La adopción de niños haitianos: ¿es correcta?

Luego del devastador y trágico terremoto que sacudió, destruyó, enlutó y calcinó miles de esperanzas de millones de haitianos, el drama de los niños y niñas que han quedado huérfanos y deambulando, como mendigos, en las calles copa la atención de muchas instituciones, familias y hasta de gobiernos en el mundo entero. No es para menos. Se dice que unos cuatrocientos mil niños y niñas han quedado en esa triste y dolorosa situación de completo abandono. Algunos gobiernos, incluyendo al de Estados Unidos que construye muro para evitar la inmigración, han declarado una política para impulsar y estimular la adopción de niños o niñas de Haití, aunque informaciones internacionales denuncian que los militares estadounidenses reprimen a los haitianos que intentan abandonar su país tratando de salvarse del caos, la miseria y el dolor.

Con el más absoluto respeto por esa intención de adopción de niños y niñas que no debemos negarle su carácter humanitario, es necesario opinar en torno a la materia porque en el fondo, en mi rústica manera de entender esa realidad y como el futuro de cualquier pueblo es su infancia, no es la más correcta ni tampoco la más humanitaria. Son varias las razones que considero no se corresponden con las crueles realidades del mundo actual como para poner en práctica una política de adopción de una cantidad tan elevada de niños y de niñas de un solo país por familias de otras pocas naciones.

Haití no sólo ha sido devastado por un terremoto, sino que se encuentra sumido en el caos, incluso, con serios rasgos de violencia social producto del hambre, de la desesperación, de la mala praxis en la distribución de la ayuda internacional, de la ausencia efectiva del gobierno haitiano que ha quedado en casi una completa desorganización, de la competencia desleal del gobierno estadounidense en querer monopolizar el dolor y la miseria del pueblo haitiano, el desastre de una economía subdesarrollada y anarquizada y otras, que no es tan imprescindible mencionar en esta oportunidad. El hecho mismo de lanzar alimentos desde el aire sin que exista una organización que la reciba y la distribuya con equidad, parece más bien la fomentación premeditada de violencia o disputas entre la misma multitud desesperada por el hambre. Haití es, actualmente, un escenario más parecido a un teatro donde compiten artistas por ganarse el oscar que una tierra arrasada, desolada, con una población mayoritaria cargada de hambre y sed terriblemente maltratada por un terremoto. Y éste en nada se asemeja al concepto que describió Víctor Hugo de revolución en su célebre obra “Los miserables”, que si bien maltrata a la humanidad, luego hace que la sociedad avance. Grandes personajes de la política, en menos de una semana, se pasearon por las calles de Haití buscando publicidad como si se tratara de realizar actividades humanitarias para ganarse el Premio Nóbel de la Paz en este año de 2010. Hilari Clinton, cuya visita pasó sin pena ni gloria; el expresidentes Clinton, que inmediatamente se subió a un camión o algo parecido para ponerse en una fila que estaba descargando cajas de ayuda; los secretarios generales de la ONU y de la OEA y otros, han quedado retratados delante o de frente de los escombros de un país que necesita con urgencia que se haga una distribución justa y urgente de la ayuda para reducir al máximo el elevado nivel de miseria en que ha quedado casi todo el pueblo, especialmente, de Puerto Príncipe sin tanta publicidad que los hagan ver como los más chéveres de la película. El presidente Preval no es más, en este momento para algunos gobiernos o instituciones internacionales, que una figura decorativa o un convidado de piedra ante la presencia de figuras políticas que visitan Haití sin llevar ninguna fórmula concreta para resolver el caos.

Ante ese dramatismo es urgente, en verdad, rescatar, resguardar la vida, la salud y la seguridad de esos miles de niños y niñas que han quedado a la deriva, abandonados, sin padre ni madre y, terrible por cierto, sin un Estado que se encuentre en capacidad de protegerlos. Eso es correctísimo y todo gobierno, toda institución y hasta toda familia que se solidarice llevando respuestas humanas a ese drama, debe ser aplaudido y hasta admirado. Pero esa fórmula o política de adopción debe tener el sello de lo temporal y no de lo eterno.

El mundo actual, especialmente el europeo y el estadounidense, continúa viviendo los rasgos evidentes del racismo donde los negros son los realmente afectados de tan denigrante comportamiento inhumano. Eso se observa diariamente, incluso, a través de poderosos medios de comunicación que no están, precisamente, al servicio de los sueños y las esperanzas de los pueblos explotados y oprimidos. El capitalismo ha llegado a su fase más salvaje y, precisamente, Europa y Estados Unidos son su expresión más acabada. Y el capitalismo requiere, entre sus condiciones primarias en su etapa de salvajismo para sostenerse, el desarrollo progresivo de la delincuencia, la prostitución, el racismo, la elevación de los niveles de ignorancia y desmemoria de las mayorías, la sumisión y la lealtad de los esclavos, descabezar países de las posibilidades del desarrollo intelectual científico y tecnológico. Por esas razones sacar cuatrocientos mil niños y niñas de un país cuya población es de unos ocho millones de habitantes, es golpearlo en el mero corazón de su demografía y su historia, es reducirle las probabilidades de futuro, es arrancarle raíces o venas principales de potencialidad para su superación cultural y artística. No, eso no debe hacerse, porque es realmente un crimen histórico.

Existen fórmulas, si se lo proponen los países desarrollados del capitalismo, más idóneas, más justas, menos traumáticas y hasta más humanitarias de solidarizarse con esos cuatrocientos mil niños y niñas que han quedado huérfanos de padre, madre y -seguramente, muchos de hermanos como también de un Estado nacional que esté, por ahora, en capacidad de asimilarlos y protegerlos para la continuidad de sus vidas en condiciones de justicia social. Se me ocurre señalar unas dos fórmulas esenciales sin importar el orden de su numeración: primero, que los Estados de capitalismo más desarrollado que se han planteado activar una campaña en sus países para la adopción de esos cuatrocientos mil niños y niñas haitianos, que han quedado en completo estado de abandono, saquen de sus elevados presupuestos y de la riqueza que obtienen sus monopolios económicos explotando recursos de otras naciones, que tanto defienden y hasta envían tropas para resguardarlos y protegerlos, un considerable porcentaje de dinero para ser distribuido gratuitamente a cuatrocientas mil familias haitianas para que no sólo mejoren su situación económico-social sino, también, para que en el mismo Haití adopte cada familia favorecida un niño o niña haitiano que hayan quedado huérfanos. Por supuesto, beneficio que se otorgaría bajo un estricto control de algún organismo de carácter internacional serio, independiente y no parcializado con ningún Estado en particular. Segundo, que los Estados capitalistas desarrollados ofrezcan y cumplan con darle trabajo digno y bien remunerado, en sus países por cinco años con compromiso obligatorio de regresar a Haití, a cuatrocientas mil familias haitianas y que cada una se lleve un niño o una niña haitianos de los que se les está ofreciendo adopción. Ni lo uno ni lo otro harán. Y eso se deduce como verdad por las drásticas políticas implementadas contra la inmigración africana hacia Europa como de la haitiana y de otras naciones subdesarrolladas hacia Estados Unidos antes del terremoto.

No estamos diciendo absolutamente nada de crítica contra las familias europeas y estadounidenses que han manifestado querer adoptar niños o niñas haitianos. No, eso nunca y más bien aplaudimos y admiramos su humanismo. Pero si esas mismas familias, antes del terremoto, hubieran expresado ese deseo, tratándose de cuatrocientos mil niños y niñas de Haití, sus gobiernos hubiesen puesto todos los obstáculos para evitarlo. Esto es una verdad como la existencia misma de la Tierra. Estados Unidos y Francia se están disputando la supremacía en el control de la ayuda que llega a Haití, porque de esa manera desean controlar toda esa nación y ese pueblo una vez que se superen los rasgos más dolorosos, traumáticos, tristes y lamentables del terremoto. Aunque, por otro lado y debe decirse, países como Alemania, Inglaterra e Italia, nada han dicho sus gobiernos sobre adopción de negritos y negritas haitianos que han quedado huérfanos como consecuencia del terremoto. En el último país de los nombrados, por ejemplo y lo testimonia una muchacha que vive en la zona y que no es política sino más bien artista, fue vilipendiada, maltratada, rechazada y conminada a abandonar Italia por ser extranjera y no es precisamente de raza negra. ¿Qué no harían en muchas escuelas italianas contra esos niños o niñas de color negro si desde pequeño enseñan a los niños de esos países a tener sentimientos de racismo y desprecio por los seres del mundo subdesarrollado y atrasado?

Señores y señoras: vivimos en un mundo de capitalismo salvaje capaz de acometer las peores atrocidades con tal de mantener el régimen de explotación de clase, porque esto es lo que produce plusvalía y no los buenos sentimientos de las personas. Ojalá, el pueblo de Haití no caiga en la provocación de matarse unos contra otros por comida y agua y, más bien, trate de organizarse en el caos para que, entre otras cosas, no permita que les arrebaten esos cuatrocientos mil niños y niñas que han quedado huérfanos y en el abandono. Quiera la conciencia de los haitianos que se queden en Haití bajo la protección y adopción de familias haitianas. ¡Dios nos escuche!, pero que el proletariado mundial apresure, porque sí existen las condiciones objetivas, su lucha y su deber para arrebatarle el poder a la burguesía y hacer entrar este planeta, de manera definitiva, por el sendero del socialismo. Entonces, los fenómenos naturales, aquellos que se produzcan por contradicciones internas de la naturaleza y no por la depredación y la contaminación del ser humano y especialmente por prácticas de armas atómicas, no producirán el caos, la miseria y el dolor que han sido demasiado intensos en el Haití de la actualidad.

Quiera el destino que la mayoría de esos niños y niñas que han quedado huérfanos, por el efecto del terremoto, sea en poco tiempo los Petión, los Che, los Camilo, los Sandino, los Martí, los Bolívar, abrazando el marxismo y la revolución proletaria como la única fórmula de su redención humana. Bastan pocas imágenes para convencernos de las tropelías que está cometiendo el gobierno de Estados Unidos para sentirse amo y señor del destino de Haití. Apoderados del aeropuerto de Puerto Príncipe y de las aguas marinas de Haití, no existe nación alguna que le dispute, por ahora, su supremacía (oportunista y cínica por cierto) en el manejo y control de la triste y dolorosa situación que vive el pueblo haitiano.



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Freddy Yépez


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