El cuento de los Códigos Rojos

¡Aquí hay otro colombiano!

Las entregas serán controladas, la Ley Patriota está haciendo lo suyo. Como  pareciese que priva es la maledicencia y la desafección por los verdaderos principios revolucionarios y como hasta ahora la entrega de revolucionarios por parte de nuestro país ha sido sin contravenir las ordenes de Bogotá, seguiremos viendo unos más entregados por la venganza y trampa de los Códigos Rojos.

      Como ya se han utilizado varios métodos por parte del Estado colombiano para agredir nuestra soberanía y de muchas de nuestras autoridades prestándose para esto, sencillamente estamos asistiendo a una historia del nunca acabar.

     Así, padecimos el caso Ballestas, funcionarios del CICPC actuando clandestinamente con policías colombianos. Después, no sabían si deportar al detenido o a todo el grupo de policías y militares que actuaron encubiertos, quienes ingresaron armas sin ninguna autorización y todos, también estaban ilegales actuando en nuestro país.

      Después, nos hicieron pasar al caso Granda, nuevamente policías y militares venezolanos recibieron a funcionarios policiales del neogranadino país sin autorización y vendieron al secuestrado por unos cuantos pesos, para que luego la justicia colombiana pusiera el papelón y lo absolviera de los supuestos cargos de terrorista, denotando que los mismos fueron fabricados en su contra.

      Luego, funcionarios de organismos de seguridad venezolanos en combinación con los colombianos se cansaron de pasear en Expresos Mérida que partían desde San Antonio del Táchira a más de cien colombianos indocumentados para ser entrenados en la finca Daktari ubicada en el Estado Miranda, cuyo dueño es el hermano –palabras más, palabras menos- de la “loca María Conchita Alonso”, formando incluso a niños en prácticas paramilitares.

      Ahora, confeccionaron la Ley Patriota de cuño estadounidense, lista después de los ataques al centro financiero mundial del año dos mil uno, sólo mes y medio después de aquellos fatídicos actos, a partir de los cuales, supuestamente, el mundo se presenta más inseguro.

      Ahora, como puede justificarse que el editor de una cadena noticiosa salga desde el aeropuerto con más seguridad a nivel mundial, el de Frankfurt, ciudad donde queda el centro mundial de la inteligencia antiterrorista, sin ser detenido.

      Mientras Joaquín Pérez Becerra volaba hacia el aeropuerto internacional de Maiquetía, le fue activado el Código Rojo de Interpol. Al respecto, cabe recordar que nuestro gobierno nos ha enseñado hasta el cansancio que éste es un organismo de inteligencia del imperio y más aún con el asesinato de Raúl Reyes en territorio ecuatoriano y por toda la información que empezó a salir de una computadora bombardeada –aún espero su marca para comprarme una- y la cual dio como primeras “resultas” más de la falsedad colombiana y estadounidense contra el gobierno bolivariano de Venezuela.

      Pero si privara la sensatez sería como desentonar la llanura en la cadena de errores que se cometen a diario con el tema judicial-policial. En vez de deportarlo lo hubiesen regresado nuevamente hacia Alemania para ver si este país rompía su estruendoso formalismo dándole explicaciones al mundo de cómo se prestó para esta jugarreta del gobierno colombiano. Pero aquí, decidieron deportarlo.

     Ahora, como si fuera poco y desatinado el engorroso tema de Joaquín, de un sólo tajo pasamos a la deportación de Julián Conrrado; este hombre tiene decidida su muerte desde los ataques militares del Nuevo Liberalismo en el patético caso diplomático de los bombardeos sobre Ecuador, esa vez el gobierno colombiano afirmo que lo habían dado de baja.

     Y resulta que Conrrado es un pobre colombiano que vive desde hace más de quince años en Barinas, cantante, toca cuatro y arpa, es compositor de canciones y no de planes terroristas, pero ahora es solicitado por la Interpol. Entonces, el gobierno que lucha por la libertad de los cinco héroes cubanos, lo deporta.

     Definitivamente estoy entrampado con esta desfiguración de términos, estrategias y decisiones políticas de última hora, donde cualquier colombiano puede tener la sorpresita de un Código Rojo. Yo dejare de hablarme con algunos de ellos no vaya a ser que tenga por conocido un altísimo terrorista internacional.

     Si en algo quieren que los ayude (los sectores que esconden sus estrategias de deportación), yo conozco a una pobre vieja llamada Claudia, tiene ochenta y cinco años,     -sesenta años hace que vive en Venezuela- aún es indocumentada, pues nunca salió beneficiada con cedula de identidad venezolana, hace capelladas (alpargatas), tiene retinopatía hipertensiva; si quieren deportarla avísenme y se las entrego.

     También se dé un hombre de la Costa Atlántica colombiana, Álvaro, pobre, curtido por el sol, sufre de artritis, vende la conocida chicha de cebada a presión que ahora es hecha con harina de trigo -ya no se consigue la cebada- la cual sale desde un cilindro de aluminio; si quieren deportarlo y acusarlo por vender chicha terrorista también podrían pedírmelo.

venezuela01@gmail.com

Para: www.aporrea.org

12 de junio de 2011 

  


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Miguel A. Jaimes

Politólogo. Magister scientiae en ciencias políticas. Doctor en ciencias gerenciales. Posdoctor ontoepistemología en geopolítica de las energías. Cursando doctorado en letras. Cursando Posdoctorado en literatura del petróleo en Venezuela. Libros: El oculto poder petrolero, apertura petrolera, poder de PDVSA vs. poder del estado. Petrocaribe la geogerencia petrolera. Primera edición. Petrocaribe la geogerencia petrolera. Segunda edición. Director del diplomado internacional en geopolítica del petróleo, gas, petroquímica y energías – Venezuela. Director de la web https://www.geopoliticapetrolera.com

 venezuela01@gmail.com      @migueljaimes2

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