El resultado del referéndum en Colombia activa las mejores plumas del continente, llueven opiniones y análisis. El resultado fue sorpresivo, pero al mismo tiempo muy aleccionador: devela la esencia de la dominación capitalista y la verdadera naturaleza de una Revolución.
Se le pide a una sociedad escoger entre la paz y la guerra, y opta por la guerra de los oligarcas, de esta manera el gobierno que puso su empeño en construir una vía pacífica se ve derrotado por la sociedad que pretendía favorecer. El triunfo lo obtienen los guerreristas, lo más reaccionario de aquella sociedad para alegría de la caverna de todo el continente. ¿Qué pasó, por qué un pueblo se inmola y favorece a sus verdugos?
La respuesta debe buscarse en el alma de los desposeídos. Ya lo dijo un clásico: “la mayor arma del dominador es el alma del dominado.” El sistema burgués no se puede sostener sin colonizar el alma de los expropiados, sin establecer una cultura que justifique y perpetúe al sistema capitalista, lo muestre como algo natural, perenne, que no puede cambiar. Esta cultura supone un miedo al cambio, una satanización de lo diferente, un profundo egoísmo.
La Revolución, necesariamente, debe sustituir esta cultura, o dicho en otras palabras, la batalla revolucionaria es ante todo un choque de culturas, de ideologías. Todas las acciones importantes lo son porque afectan el campo cultural. Toda acción de la Revolución debe ser, a la vez, una cátedra de la nueva cultura, de la solidaridad, del amor, prefiguración del nuevo mundo que se quiere formar, una lección de la nueva ética.
Y, en contraste, la dominación se fundamenta en la siembra, en los subterráneos, de la psiquis colectiva del egoísmo, de la individualidad, y sobre todo del miedo a lo diferente, al temor del despojo que lo diferente amenaza hacer de lo más íntimo de la persona: sus hijos, sus bienes, su religión.
Cuando la guerrilla va a un referéndum queda atrapada en una tenaza que la ataca con una mandíbula en lo espiritual, donde tiene una inmensa desventaja a merced de los penetrantes medios de manipulación mediática, de siglos de miedos religiosos, de deformación de la imagen de los revolucionarios; y con la otra mandíbula de la tenaza mide los resultados del ataque espiritual en el terreno de la lógica del capital, de las leyes, de los preceptos de la legalidad burguesa, que evalúa el espíritu social sólo en lo numérico: la mayoría certifica la verdad, lo justo, olvidando que esa mayoría está narcotizada, y así es capaz de actuar en su contra, como cuando condena a Cristo, o cuando aborrece a Bolívar en Bogotá.
Y así la FARC, atrapada en esta tenaza, estrangulada en esta especie de anaconda, tiene poca holgura para zafarse de la imagen que produce miedo, para mostrar su identidad revolucionaria, para liberar a las grandes masas de siglos de manipulación.
La alegría de la derecha colombiana y del continente es una alegría visceral, genética, de identificación de clases, evidencia su verdadero carácter fascista. Son capaces de llegar a las mayores crueldades en la defensa de sus intereses, no hay que olvidar que los campos de concentración de hitler, eran, en gran medida, campos contra los revolucionarios; el mismo carácter que afloró cuando el deslave del litoral, cuando se decía que era un asunto de los humildes, de los chavistas, es el mismo que festejó la muerte de Danilo, el del Estadio Nacional de Chile, de los desaparecidos del Cono Sur.
La gran enseñanza del referéndum colombiano es que la oligarquía no se entrega y que es capaz de colonizar a las mayorías actuantes, votantes, para su provecho; que los humildes, los desposeídos muchas veces se ponen del lado de sus propios verdugos, que muchas veces habrá que hacer la Revolución en desventaja numérica pero en ventaja espiritual, y desde estas posiciones conquistar el alma colectiva.