Precisamente, es con el renacer de esa esperanza que el pueblo ecuatoriano se ha ido nutriendo de fuerza, energía y coraje para defender la siembra realizada. Y lo hace con tal ímpetu, tal como lo haría el campesino cuando a su conuco lo invaden los gusanos verdes y las aves de rapiña. El propósito de la defensa no es otro que evitar la propagación de la peste verde e impedir que la tierra fértil sea infectada. En Ecuador se actuó a tiempo y en espontaneidad revolucionaria se unieron las ecos de cientos de hombres, mujeres y niños que a una sola vez pedían la vuelta de su presidente que permanecía secuestrado por un grupo de policías apátridas y cobardes, quienes aprovechándose de una situación coyuntural quisieron dar un golpe de mazamorra light. No obstante, el tiro le salió por la culata porque el pueblo reaccionó y en pocas horas ya el presidente Correa estaba de vuelta a su trinchera de lucha.
Toda esta situación ocurrida en Ecuador, me hizo recordar lo vivido en Venezuela en abril de 2002 cuando también se armó una mazamorra y los hipócritas y falsos demócratas opositores dieron un golpe y secuestraron al presidente legitimo y constitucional, camarada comandante Hugo Chávez. En esa oportunidad el pueblo venezolano también reaccionó con un sentimiento de fuerza compacta y los golpistas huyeron cobardemente, tal como lo vimos cuando corrían desesperados por los patios interiores del Palacio de Miraflores.
Como vemos, esa peregrinación macabra de la violencia opositora anda impulsada por el Mefistófeles de Fausto, quien los abraza con el manto de los siete pecados capitales: soberbia, envidia, pereza, ira, gula, lujuria y avaricia. Cuando se juntan parecen la jauría de los mayores traidores de la historia, tanto así que Casio, Bruto y Judas son niños de pecho. En verdad, en el caso de Venezuela preguntémonos sobre quiénes gobernaron durante el periodo de la Cuarta República y la respuesta será irrefutable: gobernados por una clase política embadurnada con el bálsamo de esos pecados, pero además de eso corrompida hasta en el ADN de sus estructuras.
Igual pasa en Ecuador y el resto de los países de América Latina, donde existen estamentos sociales, económicos y religiosos que se creen amos y señores del valle, con derecho a pisotear la dignidad de la gente pobre y excluida. En eso es lo que tenemos que pensar al defender los procesos revolucionarios, no dejar que esos hijos de Mefistófeles hagan lo que le da la gana, sino que entiendan de una vez por todas que los pueblos de América Latina despertaron para siempre y no le tienen miedo a la mazamorra, a los golpes y correazos, ni mucho menos a la peste verde.
(*) Politólogo