Toda persona consciente debería preocuparse y ocuparse por lo que ocurre en Bolivia. Estados Unidos está a punto de deflagrar allí una guerra que sacudiría a la región y, a poco andar, llevaría a un estado de conmoción y beligerancia a Suramérica entera.
La excusa es la autonomía de cuatro departamentos (Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija); el instrumento, la oligarquía; los medios, cuerpos mercenarios financiados, entrenados y comandados por el Departamento de Estado a través de la CIA y otras agencias; el objetivo, fragmentar a Bolivia, detener el proceso revolucionario encabezado por Evo Morales, introducir una cuña de fuego en el Cono Sur y crear las condiciones para atacar luego a Venezuela y Ecuador. Desde el domingo pasado, también Paraguay está amenazado.
Estados Unidos necesita la guerra. La economía capitalista ya no puede respirar sin ella. Yerran quienes creen que el empantanamiento del imperialismo en Irak le impide abrir otros frentes de combate. Es a la inversa: sólo les queda huir hacia delante. Pero buscan hacerlo por una diagonal, espejando la línea de acción en Medio Oriente: hallar fisuras objetivas en las formaciones económicas, sociales, étnicas y religiosas; azuzar conflictos latentes; desatar la guerra entre facciones, ponerse sobre ellas y cabalgar sobre la destrucción mutua de pueblos.
La diferencia con aquella zona devastada por la invasión, las luchas intestinas y el constante alimento a la guerra (ya los candidatos a suceder a George W. Bush subrayaron su disposición a “arrasar a Irán”), es que en América Latina existe el germen de un centro político continental. Los gobiernos de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia han asumido la necesidad de enfrentar al imperialismo en las condiciones del mundo contemporáneo, es decir, atacando por la raíz al capitalismo.
La reunión de emergencia realizada en la madrugada del pasado 23 por Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega y Carlos Lage en representación de Raúl Castro, y las decisiones allí adoptadas, son indicativos de que ese bloque comienza a actuar como dirección política internacional.
Pero no es suficiente. Los partidos y organizaciones con los que cada uno cuenta son la vanguardia revolucionaria del continente, pero no alcanzan aún a nuclear y abroquelar al conjunto del activo obrero, campesino, juvenil y popular desde el Bravo a la Patagonia. Ésa es una tarea pendiente.
La única vía para llevarla a cabo es que esas vanguardias, en toda su diversidad, encuentren el camino de las grandes mayorías y consigan explicar y persuadir a millones de lo que está tan claro pero a la vez tan oscuro: el imperialismo, las oligarquías que se le subordinan y las posiciones vacilantes que dudan en plantarse con firmeza frente a la Casa Blanca nos están llevando al abismo de la guerra. Hay que detenerlos. Es preciso sumar voluntades, en el más amplio espectro posible, a partir de la simple comprensión de la amenaza.
No se podrá impedir la violencia pidiéndole a Evo, como hace la OEA, que negocie con los perros de la guerra azuzados por Washington. Se trata de defender incondicionalmente al legítimo gobierno indígena de Bolivia. Y por todos los medios necesarios.
Urge convocar reuniones en cada ciudad de América Latina para explicar y debatir esta coyuntura dramática. De esas miles de asambleas deberán surgir acciones de movilización y formas de enlace nacionales y regional. Y estar prontos para enviar delegaciones a La Paz, realizar actos, conciertos, encuentros de todo tipo, en todas partes, con todos y todas quienes entiendan la gravedad del momento y con la única consigna de amarrar las manos asesinas del imperialismo.