El tema de los infiltrados está en el tapete de la discusión política, tanto en Venezuela como en Colombia. En el caso colombiano, porque pareciera que las FARC están infiltradas, (organización con la cual compartimos muy poco en términos ideológicos, aunque reconozcamos que combate del mismo lado en la lucha contra el imperio yanqui), pues eso puede deducirse de los recientes golpes que ha recibido en el mismo corazón de su estructura de dirección nacional.
En el caso venezolano, el presidente Chávez habló de infiltrados con motivo de la bomba colocada en la sede de Fedecámaras, en Caracas, y luego extendió esa acusación hacia Tascón, hacia los organizadores de la marcha popular del 27 de febrero, hacia las organizaciones que han realizado vigilias frente a Globovisión, y hacia los tomistas de la sede del Episcopado.
Profundizando en el caso venezolano, pensamos que hay algo de cierto en las afirmaciones del presidente, cuando dice que algunos actos violentos (las bombas) son obra de infiltrados. Pero lo que no podemos compartir nunca es que se acuse de infiltrados o de agentes del imperio a las organizaciones o individuos que mantienen posiciones críticas y de denuncia sobre los vicios y corruptelas del proceso revolucionario (como el caso de Tascón), o a las organizaciones populares que asumen iniciativas propias de lucha social.
Infiltrados siempre han existido y los seguiremos teniendo dentro de cualquier proceso revolucionario. Entendiendo por infiltrados a aquellas personas que son comprados por agencias de inteligencia enemigas (en nuestro caso, probablemente de países extranjeros) y que conscientemente se infiltran en las organizaciones populares, partidos revolucionarios y en la estructura del estado para pasar información de todo tipo y para realizar actos de sabotaje contra el gobierno.
Los infiltrados pueden estar por años en cualquier estructura de la revolución, ocultándose y pasando información al enemigo. No poseen un perfil específico. Pueden aparecer como muy radicales, si el caso lo amerita, o como timoratos y conservadores, si de esa forma pueden ocultarse mejor. Su papel viene determinado por las necesidades del enemigo imperialista, son un títere de la burguesía mundial, y en no pocos casos terminan siendo asesinados por esos poderes multinacionales que los han utilizado.
Alguien recomendaba por Aporrea leer el libro de Víctor Serge, “Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión” (si mal no recuerdo ese es el título). Buena recomendación. Allí aparece una breve reseña sobre cómo la inteligencia zarista logró infiltrar a un personaje en el mismo comité central del partido bolchevique, y cómo las informaciones dadas por ese miserable condujeron a la muerte a decenas o centenares de revolucionarios.
La guerrilla venezolana de Venezuela tuvo también un agente de la CIA infiltrado durante la lucha armada de los 60. Era de origen puertorriqueño, Adolfo Meinhart Lares, y fue el responsable de la muerte de varios revolucionarios.
Hoy se sabe que las masacres de Cantaura y de Yumare fueron obra de infiltrados dentro de ambas organizaciones. Irónicamente, los que infiltraron a Bandera Roja y la condujeron a la masacre de Cantaura en octubre de 1982, fueron los mismos individuos que en 1986 infiltraron y asesinaron al grupo revolucionario caído en Yumare.
Pensamos que la mucha o poca efectividad de los infiltrados dentro de una lucha popular revolucionaria depende de las formas de organización que se asumen y de la amplitud y autonomía que posean las diversas expresiones particulares de esa lucha social.
Recordando nuestra historia latinoamericana, es bueno traer a colación que fueron los grupos indígenas no organizados en un estado centralizado los que lograron resistir por siglos a la invasión colonial europea (hay que incluir aquí a los indígenas norteamericanos). No fue así el caso de los grandes imperios Azteca e Inca, los cuales sucumbieron fácilmente ante los conquistadores españoles una vez que éstos se apoderaran o asesinaran a los cabecillas de dichos imperios.
Grupos etnicos como los Barí, en la región de Perijá, resistieron mediante acciones armadas durante varios centenares de años, hasta entrado el siglo XX, de la misma forma en que inicialmente lucharon grupos indígenas como los dirigidos por Guaicaipuro, a mediados del siglo XVI.
Una virtud de la lucha de resistencia iraquí (sin entrar a analizar la guerra civil que se desarrolla simultáneamente entre sunitas y chiitas), ha sido precisamente la diversidad de grupos armados que resisten ante la invasión norteamericana. No existe un solo mando centralizado de la resistencia. Los gringos pueden acabar con un grupo, pero quedan decenas de otros grupos similares que dan continuidad a la lucha.
Siguiendo con los ejemplos históricos, hace tiempo llegamos a la conclusión que en la URSS la excesiva centralización del poder en manos del partido comunista terminó matando la iniciativa de las masas populares, hasta desvincular totalmente el poder bolchevique del sentir popular. Cuando la URSS y demás países socialistas de Europa oriental colapsaron a partir de 1989, los pueblos de esos países no movieron un dedo para evitarlo, en una clara demostración de que el poder ultracentralizado en el partido y en el estado no era ya un poder del pueblo, sino el poder de una burocracia que acabó finalmente con la revolución misma.
Los partidos centralizados no permiten el autocontrol ni la contraloría social. La dirección política es todopoderosa, no le rinde cuentas a nadie, y terminan utilizando al partido y al pueblo para sus intereses personales, grupales y de clase. Esa fue la enseñanza del fracaso de la URSS y de los países comunistas de Europa oriental.
En la Venezuela del siglo XXI, la conformación del PSUV viene mostrando características que facilitan su penetración por parte de la infiltración enemiga. Un elemento es la facilidad con que se mueven dentro de él los representantes del clientelismo que aún pervive en esta revolución bolivariana. Hasta donde alcanza nuestra experiencia directa, aquí en el Zulia, el PSUV está totalmente controlado por grupos clientelares que actúan en base al reparto de prebendas. Las circunscripciones, conformadas por voceros y comisionados, han terminado siendo una plantilla de empleados pagados por diferentes grupos de poder, y quienes estamos allí por razones ideológicas somos un cuerpo extraño, mal vistos y totalmente fuera de lugar en cuando a la dinámica de funcionamiento de esa cosa que no merece llamarse partido.
En ese contexto de clientelismo, de compra y venta de lealtades y de favores, de negociación permanente de cargos, de influencias y de financiamientos para cualquier cosa, se están fortaleciendo las peores características que puede tener una militancia partidista.
Volviendo al tema de la infiltración, hoy en el PSUV cualquier agente enemigo puede ingresar con facilidad, siempre que sepa algo de teatro y de imitación, y escalar rápidamente posiciones de dirección, pues las malas mañas son las están siendo premiadas dentro del PSUV. También es posible que el enemigo compre a gente que ya está dentro de las filas revolucionarias. La corrupción descarada, el enriquecimiento veloz de muchos dirigentes, el permanente tráfico de influencias para decidir cualquier cuestión de política gubernamental, ha resquebrajado la moral y hace fácilmente permeable al partido ante cualquier intento enemigo por infiltrarlo.
Si hay gente que dentro de la revolución lo que está buscando es simplemente su beneficio personal, como sabemos que hay muchos, imaginemos cómo actuarían esos individuos ante una maleta de dólares que les ofrezca la CIA o cualquier otro organismo extranjero. Sin mucho pensarlo se pasarían al enemigo, comprometiéndose a trabajar para ellos dentro de las filas revolucionarias. Nada de extraño tendría que esta probable situación ya esté en pleno desarrollo. Esas infiltraciones, como dijimos antes, pueden mantenerse por años, actuando subrepticiamente, dañando desde adentro a la revolución, pasando información valiosa y secreta al enemigo, saboteando los planes gubernamentales y perjudicando al pueblo.
No decimos esto para que se desate una cacería de brujas, ni para que se sospeche de todo el mundo. En sentido estricto, todo movimiento revolucionario debe actuar sabiendo que siempre podrá ser infiltrado por el enemigo de clase. Los golpes que recientemente ha recibido la FARC son una demostración contundente de que hasta las organizaciones de conjurados más estrictas, aparentemente, en su organización clandestina, pueden sufrir la infiltración enemiga.
En Venezuela, por las características específicas de nuestra revolución, la infiltración enemiga puede ser mucho más amplia, por el gran tamaño de las fuerzas revolucionarias, pero al mismo tiempo el daño causado puede ser menor en la medida en que se actúe con la fuerza del pueblo organizado y movilizado. La contraloría social permanente es un mecanismo de rectificación que puede salirle al paso de los sabotajes que realicen los enemigos del proceso, incluso los que puedan estar infiltrados en nuestras filas.
En el PSUV, el desarrollo de mecanismos democráticos internos, el debate y la crítica permanente sobre lo que se ejecuta como programa político, permitirá que se salga al paso de cualquier infiltración y sabotaje interno. Pero si no se constituyen las instancias de debate pertinentes, y no se permite que dichas instancias discutan libremente cuestionando a los dirigentes y a las directrices que estos hayan impartido, difícilmente se podrá combatir al burocratismo y a la ineficiencia, y mucho menos el detectar posibles situaciones de infiltración y sabotaje enemigo.
Existiría también un cierto tipo de infiltración, que no obedece a la labor de organismos de inteligencia extranjeros, sino que ocurre cuando ingresan a las filas revolucionarias oportunistas de topo tipo que buscan aprovechar el proceso revolucionario para su propio beneficio. Son infiltrados en la medida en que no son genuinamente revolucionarios, pues el programa político que defienden generalmente se limita a consignas socialdemócratas y clichés pseudorevolucionarios. Este otro tipo de infiltración es lo que explica la gran cantidad de saltos de talanquera que se han visto en este proceso.
El primer infiltrado fue Miquilena y su combo. También Pablo Medina, la gente del MAS, de Podemos, el padre Palmar, y multitud de “dirigentes” del chavismo que han terminado en la oposición más furibunda. Hay muchos otros que aún están infiltrados, que saltarán la talanquera cuando calculen que ya no podrán obtener más beneficios personales dentro del proceso revolucionario. En estas próximas elecciones regionales veremos una buena cantidad de tránsfugas, pues muchos no serán ratificados en sus cargos, y no tendrán problemas en ceder a la tentación de la “maleta de dólares” que les ofrecerá el enemigo.
Los más peligrosos son los infiltrados que no saltan la talanquera, los que aparentan fidelidad a Chávez y a la revolución, los que dicen “sí, mi comandante” y se cuadran firmes. Esos se mantendrán ocultos hasta que hayan destruido a la revolución misma, si es que llegan a lograrlo.
El fulano diputado Wilmer Azuaje, que hoy aparece denunciando supuestos bienes y haciendas de la familia Chávez en Barinas, es un buen ejemplo del tipo de infiltrados que abundan como arroz entre los “dirigentes” de este proceso revolucionario. Ese tipo gozó de la bendición del dedo de Chávez y demás próceres del proceso, hasta que la vida lo ha llevado a hacer el triste papel que hoy ejecuta, probablemente a sueldo del oposicionismo imperialista (sin entrar a analizar la veracidad de sus denuncias).
Toda revolución contará siempre con infiltrados, lamentablemente. El problema radica en que debemos aprender a detectarlos y combatirlos, colocando siempre la lucha de clases como patrón fundamental de referencia, y la acción revolucionaria del pueblo como brazo ejecutor de la revolución misma.
*Comisionado de Defensa Territorial del Batallón “Isla, Lago y Sol”. PSUV. Maracaibo.
cruzcarrillo2001@yahoo.com
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