Quien iba a pensar que el mango, ese delicioso fruto traído de tierras lejanas y trasplantado en todo el territorio nacional en tiempos de la colonia, se iba a convertir en esta época de crisis en un noble aliado, en un apaga-fuego oportuno, en un relevista estelar para mitigar el hambre a montones de familias venezolanas. Lo que en el pasado era una diversión de muchachos salir a tumbar mangos para disfrutar de un rato diferente y entretenido, hoy se está convirtiendo en una estampa distinta con señales precisas que anuncian cambios en la cotidianidad, en los hábitos de la gente y en el paisaje cultural de la ciudad.
Ya no son solo los muchachos, sino también los adultos y hasta grupos familiares deambulando por algunas zonas del este de Caracas haciendo de las suyas para apropiarse del gustoso manjar que la naturaleza prodigiosa nos regala con la entrada de Mayo, mes de las flores y de hermosos ritos ancestrales en honor a la madre tierra.
Vemos con sorpresa como los comensales del mango salen del closet: ya no se come en la casa o en algún lugar familiar o de rutina privada, es común ver a la gente comerlos en cualquier sitio de la ciudad en plena calle, en espacios donde nadie se atrevía a hacerlo. Hambre mata apariencia ó cuando el hambre llama no hay apariencia que lo distraiga ni que lo detenga, parecen ser las máximas que se imponen en estas circunstancias.
Así pues, comer mangos en la Venezuela de hoy es un acto de supervivencia, una necesidad impostergable y una de las pocas opciones a la mano para distraer y meterle alguito al estómago y ganarle una a la ruda situación que estamos soportando estoicamente los venezolanos. Afortunadamente, su abundante y generosa cosecha regada en las calles, pueblos y caseríos de casi todo el país facilita que su consumo se intensifique y se pueda obtener a un precio razonable.
Su incorporación rápida en la dieta diaria de los venezolanos lo convierte de la noche a la mañana en el alimento de la gran mayoría empobrecida, en una tabla de salvación, en el gran producto nacional. En tierras barloventeñas cuando lo ingieren dicen, con irónico humor: “estamos comiendo pollo”. Parece mentira que en una situación como la que estamos atravesando, ante la ausencia de alternativas concretas y eficaces sea la naturaleza la que nos ofrezca amablemente sus frutos y nos invite como siempre a reflexionar y a propiciar gestos sensibles y amigables hacia ella, como un agradecimiento y como un acto de corresponsabilidad humana, ecológica y social.
Ya no es el excedente de la renta petrolera, ni las dádivas de corte asistencialista, es la mata de mango en todo su esplendor la que ilumina el camino y le hace una mueca al fantasma de la hambruna. Su temporada termina en septiembre, ¿y después qué? ¿A chupar mandarina?
¡¡Comemangos de Venezuela Uníos!!