Perdidos en sus propias mentiras, deambulando por ese país virtual de medias verdades que ha construido los medios (2.800 en el país, según el Minci), insisten en darnos todos los días la pastillita que nos hace ver todo mal, después de 50 años dándonos la otra, la del país perfecto, donde las inequidades eran únicamente responsabilidad de malos gobiernos, malas gestiones, nunca de un mal sistema económico.
A falta de censura gubernamental por el empeño en ocasiones irracional de defender la libertad de expresión, todo se puede. Transitamos por la paradoja de un país cuya única guerra fue para liberarse y liberar a otros hermanos, para luego declararnos la guerra a nosotros mismos, ensalzando la violencia, virtual o real, gratuita o necesaria.
El último episodio de este videojuego llamado Venezuela que han creado los señores de los medios, es el forjamiento de nuevos héroes de la violencia, llamados pranes. Pasamos de una jerga carcelaria propia de los infiernos heredados de la cuarta república, a un discurso elaborado donde los malandros se asemejan a Don Corleone, sentados en sus acomodadas celdas, híbridos de Caracortada y Don Pablo, con ejércitos de presos y de libres, con columnas de opinión y voz en los medios.
¿La razón? La oposición saca sus cuentas mentales y se percata de que, a falta de ejércitos reales que se opongan a su odiado régimen, basta con bandas antisociales que, por supuesto, rechazan todo orden, todo control, y se la ponen difícil a cualquier gobierno.
A la guerra mediática desatada incluso antes del primer triunfo electoral de Chávez (recordemos que la guerra de la burguesía siempre es con el pueblo, aunque cambien quienes lo representan), se suma la guerra económica a la que hoy el Gobierno se enfrenta con las armas melladas que pueden conseguirse en un sistema democrático respetuoso de los derechos humanos. Multiplicamos las voces en el espectro radioeléctrico, pero muchas de las “nuevas” cambian su tesitura al rato, y los “viejos” gritan más duro, o mienten más y mejor.
A veces no necesitan mentir, sino colocar estratégicamente sus antivalores como diamantes brillantes en medio de la porquería: telenovelas, shows, etc., donde los villanos son héroes y los héroes unos pobres pendejos a los cuales les pasa de todo y si al final sobreviven es para que no se pierda lo último que le queda a los deslumbrados: la esperanza.
Y así, se nos convence que, en el fondo, todos queremos ser pranes: armas, misses y carros de lujo se mimetizan en poder, ostento, privilegios, acciones en el club y amigos influyentes, para la clase alta, o colearse, ser el primero, intimidar, conseguir más productos regulados y divisas preferenciales para los no tan afortunados. Pero los medios lo dejan claro: todos queremos ser doncorleones en este país violento sin ley.
Aunque la apología del delito es un delito, todos hacen apología. Hay casi poesía en los relatos que describen el paso de humildes miembros del “carro” (ejército) que con tesón y esfuerzo (léase crímenes y violencia) llegan a la cumbre, al pranato carcelario. Al menos Iris Valera tuvo el coraje de mandar a la m… las charreteras criminales creadas por los medios y recreadas en el último episodio de Sabaneta.
En estas realidades virtuales todo se hace confuso. Como en un videojuego, no es fácil identificar de primera mano al enemigo, distinguirlo del amigo. En ocasiones, solemos disparar indiscriminadamente, aun a sabiendas de los daños colaterales, de los combatientes por el proceso que caerán en el fuego indiscriminado.
Presto las palabras de Britto García para cerrar esta apología de la “estupidez” colectiva: “Una guerra no se gana pretendiendo que no existe, silenciando a quienes nos defienden ni tratando como aliado al adversario que nos ataca. La guerra que no se gana es la que no se pelea.”