En casi todos los países están tan acostumbrados a los presidentes polichinelas que ni los notan. Empezando por los Estados Unidos, en donde luego de John Kennedy, tal vez Richard Nixon, no ha habido un presidente de verdad sino una sucesión de baratillos que solo conservan de la Presidencia el Air Force One y las limusinas. Lo demás es Monica Lewinsky. Y últimamente ni eso.
Desfilan por las cumbres sin que nadie advierta su presencia. Salmodian declaraciones servidas por el verdadero poder y alzan su copa en brindis desabridos de los que ni anécdotas quedan para la prensa del chisme. Son disciplinados y serviles, por eso jamás se salen del guion. Para tal fin el Imperio los prefiere como Bush, como Fox, como Rosales, para llevarlos como caballo de Junquito, coge pacá, coge pallá. Repito: dan vergüenza ajena.
Pero más vergüenza ajena da la gente que los elige, tan adormecida entre goles, pulpos pitonisos, Paris Hilton marihuanera y bodas reales que cuando aparece un presidente de verdad se alarma y se pone como loca gritando y creyendo que piensa. Todos somos Polar, Chávez vete ya, con mis hijos no se metan, hasta el punto de terminar haciendo colectas para los ricos. Más imbecilidad es tal vez imposible. Digo tal vez porque siempre terminan sorprendiéndonos con una nueva y más ridícula que todas las anteriores juntas. Mira sus jefes y candidatos, ese remolino de borrachines, bribonzuelos y homicidas, y dime tú.
No, esa gente no piensa. Cualquier lance que desborde su rutina embrutecida la pone histérica. En cambio se deja instalar al borde de una guerra nuclear y sigue ávida de más bodas reales en pantalla plana y el traje de la princesa y el tocado de la reina y la musculatura del novio plebeyo y no te pierdas el palacio donde van a vivir.
Exagero cuando digo “la gente”, porque no toda es así. En Venezuela la mayoría no está en ese estadio de catatonia y ha demostrado que puede disfrutar del fútbol sin olvidarse de las reflexiones de Fidel ni de las chicas que juegan softbol, por ejemplo. Es decir, sí es posible divertirse y ser inteligente a la vez. Y el 26 de setiembre elegir diputados que no sean monigotes.
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