La solución es salir del madurato sin consolidar el capitalismo en otro personaje. Votar por Edmundo González sería optar por lo mismo, al igual que votar por el pícaro pastor evangélico o por Claudio Fermín. Debemos volver al Chávez del Plan de la Patria, al camino de la verdadera revolución socialista, y para eso hay que rechazar la trampa electoral donde no pelea Chávez, donde no está presente el socialismo en ninguna de las opciones. El que no entienda esto se engaña, con Maduro y con la oposición. Maduro, sin carácter para defender los intereses de Venezuela, de la gran mayoría de sus habitantes mediante la revolución socialista bolivariana, y la derecha gringa que viene por la revancha a instaurar el pasado, sin los disimulos maduristas, por toda la calle del medio.
Un índice elevado de abstención desconocería la farsa de unas aparentes elecciones, amañadas como dados cargados, a favor del capitalismo, cuyo resultado sería ilegítimo si no votamos. Con nuestro silencio se inquietan las malas conciencias y terminarán de definirse los bandos ideológicos. El asunto es que tanto el reformismo como el neoliberalismo (o liberalismo, es lo mismo) se fundamentan en una promesa; el primero, en la transferencia mágica de la riqueza – producto del robo y la explotación – a la sociedad “cuando se desarrollen las fuerzas productivas y cuando toda la producción de bienes sea social y cooperativa”, y el segundo, en la promesa de que un tiburón es capaz de no comerse a los pobres mediante la intervención de la “mano invisible y bondadosa” del mercado. En el fondo se trata de lo mismo, son modelos teóricos que se fundamentan en promesas capitalistas, vale decir, mentiras capitalistas, las cuales desmiente la realidad todos los días, palabras que nunca se han cumplido en las acciones políticas y económicas en ningún país y en ninguna época, porque la lógica del capital muestra lo contrario, concentra y acumula la riquezas en pocas familias y en pocas manos: de esto si hay evidencias: el iluso Jesús Farías compitiendo con un no tan iluso Edmundo González, o viceversa.
Hay que perder el miedo, el miedo es para los que no luchan ni resisten, el miedo es para los que hoy están en el poder, solos, sin causas sociales, humanas, vitales por qué luchar.
Cuando el que llega al poder siente miedo de perderlo es porque su propósito de lucha es él, y no la causa de muchos. El poder cuando es revolucionario se consolida y se amplía en una lucha permanente, su autoridad es moral además de política, crece y se expande dentro de muchos con sus acciones políticas y prácticas de vida. Cuando se abandona la lucha por todos solo queda un carapacho, un débil gobierno insustancial, un poder administrativo fácil de sustituir por cualquier grupo de burócratas igualmente anodinos. Cuando se tiene miedo a perder esa ventaja frente al resto de los ciudadanos comunes, su autoridad sólo se propaga hacia subalternos, porque no es moral ni política, no se fragua en la lucha humana y generosa, es burocrática, es jerárquica, formal, es un carapacho de poder político sin oxígeno, contaminado por su propia pasividad, como aquel que bebe y come de sus propias excrecencias. Es el caso del madurismo y su miedo a perder el poder, el poder de dañar a las personas, a las instituciones y a la naturaleza, el poder de la coacción.
O el miedo de la clase media. Una clase media temerosa de seguir descendiendo en la escala social, que migra en dólares o en euros, y vota, pero entrega su lealtad a lo que ve como la mejor oferta “tangible y emocional”, al candidato que mejor abulte su ego pequeñoburgués, y estos pícaros abundan… (Es así como el gobierno teme al voto de 7 millones de exiliados, por eso impide el registro de nuevos votantes en los consulados y embajadas de Venezuela en el mundo. Maduro no ha sabido convencer a la clase media, a pesar de sus rumbas, promesas y lisonjas nada diferentes a la de los otros candidatos)
El resto de Venezuela no puede temer a perder un bono limosna y una bolsa de kilos de harina, hay que aspirar a algo mejor que estas “elecciones de mentira”, estar preparados para pelear de verdad por un mundo mejor, más digno que la paciencia, la calma de la putrefacción. Todavía hay reservas morales, juventud y fuerza revolucionaria en esta tierra, en los estudiantes, en nuestra Fuerza Armada y demás trabajadores y servidores públicos, en los obreros del campo y la ciudad, votemos por una idea poderosa de liberación social, la acción rebelde… ¡Organización, debate y acción!, ¡El tiempo es implacable y se acaba!