Pasé este domingo 10 de agosto en vilo. No quería saber lo que pasaba en Bolivia, queriéndolo saber. Seguro que muchos y muchas han sentido esta ambivalencia. Y llegó la noche y con ella, lo que esperaba, que digo, anhelaba, temiendo que este mi deseo compartido no se diera. Y es que no obstante lo sondeos realizados, mi amiga Eva, boliviana, se mostraba un tanto temerosa del resultado y ese temor en mi, se multiplicó y cogió vuelo…
Pero una vez más, el pueblo, esta vez el boliviano, nos da una muestra de sabiduría y sentido común, que no a muchas no es dado. Hoy, gracias a Evo y Bolivia, va consolidándose con fuerza un nuevo sujeto político en Bolivia y en América Latina: los indígenas, relegados durante estos siglos a roles en muchos casos de no-personas, sin reconocimiento de su especificidad cultural, de su alteralidad, de su multiculturalidad. Hoy, esto es diferente. Hoy no solo votan y gobiernan. Hoy posiblemente están en vías de convertirse en poder, lo cual no es poca cosa… como diría nuestro presidente.
En Venezuela nos tocó vivir un referéndum hace 3 años y sabemos lo que es vivir en vilo, en ascuas, temiendo lo peor, sabiendo que éramos la primera pieza de un efecto domino sobre las esperanzas en América Latina y el mundo. Como ahora con Evo. Por eso no me resulta difícil imaginarme la alegría que sienten los bolivianos y vivirla con ellos en primera persona.
Claro, ahora viene lo más difícil, consolidar ese proceso en la cotidianidad, en el día a día, como nos está tocando en Venezuela. Allí si la cosa se complica, porque no tiene fecha, ni plazo, ni límite.
En fin, que estoy feliz y celebro este triunfo. Brindo con mi dulcito de lechosa, como seguramente la ha hecho Chávez y repito lo que escribí cuando ganó Evo: tenía más de 500 años esperando estos tiempos. Felicitaciones Evo. Felicitaciones Bolivia. Gracias Evo. Gracias Bolivia.
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