Puedo imaginarme a Enredón, a finales de los 60, en el patio del colegio Santa Úrsula del este, dispuesto a saltar el plinto en plena clase de gimnasia, estrictamente ataviado de negro, ante la mirada atónita de sus compañeros de curso. “Salta, pues, Juan José”, le gritaban sus amiguitos. “Jotajota. Me llamo Jota jota”, les replicaba retrechero, contrariado porque no entendieran su singularidad y su histrionismo temprano. “Apúrate Julián Juan”, le respondía el pillín de la clase para hacerlo molestar”. Y Jotajota dijo, “pues ahora no salto”; y se escabulló de la clase de gimnasia, supuestamente ofendido, para evitar que notaran su incapacidad natural para el ejercicio y que no tenía ni la más lejana idea de cómo se hacía un “salto con las piernas por fuera”, tan absurdo para su preclara mente lúcida. Huyendo hacia delante para no repetir la hazaña del gordo Manuel, quien forzado por la multitud se golpeó la entrepierna y lo llevaron gimiendo a la enfermería, se inventó una historia, una narrativa del orgullo herido y la presión social; y funcionó. “Albricias”, pensó mientras se retiraba. Parece que el tonto plan que había urdido durante la noche funcionaba. Antes era un cobarde, poco atlético, y ahora, un digno alumno que no aceptaba ofensas ni imposiciones. El viejo arte del birlibirloque, comenzaba a aprender el imberbe Jotajota. Así, o parecido, elucubramos, comenzó a construir su historia este incipiente fabulador caraqueño.
Ya para aquellos años mostraba ciertas y sobradas cualidades intelectuales, según refiere en entrevista de autopromoción reciente. Y esta sí es real, aunque cueste creerlo. Cuenta Jotajota Enredón, que en tercer grado, o sea lo que vendría siendo más o menos un niño de unos 9 años, su maestra los convidó a hacer una lista de los libros que habían leído hasta el momento. Carlitos fue sincero y confesó que ninguno, que lo máximo que había leído era a Kalimán y una historieta erótica llamada el Gozón, muy popular entre los afiebrados niños de aquella época; Santos juró que él recordaba vagamente que vez leyó una cuento que le regaló una tía sobre cómo nacen los niños, pero que lo había dejado por la mitad porque él ya sabía eso y que prefería no ahondar en explicaciones; Susanita se sonrojó; Arturo dijo que a él no le gustaba leer porque se dormía; y Pedro contó que él había leído una postal navideña que le habían mandado sus familiares de España pero que no le gustó porque lo llamaban majo y él no le gustaban que hicieran broma con su estatura; rato más tarde, llegó Jotajota y le zampó a la maestra un legajo, escrito a mano y con letra Palmer, con los 247 libros que había leído hasta el momento y el título del número 248, entrecomillado para que la seño Josefina entendiera que iba por el capítulo 3, de 24, pero se apuró a precisar que en la tarde los terminaba. “En tercer grado yo había leído: ‘Los Miserables’; ‘La Madre’, de Máximo Gorki; ‘El Conde de Montecristo’; todas las obras de Julio Verne; ‘El Profeta’, de Kahlil Gibran;’La Guerra y la Paz’, de León Tolstoi”, contó orgulloso JJ a un periodista crédulo que no se atrevió a dudar de tal afirmación, no vaya a ser que Juan José, el estratega, se diera cuenta que ni idea, y que él para ese época lo que hacía era coleccionar los álbumes de “Amor es”, encaletado, para que los compañeros no lo chalequearan. Recuerda Jotajota que la maestra lo expulsó por mentiroso, y que sus padres ofendidísimos fueron al colegio a reclamar porque su hijo era un genio y la maestra no tenía por qué dudar de ello. “ Que maestras más tontas; mira que dudar que un niño de 9 años pudo haber leído a Víctor Hugo, y exactamente 246 libros más, es de burros; si uno va por las calles y ve montones de niños comiéndose esos libros y hablando de la batalla de ‘Waterclock’ y de las aventuras de Robespierre, en perfecto y bien limado francés de la campiña, como quien devora un Papaúpa a las tres de la tarde”, digo yo que dijeron sus padres no sé si en su defensa.
Hete aquí, pues, como el precoz Enredón, a sus pueriles 9 años era fanático de literatura rusa revolucionaria, de la retórica anti guerrerista y la rocambolesca historia de Dantés, y se conmovía con la miseria de los Miserables, según afirma en el diseño de su minuciosamente bien autoconstruida imagen de hombre culto y sensible.
Años más tarde, refinaría su arte con la contemplación de las accidentadas historias de telenovelas; cosa que hoy, creemos, no confiesa por miedo a destruir su pulida reputación de marca, pero que podemos suponer que es verdad, visto lo ya visto. Se extasiaba, arremolinado en su sillón, observando las intrincadas tramas de los culebrones criollos de la inefable Delia Fiallo y compañía. De pronto apareció ante su pantalla un borracho violador que se enamora de su víctima, y esta, 105 capítulos después, lo acepta como su esposo, enamorada hasta los tuétanos. ¡Magnífico, magistral!, exclamaría extasiado, el Enredón, en el inicio de su viaje metafísico de construcción intelectual. Sorprendería al Jotajota adolescente que el pueblo en la calle clamara por el perdón del antes tan repudiado agresor. De este embrollo entendió que los malos pueden convertirse en buenos, si les colocas un piano de fondo y trabajas bien las excusas. Una lección que nunca jamás olvidaría. Todo es posible, pensó. La gente lo cree todo. El bien y el mal son trocables. La gente tiene creencias previas, aspiraciones, lazos atávicos, miedos, angustias; pero la Fiallo sabía, como ahora Rendón, que a partir del capítulo 90 todo cambia, lo malo: bueno, para que, llegado el capítulo 105, todos puedan ser felices.
Más tarde dice que estudió Psicología y Comunicación Social, pero esos, suponemos, son meros trámites para une mente tan aguda. “Dicen que tienes un coeficiente intelectual alto”, pregunta el entrevistador sin mucho rigor, más bien con un cierto tono de admiración, dejándonos la duda existencial o la curiosidad morbosa de saber de dónde diablos sacó esa dato. Bombita a la que Jotajota, ni corto ni perezoso, acude presto: “ 148 – 153, lo cual me parece un karma, porque es difícil creer en mitos y leyendas si eres muy racional. Hay cosas que a las personas les satisfacen con mucha más facilidad que a mí, que le dan más tranquilidad que a mí; por eso me ha tocado buscar la meditación, la relajación. Mi vida sería mucho más fácil, si fuera menos racional”; o sea, menos inteligente, interpretamos; como esa gente que se lo cree todo, incluida esta entrevista de la revista Playboy en la que me la pusieron papita para decir que soy más inteligente que el común y leía de niño por la tardes cuando los demás veían “La Señorita Cometa”.
Recuerdo claramente a Jotajota, en cuando hizo su introducción en sociedad, en una jugada magistral que lo lanzó al estrellato de la infamia. A pocas horas de haberse proclamado el triunfo del “NO” en el referéndum revocatorio de 2004, blandía ofendidísimo unas supuestas pruebas de fraude, ante el asombro complaciente de la periodista, quien sólo atinaba a decir: “No puede ser”. Aprovechando los picos de rating que siempre alcanzan estas refriegas electorales, sembró el rumor del fraude, con unas sumas y restas que nadie entendió nunca, y tan pancho se retiró a su casa, como si tal cosa. “Dos más dos, cinco, Alba Cecilia; eso está clarito”; “ No puede ser, o sea, hello”, replicaba sin mucho rigor, AC, quien debió haber estudiado Humanidades, casi seguro. Diez años después todavía el CNE está esperando las pruebas y la denuncia formal. Y diez años después aún seguimos recogiendo los vidrios que dejó tal gracia. “ La gente cree lo que quiere creer”, masculló Enredón entre dientes, complacido por su hazaña. El antiguos y manido truco de la telenovela Leonela funcionaba de verdad, verdad. Alabada sea Fiallo, reina de la truculencia.
Desde esos años, pues, ha continuado su andar Jotajota, refinando el arte del rumor en toda Latinoamérica, reconvertido en estratega, esto es, en rumorólogo, según el mismo afirma, vendiendo el mismo elixir de la contra información, una y otra vez, a quien quiera comprarlo, como quien expende mentol chino en una camioneta de la Baralt, ese que lo cura todo, desde dolor de muela hasta caspa. Que si unos violentos entrenados incendian la ciudad, él los convierte en estudiantes luchando por la libertad contra un Estado represor que impide sean alcanzados sus más nobles sueños; que si un grupo de criminales coloca guayas concertinas israelíes atravesadas en la calle y por mala leche se degüella un motorizado, él deja correr que se estaban defendiendo ante las hordas demoníacas que vienen a atacarlos con sus ojos de fuego; que si unos delincuentes comunes matan a tiros a una actriz y su esposo, él y sus acólitos, deslizan, maliciosos, que los asesinos están sueltos y vagan, sabrosones, fuera del país, con el cupo Cadivi; que si el gobierno compra bombillas ahorradores y los reparte gratuitos en todo el país, ellos dicen que tiene cámaras para espiar las intimidades de los contrarios anónimos, por si acaso le dan a la cacerola o a otra cosa; que si en el censo te preguntan sobre tu casa, es porque te van a sembrar un damnificado en la habitación que admitas esté vacía; que si se propone una reforma constitucional, ellos dejan colar una información subrepticia según la cual no se va a poder usar más maquillaje, trajes de baño e hilo dental. A lo que una vecina mía contestó, ofendida, que ella se metía su traje de baño por donde le diera la gana.
Una estrategia burda y previsible, pero que a veces funciona. Si lo sabrá Jota, que lleva viviendo de esas patrañas unos cuentos años. Ahora, lo curioso J es que a una parte de las personas a las que van dirigidos esos rumores mal intencionados, que bombardean todo lo positivo y reafirman lo que conviene, les resbala y le parece, cuanto menos, risible. O sea, chico, que no los creen ni que se los jures de rodillas. Y son, mayoritariamente, los que tú has creído siempre que son proclives al drama, a la novela, a los mitos y las leyenda, o sea, los no racionales; o sea, el pueblo; o sea, los brutos; o sea, yo.
El rumor no es una ciencia, como pretende colarnos el inefable Enredón; el rumor prefabricado con intereses políticos inconfesables es una derivación tosca y malsana de la radionovela cubana, con una larguísima tradición desde Albertico Limonta hasta Cirilo, el de Topacio, no el de Alejandría. Para inventar retruécanos tan infantiles, no hace falta tener el coeficiente intelectual de Jota ni vestirse de negro cerrado para marcar excentricidades, ni inventarse una narrativa personal lindante en la genialidad, y la preparación científica, y el budismo zen. Ese es otro bulo que desplaza suavecito j cada vez que puede. El rumor es sólo una novela mala. Por eso, quizás, el pueblo venezolano se ríe de ellos, porque quién más para saber que las novelas son maquinaciones, puestas en escena, falacias orquestadas, que se terminan y a otra cosa mariposa; o no vieron a Martin Lantigua haciendo de malísimo en una novela y a la siguiente de tan bueno que daba asco. Así el venezolano aprendió a leer la impostura, a separar la grama del gamelote ; y, por eso, está curado de espanto y brinco. Y tú sigues ofendiendo su inteligencia, jota, la verdadera, no esa que tú te inventas para gloria y disfrute de ti mismo.