En febrero de 2005, en la apertura de la IV Cumbre de la Deuda Social celebrada en Caracas, el Presidente Chávez manifestaba su convencimiento sobre el socialismo como único modelo alternativo ante la alienación y las injusticias propias del capitalismo. Durante los siete años siguientes, y en gran medida gracias a su acertada política de rescate de la OPEP y la creación de las misiones sociales sostenidas por PDVSA, como mecanismo evasor de las trabas burocráticas, Venezuela experimentó una mejora sustancial en la distribución de los ingresos provenientes de la comercialización del petróleo, que se tradujo en mayor bienestar para la población y en particular para los estratos de menores recursos. Tal mejoría se reflejaba en las cifras de indicadores sociales reconocidas por organizaciones internacionales como la Unesco.
Sin embargo, en los últimos cinco años, hemos visto con enorme tristeza cómo esos logros que tanto esfuerzo y dinero costaron, se han venido al suelo, principalmente por la implacable guerra y boicot económico que sufrimos, pero también en buena medida por la acción egoísta, avariciosa, de una buena parte de la población dedicada hoy a enriquecerse sin ningún tipo de miramiento moral o ético; sin importar que con ello se está atentando contra la estabilidad del vecino y la del propio país.
El surgimiento del bachaqueo demostró el fuerte arraigo del capitalismo hasta en las masas secularmente explotadas, y la escasa penetración de los principios socialistas y de lucha de clases expuestos casi a diario por el Presidente Chávez. Pareciera que tuvo mucho mayor peso el contraejemplo de dirigentes “socialistas” devenidos en “boliburgueses”, que las enseñanzas impartidas a través de los “Aló Presidente” teóricos y dominicales, o mediante las escuelas de formación de cuadros del PSUV y otros partidos de izquierda. Pero también el abordaje oficial excesivamente dadivoso frente a la pobreza, asumida como una “deuda social” heredada, sin exigir nada a cambio, debe tener su cuota de responsabilidad en la ligereza con la cual se practica la explotación entre pobres o se hacen negocios con bienes subsidiados por el gobierno, anteponiendo el valor de cambio al valor de uso. Por eso, ante los ojos de todos, siempre hay ofertas de electrodomésticos y “Canaimitas” en internet, por eso se comercializan baterías y cauchos obtenidos mediante apoyo gubernamental al sector del transporte público, o se administran los servicios prestados por buses Yu Tong con los mismos criterios de los dueños de las líneas privadas de busetas.
En las farmacias, grandes o pequeñas, ahora venden los medicamentos por blíster, cuando las cajas originalmente traen varios de ellos. En las colas nocturnas para la compra de baterías, cuyos precios incrementan casi a diario y son fabricadas por una empresa intervenida por el gobierno, se creó el negocio de guardar puestos y brindar protección ante la falta de vigilancia policial. Y como el dinero en sí mismo fue convertido en mercancía, en los terminales de pasajeros las líneas sólo venden boletos en efectivo, mientras que en muchos comercios cambian el efectivo por varias veces su valor mediante transferencias bancarias. Recientemente se ha denunciado que hasta algunos ancianos venden en la frontera con Colombia, el monto de sus pensiones en bolívares soberanos, y que unos cuantos responsables de la venta de las cajas Clap, guardan una cuota para revender los productos. La historia se hace larga. Difícilmente podrá encontrarse un país con tantas facilidades para el lucro instantáneo, para la libertad de empresa, para el aprovechamiento de los bienes públicos, para la obtención de la riqueza fácil, como el nuestro.