En el año 1.962, en el Concilio Vaticano II, el Papa Juan XXIII proclamó que la Iglesia católica había perdido contacto con el mundo afuera de sus propias puertas y que debía revisar su Misión en el mundo para no perder su importancia. El peso de años y años de una iglesia que pacta con los poderes económicos, que se había encarcelado a si misma en una celda construida con ladrillos que negaban su propia convicción, con actos en los que se traicionó la palabra de Jesús, hizo que la Humanidad volcara su fe en nuevos representantes.
El siglo siguiente, este siglo en el que vivimos, desata la fuerza de las palabras santas en las calles en las bocas de quienes asumen el amor a la humanidad como sus nuevos líderes y en la marcha de los pueblos despiertos hacia un futuro de cambios y de luz, atropellando a su paso a todas las fuerzas que reprimen la forja del mundo de justicia reclamada, del futuro necesario, del amor a la vida a la igualdad y a la equidad.
Sin cruces ni sotanas, sin otro rezo que no repita incansable: libertad, libertad, paz, paz, en los altares del mismo infierno nuevas voces proclaman la liberación a la esclavitud del dinero, el advenimiento del reino de la solidaridad y la fraternidad, el comienzo de una iglesia de calle, el surgir de la conciencia engrandecedora en las clases desposeídas y todos somos testigos del comienzo de la caída del imperio.
El púlpito de las Naciones Unidas es tomado por la voces del pueblo, Fidel, padre eterno de nuestra era, Hugo Chávez el soldado revolucionario de la patria de Bolívar y muchas voces más que representan a esta fuerza indetenible que emerge se oponen a quienes por años han vilipendiado a los más pobres, a quienes explotan nuestro trabajo y esfuerzo, a quienes sirven sólo al egoísmo a costa de mantener en el borde del precipicio la vida misma de nuestro planeta.
En los momentos en que la desesperación de los pueblos, asediados por el hambre, la ignorancia y la miseria se hace insoportable, las calles de nuestros pueblos se atestan de marchas y gritos que parecen las más hermosas oraciones elevadas al cielo, todos salimos a enfrentarnos a quien quiera detener la construcción del nuevo mundo, el nacimiento del hombre nuevo.
Honduras, el pueblo digno y valiente de Honduras nos enseña a todos el camino, con sus corazones levantados en barricadas de amor, con banderas de Paz abre la brecha para alcanzar la victoria. Una gran fuerza anda por el mundo, se desató la furia contenida, el reclamo infinito de los hombres sencillos y nada podrá detenernos. Una y mil veces se resiste, se grita al mundo que se acabó el imperio de los ricos, salen las caras hermosas de los hombres humildes, recién lavadas y olorosas a conciencia, denunciando injusticias y luchando, enfrentándose a los soldados, a los tanques, a las balas, regando con su sangre el camino victorioso, poseídos de la fuerza indestructible de la fe y la esperanza.
Fidel, el enorme faro que nos señala la ruta a navegar, nos da la conciencia del riesgo que vive nuestro planeta de seguir siendo destrozado y saqueado por el sanguinario espíritu de la vileza imperial, Chávez, otro comandante afinca su paso orientando a todos los que se han unido a esta marcha y los pueblos del mundo estamos levantados en pie de Paz, en lucha de resistencia activa, para salvarnos y lograr el camino necesario.
Las campanadas se oyen por toda la tierra, la voz de nuestros líderes retumba y sobrepasa los altares de la mentira, una gran humanidad, que no está adorando personalidades sino apoyando las causas de propia justicia ha comenzado una marcha que no se detendrá hasta haber obtenido la gran victoria popular que restituya al planeta su derecho a vivir y a los pueblos la gloria de la verdadera vida nacida para dar oportunidad a todos, para igualarnos y traspasar la frontera de la prehistoria y colocar nuestras pisadas en el nuevo tiempo que comienza.
Muchos, que no han despertado, que aun no terminan de darse cuenta, se oponen. Aquí no habrá marcha atrás, es un fuerza a la que día tras día se suman las almas de todos los hombres que vivimos, es un pueblo que irradia la luz del futuro en su compromiso revolucionario. La participación de todos en el proceso de liberación de los oprimidos es el más grande de los privilegios para nuestras vidas.
Los países imperiales comenzarán a unirse pues el hambre y la miseria están tocando sus puertas, sus jóvenes marcharán junto a los pueblos aborígenes, junto a los trabajadores explotados, los campesinos olvidados y los excluidos de la tierra. La fuerza de los pobladores del sur se reúne uniendo a África con Suramérica y el Caribe.. Cada día se dibuja más claro el mapa, ha llegado aquel famoso tiempo de cambiar.
Cada uno de los que estamos vivos tendremos la gloria y la grandeza de ser soldados de esta lucha, todos lucharemos por el nuevo amanecer y sonreiremos junto a nuestros descendientes cuando el nuevo sol nos ilumine a todos.