Luego de las mentiras sobre Irak —Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva que usaría contra Estados Unidos, etcétera—, que prepararon el camino para que lo invadieran, saquearan y dejaran en la más absoluta desgracia, parece que hay que tener abollada la brújula política para creerse que Edward Snowden sea un peligro mundial. Pero no es aconsejable despreciar el poder de la ideología estadounidense y su retórica acerca del traidor que debe morir. Porque de eso se trata, de la muerte de quien hizo público los oscuros secretos de la NSA. Poco importa si es una muerte real: en Guantánamo no se está muy vivo que se diga.
Apelando a una “ética 90-60-90”, es decir, embriagados de corrección política, algunos “analistas” han señalado que Snowden hizo cosas reprochables o que otros gobiernos (¿Rusia, China?) hacen lo mismo que Estados Unidos. ¡Mejor no involucrarse con el traidor! Pero estas débiles observaciones apenas rozan la cuestión crucial: tenemos la obligación de condenar un mecanismo malvado de espionaje y el sistema de dominación que lo hace posible, y debemos apoyar a todo aquel que, arriesgando incluso su propia seguridad, antepone su conciencia moral a los intereses de los grupos de poder que se encuentran detrás de dicho mecanismo.
¿Debería prevalecer el compromiso del espía con su país, en lugar de revelar la verdad al mundo? Lo engañoso de esta pregunta es la ambivalencia de significados. Precisamente el compromiso de cualquier estadounidense con su país debería obligarle a denunciar los atropellos que realizan las élites económicas, militares y políticas en función de sus propios intereses y en contra del 99% de estadounidenses. Las denuncias y revelaciones de Snowden son la mejor prueba de compromiso con su país.
En este mismo sentido, cuando se dice que el éxito de las operaciones de espionaje que realiza Estados Unidos justifica las prácticas denunciadas por Snowden volvemos a entrar en el Mundo de Alicia, un campo infestado de preguntas tramposas: ¿Es legítimo espiar a tus ciudadanos (y a los de otros países) con el fin de garantizar “la seguridad nacional”? Dudo que lo que John Kerry entiende por seguridad nacional tenga que ver con garantizar que el pequeño Bobby pueda ir a su escuela en Chicago o que Mary Ann no pierda su casa en Florida, ya no digamos que los González puedan trabajar en Los Ángeles.
El Tío Sam representa a la NSA y a Wall Street, no al pueblo estadounidense. Si Venezuela —o alguna otra nación igualmente soberana— concede asilo político a Snowden, no solo realizará una acción humanitaria, al proteger a un perseguido político, sino que lanzará un claro mensaje al mundo, especialmente a quienes dirigen aparatos de “seguridad nacional” pensando que pueden hacer cualquier cosa con sus ciudadanos (y los de otras naciones). Este mensaje sería algo así: Tengan cuidado, cuando menos lo esperen la verdad se sabrá y no podrán cobrar venganza por ello.