Los principales dirigentes políticos de la actualidad, del Presidente para abajo, y por supuesto de la oposición, deberían hacer un alto y reflexionar, entre otras cosas, en torno al uso de un lenguaje desproporcionado, disonante, soez, ofensivo y sobre todo, altamente contradictorio con la función pública y la envestidura de sus cargos y sus responsabilidades de estado.
Por momentos pareciera una escena de muchachos adolescentes en las acostumbradas y peculiares riñas callejeras o de borrachitos de esquinas al filo de la madrugada. La política como espectáculo gana terreno y se impulsa con vigor desde los dos bandos aparentemente en pugna. El uso inapropiado del lenguaje y la ofensa verbal sin límites se impone como una de las principales armas en el toma y dame de la dinámica política actual.
Los actores políticos y en particular los de la izquierda de la convulsionada década de los sesenta, caracterizada por una intensa conflictividad y elevada crispación que se agudiza con el llamado insurreccional de los partidos de izquierda PCV MIR, mas allá de la desbordante represión, de las torturas y de las desapariciones forzadas mantuvieron siempre un nivel de altura, inteligencia y madurez expresada en un lenguaje impecable y en piezas oratorias de extraordinario valor político testimonial.
Si es que se trata de dos modelos de país enfrentados, debe entonces prevalecer un discurso en consonancia y a la altura de un debate que responda a tales propósitos y exigencias. No hay cabida para hacer de la confrontación política un acto de tan mediocre factura. Una cosa es construir un discurso efectivo que intenta conectarse con la sensibilidad, las demandas y el sentir de la gente y otra caer y ensalzarse en las redes de la manipulación, el mal gusto y del populismo barato y ramplón. ¿A qué juegan los factores políticos en cuestión? ¿Quién gana y quién pierde con el uso abusivo de esta estrategia? Que intereses particulares se están perfilando para colocar a Ramos Allup en el centro del ring y como figura central de la contraofensiva pseudo polarizante.
El arroparse con cobija prestada más que una gracia que deja saldos y réditos políticos es definitivamente una morisqueta con efecto letal. Chávez era Chávez y Betancourt era Betancourt. Hace falta arte, originalidad, talento y mucho estudio para ensayar modelos de comunicación y narrativas exitosas en el campo de la comunicación política.
Así las cosas, dignificar la política venezolana, pasa por minimizar la violencia, elevar el nivel del debate y entender el papel lenguaje y en este caso, el lenguaje político como lo que es y representa: un poderoso instrumento para comunicar, convencer, edificar, polemizar y educar en la construcción de ciudadanía. Lo que se dice y como se dice, seguirá marcando la pauta en el campo de la acción política. Desafiar y obviar principios claves es una omisión irresponsable y de consecuencias impredecibles.
Un intensivo urgente con repaso de lecturas básicas de comunicación política y liderazgo, entre otros temas, hace falta a granel en los predios de Miraflores y de la Asamblea Nacional. ¿Será mucho pedir?