El tipo anda ahora mismo por Colombia. La nota de prensa que eso informa, aparece acompañada de una foto suya al lado de Maria Angela Holguín, la canciller de aquel país.
Después que hizo todo para que se diese la sesión pública de la OEA, en la que Uribe tiró su última parada a favor de enturbiar más las relaciones con Venezuela, mediante aquella burda comedia interpretada por el bufón Luis Alfonso Hoyos, ahora aparece en Bogotá, como tratando de remendar la colcha, en plan de salvador y artífice de lo hasta ahora logrado. Que si no es mucho – gracias en cierta medida a Unasur y al presidente Kirchner – es demasiado en comparación con lo que nos ofrecían las gestiones suyas.
Dijo a periodistas, salido de una de sus habituales siestas de pie o sentado, estar alentado por las gestiones diplomáticas entre Colombia, Ecuador y Venezuela. Agregó que “las vías diplomáticas y de mediación mejorarán las relaciones binacionales”.
Uno, de la mejor buena fe, quizás por aquello que “nunca es tarde”, celebra que el chileno haya llegado a esa feliz conclusión, después de haberle visto “chucando” o excitando al cancerbero Alfonso Hoyos, para que agrediese a Venezuela y, para ser más preciso y justo, al presidente Chávez.
Pero nunca la dicha es completa, menos cuando se trata de personajes urdidores de patrañas, bailarines capaces de interpretar cualquier compás con tal de agradar a los ocupantes del palco principal.
Insulsa, nada hizo para que Uribe asumiera que el problema fundamental de Colombia es la paz. Que bien vale la pena esforzarse más allá de lo convencional, para que colombianos, de un lado u otro, se sentaran a conversar y llegar acuerdos que deberán ser respetados, para poner fin a aquel fratricidio. Ha aceptado como válidas las “razones” dadas por las partes, para que en el país vecino se instalen bases militares norteamericanas, como también el reciente acuerdo en Costa Rica, en abierta amenaza a la seguridad de nuestras naciones. Se escuda en el burladero que son decisiones soberanas en las cuales la OEA no debe intervenir. Mientras se mete en cuanto puede para servir la política imperial.
Se apareció en Colombia, cuando ya las relaciones entre ese país y Venezuela, tienden a enrumbarse por caminos distintos, aunque sea por ahora, en lo que los factores económicos han jugado otra vez un rol descollante, a fingir de benefactor y promotor, pero en verdad a continuar con su cizaña.
Saliendo de uno de esos cabeceos o estertores, declaró que la OEA, parte de la idea “que los países deben colaborar en el combate de grupos armados ilegales” y luego dijo con satisfacción, “somos partidarios que ello ocurra y esperamos que los países lleguen a los acuerdos necesarios para eso”.
La anterior afirmación descubre la patraña que en estos momentos le ocupa. La tarea mercenaria que le ha sido asignada y asume satisfactoriamente. El sueño de Uribe, oligarquía colombiana y Departamento de Estado, de involucrar a vecinos en la guerra entre neogranadinos, es el encargo dado ahora al “bello durmiente” de la OEA.
No pronunció una frase, palabra a favor de la “mediación”, para que colombianos enfrentados se sienten a conversar y arribar a acuerdos perdurables a favor de la paz. Al contrario, su mensaje fue de guerra. Que ésta continúe y brasileños, venezolanos, ecuatorianos, se monten en aquel cuadrilátero para aumentar los muertos, odios y villanías.
Es mercenario porque pretende ignorar que el conflicto colombiano es un asunto interno que nos obliga a ayudar para ponerle fin, pero no de esa manera, apoyando a un bando para aniquilar al otro. Es asunto de política y honradez, cualidad esta última que al chileno no adorna.
Ni siquiera los gobiernos de la IV república venezolana pisaron ese peine. Menos lo harán los de países vecinos de Colombia en esta nueva etapa.
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