“Reescribir las reglas de la economía de mercado -beneficiando a quienes causaron tanto sufrimiento en la vida cotidiana global y tantos desempleados- es peor que costoso financieramente. En realidad, es obscenamente injusto.”
Joseph Stiglitz
La economía de Mercado.
Se cuenta que un día preguntaron al Mahatma Ghandi que cosa pensaba de la Economía de Mercado y respondió – “Pudiera ser una buena idea”. Es sólo eso: una propuesta de competir hecha a un mundo económico donde los empresarios desean rentas monopólicas.
Imaginamos a Adam Smith necesitando toda su flema británica para controlarse ante lo que en su nombre se practica como liberalismo, porque detestó los monopolios y los oligopolios, que describió como “El beneficio exorbitante” 1. Hoy, su teoría de un equilibrio económico internacional producido por la apertura al intercambio, se usa para abrir la puerta a los monopolios o carteles apátridas que devoran el mapa corporativo local en todos los países.
Smith publicó, en 1776, su “Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones”. Tuvo gran éxito en Inglaterra, donde sus ideas tenían añeja tradición. En 1493, la bula Inter Coetera y el tratado de Tordesillas (1494), dividieron el mundo en dos hemisferios: uno para España y otro para Portugal. Otros países navegantes – sobre todo Holanda - objetaron esa partición divina y desarrollaron otras doctrinas la libertad del mar2 y del comercio. En 1602, James Lancaster - capitán de la primera expedición de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales- le entregó al Sultán de Aceh (Sumatra) una carta de Elisabeth I, donde ya estaba en embrión la tesis de Smith: “Dios, en su sabiduría infinita, ordenó las cosas para … que de la abundancia de frutos que algunas regiones gozan se supliera la necesidad de otras y que …países distantes traficaran entre ellos y se hicieran amigos”3
La carta también advertía que el país que comerciase con un solo país europeo terminaría siendo el subordinado político de aquel. ¡Que gran verdad! Ya en esa época se conocía el vínculo entre comercio “preferencial” y subordinación; como el monopolio del comercio que luego forjó el Imperio de la India, un imperio privado de la abogada del libre comercio: la Compañía Inglesa de las Indias Orientales.
La teoría de Smith viene a complementar la de los fisiócratas franceses, centrados en la Agricultura, porque aplica esos conceptos a la revolución industrial, entonces en sus albores y exclusivamente inglesa. Smith creyó honestamente que la codicia podía canalizarse hacia un resultado general y social equitativo, por eso rechaza los monopolios. Poco después el egoísmo demostró lo contrario. Los exitosos exportadores industriales ingleses encontraron engombrante la ley que protegía a los productores agrícolas británicos4 y el aduanero David Ricardo proclamó la necesidad de abrir la importación de cereales para abaratar el pan y poder bajar los salarios que merman la ganancia de los patrones industriales5. De cómo dar de comer a los agricultores no dice nada, pero asumimos – por Charles Dickens- que se fueron a las ciudades para aumentar -y abaratar- la oferta de mano de obra. Desde entonces viene el enfoque de la economía – típica de los Business Schools- como ciencia cuyo objetivo primario no son las ganancias del trabajo, sino las del capital invertido … y aún sólo el de algunos. El enfoque que causa la crisis presente, que es un arrastre de las anteriores.
A la teoría liberal del comercio internacional se le llama clásica, pero sería más adecuado llamarla metafísica, porque trata de una certeza que no es de esta tierra; es como una divinidad: se le elogia mucho pero no se le ha visto nunca. Lo que se practica con ese nombre ha fracasado siempre en cuanto al desarrollo; pero hay otros postulados económicos más cercanos a las realidades de este mundo que han sido aplicados y hasta con éxito, algo raro hoy en política económica. La paradoja es que a esos otros pensadores se les menciona poco y dejaron de enseñarse; sus obras son difíciles de encontrar en las bibliotecas universitarias. Es cierto que no complacen los patrones de moda porque son cautos con la apertura y suelen mirar la prosperidad nacional como un objetivo superior a la ganancia individual; criterios objetables para las empresas apátridas que financian centros académicos y cuya visión económica se enfoca a resultados trimestrales.
La versión ricardiana del liberalismo de Smith tuvo tempranos detractores. El primero fue el ginebrino Charles de Sismondi, que publicó “Economía Política” (1815) y “Nuevos Principios de Economía Política” (1817). Allí acuño el término proletario – que luego usa Marx- para designar a quienes con su prole garantizan la mano de obra. Fue específico contra Ricardo y señaló que aumentar ganancias a expensas de salarios es mala política, porque buenos salarios son indispensables para mantener el consumo y la producción; fue el primero en pedir la intervención del Estado para evitar los excesos capitalistas y hablar de lucha de clases6.
Sismondi predijo la crisis crónica que aqueja a Estados Unidos, Inglaterra y otros países, gracias a gobiernos cómplices. Las empresas exportan puestos de trabajo y precarizan el empleo para ganar más, mientras exprimen el consumo facilitando una deuda sobre salarios futuros. Ahora se le dice “Economía de la Oferta” y funciona con tarjetas de crédito, pero el estimulo del consumo con deuda esclavizante ya fue visto en Estados Unidos en la primera mitad del siglo XIX. Lo señalan Alexis de Tocqueville7 y Francois-Rene de Chateaubriand8, dos escritores franceses que lo visitaron separadamente. Su evolución la describe la novela futurista – y puede que profética- “The Iron Heel”(1906), de Jack London.
Más allá de la apertura incondicional de la teoría liberal, los excesos congénitos y visibles del capitalismo y el papel del Estado para corregirlos han inspirado otras propuestas concretas. Podemos clasificarlas en dos tesis básicas. Una cree que el capitalismo es canalizable en beneficio de la sociedad con políticas de control; allí destacan Sismondi, Friederich List, Werner Sombart, Max Weber, Wilfredo Pareto, John Maynard Keynes y creemos que Deng Xiaoping. La otra, la de Karl Marx y sus seguidores, considera al capitalismo irredimible e inmerso en un proceso dialéctico fatal que lo lleva a su propia destrucción y a su reemplazo por una sociedad sin propiedad individual.
Cuando esas propuestas han sido aplicadas, los resultados varían. Las del marxismo radical se aplicaron en el COMECON donde no tuvieron éxito en el desarrollo material y político, pero si en la protección social y el desarrollo cultural y científico. Las de List obtuvieron gran éxito en la industrialización de Alemania. Las de Keynes señalaron la salida de la Gran Depresión en Europa, Estados Unidos y el resto del mundo. Deng Xiaoping llamamos al crecimiento espectacular de China, con 400 millones fuera de la pobreza. Weber, Pareto y Sombart orientan aún la economía social. Sombart es de los que se quiere borrar. Su obra es la mayor de la historiografía económica9. Él acuñó el término “capitalismo” (Marx no lo usa). Engels dijo que, sin ser marxista, era el profesor alemán que mejor comprendía a Marx. Él creó el término y el concepto de la destrucción creativa, que usará su alumno Joseph Schumpeter. Él inició a Vasili Leontief en las tablas econométricas (paradoja Leontief sobre Estados Unidos). Sus escritos existen en otras lenguas, pero no en inglés, porque la Universidad de Princeton, que compró el derecho exclusivo10, no lo traduce.
Las parodias del Mercado.
El mundo sufrió crisis económicas de origen financiero casi sin interrupción desde el 1894 al 1939 y sólo con medidas keynesianas de intervención estatal se logró estabilizar la economía mundial. Asombra que desde 1989 el apodado “Consenso de Washington ”11 nos diga que la ausencia de intervención estatal es la única verdad para la salud económica. Claro que hay otras, aunque se escondan libros, porque está su testimonio: el modelo europeo de crecimiento económico con protección social y estabilidad laboral, un modelo que viene desde Bismarck y que ahora se intenta también desmantelar.
Lo que las entidades económicas internacionales – Banco Mundial, BID, FMI- venden como ciencia total de la política económica contradice hasta el texto más popular de Economía I, que apodábamos “el Samuelson”12 donde se explica la economía de mercado. El “Consenso de Washington”, pone el énfasis en la austeridad fiscal y la apertura comercial que fusiona en un dogma monoteísta. Ese es el sermón básico que se escucha desde los púlpitos del Banco Mundial, del FMI, de los Estados Unidos, la Unión Europea o Japón. No es que alguno de esos países los aplique. Basta ver los temas que se negocian en la OMC: subsidios, aranceles específicos, picos arancelarios, monopolios de tecnología industrial, todos ellos contra la teoría del mercado y todos aplicados férreamente por los países desarrollados. Los mismos que recortan gastos en salud y educación para entregar billones públicos a unos banqueros que, por ladrones o tontos, merecen la cárcel o la quiebra. No parece ahora que el Banco Mundial o el FMI prediquen su sólito catecismo de austeridad financiera a esos países pecadores. Es que los diablos si predican, … pero no se convierten!
La crisis actual demuestra que hay dos tipos de economía de mercado, de economía de mercado imperfecto, se entiende:
Una es la economía real. La economía que produce y comercia bienes tangibles y presta servicios que se reciben y pagan. La economía cuyos bancos se nutren del ahorro y de ganancias que deja el valor agregado. La economía que genera empleo y paga impuestos para sostener la los programas sociales o la infraestructura del país donde funciona. La economía de la filosofía económica, con variantes que pueden distanciarse, desde François Quesnay, Adam Smith y Frederich List hasta John Maynard Keynes, Milton Friedman y Deng Xiaoping.
La otra funciona en bolsas de valores y otros garitos, donde se vende y se compra según un cálculo del futuro. Ya desde 1815 (Nathan Rothschild / Waterloo13) se manipula la percepción del futuro, pero la realidad de hoy es aún mas irreal. Es un juego febril donde los valores o las empresas tranzadas son apátridas, aunque se coticen en tal o cual bolsa. Las apuestas y los balances pueden ser falsos, como los de Enron refrendados por Arthur Andersen. El dinero de las compras puede que no exista (WorldCom). Es un mercado que coloca dólares sin fondos emitidos por la Reserva Federal, donde las acciones suben sin inversión nueva o mejores dividendos y las divisas varían sin cambios en las cifras macroeconómicas de los países. Es un bazar mundial de curiosos “productos” financieros, cuyo modelo referencial apodamos Wall Street. Sus reglas parecen complejas, pero su enunciado es simple, lo proclama el personaje Gordon Gekko14, en la película “Wall Street” cuando afirma: “Greed is good, greed works!” (¡La codicia es buena, la codicia funciona!)
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