En los días precedentes al
referendo de 2 de Diciembre de 2007, tuve la oportunidad de escuchar
a varios “expertos en salud” vinculados a la oposición, opinando
acerca de la incidencia que en esta materia tendría la reforma constitucional
en caso de ser aprobada. Ellos coincidían en decir que no había sustantivos
beneficios para la salud en sus planteamientos. De igual manera, en
estos intensos años de proceso revolucionario es constante la señalización
por parte de los diversos “especialistas” pertenecientes al llamado
sector salud, tradicionalmente vinculados a algunos gremios e instituciones
académicas, espetar indignados ante las cámaras, siempre dispuestas,
que el gobierno tiene abandonados los hospitales y ambulatorios.
Otra situación que se presenta
es la descalificación de los Médicos Generales Integrales, sobre todo
los cubanos, con el argumento de que tienen pocos conocimientos médicos
o científicos. Algo así como que no se parecen a los de ER (sala de
emergencias) llenos de glamour y sofisticación. Estas aseveraciones
son absolutamente falaces y en mi opinión no han sido rebatidas con
la firmeza necesaria por parte de los líderes pertenecientes al proceso
revolucionario. En algunos casos porque también en ellos domina el
enfoque asistencialista y hay resistencia, o falta una estrategia comunicacional
que parta de un análisis sobre la concepción integral de la salud
en todos los niveles para crear conciencia.
El enfoque integral de la salud
pasa por entenderla desde el punto de vista holístico: físico, mental,
social, ambiental, cultural, espiritual y todo aquello que nos afecte
y e incida en nuestro existir. Hay elementos de suma importancia a tener
en cuenta en el momento de diseñar una política sanitaria eficiente
y eficaz: 1) la mayoría de los médicos no son especialistas en salud
sino en enfermedad; 2) la salud es un producto social resultante del
accionar colectivo; y, 3) el equipo de salud somos todos. De no hacerlo,
pueden desviarse los objetivos fundamentales ante los intereses de grupos
que obtienen grandes beneficios económicos de los enfermos.
En Cuba, haciendo gala de un
excelente sistema de salud, no solo previenen enfermedades y promueven
actividades para evitarlas, sino que a través de la Sanología consideran
el estar sano como lo natural y hacen políticas “por los sanos y
para los sanos”, rompiendo con el paradigma orientado a la enfermedad.
El reconocimiento de la salud
como un derecho ocurrió a partir de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos y la creación de las Organización Mundial de la Salud
(OMS). En ese tiempo se refería al acceso a la atención médica
y sanitaria, pero es bien sabido que la salud de una población va más
allá de servicios de atención médica, pues depende de otros factores
que la determinan. Es así como la OMS estableció las metas a cumplir
por los gobiernos con la finalidad de que diseñen políticas que actúen
sobre los factores sociales determinantes de la salud: pobreza, acceso
al agua potable, ambiente sano, seguridad alimentaria, protección a
las mujeres, exclusión social, organización del sistema de salud.
Muy pocos países ejecutan
políticas que ataquen las causas que estructuralmente son responsables
de la salud de la población. Esto tiene que ver con el modelo de estado.
En el neoliberalismo la salud y muchas otras demandas sociales no están
garantizados como derecho, por lo que el estado no está obligado
a atenderlas. En los estados sociales de derecho y de justicia, como
es el caso de Venezuela, demandas sociales como: salud, educación,
participación, conservación ambiental, alimentación, trabajo, vivienda,
cultura, recreación y otros, han trascendido la categoría de necesidades
para alcanzar la de derechos. Como consecuencia de esta evolución democrática
en nuestro marco constitucional, se promulgan leyes y se desarrollan
políticas orientadas a garantizar progresivamente un conjunto de derechos
que a su vez son determinantes fundamentales del derecho a la salud.
Algunos logros esenciales en este sentido son la disminución de la
pobreza, inclusión social, empoderamiento y organización de la población,
amplia cobertura del sistema educativo público a todos los niveles,
protección a sectores vulnerables de la población, creación de propiedad
social y colectiva, acciones contra el latifundio y democratización
de la propiedad de la tierra, seguridad laboral, protección del ahorro
familiar en el sistema financiero, cobertura nacional en atención primaria
de salud, protección a la vivienda y hábitat, redes de servicios básicos
de agua, gas, electricidad y distribución de alimentos, y otros tantos
que mejoran ostensiblemente la calidad de vida con el consecuente impacto
en la disminución de las enfermedades, la mortalidad y aumento de la
expectativa de vida.