La Revolución Bolivariana experimenta un interesante reacomodo de fuerzas. La redefinición del movimiento donde convergen los partidos que han apoyado el proceso liderado por Hugo Chávez. Esto se esperaba tarde o temprano, una especie de deslave que diera al traste con edificaciones construidas sin bases sólidas, encima de piedras; un tornado que se llevara todo aquello no realmente firme en la tierra.
Este reacomodo implica necesariamente la conformación de un liderazgo que no esté sustentado por las premisas materiales, las negociaciones, los espacios de poder, la hegemonía y control del Estado.
No es fácil derribar el sistema impuesto. Es sin duda un trabajo cuesta arriba destruir el modelo de explotación del hombre por el hombre que dio vida al capitalismo. Son siglos de lucha por conquistar la libertad; son siglos de aspiración del hombre por lograr la reivindicación y la justicia social.
Pero no son pocos los sectores de la política que tienen como prioridad la conquista del poder y no la dignificación de la vida de los ciudadanos y ciudadanas. Lo cual significa el sacrificio de su ubicación como individuos o como grupos en el sistema.
Confunden o pretenden confundir la rebelión de las masas con la neurosis desproporcionada que se genera por la pérdida del objetivo. Mezclan además revolución con reformismo. Es fácil tener una percepción errónea de ambos conceptos si no se cuenta con la conciencia para diferenciarlos.
La democracia representativa permite la reforma. Se puede en esa democracia adecuar las leyes para no afectar a profundidad los intereses del modelo de dominación. En revolución, con democracia participativa y protagónica, estos intereses son profundamente afectados.
Los partidos políticos son sin duda parte de estos intereses que se alteran por el proceso, para ellos hostil, que beneficia al pueblo, que no ha formado parte de estos niveles de organización elitescas. Los partidos del pasado y los del presente se han encontrado “sin querer queriendo” en fronteras difusas.
La posibilidad de un partido único o un partido unido, donde se entrelacen las diferentes corrientes de pensamiento; que se construya desde abajo hacia arriba, ha provocado escozor en algunos que consideran se verá mermada la pluralidad. Y sin reparos expresamos nuestras dudas ¿la variedad de partidos es la verdadera manifestación de pluralidad? ¿garantizan los partidos la participación y la expresión de los diferentes colectivos? ¿el partido unido carteliza la participación de las organizaciones en la revolución? ¿impedirá el partido unido la participación de quienes no militen directamente dentro de su estructura? ¿podremos construir una estructura que sustituya la piramidal? A esta hora es difícil definirlo. Sería apresurado, más cuando las coyunturas históricas son las verdaderas generadoras de las respuestas.
La diatriba en contra de la propuesta que se colocó en la mesa para ser discutida, incluyendo el nombre, no es toda necesariamente de profundo debate por la construcción. Vemos en algunos poco interés por profundizar la relación entre el pueblo y el verdadero liderazgo. ¿No será esta la reacción natural de los reptiles que advierten la presa a punto de escapar en la orilla?
Esta discusión es un elemento maravilloso que permite reconocernos en las diferencias, en la diversidad, en las múltiples maneras de observar la realidad sin estar distanciados de la meta final, de ese sueño que todos perseguimos, la construcción de una sociedad de iguales, socialista, una sociedad con justicia y paz.
Nos hablan del pensamiento único y nos preguntamos, ¿no ha sido un único pensamiento al cual nos ha obligado el capitalismo, a través de sus herramientas fundamentales de ideologización: los llamados medios de comunicación social?
Vemos a unos crisparse y lo esperábamos. Es obvia esa reacción, pues un partido de la revolución significa la pérdida de espacios de poder ganados en su mayoría producto de los viajes en el portaviones Chávez. Espacios de poder en los que se han incluido los resentidos y frustrados del pasado. Que dejó fuera del juego el puntofijismo y a aquellos que a pesar de estar cerca, no han sabido vincularse con el pueblo. Quienes no han logrado traducir aún las aspiraciones de las mayorías. De las clases que han luchado y lucharán siempre por transformar la realidad, por revolucionar la historia, por cambiar su destino.
El líder de este proceso bolivariano, Hugo Chávez, fue claro al señalar que para construir el socialismo del siglo XXI tenemos que contar con ética socialista, amor, solidaridad e igualdad entre hombres y mujeres.
Sabemos que ni la revolución, ni el socialismo, ni el partido unido se decretan. Es un proceso de construcción colectiva. Pero debemos estar dispuestos a participar en ese proceso de manera transparente. Nos cuesta abandonar la vieja manera de hacer política. Sin embargo estamos obligados, no tenemos más remedio que reaprender. No es simple, es complejo, se trata de revertir el proceso de destrucción de la humanidad.
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