental de ocuparse del problema de la construcción del socialismo sobre la base de los Consejos.

[Los «Principios Fundamentales» y la concepción del socialismo]

Teniendo en cuenta las grandes dificultades con las que se encuentra una posible revolución proletaria, a primera vista, este escrito que se ocupa en su mayor parte de la unidad de cálculo y de la contabilidad de la economía comunista, podrá parecer extraño.

Ya que no se pueden prever exactamente las particularidades de las difíciles situaciones políticas que nos esperan, sobre un tema así sólo podemos dedicarnos a la especulación. Puede ser fácil o difícil destruir un cierto sistema social: depende de condiciones que no pueden ser previstas. Pero este escrito no se ocupa de la organización de la revolución, sino de problemas posteriores. Como, además, no es posible adivinar el estado de la economía después de la revolución, no se puede ni siquiera hacer un programa por adelantado de los trabajos que deberán ser llevados efectivamente a cabo. Pero sí es posible discutir anticipadamente los procedimientos y los instrumentos necesarios para la afirmación de determinadas condiciones sociales que se quieren obtener, en este caso condiciones que se consideran comunistas.

El problema teórico de la producción y la distribución en el comunismo ha resultado un problema práctico a partir de la revolución rusa. Pero la práctica estaba determinada desde el principio por la concepción del control estatal centralizado, al cual se referían las dos alas de la socialdemocracia. Las discusiones sobre la realización del socialismo o del comunismo dejaban fuera el problema real: el del control de los trabajadores sobre su producción. La cuestión estribaba en cómo se podía realizar la planificación económica dirigida por una autoridad central. Ya que, según la teoría marxiana, el socialismo no conoce el mercado, ni la competencia, ni los precios, ni el dinero, el socialismo era concebible sólo como economía natural, en la cual, mediante la estadística, tanto la producción como la distribución vienen determinadas por un servicio central. En este punto se centró la crítica burguesa, al afirmar que en estas condiciones es imposible una gestión racional porque la producción y la distribución necesitan una medida de valor, como la que proporcionaban los precios de mercado.

Para no anticipar la disertación que a este respecto se encuentra en los Principios Fundamentales de Producción y Distribución Comunistas, baste decir que sus autores han encontrado la solución al problema de la necesaria unidad de cálculo en el tiempo de trabajo socialmente medio como base de la producción y la distribución. La aplicación práctica de este método de cálculo y la contabilidad pública a él unida se demuestran minuciosamente. Y como se trata tan sólo de métodos para alcanzar determinados resultados, el razonamiento es perfectamente lógico. El uso de este método tiene como condición necesaria la voluntad de llegar a una producción y distribución de tipo comunista. Verificado este presupuesto, nada se opone a este método, aunque puede no ser el único adaptado al comunismo. Según Marx, toda economía es una economía «de tiempo». La subdivisión y el desarrollo del trabajo se realizan según las exigencias de la producción y el consumo y, al igual que en el capitalismo, el tiempo de trabajo es la medida de la producción, aunque no de la distribución. En la base de los precios, reguladores del capitalismo, se encuentran valores ligados al tiempo de trabajo. Las relaciones de producción y de explotación en el capitalismo, que son al mismo tiempo relaciones de mercado, y la acumulación de capital que es el motivo y el motor de la producción capitalista, excluyen un intercambio de valores equivalentes dados por el tiempo de trabajo. No por nada la ley del valor domina la economía capitalista y su desarrollo.

Partiendo de este hecho, se puede pensar fácilmente que también en el socialismo debe ser válida la ley del valor, ya que en éste también debe tenerse en cuenta el tiempo de trabajo, para hacer una economía racional. Pero el tiempo de trabajo se transforma en «valor del tiempo de trabajo» sólo en condiciones capitalistas, en las cuales la necesaria coordinación social de la producción está sujeta al mercado y a las relaciones de la propiedad privada. Sin relaciones capitalistas de mercado no existe ninguna ley del valor, aunque aún, y quizá siempre, sea necesario considerar el tiempo de trabajo para adaptar la producción social a las necesidades de la sociedad.

Es en este último sentido en el que los Principios Fundamentales de Producción y Distribución Comunistas hablan del tiempo de trabajo socialmente medio.

[La distribución según el tiempo de trabajo medio]

Los autores subrayan el hecho de que antes de ellos se había propuesto el tiempo de trabajo como unidad de cálculo económico. Consideran inaceptable esta propuesta porque se basa sólo en la producción y no en la distribución, y en eso sigue emparentada con el capitalismo. Según su punto de vista, el tiempo de trabajo socialmente medio debería valer tanto en la producción como en la distribución. Aquí, sin embargo, nos encontramos con una dificultad y debilidad para calcular el tiempo de trabajo, dificultad que Marx también había visto, no encontrando otra respuesta que la abolición del cálculo fundado sobre el tiempo de trabajo en la distribución, llevando a cabo el principio comunista «De cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades».

En su Crítica del Programa de Gotha del Partido Socialdemócrata Alemán, Marx aclaró el hecho de que una distribución proporcional al tiempo de trabajo traería consigo una nueva desigualdad, ya que los que producen se diferencian por su capacidad de trabajo y por su situación privada. Algunos trabajan más en el mismo tiempo; unos tienen que mantener una familia y otros no; por tanto, la igualdad de la distribución según el tiempo de trabajo tiene como efecto la desigualdad en las condiciones de consumo. Marx escribe: «En efecto, a igualdad de trabajo prestado y, por tanto, a igualdad de usufructo del fondo social de consumo, uno obtiene más que otro, uno es más rico que otro, etc... Para evitar esta situación injusta, la ley debería ser desigual en lugar de igual». Si bien consideraba este inconveniente como inevitable en la primera fase de la sociedad comunista, no lo consideraba un principio comunista. Cuando los autores de los Principios Fundamentales dicen que su exposición es «sólo la aplicación consecuente del pensamiento marxiano», es verdad sólo en la medida en que este pensamiento se refiere a una fase del desarrollo socialista, en la cual reina aún el principio del intercambio de equivalentes, principio que encontrará su fin en el socialismo.

Para Marx estaba claro que «toda distribución de los medios de consumo es sólo la consecuencia de la distribución de los medios de producción», y que «cuando los medios de producción sean propiedad de los mismos trabajadores, se conseguirá una distribución de los medios de consumo diferente de la actual». Los posibles defectos de una distribución según el tiempo de trabajo no podían, pues, ser superados con una división entre la producción y la distribución, ya que el gobierno de la producción por parte de los productores comprende también su control sobre la distribución, así como la determinación de la distribución por parte del Estado -la asignación desde arriba- comprende tambien el control estatal sobre la producción. Los autores de los Principios Fundamentales subrayan justamente que los productores deben tener la más amplia posibilidad de disponer de su producción, pero que esto exija una distribución según el tiempo de trabajo, es otro problema.

En los países capitalistas avanzados, o sea, en los países en los que es posible la revolución socialista, las fuerzas productivas sociales están suficientemente desarrolladas como para producir medios de consumo en sobreabundancia. Más de la mitad de toda la producción capitalista y de las actividades improductivas ligadas a ésta (prescindiendo completamente de las posibilidades de producir que no son explotadas) no tienen seguramente nada que ver con el consumo humano real, sino que sólo pueden encontrar sentido en la irracional economía de la sociedad capitalista. Resulta entonces claro que, en condiciones de economía comunista, se podrán producir tantos bienes de consumo que harán superfluo un cálculo de sus partes individuales.

El logro de la abundancia, ya hoy potencialmente presente, presupone, sin embargo, una completa transformación de la producción social, basada en las necesidades reales de los productores. La transformación de la producción capitalista en una producción orientada según las necesidades humanas, no sólo traerá como resultado de la abolición de las relaciones capitalistas un cambio en el desarrollo técnico-industrial, sino que, de esta manera, dará también mayor seguridad al futuro de la existencia humana, ahora claramente en peligro.

Si bien los Principios Fundamentales ponen justamente el acento en el hecho de que la producción está condicionada por la reproducción, y si bien el punto de partida de la producción comunista sólo puede ser el del fin del capitalismo, la nueva sociedad necesita en cualquier caso transformaciones adecuadas en los objetivos y en los métodos de la producción. Los procedimientos empleados en estas transformaciones y los resultados obtenidos permitirán elegir el modo de distribución adecuado, tanto según las partes de la producción como según las variables necesidades reales. Además, también es posible que una destrucción parcial de la base de la producción, como consecuencia de la lucha de clases necesaria para la transformación social, excluya la distribución según el tiempo de trabajo, sin que por esto sea imposible una distribución igualitaria, por ejemplo por medio de racionamientos. Y esta distribución igualitaria podría ser determinada por el propio trabajador, sin el giro vicioso del cálculo del tiempo de trabajo. Pero los Principios Fundamentales parten de un sistema económico comunista «normal», esto es, de un sistema ya impuesto y con condiciones propias de reproducción. En condiciones semejantes, una distribución ligada al tiempo de trabajo parece superflua.

Es verdad que la «relación exacta entre el productor y el producto», auspiciada en los Principios Fundamentales concierne solamente a la parte individual de la producción -después de la sustracción de las partes de la producción que competen al consumo y a la reproducción de la producción social-. El proceso de socialización se expresa en la disminución del consumo individual y el aumento del consumo público, por lo que el desarrollo comunista tiende, a fin de cuentas, a abolir el cálculo del tiempo de trabajo en la distribución. La estructura económica sin mercado necesita de la organización de los consumidores en cooperativas (en contacto directo con las empresas), en las cuales las necesidades individuales, referentes al consumo y a la producción, puedan expresarse colectivamente. Es una pena, sin embargo, que ésta sea la parte menos elaborada de los Principios Fundamentales, cuando precisamente la presunta libertad de consumo de la economía de mercado es utilizada por el capitalismo para hacer la apología de sí mismo. En realidad, es perfectamente posible establecer las necesidades del consumo sin necesidad del mercado, y aún mucho mejor que lo hace el mercado, porque en la sociedad comunista desaparecen las deformaciones de la demanda del mercado, causadas por una distribución ligada a la existencia de clases sociales.

También en la producción un cálculo exacto sólo puede realizarse aproximadamente, ya que el proceso de trabajo y de reproducción está sujeto a constantes cambios. El cálculo del tiempo de trabajo socialmente medio para la producción global está sujeto a ciertas dilaciones, y los resultados obtenidos están siempre retrasados con respecto a la reproducción efectiva. La «exactitud» del cálculo se refiere a un momento pasado, y por mucho que sea posible acortar los tiempos de indagación por medio de métodos e instrumentos modernos, el tiempo de trabajo socialmente medio varía constantemente. Esta falta de exactitud no es un obstáculo insuperable para el cálculo de la producción y de la reproducción tanto al nivel mismo de la producción como a nivel superior. Pero la situación real diferirá de la calculada, y solamente en la diferencia encontraremos el estado real de la producción. En el cálculo del tiempo de trabajo no se trata de obtener la adecuación completa del tiempo de producción, obtenido mediante la unidad de medida, al tiempo medio de trabajo efectivamente empleado y a la producción resultante, sino de ordenar y distribuir el trabajo social, cosa que, por su propia naturaleza, podrá obtenerse sólo de forma aproximada. Para una economía comunista planificada, un resultado así es perfectamente aceptable.

Los autores de los Principios Fundamentales conciben la organización productiva de manera que «la relación exacta entre el productor y el producto llegue a ser la base del proceso de producción social». Ven esto como el «problema fundamental de la revolución proletaria», porque sólo de esta manera se puede evitar que se alce un aparato por encima de los productores. Sólo por medio de una definición de la relación entre el producto y el productor «se puede abolir la función de los dirigentes y de los administradores en el reparto del producto social». El presupuesto necesario para una sociedad sin clases es, pues, la autodeterminación de la distribución por parte de los productores. En verdad, la determinación de la relación directa entre productor y producto sólo puede ser el resultado de una revolución proletaria victoriosa, que establece el sistema de los Consejos como organización social. En este caso, la necesidad de regular el proceso productivo en función de la distribución puede ser menor. Se puede imaginar una distribución controlada de los medios de consumo tan bien como una no controlada, sin que esto haga necesaria la existencia de nuevos estratos privilegiados. Por lo demás, la sola asunción de una norma para la distribución no es condición suficiente para el establecimiento de una economía comunista: ésta, en efecto, no debe basarse simplemente en la participación de los productores en el producto social sino, más allá de estos problemas, en las condiciones materiales de la producción social.

En el capitalismo, la distribución, está regulada sólo aparentemente por el mercado. Si bien la producción debe realizarse basándose en el mercado, el mercado mismo está determinado por la producción de capital. En la base del proceso de producción están la producción del valor de cambio y la acumulación del capital. El valor de uso aparece en la producción sólo como un medio para aumentar el valor de cambio. Las verdaderas necesidades de los productores pueden ser tenidas en cuenta sólo si coinciden con los imperativos de la acumulación. La producción, producción de plusvalía, se regula en la economía de mercado automáticamente según las relaciones del valor de cambio, que no coinciden sino accidentalmente con las relaciones del valor de uso. La sociedad comunista produce sólo para el uso y debe, por ello, adecuar la producción y la distribución a las necesidades reales de la sociedad. La producción es anterior a la distribución, aunque esté determinada por las necesidades de los consumidores. Pero la organización de la producción necesita bastante más que la determinación exacta de la relación entre productor y producto: necesita del control de las necesidades y de las capacidades de producción de toda la sociedad, en sus formas físicas, y de una distribución adecuada del trabajo social.

[El problema de la centralización]

El sistema de consejos no se podrá hacer a menos que se creen instituciones que hagan posible una supervisión de las necesidades y las posibilidades del conjunto social. Los conocimientos así obtenidos deben dar lugar a decisiones que no pueden ser tomadas por cada organización de fábrica. La estructura del sistema de consejos debe ser tal que regule la producción centralmente, sin por esto condicionar la autonomía de los productores. En las mismas fábricas, además, la ejecución de las decisiones de los trabajadores se dejará a los Consejos, sin que por esto deba surgir una primacia de los Consejos sobre los trabajadores. También, desde una óptica más global, en la producción nacional se pueden encontrar métodos organizativos que coordinen las instituciones por encima de las fábricas, bajo el control de los productores. Pero esta solución de la contradicción centralismo-federalismo, que es por otra parte auspiciada en los Principios Fundamentales, no podrá resolverse simplemente por medio de un «registro del proceso económico en la contabilidad social general», muy probablemente serán necesarios órganos particulares, integrados en el sistema de consejos, que se ocupen específicamente de la organización económica.

En los Principios Fundamentales el rechazo de una administración central de la producción y la distribución dirigida por el Estado se basa en la experiencia rusa, lo que en realidad no afecta al sistema de consejos, sino al capitalismo de Estado. Pero, también aquí, la producción y la distribución no son obra de organismos de planificación sino del Estado, el cual se sirve de estos organismos de planificación como instrumentos. Es la dictadura política del aparato estatal sobre los trabajadores, y no una planificación de la economía, lo que ha llevado a un nuevo tipo de explotación de la cual participan también las autoridades de la planificación. Sin la dictadura política del aparato estatal, los trabajadores no estarían obligados a someterse a la administración central de la producción y la distribución.

La primera condición de la producción y la distribución comunistas es, pues, que no exista ningún aparato estatal al lado o por encima de los Consejos, y que la función «estatal», la supresión de las tendencias contrarrevolucionarias, sea ejercida por los mismos obreros, organizados en sus Consejos. Cualquier partido que, como fracción de los trabajadores, aspire al poder estatal o se coloque como aparato estatal después de la toma del poder, intentará sin duda ser quien controle la producción y la distribución, y reproducir este control para mantener las posiciones obtenidas. Si existe el control de la mayoría por parte de una minoría, entonces seguirá existiendo la explotación. El sistema de los Consejos no puede dejar subsistir a su lado ningún Estado, a menos que renuncie a sí mismo. Pero sin este poder estatal separado de la sociedad, cualquier planificación de la producción y la distribución sólo puede ser llevada a cabo por el sistema de consejos. Los organismos de planificación vienen a ser también de las empresas, que junto a otras empresas se funden en un único sistema de consejos. A propósito de esto, se dice ahora que también la clase obrera en su composición está sujeta a continuos cambios. Los Principios Fundamentales consideran al proletariado industrial reunido en las empresas como la clase socialmente determinante. El sistema de consejos basado en las empresas determina la estructura de la sociedad y obliga a las otras clases, por ejemplo a los campesinos independientes, a integrarse en el nuevo sistema económico-social. En los últimos 40 años, la clase obrera, es decir, el estrato de los que perciben una paga o un salario, ha aumentado, pero -en relación con el conjunto de la población- el número de trabajadores industriales ha disminuido. Una parte de los empleados trabaja en las empresas junto a los trabajadores manuales, otra en el campo de la distribución y la administración. Ya que la producción depende cada vez más de la ciencia, y las fuerzas productivas de la ciencia superan «tendencialmente» a las del trabajo directo, también las universidades, al menos en parte, pueden ser vistas como «empresas». Y si, en el capitalismo, plusvalía significa siempre trabajo no pagado (plustrabajo), cualquiera que sea el estado de la ciencia, la riqueza social en el comunismo se presenta no como un crecimiento del trabajo, sino como la continua reducción del trabajo necesario, consecuencia del desarrollo científico libre de las limitaciones capitalistas. La producción se socializa progresivamente como consecuencia de la creciente participación de las masas en el proceso de producción, masas obreras que sólo pueden existir en la más estricta colaboración y en la recíproca compenetración en todos los tipos de trabajo. En pocas palabras, la noción de clase obrera se amplía, es más extensa hoy que hace 40 años. Los cambios en la organización del trabajo contienen ya una superación de la división del trabajo, de la división entre trabajo manual e intelectual, entre oficina y fábrica, entre trabajadores y directores: es un proceso que, mediante la participación de todos los productores en la producción ahora orientada socialmente, puede llevar a un sistema de consejos que incluya a toda la sociedad y ponga así fin a la dominación de clase.

Se puede compartir la desconfianza de los Principios Fundamentales frente a los «jefes, técnicos y científicos» que se arrogan el derecho de dirigir la producción y la distribución, sin por ello olvidar que aparte de los jefes, los otros son productores. Precisamente, el sistema de consejos los coloca junto a todos los demás productores y los arranca de la posición privilegiada que ocupan en el capitalismo. A pesar de todo, como los pasos atrás en el campo social son posibles, es claro que, incluso un sistema de consejos puede degradarse; por ejemplo, a causa del desinterés de los propios productores en su autonomía y el consiguiente paso de las funciones de los consejos a exponentes internos del sistema, que se vuelven independientes de los productores. Los autores piensan que se puede evitar este peligro por medio del «nuevo cálculo de la producción como base general de la producción». Pero como este cálculo de la producción debe ser, ante todo, dictado prácticamente, el efecto esperado puede entonces perderse por una serie de modificaciones.

En la exposición de los autores, el sistema, una vez implantado, se presenta como suficiente. Por medio del «funcionamiento objetivo de la producción», del control de ésta en relación a la reproducción, se defienden del ordenamiento que permite la personalización de las decisiones, como ocurre en el capitalismo de Estado. El nuevo sistema de producción y distribución garantiza en sí mismo la sociedad comunista, aunque en realidad el «funcionamiento objetivo de la producción» está siempre garantizado por personas. También en el capitalismo hay un «funcionamiento objetivo» de la producción, que viene dictado por la ley del mercado, a la cual todas las personas están sujetas. Es el sistema quien domina al hombre. Esta visión fetichista del sistema encubre la realidad de las relaciones sociales de explotación del hombre por el hombre. Detrás de las categorías económicas están clases y personas, y cada vez que el fetichismo del sistema es sobrepasado, vuelve a la luz la lucha abierta entre clases y personas. Si bien también el comunismo es un sistema social, éste no actúa por encima de los hombres, sino según los hombres. No tiene una vida propia a la que las personas deban forzosamente adaptarse; el «funcionamiento objetivo de la producción» está determinado por personas, pero por personas que forman parte del sistema de consejos.

[El futuro de los «Princípios Fundamentales»]

Estas pequeñas observaciones críticas serán suficientes para indicar que, en los Principios Fundamentales, no se nos presenta un programa acabado, sino que se trata de un primer intento de acercarse al problema de la producción y la distribución comunistas. Y, aunque los Principios Fundamentales tratan de un estado social del futuro, constituyen al mismo tiempo un documento histórico que arroja luz sobre una etapa de las discusiones del pasado. Sus autores trataban las cuestiones de la socialización de hace más de medio siglo, y algunos de sus argumentos han perdido actualidad; los Principios Fundamentales intervienen en la disputa, entretanto ya superada, entre los teóricos de la economía natural y los representantes de la economía de mercado, mostrando las posiciones equivocadas de ambos.

En general, el socialismo no se considera ya como una nueva sociedad, sino como una variante del capitalismo. Los defensores de la economía de mercado hablan de una economía de mercado planificada, mientras que los defensores de una economía planificada se sirven de la economía basada en el mercado. La organización de la producción fundada sobre el valor de uso no excluye la distribución desigual de los bienes de consumo mediante la manipulación de los precios. Las «leyes económicas» son consideradas independientes del tipo de sociedad, y todo lo más se discute ahora sobre qué mezcla de capitalismo y de socialismo es más «económica».

El «principio económico», es decir, el principio de la racionalidad económica que, como se suele decir, es la base de toda ordenación social y que se presenta como la realización del máximo resultado con el mínimo costo, en realidad no es sino el clásico principio capitalista de la producción con vistas al beneficio, que tiende siempre a la máxima explotación. El «principio económico» de la clase obrera, en consecuencia, no es otro que la abolición de la explotación. Tal principio, del que parten los Principios Fundamentales, ha sido hasta hoy letra muerta para los trabajadores. Aparte de la clara explotación en los países llamados «socialistas», las académicas charlas en los países capitalistas a propósito del socialismo se refieren sólo a sistemas de capitalismo de Estado. La «propiedad socialista» de los medios de producción es considerada siempre como propiedad del Estado. La distribución administrativa de los bienes, con o sin mercado, es siempre objeto de decisiones centrales. Como en el capitalismo, la explotación se da en dos formas: mediante la separación continua de los productores de los medios de producción y mediante la monopolización del poder político. Y donde se ha concedido o impuesto a los trabajadores una especie de derecho a la cogestión, el mecanismo de mercado une a la explotación estatal la autoexplotación. Por muchos puntos débiles que se puedan encontrar en los Principios Fundamentales, en la situación actual siguen siendo, hoy como mañana, el punto de partida de todas las discusiones y esfuerzos serios para la realización de la sociedad comunista.

Los consejos obreros y la organización comunista de la economía

Elaboración colectiva de un grupo de comunistas consejistas para la revista International Council Correspondence, vol. I, nº 7. (Abril 1935). Se reproduce con correcciones puntuales a partir de la versión publicada en "Los consejos obreros y la cuestión sindical", 1977, Castellote Editor.

Hemos recibido de Praga las siguientes tesis, aparecidas en el número 20 de «Neue Front». Han sido publicadas bajo el título «Marxismo revolucionario y revolución socialista» por un grupo de marxistas revolucionarios «organizados en la social-democracia alemana». He aquí su concepción de la vía hacia el socialismo. Nuestras críticas se exponen inmediatamente a continuación.

1. La experiencia de todas las revoluciones, durante y después de la guerra, ha mostrado que una política reformista y oportunista acaba siempre en la derrota de la clase obrera. El trabajo preliminar a la revolución socialista, a su victoria y consolidación, presupone, pues, una ruptura radical con todas las políticas reformistas.

2. Esta ruptura radical exige un cambio fundamental en los medios, métodos y objetivos concretos de la lucha política. Como prueba de su transformación interna y de su aceptación del marxismo revolucionario, el partido debe abandonar su viejo nombre de Partido Socialista Alemán (SPD) y transformarse en un partido marxista revolucionario.

3. Nuestro objetivo es la realización del socialismo sobre la base de una República socialista alemana de los soviets, bajo la dirección de la dictadura del proletariado. La dictadura revolucionaria es la etapa de transición necesaria hacia la sociedad socialista. La conquista de la libertad moral e individual, para todos los que sufren actualmente la opresión fascista, presupone, pues, la destrucción del sistema capitalista por medio de la dictadura del proletariado.

4. Para desarrollar esta lucha, el proletariado tiene necesidad de un partido revolucionario consciente de los objetivos. Este partido no podrá y no deberá componerse más que de la vanguardia revolucionaria del proletariado. Sólo podrán, pues, hacerse miembros aquellos que hayan atravesado con éxito la prueba de la lucha revolucionaria, que admiten el principio de la dictadura del proletariado y se someten incondicionalmente a las decisiones del partido. El partido utiliza todas las formas de lucha, legales e ilegales. Su tarea es preparar y organizar movimientos de masas, huelgas de masas y la insurrección de masas.

5. En caso de guerra, el partido rechaza toda forma declarada o disimulada de «defensa de la madre patria». Por el contrario, llamará al proletariado a ayudarle para transformar la guerra imperialista en guerra civil, con el fin de realizar la dictadura del proletariado. La huelga general y la insurrección armada son dos medios que se deben utilizar para conseguir este objetivo.

6. Después de la toma del poder político, el viejo aparato de Estado será totalmente desmantelado. Todo el poder legal y la autoridad serán transmitidos entonces a los consejos obreros, y a los consejos de campesinos pobres y de obreros agrícolas. Los consejos ejercerán la dictadura del proletariado. La dirección de la dictadura pertenecerá al partido marxista revolucionario.

7. La consolidación del poder recaerá sobre el proletariado en armas, hasta la formación de un ejército socialista.

8. La burocracia profesional será abolida. Todas las personas que ejerzan una función pública serán nombradas por los consejos y revocadas en cualquier momento.

9. Con el fin de dar su apoyo a la dictadura revolucionaria, los obreros y los funcionarios se organizarán en sindicatos de industria.

10. Las imprentas y los periódicos serán requisados. La prensa, la radio y todos los otros medios de información quedarán bajo la vigilancia y el control de los consejos.

11. El conjunto de la propiedad capitalista será expropiada sin indemnización. La obligatoriedad del trabajo para todos será puesta en marcha, así como el control de la producción por los consejos.

12. Todos los bancos se fundirán en un banco central; lo mismo se hará con todas las compañías de seguros.

13. Todas las hipotecas sobre fincas serán anuladas. Todas las propiedades que sobrepasen la superficie necesaria a la existencia o la supervivencia de una familia serán expropiadas sin indemnización. Se procederá a un nuevo reparto de las tierras en función de las necesidades de los campesinos pobres y de los obreros agrícolas. Las empresas campesinas serán reagrupadas en asociaciones. Allí donde existan condiciones, se crearán grandes empresas agrícolas piloto.

14. Con el fin de asegurar el abastecimiento de la población, será obligatorio el agrupamiento de todos los consumidores en cooperativas. El comercio al detalle también tendrá su lugar en el sistema de distribución de la República de los soviets.

15. El comercio exterior será centralizado en un monopolio de Estado.

16. La construcción de la economía socialista se efectuará bajo la dirección de una oficina de planificación económica.

17. Todas las instituciones culturales, educativas y recreativas serán administradas en beneficio de todos. El arte y la ciencia serán tomados a cargo del Estado, quien les dará todo su apoyo. El objetivo pedagógico de todos los establecimientos educativos será preparar para la vida en una comunidad socialista.

La regresión

Después del hundimiento total de la política reformista, estas tesis propugnan la vía «revolucionaria». En la tesis número 2, los autores llaman a esto una «ruptura radical» con la política anterior, reclamando un «cambio fundamental en los medios, los métodos y los objetivos concretos de la lucha política». El objetivo es a continuación presentado (tesis 3) como «una República Socialista Alemana de los Soviets bajo la dirección de la dictadura del proletariado».

A primera vista, este programa parece efectivamente en proceso de ruptura total con la vieja política de la socialdemocracia, ya que las ideas de una «República Socialista Alemana de los Soviets» y de la «dictadura del proletariado» han sido siempre vehementemente combatidas por el Partido Socialista Alemán (SPD). Pero, de acuerdo con las tesis siguientes (4-7), que tratan del papel del partido antes y después de la revolución, y donde se dice que los órganos de la dictadura del proletariado si bien serán los consejos obreros, éstos estarán colocados bajo la «dirección» del partido, es evidente que una ruptura radical con la política de la socialdemocracia queda fuera de lugar.

Sería más exacto decir que los autores quieren volver a las fuentes de la política socialdemócrata y a los viejos conceptos sobre los medios y los fines del socialismo. Pues se ha hecho demasiado evidente que el SPD, durante y después de la guerra, ha renunciado a toda política socialista, y que al escoger la vía del reformismo, ha degenerado en un partido democrático de reformas. Por el hecho mismo de que esta política reformista ha llevado al fascismo, no tiene sentido hablar de ruptura con ella, ya que ha dejado de existir.

En sus orígenes, el viejo SPD quería realizar el «socialismo», pero pretendía conseguirlo utilizando las posibilidades legales que aparentemente ofrecía la democracia burguesa. (Una vez transformado en exclusivamente democrático, el SPD rechazó los objetivos del socialismo y en este sentido la dictadura del proletariado). El SPD se ha hundido al mismo tiempo que esta democracia burguesa a la cual estaba indisolublemente unido. Quien quiera que sea que aún pretenda realizar el socialismo, descubre que tales posibilidades legales no existen ya y tiene, pues, que intentar llegar a su objetivo por otros medios. Ahora bien, los medios que estas tesis intentan definir no se diferencian de ningún modo de las concepciones que se podían encontrar ya en la antigua socialdemocracia (antes de su aburguesamiento). Las tesis 4 y 7 lo demuestran irrefutablemente. Las concepciones que exponen son ni más ni menos que las del Partido Socialdemócrata Ruso (bolcheviques), que no siguió la vía democrática del SPD alemán.

Reencontramos aquí «al Partido Revolucionario consciente del objetivo», «la vanguardia» que dirige a las masas en las luchas hasta la victoria, que prepara y organiza las acciones de masas, las huelgas generales y la insurrección armada. Y después de la victoria, es aún bajo la dirección del partido como los consejos obreros deben funcionar en tanto que órganos estatales, y los funcionarios y los obreros organizados en sindicatos de industria. Las últimas dudas que podrían subsistir en relación a quién detentaría el poder real en esta República socialista soviética son desvanecidas por la tesis 7: «La consolidación del poder recaerá sobre el proletariado en armas, hasta la formación de un ejército socialista.» Esto significa que después de la victoria, los obreros armados, indispensables para el derrocamiento de las fuerzas del Estado fascista, deberán entregar las armas y cedérselas a un «ejército socialista», dirigido evidentemente por el partido.

Despojada de todas sus florituras, es claramente la vieja concepción socialdemócrata de los medios y fines del socialismo lo que resurge: el alfa y el omega de la lucha por el socialismo, o sea la toma del poder político por el Partido Socialdemócrata.

De hecho, el ejemplo de la revolución rusa ha demostrado que el ejercicio del poder por el partido no era en absoluto sinónimo de «dictadura del proletariado»; no se trata tampoco de una dictadura del proletariado que se efectuaría por intermedio de la dictadura del partido (para retomar la fórmula de la socialdemocracia rusa), sino más bien de una dictadura sobre el proletariado. En efecto, el Estado-Partido, al transformar la antigua economía capitalista privada en una economía de Estado, subordina de nuevo a los obreros, en tanto que asalariados, a esa dirección estatal.

Las tesis de la 7 a la 17 dejan claro que, en la construcción del socialismo -es decir, en la organización de la economía por el Estado-Partido- hace falta también seguir el modelo ruso. El punto fundamental en esta organización de la economía es la estatización de todos los medios de producción con el Estado como único jefe de empresa, bajo el control de los consejos obreros. Las pequeñas explotaciones agrícolas e individuales conservan una existencia autónoma (cosa que, con toda evidencia, no es sino una concesión a la coyuntura del momento).

Trabajo asalariado y economía estatizada

El socialismo que los autores tienen en vista revela, pues, que no es más que una economía estatizada. Asociada a la planificación económica, a la eliminación de la competencia, origen de las crisis, y del beneficio, y al pleno empleo de las fuerzas productivas, es concebida como el medio de elevar el nivel de vida de las masas en su conjunto. Puesto que la propiedad privada de los medios de producción se opone a la racionalización de la economía -y además de ello, en caso de crisis duradera impide todo empleo de las fuerzas productivas- la abolición de la propiedad privada aparece como el objetivo inmediato. De esto se desprende la necesidad de concentrar la economía bajo la autoridad central del Estado. En ese estadio, corresponde a los sabios, a los estadísticos, a los ingenieros, organizar efectivamente la economía. Concebida de este modo, la construcción de la economía socialista aparece como un problema organizativo (Lenin), como una generalización y un cumplimiento de la tendencia ya iniciada por el capitalismo bajo la forma de los "trusts" y de los "cartels". El Estado se transforma en un "trust" titánico que, gracias a su hiperorganización, derriba los obstáculos que se oponen a una mayor expansión de la producción.

La evolución rusa ha demostrado que una estatización de este tipo de la economía no es otra cosa que el capitalismo de Estado. El obrero sigue siendo un asalariado, obligado a trabajar a la fuerza por el Estado (tesis 11). Trabaja en empresas del Estado y vende su fuerza de trabajo al Estado, que se la paga bajo la forma de salario. De este modo, el Estado juega el papel del capitalista privado expropiado. Es él, a partir de entonces, quien dirige el trabajo asalariado; es él, en consecuencia, quien dirige y explota a los obreros. La fuerza de trabajo se transforma en una mercancía, al igual que en el sistema capitalista privado; es evaluada en relación a un producto ya fabricado (los medios de subsistencia, que el obrero recibe bajo forma de salario). Se transforma en una mercancía, lo que significa que es colocada al nivel de una cosa privada de toda voluntad individual. De sujeto, se transforma en objeto. Pero como el obrero no se puede separar de su fuerza de trabajo, pasa lo mismo con él; se transforma en una cosa, es llevado al nivel de objeto, con el fin de ser utilizado por el propietario de los medios de producción como un «medio de producción» más. No son necesarios argumentos suplementarios para establecer que la condición de asalariado, que es la del obrero en esta economía estatizada, determina igualmente su posición social.

Pero el ejemplo ruso no demuestra solamente que el socialismo oficial no es en realidad sino un capitalismo de Estado, y que la producción estatizada no es la producción en función de las necesidades, sino la producción ordinaria de mercancías. Ha revelado igualmente la formación de un nuevo elemento dirigente que dispone a su voluntad de la propiedad estatal y llega así a ocupar una posición privilegiada. Este elemento tiene todo el interés en ver crecer el poder del Estado, puesto que es precisamente éste último quien garantiza su posición social privilegiada. Como concentra entre sus manos todos los medios materiales y políticos de la sociedad, es él también quien dirige la orientación del desarrollo posterior. ¡Cómo extrañarse entonces de que luche exclusivamente por acrecentar la propiedad estatizada y por magnificar el poder del Estado!

Una vez que la producción social ha tomado la forma de empresa del Estado, la evolución social que sigue es determinada por las relaciones de poder así creadas.

Los obreros son desposeídos, cada día, a lo largo del proceso de trabajo, y lo son de hecho por el Estado, propietario general, que se apropia de los productos del trabajo. El Estado es el propietario, el administrador de la riqueza social. Es él el que organiza y dirige el proceso social de producción. Encarna el poder que determina el reparto individual del producto social y distribuye las mercancías. Para comprender la especificidad de esta organización social, basta con imaginar el aparato administrativo de todas las empresas privadas capitalistas, las compañías bursátiles, los sindicatos, los "trusts", etc., asociados al poder político del Estado. Es así como se presenta el Estado en tanto empresario único: un conglomerado de todos los órganos administrativos de la propiedad privada. Ya que, al igual que la administración del capital privado, que es improductiva y sirve únicamente como órgano de apropiación de los productos fabricados por el trabajo de los demás, el aparato burocrático no crea tampoco ningún producto y no tiene por objetivo sino asegurar al Estado la producción derivada del trabajo asalariado en las empresas estatizadas.

De este modo, el desarrollo de la economía estatizada se caracteriza por un antagonismo que no puede más que irse acrecentando. Por un lado, la acumulación de posiciones y de poder en las manos de la burocracia, ya que el Estado es ella; por otro, los obreros asalariados y su trabajo, de cuyo producto se apropia el Estado.

Cuanto más crece la riqueza social bajo la forma de propiedad de Estado, más aumenta la explotación de los obreros asalariados, al igual que su impotencia. Es también su pauperización lo que crece y, consecuentemente, la lucha de clases entre obreros y burocracia de Estado. Para imponerse en esta lucha, la burocracia no tiene otra salida sino la de extender el aparato de represión estatal. Este se refuerza a medida que se agudiza el antagonismo de las clases. Cuanto más rico es el Estado, mayor es la pobreza de los obreros, y más aguda también la lucha de clases.

El punto de vista proletario

Los obreros asalariados no pueden sentirse satisfechos con un tal «socialismo», incluso si éste les inundase de bienes materiales (cosa que además es muy dudosa). La abolición de la dominación del capital: éste debe ser el objetivo de su lucha. El sentido de su combate es acabar con las relaciones capitalistas, con el fin de dejar de ser comprados como fuerza de trabajo y, en tanto que fuerza productiva, colocados al mismo nivel que las máquinas en el proceso de producción, bajo el mando de nuevos patronos. Deben transformarse a sí mismos en dueños de su producción, así como de la realizada por las máquinas. Deben apropiarse de los medios de producción, con el fin de gestionarlos y administrarlos en nombre de la sociedad, ante la cual son responsables. Deben ser capaces de asumir ellos mismos la dirección y la organización de la producción, la administración y la distribución de los bienes productivos, si quieren realizar la unidad de la humanidad en una sociedad sin clases, y evitar una vuelta al esclavismo.
Esta lucha también tiene como consecuencia iniciar una nueva problemática y abrir nuevas perspectivas, contrariamente a lo que ocurriría en el caso de los intelectuales. Nuevas concepciones se van elaborando, en lo que concierne a la regulación de las relaciones humanas en la producción social; concepciones que, a los ojos de los intelectuales, parecen incomprensibles y pasan por utópicas o irrealizables. Pero estas concepciones se concretaron ya de una forma potente cuando los alzamientos revolucionarios de los obreros asalariados. Se expresaron por vez primera a gran escala durante la Comuna de París, que intentaba derribar a la autoridad centralizada del Estado a través de la autoadministración de las comunas. Fueron ellas las que empujaron a Marx a abandonar la idea (expresada en el Manifiesto Comunista) según la cual la economía de Estado llevaría a la desaparición de la sociedad de clases. Fueron también estas concepciones las que inspiraron los consejos de obreros y soldados en las revoluciones rusa y alemana en 1917-1923, momento en que adquirieron frecuentemente una fuerza determinante. Ningún futuro movimiento revolucionario proletario es concebible sin que esta fuerza juegue un papel creciente y, en última instancia, preponderante. Es la autoactividad de las amplias masas trabajadoras lo que se manifiesta en los consejos obreros. No hay en ello nada de utópico: es la realidad en acto. Con los consejos obreros, el proletariado ha elaborado la forma organizativa apropiada a la lucha que desarrolla por su liberación. En este sentido, no se trata de ningún modo de una utopía, de una teoría vacía, cuando estos consejos obreros, en todas partes donde se van agrupando sobre la base de la producción, en las fábricas, en organizaciones de fábrica, tienen como objetivo apropiarse de los medios de producción y dirigir la producción. Es una exigencia formulada a lo largo de los acontecimientos por amplias masas de trabajadores. Los intelectuales deberán poner fin a este combate por la fuerza, si quieren imponer su control sobre la economía de Estado.

Desde el punto de vista de los consejos obreros, el problema de la organización económica no se reduce a saber cómo debe ser dirigida la producción, y organizarla lo mejor posible en este sentido, sino más bien cómo serán reguladas las relaciones entre los seres humanos en función de la producción. Ya que para los consejos la producción no es ya un proceso objetivo, en el que el hombre se encuentra separado de su trabajo, y consecuentemente de su producto, un proceso que se dirige y se calcula como si estuviese compuesto de materias muertas; para los consejos, la producción se transforma en la función vital de los obreros. La producción -función vital de los seres humanos en el momento en que todos tengan que trabajar- es desde ese momento socializada. Se puede, pues, fácilmente imaginar que la participación de los seres humanos en esta producción pueda, también ella, ser regulada socialmente sin que sean colocados al mismo nivel que sus instrumentos de trabajo ni sometidos a la dominación de una clase o de una capa específica. Una vez puesto el problema en estos términos, la solución parece más bien fácil de encontrar. De hecho, se presenta a sí misma. Es el trabajo desarrollado en el dominio de la producción el que servirá de criterio para determinar las relaciones mutuas entre los hombres. Una vez que se admiten, como factores determinantes de la regulación de las relaciones sociales, el trabajo desarrollado por los individuos y su agrupación en las organizaciones de fábrica, ya no hay lugar para ningún tipo de dirección o de gestión que no participe directamente en el proceso de producción, sino que se contente con gobernar y apropiarse del producto de los demás.

Los consejos obreros

Las tesis demuestran claramente que sus autores no creen en la fuerza creadora del proletariado. Incluso después de que los consejos obreros hayan probado indiscutiblemente la realidad de esta fuerza. Antes de 1917, ningún jefe de la socialdemocracia, ni siquiera Lenin, había admitido la importancia de los consejos obreros, a pesar del papel considerable que habían jugado en San Petersburgo cuando la revolución de 1905. Para que la atención de los grandes jefes de la socialdemocracia los tomase en cuenta, fue necesario esperar a 1917, primero en Rusia, después en Alemania y en otras partes, cuando los consejos obreros revelaron ser la organización de combate del proletariado revolucionario en lucha y, a través de ellos, las amplias masas obreras ejercieron una influencia determinante en los dominios político y económico. Pero, lejos de considerar a estos consejos como el primer intento autónomo del proletariado para tomar en sus manos su propio destino, los grandes jefes de la socialdemocracia no veían en ellos más que un nuevo fenómeno organizativo susceptible de llevarles a ellos al poder. El proletariado, esta fuerza social potente y en continua expansión, no era a sus ojos sino una fuerza cuantificable, al mismo nivel que las fuerzas productivas de las empresas -una fuerza que se emplea para llegar a fines concretos y poner en práctica planes elaborados de antemano-. Tal es la concepción del intelectual que dirige el proceso capitalista de producción, tal es igualmente su concepción cuando, en tanto que socialdemócrata, pretende dirigir las fuerzas sociales. Para él, el proletariado no tiene pensamiento autónomo; piensa y actúa según las directrices de sus jefes. Es por esta razón por la que el partido marxista revolucionario (tesis 6) debe tener en sus manos la dirección antes de lanzar a las fuerzas proletarias a la lucha de acuerdo con los esquemas socialistas. Si el partido marxista revolucionario está ausente, es simplemente otro partido quien utiliza la fuerza del proletariado para realizar sus propios planes y designios particulares. El problema, considerado desde este ángulo, no ofrece sino una conclusión: «Sin la dirección del partido, no hay socialismo». Desde este punto de vista, los consejos obreros aparecen como nuevos órganos proletarios donde hay que conquistar la dirección; en manos de la dirección del partido, deben transformarse en instrumentos para influenciar el pensamiento y la práctica de las masas. Es en este sentido también como las tesis conciben y definen a los consejos obreros.

Pero la fuerza nacida de los consejos obreros se ha desarrollado según el esquema exactamente inverso. Era la voluntad de las masas lo que se expresaba en las fábricas y en las reuniones, para designar de entre sus filas a los representantes y delegados que actuarían como sus portavoces, preparados en todo momento para defender su punto de vista hasta el final. Esta voluntad de masas no se expresaba hasta ese momento sino en tomo a problemas de interés general, en los cuales nadie podía eludir la solución. De este modo la voluntad de las masas en Rusia en 1917 y en Alemania en 1918 tenía como objetivo terminar con la guerra. Era necesario acabar con la guerra a cualquier precio. Todos los escrúpulos en torno a este punto, cultivados artificialmente entre las propias masas, fueron finalmente barridos. Entonces se elevó en todas partes la voluntad general de poner fin a la guerra y, para ello, de desarrollar la lucha contra el poder militar en su propio país; los consejos de obreros y de soldados no fueron sino la forma organizativa en la que se concretó esta voluntad. En este sentido, los consejos obreros son concebibles únicamente como forma organizativa que exprese la voluntad de amplias masas obreras. Es necesario, en todo caso, tener presente que una tal voluntad no se concretiza más que cuando se reúnen una serie de condiciones previas, y que no se crea de un golpe gracias a «slogans» de tal o cual partido.

Pues bien, en su esfuerzo para apropiarse de la dirección de los consejos obreros, el partido marxista revolucionario sigue exactamente el camino inverso. Quiere utilizar estos órganos de voluntad de las masas como un medio para hacer actuar a las masas según la voluntad y los planes de los «jefes». El jefe, sin embargo, no puede ver a las masas sino como un material con el cual debe trabajar y, en ese contexto, la voluntad autónoma de las masas es un elemento hostil. Bajo la dirección de un partido, los consejos obreros se encuentran, pues, privados de su propia fuerza, y si subsisten es exclusivamente por el engaño, o sea, escondiendo a las masas que se han transformado en instrumentos para los jefes. Tal fue la suerte de los consejos obreros en Rusia y en Alemania una vez que el primer objetivo, el fin de la guerra, fue conseguido y que las divergencias surgieron a propósito de la reconstrucción del orden social -sobre este punto las masas obreras no tenían ya voluntad unificada-. Los consejos fueron recuperados por las diversas tendencias del partido, perdieron incluso a corto plazo su influencia sobre las masas obreras y, consecuentemente, su utilidad para la política del partido de los jefes. Entonces desaparecieron. Es únicamente en los programas de los partidos «marxistas revolucionarios», que se preparan a tomar la cabeza de los próximos alzamientos de masas, donde pueden volver a encontrarse como órganos susceptibles de dirigir a las masas.

Sin embargo, el espíritu que se expresó a través de los consejos obreros revolucionarios no ha muerto. En realidad, el punto fundamental en estas organizaciones consistía en que los obreros realizaban la coordinación de su fuerza de clase y el desbordamiento de su dispersión en sindicatos, partidos, tendencias. Cuando los obreros descubren esta unidad en la lucha de clases cotidiana, cuando dirigen ellos mismos la lucha en órganos formados espontáneamente, rechazando las viejas organizaciones generadoras de su división interna, entonces el espíritu de los consejos obreros revolucionarios anima de nuevo a las masas trabajadoras, y es entonces cuando éstas expresan su voluntad.

En las luchas actuales, vemos surgir sin cesar formas embrionarias de esta acción de clase, pero podemos constatar, al mismo tiempo, los intentos, hasta ahora casi siempre victoriosos, del viejo movimiento obrero para arrancar a los trabajadores la dirección de la lucha y confiársela a los burócratas de los sindicatos. Así como la economía «comunista», tal como es concebida por los jefes, debe efectuarse a través de la vía errónea del aparato de Estado oficial, de igual modo la dirección de la lucha debe ser retirada a la autoridad de los obreros y puesta en manos del aparato sindical.

Pero el poder de la clase dirigente bajo el capitalismo es tan considerable que sólo el poder de la clase obrera unida puede derribarlo. De este modo, las relaciones de clase nos muestran que los trabajadores, para vencer, deben antes triunfar sobre el viejo movimiento obrero, realizando la unidad en sus consejos, y que el ejercicio por las propias masas del «poder legislativo y ejecutivo» en la lucha es la condición de la victoria.

En 1918, en Alemania, la consigna revolucionaria del proletariado era «Todo el poder a los consejos obreros». Esta consigna no tiene sentido a no ser que el poder de los consejos sea la expresión de la voluntad unificada de las amplias masas -de la totalidad de la clase obrera. La unidad de toda la clase obrera en la voluntad y en la acción, tal es la base sobre la que se construye el poder de los consejos obreros. Para ello, no es suficiente que las amplias masas, en situaciones extremas, pongan fin por su propia acción a condiciones que han llegado a ser insoportables. Es lo que hicieron en 1918, y esto llevó solamente a acabar con la guerra.

Hay que unir a esto la voluntad determinada de reconstruir a sociedad y de regular las relaciones humanas en el cuadro de esa nueva sociedad.

Se puede contar sin miedo con el capitalismo para transformar las condiciones materiales en intolerables. La situación de la clase obrera se hace cada vez más insoportable; el trabajo asalariado se transforma para millones de individuos en una calamidad, una pesadilla a la que es imposible escapar. La situación se hace finalmente tan tensa que en las amplias masas surge la voluntad de poner fin a cualquier precio a estas condiciones intolerables. Pero éstas no pueden acabar sin suprimir al mismo tiempo el régimen salarial. Incluso el socialismo de Estado de los jefes no soluciona el problema, puesto que conserva el sistema salarial, reorganizado por el poder de Estado. Es por ello por lo que, a la acción acometida bajo el empuje de la necesidad extrema, hay que añadir la transformación consciente de las relaciones sociales. La supresión del estado de penuria y la reorganización de las relaciones sociales no son más que una misma cosa; son las dos caras de una misma acción. Para salir de esta situación intolerable, las masas obreras, que en tanto que asalariadas se ven reducidas al empobrecimiento absoluto, no tienen más que una tabla de salvación: tomar posesión ellas mismas de los medios de producción. Para conseguirlo tienen que, agrupadas en el seno de los consejos, apropiarse del poder social global, utilizando los medios de producción en común, o sea, sobre bases comunistas, para satisfacer las necesidades sociales.

La economía comunista

El poder del consejo o del soviet puso fin al régimen salarial; hizo del obrero el factor determinante de la producción. Su papel es el de llevar a la clase obrera a la liberación, transformando a los asalariados en productores libres e iguales. Pero estos productores libres e iguales deben regular sus relaciones mutuas en función de las nuevas condiciones. La regulación rigurosa de estas relaciones es la única garantía de la igualdad y, por tanto, de la libertad de los productores: tal es, en último análisis, el fundamento sólido sobre el cual se construye la sociedad comunista.

Esta regulación de las relaciones no es, sin embargo, otra cosa que la regulación del proceso de interacción de la sociedad -la regulación de la producción y del consumo; de la participación del productor individual en la fabricación de bienes y de su consumo de bienes producidos en común-. Como el trabajo del productor individual representa, al mismo tiempo, su participación en la producción social de los bienes, resulta necesariamente que ese trabajo determina también la parte que le corresponde de los bienes producidos. La medida social que debe regular la relación de los productores entre sí es el trabajo, definido por su tiempo de actuación: la hora de trabajo. La hora de trabajo individual es particular de cada productor y no constituye una medida social; puede variar según los casos y se renueva sin cesar. Se trata, pues, de calcular la hora de trabajo social promedio, la media de todas las diferentes horas de trabajo, que deben transformarse en el factor de regulación social.

No podemos aquí extendernos más sobre la hora de trabajo social media como fundamento de la economía socialista. Para este tema, recomendamos la obra titulada «Grundprinzipien Kommunistischer Produktion und Verteilung» [Principios fundamentales de Producción y Distribución Comunistas], publicada por el Grupo de los Comunistas Internacionales (Holanda). En todo caso, es necesario indicar que, para nosotros, la realización de la contabilidad en términos de tiempo de trabajo en la sociedad comunista es un objetivo inmediato y no un problema a considerar «posteriormente».

La utilización en la vida económica de la contabilidad por tiempo de trabajo se traduce, en política, por la dirección de la clase obrera sobre la sociedad. Los dos fenómenos son indisociables. Si la clase obrera no es capaz de imponer la contabilidad por tiempo de trabajo, esto significa que no puede eliminar el régimen salarial ni asumir la dirección y la administración de la vida social. Si el tiempo de trabajo no se transforma en la medida del consumo individual, entonces no queda más que la solución del régimen salarial. En este caso, se admite que no hay ninguna relación directa entre los productores y la riqueza social. Cosa que no es más que considerar que la separación creada por el salario entre los obreros y el producto social se ha transformado en un hecho irreversible. En otras palabras: la dirección del proceso de producción no incumbe a los obreros. Esta es, pues, transmitida a los «estadísticos» y otros sabios responsables de la distribución de la «renta nacional». La alternativa es, pues, ésta: por una parte, abolición del régimen salarial con adopción de la hora de trabajo social media como «pivot» de toda la economía, bajo control directo de los obreros; por otra parte, trabajo asalariado en beneficio del Estado.

Como consecuencia, las consignas que reivindicamos inmediatamente para el poder obrero son las siguientes: los obreros colocan bajo su control directo todas las funciones sociales, ellos nombran y revocan a todos los funcionarios. Los obreros toman en sus manos la dirección de la producción social, asociándose en las organizaciones de fábrica y los consejos obreros. Integran por sí mismos su fábrica en la forma comunista de economía, calculando su producción a partir del tiempo de trabajo social medio. De este modo, es la sociedad entera la que entra en el circuito de producción comunista. He aquí lo que puede hacer sobrepasar la diferencia entre empresas «maduras» para una dirección socializada, y las que aún no lo están.

Tal es el programa político y al mismo tiempo económico de los asalariados; es en este sentido que sus Consejos transformarán la economía. Tales son las exigencias máximas que podemos formular sobre estas cuestiones; pero son también, al mismo tiempo, nuestras exigencias mínimas, ya que depende de ellas que la revolución proletaria se haga o no.

Preliminares sobre los consejos y la organización consejista

René Riesel

"El gobierno obrero y campesino ha decretado que Kronstadt y los buques rebeldes deben someterse inmediatamente a la autoridad de la República Soviética.

Por tanto, ordeno a todos los que han levantado su mano contra la patria socialista, que depongan las armas de inmediato. Los recalcitrantes serán desarmados y entregados a las autoridades soviéticas. Los comisarios y otros representantes del gobierno que se encuentran detenidos, deben ser liberados en el acto. Sólo quienes se rindan incondicionalmente podrán contar con un acto de gracia de la República Soviética. Al mismo tiempo, doy órdenes para preparar la represión y el sometimiento de los amotinados por medio de las armas. Toda la responsabilidad por los perjuicios que pueda sufrir la población pacífica, recaerá sobre la cabeza de los amotinados contrarrevolucionarios.

Esta advertencia es la definitiva".

Trotski, Kamenev. "Ultimatum a Kronstadt", 5 marzo 1921

"Lo único que os tenemos que decir es ¡TODO EL PODER A LOS SOVIETS! ¿Quitad vuestra manos de este poder, vuestras manos teñidas de sangre de los mártires de la libertad que lucharon contra los guardias blancos, los propietarios y la burguesía!.

lzvestia de Kronstadt nº6, 7 marzo 1921

Hace 50 años que los leninistas redujeron el comunismo a la electrificación, que la contrarrevolución bolchevique erigió el estado soviético sobre el cadáver del poder de los Soviets, que la palabra Soviet ha dejado de traducirse por Consejo. Y en todo este tiempo, las revoluciones habidas siempre han lanzado a la cara de los amos del Kremlin la reivindicación de Kronstadt: "Todo el poder a los Soviets y no a los partidos" La notoria persistencia de la tendencia real del movimiento proletario hacia el poder de los Consejos Obreros a lo largo de medio siglo de tentativas y fracasos sucesivos, indican a la nueva corriente revolucionaria que los Consejos son la única forma de dictadura antiestatal del proletariado y el único tribunal que podrá pronunciar el juicio contra el viejo mundo, al mismo tiempo que ejecutará la sentencia.

Como nos es necesario precisar la noción de Consejo, descartaremos las groseras falsificaciones acumuladas por la socialdemocracia, la burocracia rusa, el titismo e incluso el benbellismo, pero sobre todo reconoceremos las insuficiencias de las breves experiencias prácticas que hasta ahora se han esbozado del poder de los Consejos, y los errores de las concepciones de los revolucionarios consejistas. Aquello a lo que el Consejo tiende a ser en su totalidad, aparece perfilado negativamente por los límites y las ilusiones que han marcado sus primeras manifestaciones y por la lucha inmediata y sin compromiso que las clases dominantes han emprendido contra él, factores ambos que causan su derrota. El Consejo pretende ser la forma de unificación práctica de los proletarios, que se apropian de los medios materiales e intelectuales para cambiar todas las condiciones existentes y realizan soberanamente su historia. El Consejo puede y debe ser la organización en acción de la conciencia histórica. Ahora bien nunca ni en ningún lugar, el poder de los Consejos llegó a trasponer la separación que, congénitamente, comportan las organizaciones políticas especializadas, y las formas de falsa conciencia ideológica que estas producen y defienden. Además, si los Consejos, como agentes principales de un momento revolucionario, son normalmente Consejos de Delegados que coordinan y federan las decisiones de los Consejos locales, se puede constatar que las asambleas generales de la base, casi siempre han sido consideradas como meras asambleas de electores, de manera que el primer grado de "un Consejo" se situaría a un nivel superior al de estas asambleas. Aquí nos encontramos con un principio de separación que no puede ser superado más que haciendo de las asambleas generales locales de todos los proletarios revolucionarios, el Consejo mismo, de donde cualquier tipo de delegación deba obtener en cualquier instante su poder (mandato).

Dejando a un lado los rasgos preconsejistas que entusiasmaron a Marx en la Comuna de París ("la forma política al fin descubierta, bajo la que puede realizarse la emancipación económica del trabajo") y que mejor que en la Comuna elegida se manifiesta en la organización del Comité Central de la Guardia Nacional, compuesto por delegados del proletariado parisino, el primer esbozo de una organización propia del proletariado en un momento revolucionario, fue el famoso "Consejo de Diputados Obreros" de San Petesburgo. Según las cifras dadas por Trotski en 1905, unos 200.000 obreros enviaron sus delegados al Soviet de San Petesburgo, pero su influencia se extendía mucho más allá de su zona, pues otros muchos Consejos de Rusia se inspiraban en sus deliberaciones y decisiones; agrupaba directamente a los trabajadores de más de 150 empresas y además acogía a los representantes de 16 sindicatos que se habían unido al Consejo. Su primer núcleo se formó el 13 de octubre, pero ya el 17, instituía por encima de él, un Comité Ejecutivo que, dice Trotski, "le servía de ministerio". Sobre un total de 562 delegados, el Comité Ejecutivo lo formaban 31 miembros, de los cuales 22 eran realmente obreros delegados por el conjunto de los trabajadores y 9 representaban a los tres partidos revolucionarios (mencheviques, bolcheviques y social-revolucionarios); sin embargo los "representantes de los partidos no tenían voto en las deliberaciones". Podemos admitir, pues, que las asambleas de base estaban representadas fielmente por sus delegados revocables, pero evidentemente, éstos habían abdicado gran parte de su poder y de manera totalmente parlamentarista a favor de un Comité Ejecutivo en el que los "técnicos" de los partidos políticos tenían una influencia inmensa

¿Cuál fue el origen de este Soviet?. Parece que esta forma de organización fue encontrada por algunos elementos políticamente instruidos de la base obrera y que pertenecían a alguna fracción socialista. Parece excesiva la afirmación de Trotski al decir que "una de las dos organizaciones socialdemócratas de Petesburgo, tomó la iniciativa de la creación de una administración autónoma revolucionaria obrera". (Además, de estas "dos organizaciones", quienes enseguida reconocieron la importancia de esta iniciativa, fueron los mencheviques). Sin embargo, la huelga de octubre de 1905, se originó, de hecho en Moscú el 19 de septiembre, cuando los tipógrafos de la empresa Sytin se pusieron en huelga, fundamentalmente porque querían que los signos de puntuación estuvieran entre los 1000 caracteres que constituían la unidad de pago de su trabajo a destajo. Cincuenta empresas les siguieron y el 25 de septiembre, las imprentas de Moscú, constituyeron un Consejo. El 3 de octubre, "la asamblea de diputados obreros de las corporaciones de artes gráficas, de mecánica, de carpintería, del tabaco y otras, adoptó la resolución de constituir un consejo (Soviet) general de Moscú" (Trotski, op.cit.) Vemos, pues, que esta forma aparece espontáneamente al principio del movimiento huelguístico. Y este movimiento que empezó a enfriarse en los días siguientes, se vivificó de nuevo hasta alcanzar la gran crisis histórica del 7 de octubre, cuando los trabajadores de los ferrocarriles, a partir de Moscú y espontáneamente, comenzaron a interrumpir el tráfico de trenes.

El movimiento de los Consejos en Turín, de marzo-abril de 1920, lo comenzaron los proletarios de la Fiat que constituían un núcleo muy concentrado. Entre agosto y septiembre de 1919, se procedía a la renovación de los elegidos en una "comisión interna" -una especie de comité de empresa colaboracionista, fundado por un convenio colectivo de 1906, con el objetivo de integrar mejor a los obreros-, lo que dio ocasión a una transformación completa del papel que jugaban estos "comisarios" por la situación de crisis social por la que entonces atravesaba Italia. Así comenzaron a federarse entre ellos en tanto que representantes directos de los trabajadores. En octubre de 1919, treinta mil trabajadores estaban representados en una asamblea de "comités ejecutivos de los Consejos de fábrica", que se asemejaba más a una asamblea de shop-stewards que a una organización de Consejos propiamente dicha (sobre la base de un comisario elegido por cada taller). Pero el ejemplo se extendió como una mancha de aceite y el movimiento se radicalizó, sostenido por una fracción del Partido Socialista, que era la mayoritaria en Turín (con Gramsci) y por los anarquistas piamonteses (Cf. el folleto de Pier Carlo Masini, Anarchici e comunista nel movimento dei Consigli a Torino). El movimiento fue combatido por la mayoría del Partido Socialista y por los Sindicatos. El 15 de marzo de 1920, los Consejos iniciaron la huelga con ocupación de las fábricas y pusieron en marcha la producción bajo su absoluto control. El 14 de abril, la huelga ya era general en el Piamonte y en los días siguientes alcanzó gran parte del norte de Italia, sobre todo entre los ferroviarios y los estibadores. El gobierno tuvo que emplear buques de guerra para desembarcar en Génova las tropas que marcharían sobre Turín. Si el programa de los Consejos fue aprobado posteriormente por la Unión Anarquista Italiana, reunida en Bolonia, el 1 de julio no ocurrió lo mismo por parte del Partido Socialista y los sindicatos, que lograron sabotear la huelga manteniéndola en el aislamiento; el diario del Partido, Avanti, se negó a publicar el llamamiento de la sección socialista de Turín, mientras que la ciudad era tomada por 20.000 soldados y policías (Cf. P.C. Masini). La huelga, que había posibilitado con claridad una victoriosa insurrección proletaria en todo el país, fue aplastada el 24 de abril. Y ya sabemos lo que ocurrió después.

A pesar de los rasgos francamente avanzados de esta experiencia poco citada (cantidad de izquierdistas creen que las ocupaciones de fábricas comenzaron en Francia en 1936), debemos apuntar que comportaba ambigüedades bastante graves, incluso entre sus defensores y teóricos. Por ejemplo, Gramsci en el nº4 de Ordine Nuovo (2º año), escribía: "Nosotros concebimos el Consejo de fábrica como el principio histórico que debe conducir necesariamente a la fundación de un Estado Obrero". Por su parte, los anarquistas consejistas estimaban aún el sindicalismo y pretendían que los Consejos le diesen un nuevo impulso.

Con todo, el manifiesto lanzado por los consejistas de Turín, el 27 de marzo de 1920, "a los obreros y campesinos de toda Italia" por un Congreso General de los Consejos (que no tuvo lugar), formula algunos puntos esenciales del programa de los Consejos: "La lucha de conquista se hace con armas de conquista y no de defensa (se refiere a los sindicatos, organismos de resistencia . . . cristalizados en una forma burocrática" -Nota de la I.S.). Debemos desarrollar una organización nueva como antagonista directa de los órganos de gobierno de los patronos; por eso debe surgir espontáneamente en el lugar de trabajo y reunir a todos los trabajadores porque todos, como productores, estamos sometidos a una autoridad que nos es extraña y debemos liberamos de ella (...) He aquí el origen de la libertad: el origen de una formación social que, extendiéndose rápida y universalmente, nos pondrá en trance de eliminar del terreno económico al explotador y al intermediario y convertirnos en nuestros propios amos, en amos de nuestras máquinas, de nuestro trabajo, de nuestra vida . . .

Es conocido que los Consejos de obreros y de soldados en la Alemania de 1918-1919, estaban mayoritariamente dominados por la burocracia socialdemócrata o eran víctimas de sus maniobras, pues toleraban el gobierno "socialista" de Ebert cuyo apoyo principal era el Estado Mayor y los Cuerpos Francos. Los "7 puntos de Hamburgo" (sobre la liquidación inmediata del antiguo ejército) presentados por Dorrenbach y votados por una fuerte mayoría en el Congreso de los Consejos de Soldados iniciado el 16 de diciembre en Berlín, nunca fueron aplicados por los "comisarios del pueblo". Los Consejos consintieron ese desafío, así como las elecciones legislativas fijadas rápidamente para el 19 de enero. Y después el ataque contra los marinos de Dorrenbach y después el aplastamiento de la insurrección espartaquista en la misma víspera de aquellas elecciones.

En 1956, el Consejo Obrero Central del Gran Budapest, constituido el 14 de noviembre, se declaraba dispuesto a defender por sí mismo el socialismo y, al mismo tiempo, que exigía "la retirada de todos los partidos políticos de las fábricas", se pronunciaba por la vuelta de Nagy al poder y por la fijación de elecciones libres en un plazo dado. En este momento se mantenía la huelga general mientras que las tropas rusas habían aplastado ya la resistencia armada. Pero incluso antes de la 2ªa intervención del ejército ruso, los Consejos húngaros habían pedido elecciones parlamentarias; es decir, que buscaban llegar a una situación de doble poder, cuando, eran el único poder efectivo en Hungría frente a los rusos.

La conciencia de lo que el poder de los Consejos es y debe ser, nace en la práctica misma de ese poder. Pero en una fase en que ese poder sea parcial, la conciencia puede ser muy diferente de lo que piensa tal o cual trabajador miembro de un Consejo, o incluso la totalidad de un Consejo: la ideología se opone a la verdad en actos que encuentra su terreno en el sistema de los Consejos. Esta ideología se manifiesta, no solamente bajo formas de ideologías hostiles o bajo formas de ideologías sobre los Consejos edificados por fuerzas políticas que quieren someterlos, sino también bajo la forma de una ideología favorable al poder de los Consejos que restringe y dosifica la teoría y la praxis total. Por último, un puro consejismo sería también por sí mismo enemigo de la realidad de los Consejos. Tal ideología, bajo formulaciones más o menos consecuentes, comporta el riesgo de ser vehiculada por organizaciones revolucionarias que en un principio están orientadas hacia el poder de los Consejos. Este poder, que es en sí mismo la organización de la sociedad revolucionaria y cuya coherencia está objetivamente definida por las necesidades de esa tarea histórica tomada como conjunto, no puede, en ningún caso, dejar de lado el problema práctico de las organizaciones particulares, enemiga del Consejo o más o menos verídicamente proconsejistas que de todas formas intervendrán en su funcionamiento. Es necesario que las masas organizadas en Consejos conozcan y resuelvan este problema. Aquí, la teoría consejista y la existencia de auténticas organizaciones consejistas, adquiere singular importancia porque en ellos aparecen ya algunos elementos esenciales que estará en juego en los Consejos y en su propia interacción con los Consejos.

Toda la historia revolucionaria muestra que la aparición de una ideología consejista juega un papel no despreciable, en el fracaso de los Consejos. La facilidad con la que la organización espontánea del proletariado en lucha aseguró sus primeras victorias, frecuentemente anunció una segunda fase en la que la reconquista se operó desde dentro, en la que el movimiento prescindió de su realidad por la sombra de su fracaso. El consejismo es, en este sentido, la nueva juventud del viejo mundo.

Socialdemócratas y bolcheviques tienen en común la voluntad de no querer ver en los Consejos más que un organismo auxiliar del Partido y del Estado. En 1902, Kautsky, inquieto por el descrédito que alcanzaba a los sindicatos, en el ánimo de los trabajadores, propugnaba que en ciertas ramas de la industria, los trabajadores eligieran "delegados que formarían una especie de parlamento que tuviera como misión, reglamentar el trabajo y vigilar la administración burocrática" (La Revolución Social). La idea de una representación obrera jerarquizado que culminara en un parlamento sería aplicada con mucha más convicción por Ebert, Noske y Scheidemann. La manera como trata a los Consejos este género de consejismos fue magistralmente experimentada por una vez por todas para los que no tienen mierda en lugar de cerebro desde el 9 de noviembre de 1918, cuando para combatir sobre su propio terreno la organización de los Consejos, los socialdemócratas fundaron en las oficinas del Worwaerts un "Consejo de Obreros y Soldados de Berlín" que contaba con doce hombres de confianza de las fábricas, de los funcionarios y líderes socialdemócratas.

El consejismo bolchevique no tenía ni la ingenuidad de Kautsky ni la desfachatez de Ebert. Saltó de la base más radical "Todo el Poder para los Soviets", para caer de patas al otro lado de Kronstadt. En Las tareas inmediatas del poder de los Soviets (abril 1918), Lenin añade enzimas al detergente Kautsky: "Los parlamentos burgueses, incluso los de las mejores, desde el punto de vista democrático, repúblicas capitalistas del mundo, no son considerados por los pobres como algo suyo y para ellos (...). Precisamente el contacto de los soviets con el pueblo de los trabajadores, es lo que crea formas particulares de control por abajo -elección de diputados, etc.,- formas que debemos ahora empeñamos en desarrollar con celo particular. Por eso, los consejos de instrucción pública que son las conferencias periódicas de los electores soviéticos y sus delegados, reunidos para discutir y controlar la actividad de las autoridades soviéticas en este campo, merecen toda nuestra simpatía y nuestro apoyo. Nada sería tan estúpido como transformar a los soviets en algo fijado de antemano, en un objetivo en sí. Cuanto más resultante nos pronunciemos por un poder fuerte y despiadado, por la dictadura personal en tal proceso de trabajo, en tal momento del ejercicio de funciones puramente ejecutivas, más variados serán los medios de control por abajo con el objetivo de paralizar toda sombra de posibilidad de deformación del poder de los Soviets, a fin de extirpar, ahora y siempre, la embriaguez burocrática". Para Lenin, pues los Consejos deben ser a manera de ligas de piedad, que actúen como grupos de presión que corrijan la inevitable burocracia del Estado en sus funciones políticas y económicas, asegurados respectivamente por el Partido y los Sindicatos. Los Consejos serían, como mucho, la parte social, que, como el alma de Descartes, es preciso que resida en alguna parte.

El mismo Gramsci no hace sino limpiar a Lenin con un baño de formalidades democráticas: "Los comisarios de las fábricas son los únicos y verdaderos representantes sociales (económicos y políticos) de la clase obrera porque son elegidos en sufragio universal por todos los trabajadores en el lugar mismo del trabajo. En los diferentes grados de su jerarquía, los comisarios representan la unión de todos los trabajadores tal como ésta se realiza en los organismos de producción (equipo de trabajo, departamento de fábrica, unión de las fábricas de una industria, unión de organismos de la industria mecánica y agrícola de una provincia, de una región, de nación, del mundo), siendo los Consejos y el sistema de los Consejos el poder y la dirección social" (artículo de Ordine Nuevo). Si los Consejos quedan reducidos al estado de fragmentos económico-sociales que preparan una "futura república soviética", no cabe duda de que el Partido, este "Príncipe de los tiempos modernos" aparece como el indispensable entramado político, como el dios mecánico preexistente y deseoso de asegurar su existencia futura: "El partido comunista es el instrumento y la forma histórica de liberación interior gracias al cual los obreros, de ejecutantes se transforman en iniciadores, de masas se transforman en jefes y guías, de brazos se transforman en cerebros y voluntades" (Ordine -Nuovo, 1919). El tono cambia pero la cantinela del consejismo es la misma: Consejos, Partido, Estado. Tratar de los Consejos de manera fragmentaria (poder económico, poder social, poder político) como lo hace el cretinismo consejista del grupo Revolution Internationale de Toulouse, es creer que apretando las nalgas a uno lo porculizan a medias.

El austro-marxismo, desde 1918, en la línea de lenta evolución que preconiza, también construye una ideología consejista propia. Max Adler, por ejemplo, en su libro Democracia y Consejos Obreros, ve acertadamente el Consejo como instrumento de autoeducación de los trabajadores, el fin posible de la separación entre ejecutantes y dirigentes, la constitución de un pueblo homogéneo que podrá realizar la democracia socialista. Pero reconoce también que el solo hecho de que los trabajadores detenten un poder no es suficiente para garantizarles un objetivo revolucionario coherente: para esto será preciso que los trabajadores miembros de los Consejos quieran explícitamente transformar y realizar el socialismo. Como Adler es un teórico del doble poder legalizado, es decir, de un absurdo que forzosamente será incapaz de mantenerse aproximándose gradualmente a la conciencia revolucionaria y preparando prudentemente una revolución para más tarde, se encuentra privado del único elemento verdaderamente fundamental de autoeducación del proletariado: la revolución misma. Para sustituir este irreemplazable terreno de homogeneización proletaria, esta única forma de selección constituida por la formación en sí de los Consejos y por la formación de las ideas y de los modos de actividad coherente en los Consejos, a Adler no se le ocurre más que esta aberración: "El derecho del voto para la elección de los Consejos obreros se basará en la pertenencia a una organización socialista".

Al margen de la ideología sobre los Consejos, de socialdemócratas y bolcheviques, que desde Berlín a Kronstadt han tenido siempre un Trotski o un Noske preparado, podemos afirmar que la ideología consejista, o sea la de las organizaciones consejistas del pasado y la de algunos del presente, siempre tienen algunas asambleas y algunos mandatos imperativos de menos: a excepción de las colectividades agrarias de Aragón, todos los Consejos que han existido hasta hoy, han sido "consejos democráticamente elegidos" solamente en el mundo de las ideas, aún cuando los momentos álgidos de su práctica desmentían esta limitación y todas las decisiones eran tomadas por Asambleas Generales soberanas que daban su mandato a delegados revocables.

Únicamente la práctica histórica, en la cual la clase obrera encontrará y realizará todas sus posibilidades, indicará las formas organizativas concretas del poder de los Consejos. Sin embargo, corresponde a los revolucionarios la labor de establecer los principios fundamentales de las organizaciones consejistas que van a nacer en todos los países. Formulando hipótesis y recordando las exigencias fundamentales del movimiento revolucionario, este artículo que deberá ser seguido por algunos más, intenta abrir un debate igualitario y real. Solo excluiremos a aquellos que esquiven este planteamiento en estos términos, a saber: los que declarándose hoy enemigos de toda forma de organización en nombre de un espontaneísmo subanarquista, no hacen sino producir las taras y el confusionismo del antiguo movimiento; místicos de la no-organización, obreros desalentados al haber estado mezclados durante demasiado tiempo con las sectas trotskistas o estudiantes prisioneros de su pobre condición que son incapaces de escapar a los sistemas organizativos bolcheviques. Los situacionistas evidentemente son partidarios de la organización y la existencia de la organización situacionista lo atestigua. Los que anuncian su acuerdo con nuestras tesis poniendo un vago espontaneísmo en nuestro haber, simplemente, no saben leer.

Precisamente por no serlo todo y por no permitir salvar o ganarlo todo, la organización es indispensable. Al contrario de lo que decía el carnicero Noske (en Von Kiel bis Kapp) a propósito de la jornada del 6 de enero de 1919, las masas no fueron dueñas de Berlín ese día al mediodía, no porque tuvieran "buenos oradores" en lugar de "jefes decididos", sino porque la forma de organización autónoma de los Consejos de fábrica no había llegado al suficiente grado de autonomía como para actuar sin "jefes decididos" y sin organización separada que asegurase unión. El ejemplo de Barcelona en mayo del 37 es otra prueba de lo que decimos: el hecho de que las armas salieran tan pronto en respuesta a la provocación estalinista, pero también que la orden de rendición lanzada por los ministros anarquistas fuera tan rápidamente obedecida, habla largo y tendido, tanto sobre las inmensas capacidades de autonomía de las masas catalanas como de la autonomía que todavía les faltaba para vencer. Mañana mismo, será el grado de autonomía de los trabajadores lo que decidirá nuestra suerte.

Las organizaciones consejistas que se formen en adelante no dejarán de reconocer y de retomar como un punto de partida la Definition mínimum des organisations revolutionnaires, adoptada por la VII conferencia de la Internacional Situacionista (cf. I.S. nº 11, págs. 54 y 55). Al ser tarea de tales organizaciones la preparación del poder de los Consejos que es incompatible con cualquier otra forma de poder, deberán saber que un acuerdo abstracto dado a esta definición, las condena sin remedio a no ser nada. Por esto su acuerdo real se verificará prácticamente en las relaciones no jerárquicas en el interior de los grupos o secciones que los constituyen, en las relaciones entre estos grupos y en las relaciones con otros grupos u organizaciones autónomas; tanto en desarrollo la teoría revolucionaria, y de la crítica unitaria de la sociedad dominante como en la crítica permanente de su propia práctica. Rehusando la vieja bifurcación del movimiento obrero en organizaciones separadas, partidos y sindicatos, afanarán su programa y su práctica unitarias. Todas las organizaciones consejistas del pasado que jugaron un papel importante en la lucha de clases, consagraron la separación entre los sectores político, económico y social. Uno de los pocos partidos antiguos que merecen ser analizados es el Kommunistische Arbeiter Partei Deutschlands (K.A.P.D., Partido comunista obrero alemán) que al adoptar los Consejos como programa sólo se proponía como tareas esenciales la propaganda y la discusión teórica, "la educación política de las masas", dejando a la Allgemeine Arbeiter Union Deutschlands (A.A.U.D., Unión general de trabajadores de Alemania) el papel de federar las organizaciones revolucionarias de las fábricas, concepción que se alejaba poco del sindicalismo tradicional. Aunque el K.A.P.D. rechazaba el parlamentarismo y el sindicalismo de un K.P.D. (Kommunistische Partei Deutschlands, Partido comunista alemán), tanto como la idea leninista del partido de masas y prefería agrupar a los trabajadores conscientes, quedaba aún amarrado al viejo modelo jerárquico del partido de vanguardia, o sea, profesionales de la revolución y redactores asalariados. El rechazo a este modelo, principalmente explicitado en la negación de una organización política separada de las organizaciones revolucionarias de las fábricas, llevó en 1920 a la escisión de una parte de los miembros de la A.A.U.D. que fundaron la A.A. U.D.-E(Allgemeine Arbeiter Union Deutschlands Einheitsorganisation, Unión general de los trabajadores de Alemania-Organización unificada). La nueva organización unitaria cumpliría mediante el nuevo juego de su democracia eterna el trabajo de educación hasta entonces desempeñado por el K.A.P.D. y se asignaba como tarea simultánea la coordinación de las luchas: las organizaciones de fábricas que federaba, se convertirían o transformarían en Consejos en el momento revolucionario y asegurarían la gestión de la sociedad. Así la consigna moderna del Consejo Obrero estaba aún mezclada a los recuerdos mesiánicos del antiguo sindicalismo revolucionario: las organizaciones de fábricas se convertirían mágicamente en Consejos cuando todos los obreros estuvieran integrados en ellas.

Todo esto llevó a lo que tenía que llevar. Después del aplastamiento de la insurrección de 1921 y de la represión del movimiento, los obreros, desilusionados por el alejamiento del horizonte revolucionario abandonan en gran número las organizaciones de fábrica que periclitaron al tiempo que dejaban de ser los órganos de una lucha real. La A.A.U.D. era lo mismo que el K.A.P.D. y la A.A.U.D.-E, veía cómo la revolución se alejaba a la misma velocidad que sus efectivos disminuían. Ya no eran más que organizaciones portadoras de una ideología consejista, cada vez más separada de la realidad.

La evolución terrorista del K.A.P.D. y el apoyo exclusivo de la A.A.U.D. a reivindicaciones puramente "alimenticias" produjo en 1929 la escisión entre la organización de las fábricas y su partido. Muertos en vida, la A.A.U.D. y la A.A.U.D.-E, se fusionaron grotescamente y sin preámbulos ante la ascensión del nazismo en 1931. Los elementos revolucionarios de ambas organizaciones se reagruparon a su vez para formar la K.A.U.D. (Kommunistische Arbeiter Union Deutschlands, Unión de Trabajadores Comunistas de Alemania), que siendo una organización minoritaria con conciencia de serio, fue la única que no pretendió asumir la organización económica (económico-política en el caso de la A.A.U.D.-E) futura de la sociedad. La K.A.U.D. propuso a los obreros la formación de grupos autónomos y a que aseguraran por sí mismos la unión entre dichos grupos. Pero en Alemania la K.A.U.D. llegaba demasiado tarde. En 1931, el movimiento revolucionario había muerto hacía ya diez años.

Aunque no sea más que para oírles rebuznar, vamos a recordarles a los que aún se obstinan en la querella marxismo-anarquismo, lo que la C.N.T.-F.A.I. (dejando de lado el peso muerto de la ideología anarquista, pero con mucha más práctica e imaginación liberadora) se parecía en sus disposiciones organizativas al marxista K.A.P.D.-A.A.U.D.. De la misma manera que el Partido Comunista obrero Alemán, la Federación Anarquista Ibérica quiere ser la organización política de los trabajadores españoles conscientes, mientras que la A.A.U.D. y la C.N.T. tienen a su cargo la organización de la sociedad futura. Los militantes de la F.A.I., élite del proletariado, difunden la idea anarquista entre las masas; la C.N.T. organiza prácticamente a los trabajadores en sus sindicatos. Pero entre las organizaciones alemana y española hay dos diferencias esenciales, una ideológica, de la que resultará lo que podía esperarse: la F.A.I. no quiere tomar el poder y se contentará con influenciar la totalidad de la conducta de la C.N.T.; y la otra es decisiva- la C.N.T. representa realmente a la clase obrera española. Dos meses antes de la explosión revolucionaria, el congreso cenetista de Zaragoza, el 1 de mayo de 1.936, adopta uno de los más bellos programas revolucionarios que organización alguna del pasado haya propuesto, programa que será parcialmente aplicado por las masas anarcosindicalistas mientras que sus jefes zozobran en el ministerialismo y la colaboración de clases. Con los chulos de masas García-Oliver, Segundo Blanco, etc. y la subintelectual Montseny, el movimiento libertario antiestatal, que ya había soportado Kropotkin, el príncipe anarquista, encontraba al fin la coronación histórica de su absolutismo ideológico: los anarquistas de gobierno. En la última batalla histórica que libró el anarquismo vería caer sobre sí toda la salsa ideológica que era su ser: Estado, Libertad, Individuo y otras especies mayúsculas con que se abanicaban. Y mientras los milicianos, obreros y campesinos libertarios salvaban su honor y aportaban la mayor contribución práctica al movimiento proletario de toda la historia; quemaban iglesias, combatían en todos los frentes a la burguesía, al fascismo y al estalinismo; comenzaban a realizar la sociedad comunista.

En la actualidad existen organizaciones que simulan no serlo. Este hallazgo les permite evitar ocuparse de la más elemental clasificación de las bases a partir de las que pueden reunir a no importa quien (con la mágica etiqueta de "trabajador"); no rendir cuentas a sus semimiembros de la dirección informal que algunos ejercen; decir no importa qué y, sobre todo, condenar indiscriminadamente, cualquier otra organización posible y cualquier enunciado teórico, maldito de antemano. Así, el grupo "Informations Correspondance Ouvriéres", escribe en un reciente boletín (I.C.O. nº 84, agosto 1969): "Los consejos son la transformación de los comités de huelga bajo la influencia de la situación misma y en respuesta a las necesidades propias de la lucha, en la dialéctica propia de la lucha. Cualquier otra tentativa para formular en un momento dado de una lucha la necesidad de crear consejos obreros, denota una ideología consejista tal como se puede observar bajo formas diversas en algunos sindicatos, en el P.S.U., o en los situacionistas. El concepto mismo del Consejo excluye toda ideología". Estos individuos no saben nada de lo que es ideología, y la suya se distingue únicamente de otras más elaboradas por su eclecticismo invertebrado. Pero han oído campanas (quizá en Marx, quizá apenas en la I.S.) que tocaban que la ideología era mala cosa y han entendido que todo trabajo teórico, del cual ellos huyen como de la peste es ideología, lo mismo en los situacionistas como en el P. S. U.. Pero Su valiente recurso a la "dialéctica" y al "concepto", adornos de su vocabulario, no les pone a salvo de una ideología imbécil suficientemente testimoniada por esta frase. Si contamos en idealistas con el "concepto" de Consejo solamente, o lo que es más eufórico, con la inactividad práctica de I.C.O. "para excluir toda ideología", en los Consejos reales, podemos esperar lo peor: ahí está la experiencia histórica que niega todo optimismo de este género. La superación de la forma primitiva de los Consejos, no procederá sino de luchas cada vez más conscientes y en pro de una mayor conciencia. La imagen mecanicista de I.C.O. cuando habla de la perfecta respuesta automática del comité de huelga a las "necesidades", que hace ver que el Consejo aparecerá por sí mismo y a su hora, a condición sobre todo de que no se hable del asunto, desprecia totalmente la experiencia de las revoluciones de nuestro siglo, que señalan que "la situación por sí misma" tiende más bien a hacer desaparecer los Consejos o su recuperación, que a hacerlos surgir.

Dejemos esta ideología contemplativo, ersatz degradado de las ciencias naturales que quisiera observar la aparición de una revolución proletaria como una erupción solar. Se formarán organizaciones consejistas y deberán de ser todo lo contrario de un estado mayor que hiciera que los Consejos surgieran por decreto. A pesar de que el movimiento de las ocupaciones de mayo del 68 abrió un nuevo período de crisis social, que se ha manifestado aquí y allá, desde Italia a la U.R.S.S., es probable que se tarde bastante en constituir verdaderas organizaciones consejistas y que se producirán movimientos revolucionarios importantes ante los cuales estas organizaciones no estén en condiciones de actuar a un nivel importante. No se debe jugar con la organización consejista lanzando o sosteniendo parodias prematuras. De lo que no cabe duda es que los Consejos tendrán más oportunidades de mantenerse como único poder si en ellos se encuentran consejistas conscientes y en posesión real de la teoría consejista.

Al contrario del Consejo como permanente unidad de base (constituyendo y modificando constantemente a partir de él los Consejos de delegados), asamblea en la que deben participar todos los obreros de una empresa (consejos de talleres, consejos de fábricas) y todos los habitantes de un sector urbano adherido a la revolución (consejos de calles, de barrios), la organización consejista, para garantizar su coherencia y el ejercicio efectivo de su democracia interna, deberá escoger a sus miembros, según lo que aquellos quieren expresamente y según lo que puedan hacer efectivamente. La coherencia de los consejos está garantizada por el hecho de que son el poder, eliminan cualquier otra forma de poder y deciden sobre todo. Esta experiencia práctica es el terreno en que todos los hombres adquieren la inteligencia de su propia acción, en que "realizan la filosofía". Es evidente también que existe el riesgo de cometer errores pasajeros y que no se disponga del tiempo y los medios para rectificar; pero los Consejos tendrán en cuenta de que su propia suerte es el producto verdadero de sus propias decisiones y que su existencia necesariamente cesará por el contragolpe de sus errores no dominados.

En la organización consejista, la igualdad real de todos en la toma de decisiones y en la ejecución de estas no será un eslogan vacío, una reivindicación abstracta. Es una verdad de perogrullo que todos los miembros de una organización no tienen el mismo talento y que un obrero escribirá siempre mejor que un estudiante. Pero dado que la organización poseerá globalmente todas las capacidades necesarias complementariamente, ninguna jerarquía de facultades individuales vendrá a sabotear la democracia. La adhesión a una organización consejista y la proclamación de una igualdad ideal, es evidente que no hará que sus miembros sean todos guapos, inteligentes y que sepan vivir sino que permitirá que sus aptitudes reales para ser más guapos, más inteligentes, etc., se desarrolle en el único juego que vale la pena: la destrucción del viejo mundo.

En los movimientos sociales que se produzcan, los consejistas no dejarán que se les elija en los comités de huelga; su tarea consistirá, por el contrario, en actuar para que todos los obreros se organicen por la base en asambleas generales que decidirán la conducta a seguir en la lucha. Hace falta que se empiece a comprender que la absurda reivindicación de un "comité central de huelga", lanzada por algunos ingenuos durante el movimiento de las ocupaciones de Mayo del 68, si se hubiera logrado, habría saboteado más rápidamente todavía, el movimiento hacia la autonomía de las masas, porque casi todos los comités de huelga estaban controlados por los estalinistas.

Dado que no nos corresponde el forjar un plan que valga para cualquier situación futura, y que un paso adelante del movimiento real de los Consejos valdrá más que una docena de programas consejistas, es difícil emitir hipótesis precisas en lo que concierne a la relación de las organizaciones consejistas con los Consejos en el momento revolucionario. La organización consejista -que sabe que está separada del proletariado- deberá dejar de existir en cuanto organización separada en el instante en que quedan abolidas las separaciones, incluso si la completa libertad de asociación garantizada por el poder de los Consejos deja sobrevivir diversas organizaciones y partidos enemigos de este poder. Sin embargo, es discutible que todas las organizaciones consejistas se disuelvan, como quería Pannekoek, desde el momento en que los Consejos aparezcan. Los consejistas hablarán como tales en el interior de los Consejos y no deberán propugnar una disolución ejemplar de sus organizaciones para luego reunirse al lado y jugar a los grupos de presión sobre la asamblea general. Así les será más fácil y legítimo el combate y la denuncia de la inevitable presencia de burócratas, espías y viejos esquiroles que se infiltrarán por todas partes. También será preciso luchar contra los falsos Consejos o los fundamentalmente reaccionarios (Consejos de policías), que sin duda, aparecerán, actuando de manera que el poder unificado de los Consejos no reconozca a estos organismos ni a sus delegados. Al ser exactamente contrario a sus fines la infiltración en otro tipo de organizaciones y por rechazar toda incoherencia en su seno, las organizaciones consejistas prohíben la doble pertenencia. Antes hemos dicho que todos los trabajadores de una fábrica, o al menos los que aceptan las reglas de su juego deben de formar parte del Consejo, pero en el caso de "aquellos a los que hubo que sacar de la fábrica con el browing en la mano" (Barth) sólo podremos hallar la solución en su momento.

La organización consejista sólo podrá ser juzgada, en último término, por la coherencia de su teoría y su acción, por su lucha por la desaparición completa de todo poder exterior a los Consejos o que intente constituirse fuera de ellos. Para simplificar la cuestión y no tomar en consideración la ola de pseudoorganizaciones consejistas que estudiantes y gente obsesionada por el militantismo profesional simularán, digamos que no se puede reconocer como consejista toda aquella organización que no se componga por lo menos de las dos terceras partes de obreros. Y como esta proporción puede aparecer como una concesión, nos parece indispensable corregirla mediante esta regla: se establecería que en toda delegación a conferencias centrales donde pudieran tomarse decisiones no previstas por mandato imperativo, los obreros constituirían las 3/4 del conjunto de participantes. En resumen, la proporción inversa a la que se dio en los primeros congresos del "partido obrero socialdemócrata de Rusia".

Se sabe que nosotros no tenemos ninguna propensión al obrerismo bajo ninguna forma en que se conciba éste. Se trata de que los obreros "devengan en dialécticos", del mismo modo en que lo harán, pero entonces en masa, con el ejercicio del poder de los Consejos porque son, ahora y siempre, la fuerza central capaz de detener el funcionamiento existente en la sociedad y la fuerza indispensable para reinventar todas sus bases. Además, aunque la organización consejista no debe de separarse de otras categorías de asalariados, sobre todo de los intelectuales, es fundamental que estos últimos vean limitada la importancia sospechosa que pueden tomar, tanto considerando todos los aspectos de su vida para verificar si son auténticamente revolucionarios, consejistas como limitando su número de modo que en la organización sean tan pocos como sea posible.

La organización consejista no aceptaría hablar de igual a igual con otras organizaciones si éstas no son partidarias consecuentes de la autonomía del proletariado; del mismo modo que los Consejos habrán de deshacerse no sólo de intentos de recuperación de partidos y sindicatos sino de todo aquellos que tienda a hacerse un lugar bajo el sol y a tratar con los Consejos de poder a poder. Los Consejos serán la única potencia o no serán nada. Los medios de su victoria son ya su victoria; con la palanca de los Consejos y el punto de apoyo de una negación total de la sociedad espectacular-mercantil se puede levantar la tierra.

 



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Carlos Lanz Rodriguez (Recopilador)

Sociólogo, teórico militante revolucionario y ex-guerrillero.


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