Cuba: tragedia deportiva y tragedia “natural”

De acuerdo a Shakespeare y a Sófocles:  Cuba, lamentablemente, ha vivido en tan pocos días una tragedia deportiva en los juegos olímpicos de Beijing y una tragedia “natural”. Ambas de carácter individual y colectivo. Por algo dijo Trotsky que después de una tragedia viene otra, aunque no siempre se cumpla rigurosamente de manera profética.

Lo acontecido a Cuba en las Olimpíadas no tiene nombre y, seguro para las autoridades y para los mismos atletas cubanos, no tenga justificación alguna. Cuba ha sido, luego de pocos años de haber triunfado la revolución en 1959, una potencia deportiva como lo es en salud y en educación. Treinta y seis años continuos venía Cuba dándonos la satisfacción de estar entre las primeras quince naciones deportivas del planeta. En boxeo, en béisbol y en algunas pruebas de atletismo de pista y campo, era una verdugo. Allí acumulaba el número de medallas de oro para figurar entre las grandes potencias del deporte. Lo admirable, lo más admirable, de Cuba ha sido que siendo un país de escasos recursos económicos, sometido a un bloqueo antihumano y salvaje por la más grande poderosa potencia imperialista, acosado por muchas otras naciones al servicio del Estado estadounidense, superó con creces muchos escollos –escollos dificilísimos que no dependían de los cubanos y de las cubanas-; y, en el caso de América Latina y el Caribe, se puso a la vanguardia del deporte y en otros aspectos de la vida social.

En las olimpíadas de Beijing, Cuba fracasó, sufrió una tragedia que sólo Sófocles –asumiendo el humanismo de Shakespeare- podría narrarla en un poema destacando cuando una delegación deportiva de alta calidad no pudo conquistar las medallas que se merecía para seguir dando pruebas de su condición de potencia deportiva.

Sin ninguna duda que el arbitraje –globalizado- en los juegos olímpicos de Beijing fue un desastre, bochornoso y guiado por una parcialidad hacia el mundo asiático y, en especial, hacia China, sin que ello quite ni un solo punto a la calidad deportiva y al avance incuestionable que han tenido los chinos en el deporte que, de paso, también arrasó en los juegos paralímpicos. Incluso, por cierto que un deportista cubano y sin que ello se le justifique, terminó dándole un golpe a un árbitro. Fue su manera de protestar contra lo que consideró un robo descarado a sus esfuerzos y calidad deportiva como ser humano por un árbitro. Tampoco hay que caerle encima y solicitar sea llevado a la guillotina, porque ¿y qué de los árbitros que despojan a un atleta de su victoria para dársela al que no la merece o no se la ha ganado? Sin embargo, ninguna delegación deportiva, ningún gobierno o Estado debe fundamentar su fracaso o su tragedia en los juegos olímpicos achacándoles a los árbitros la responsabilidad.

En las Olimpíadas, cosa injusta desde antaño, sólo se miden los lugares o el orden de arriba hacia abajo y los méritos por la medalla de oro. Las de plata y bronce son simplemente de satisfacción individual y no colectiva. Si un país, por ejemplo, gana una medalla de oro y otro cinco de plata y cinco de bronce, la anterior figura por encima del segundo en la lista de llegada. ¡He allí una razón de comercialización del deporte y no de esfuerzos y méritos de una nación!

Cuba obtuvo sólo dos medallas de oro. No nos ocupemos, por lo anteriormente descrito, de las de plata ni de las de bronce. Sólo Dayron Robles y Mijaín López subieron a lo más alto del podium. En el boxeo –que por cierto desaparecerá en el socialismo por ser antihumano y hasta salvaje- ni siquiera logró una medalla de oro llevando más púgiles que el resto de naciones del planeta a la final. Raro, óigase bien, muy raro que no haya ganado ni una sola de oro en boxeo. No sé ¿qué dirán los árbitros o los críticos del boxeo?

Parte el alma y el corazón la tragedia deportiva vivida por Cuba en los juegos olímpicos de Beijing y, conste, no sólo a los cubanos y cubanas, sino a muchísimos millones de personas en el mundo entero. Pero puede estar seguro el planeta íntegro, amigos y enemigos de Cuba, atletas victoriosos y atletas fracasados, que las autoridades del Estado cubano, de la revolución, las instituciones todas que tengan que ver de alguna manera con el deporte, deben estar o debieron estar –hasta que se produjo la otra tragedia, la mayor y que escribiremos sobre ella- estudiando, investigando, indagando, escudriñando, descubriendo causas y razones o motivos sobre el ¿por qué la delegación cubana fracasó tan estrepitosamente en las Olimpíadas de Beijing? No buscarán culpables fuera de las fronteras de Cuba, sino dentro, en su interior, en las instituciones del Estado, en la preparación de los atletas, en los entrenadores, en su manera de vivir fuera de las canchas, en sus motivaciones psicológicas. Y seguro también, las hallarán, corregirán todo lo que haya que subsanar, superarán los nuevos escollos, tomarán todas las medidas que sean necesarias para volver a ser esa potencia deportiva tan admirada y respetada desde pocos años luego del triunfo de la revolución. Y eso sin negar el reconocer que otras naciones, caso asombroso pero cierto como el de Corea del Sur, se han superado, han avanzado mucho en la calidad del deporte y también merecen medallas de oro. El número de población, mientras mayor sea, es importante, es una ventaja, pero no es lo decisivo. Brasil, por ejemplo, con más de ciento setenta millones de habitantes y una geografía de más de ocho millones de kilómetros cuadrados, no superó a Polonia que tiene treinta y nueve millones de habitantes en una geografía de trescientos trece mil kilómetros cuadrados. De todas maneras, esa tragedia deportiva de Cuba no es tan grave ni dolorosa. Sucedió y será superada con creces en poco tiempo. ¡Ya lo verán! Sólo en el socialismo el deporte cobrará su verdadera y humana dimensión; no habrá entonces naciones que vayan a competir por medallas de oro; será el deporte de auténtica satisfacción universal aplaudiendo y admirando el mérito personal y de una humanidad organizada y administrando ella misma su cultura y su arte. Y algo muy importante, quizá y es lo deseable, en el comunismo ya no habrá necesidad de juegos paralímpicos, porque la ciencia y la tecnología, tan avanzadas y puestas al servicio de toda la humanidad sin distingo de ninguna naturaleza, permitirán al hombre y la mujer aplicar la medicina preventiva para que muchas enfermedades que actualmente son consideradas como discapacidad, no se materialicen o desarrollen antes del nacimiento; y la mayoría de aquellas –producto de accidentes de cualquier género y no congénitas o hereditarias- puedan tratarse y curarse para que las personas que las sufran vuelvan a su normalidad integral.

La otra tragedia, la más grave, gravísima y profundamente dolorosa, es la sufrida como producto de hechos dizque naturales, de huracanes. El mundo consciente sabe cuánto de calentamiento está afectando el planeta y quiénes son los principales responsables, cuánto de depredación innecesaria se le ha hecho a la naturaleza, cuántas bombas de orden atómico son lanzadas al mar como prácticas para comprobar efectividad de destrucción de parte de las potencias imperialistas, cuántos inventos se han hecho por pocos Estados para afectar a muchas naciones y se vean éstas obligadas a rendirse o someterse incondicionalmente a los designios de los más grandes y poderosos monopolios de la economía de mercado. Nadie duda, ni siquiera los filántropos más inocentes y de muy buen corazón, que vivimos una fase del capitalismo en que la ciencia –puesta al servicio del mal- es más avanzada y poderosa que la ciencia –puesta al servicio del bien-. Pongamos un solo ejemplo: años cuesta descubrir o inventar una vacuna o una medicina contra una específica enfermedad que mata millones de seres humanos, y al poquísimo tiempo, crean –los científicos bajo el dominio del mal y que por ello los primeros no dejan de ser malos y perversos- un virus que produce o causa una enfermedad más masiva y mortal que la superada. Todos los seres pensantes de este mundo algo saben que la ciencia y la tecnología, tan avanzadas en Estados Unidos, en manos de un Estado o gobierno que quiere ser el único dueño y gendarme del mundo, es capaz de utilizarla no sólo para alterar el ritmo equilibrado de la naturaleza, sino para motivar fenómenos que causen estragos, daños costosísimos de superar a otras regiones y pueblos. Es, no lo sé con exactitud científica pero me lo imagino, el caso de los huracanes que hicieron estragos en Haití y Cuba. Fidel dice que esas son bombas atómicas. Por algo lo dirá y ese sí sabe de ciencia y de cuánto ha padecido o ha sido víctima el pueblo cubano de los inventos del Estado estadounidense. Basta con leerse a Job, no el personaje bíblico sino el libro escrito por un cubano.

Sabemos –aunque mucha importancia contenga en la creación de conciencia y de organización- que con palabras, música y poesía no se derroca un gobierno, no se derrumba a un Estado imperialista ni de ninguna otra naturaleza. Sin embargo, los pueblos tienen derecho a la protesta, tienen derecho a saber la verdad y estar bien informados, tienen el deber de solicitar que los fenómenos catastróficos sean investigados y aclarados. Nada bueno en este mundo capitalista puede hacer el imperialismo para aliviar el nivel de miseria y sufrimiento de la aplastante mayoría de la humanidad que lo padece. Por el contrario, para sostenerse, tiene que incrementarlo mientras más concentra la riqueza en manos de los pocos, los poquísimos que mal gobiernan el mundo y lo hacen andar de patas abajo. Este y no otro debe ser el siglo definitivo del triunfo del socialismo sobre el capitalismo. El proletariado sin fronteras, en primer lugar, tiene la palabra y también tiene el primer deber de la acción.

Hermoso, admirable y aplaudible todos los gestos de solidaridad con los hermanos pueblos de Cuba y de Haití en este momento en que una enorme y catastrófica tragedia ha golpeado inmisericorde sus geografías y sus habitantes. Sin embargo, se hace necesario una campaña internacional que investigue cuánto de verdad y cuánto de mentira tienen esos huracanes, qué culpa tienen algún gobierno y científicos en la producción de los mismos. Y si se confirmase alguna responsabilidad evidente, cierta, inobjetable, de algún gobierno en esos luctuosos y trágicos hechos, aunque eso no signifique la caída del monstruo que dirigió esa catástrofe, bien valdría la pena desertificarlo rompiendo relaciones diplomáticas por genocida del género humano y de la naturaleza, aun cuando se cierna sobre otros pueblos o naciones las más terroríficas amenazas del imperialismo. El terror imperialista no podrá callar todo el tiempo a todos los pueblos del mundo que claman por su redención social. Al Diablo hay que darle con la cruz, pero al imperialismo hay que rasgarle la piel hasta más allá de la hipodermis.



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Freddy Yépez


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