Las imágenes que esta semana mostraron la masacre ocurrida en El Porvenir (irónico nombre para el escenario de una felonía), en Bolivia, dan cuenta del saldo que es capaz de arrojar el odio racial cuando no se le pone coto. En las últimas semanas hemos asistido, asombrados, a la infinidad de agresiones que la llamada "juventud cruceñista", verdaderos exponentes del fascismo latinoamericano del siglo XXI, ha perpetrado contra pobladores indígenas bolivianos. Palos en mano y rabia en el pecho, los militantes blancos de la causa separatista, han desatado su frenesí contra todo aquel de rasgos parecidos al del Presidente Morales.
El brutal y cobarde ataque contra los campesinos en el Pando, bajo el amparo de un prefecto genocida, ha mostrado el rostro de la barbarie en su más cruda expresión. El indefinido número de muertos, entre hombres, mujeres y niños, atacados sin piedad y sin que hubiese mediado razón alguna –si es que pudiese considerarse, en alguna ocasión, que hay buenas razones para matarno es sino una pequeña muestra de lo que puede pasar en el país del altiplano, si el Gobierno y las fuerzas armadas de ese país no se deciden, con firmeza, a reducir a los criminales al más oscuro de los calabozos.
Allá como aquí, los medios del odio han jugado su papel.
Han instigado, han sido cómplices, se han prestado para silenciar el hecho; han servido de sumisos correos del mensaje separatista y han guardado silencio ante la masacre. Los medios del Estado, en las provincias de la Media Luna, fueron arrasados sin que por ninguna parte hayamos leído algún pronunciamiento de la SIP al respecto, tan prestos ellos a pronunciarse con ligereza cuando se habla de "libertad".
Ahora Bolivia y Venezuela, como castigo por haber expulsado a los Embajadores gringos, pasaron de súbito a integrar la lista negra de los países que no hacen lo suficiente, en el criterio de los EEUU, en la lucha contra el narcotráfico.
Esa inclusión pasa por el pronunciamiento público de que meternos en ese saco nos convierte automáticamente en cómplices de las fechorías de los traficantes. Por ningún lado hemos visto que el Gobierno norteamericano manifieste su consternación por los hechos de El Porvenir, por las desventuras de los indígenas bolivianos vejados por los blancos; no hemos leído su condena a la violación de los derechos humanos de los que fueron apaleados y echados al río como sacos de basura.
En este mundo de verdades relativas y verdades virtuales todo puede acontecer. De pronto uno abre una página digital y se encuentra con una caricatura bien fea del Presidente, con un título que dice: "MONO temático". Y no pasa nada. En Bolivia matan a los aborígenes y tampoco sucede mucho. Tan grande es la sorpresa, que es inevitable pensar qué sucederá el día en que los indios y los monos se harten de tanta vejación y tanto desprecio. Los cruceñistas de allá y los fanáticos de aquí, tan similares en sus odios, no calculan las dimensiones del daño que están haciendo, ni tampoco la contundencia de la respuesta que algún día pueden recibir de esos negros y esos indígenas que tanto asco les producen.
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