Al tipo lo consideran el periodista número uno de Argentina y él sabe que es así. Hace girar sus ojillos, sonríe y aspira su cigarrillo. Nadie es impunemente el mejor periodista de un país: lo buscan, le ofrecen mucha pasta y tiene que vivir del medio que le paga, porque aunque sea (o precisamente por ello) el mejor periodista del mundo siempre tiene un dueño, un jefe que le dice lo que tiene que escribir, expresar y sentir. Esto está claro, neto y formal.
Además, por otra ley atmosférica de los rayos catódicos, todo periodista de alto quilates termina perteneciendo al reino de la frivolidad, de programitas del corazón, riendo por todo. Lanata siempre se está riendo artificialmente. Es lo mejor que sabe. Sobre todo si se encuentra en el programa de la señora Mirta Legrand. Se ve que todo lo que hagan los poderosos medios ya está preparado. Una llamada de Miami y la Legrand decide invitar a Lanata para que se hable del maletín, y entonces el ambiente se llena de vergüenza. La Legrand no hace más que repetir: “Qué vergüenza”. La Legrand y la vergüenza van unidas. Ella apestando a perfume caro y Lanata envuelto en su bello artificio de gordo sinvergüenza. Tal cual para cual. Nadie puede entender cómo es que esta señora que no conoce otro mundo que la buena comida, vivir embutida entre joyas y trajes finos y el mundo más cursi de la farándula, pueda llegar a sentir realmente vergüenza por algo.
Todo un teatro. Un vil y maldito teatro, siempre atragantada por un pedazo de pavo, un trozo de ciervo o salmón, entre cucharadas de almíbar y sorbos de vino. Tragando en público, qué vaina de tan mal gusto.
Lanata estuvo allí expresamente para cumplir una orden, que debía cumplir envuelta en melindres, risitas y auto-elogios. Para él no hay duda de que los Kitchner están hasta la coronilla envueltos en el caso del maletín. A él le interesa que así sea. Entre tanto que la Legrand no sale de su pertinaz horror limpiando levemente sus maltratados labios con una servilleta de algodón. Legrand le pregunta cómo él ve la Argentina, claro que Lanata tiene que responder: mal. Muy mal. Y añade que hay dos presidente, marido y mujer. La Legrand trata de decir algo bueno sobre el gobierno, por ejemplo, en lo relativo a los derechos humanos, y Lanata salta: “Yo llevo muchos más años que ellos luchando por los derechos humanos.” Bingo. El gordo mostró al fin toda la mierda que lleva en su alma. Yo, yo, yo….
Pero él estaba allí expresamente para hablar del caso del maletín de Antonini, una operación que le ha costado al Departamento de Estado unos 30 millones de dólares. Que el mismísimo día que reventó el caso en el aeropuerto de Buenos Aires, el canal AN argentino y Globovisión se encadenaron para dedicarle cientos de horas imparables. Un avezado periodista como Lanata va a ser tan pendejo para creer que los Estados Unidos dan puntada sin dedal, y sobre todo cuando está enfrentando tan ferozmente a un gobierno como el del Presidente Chávez. ¿Va a ser Jorge Lanata tan imbécil y ridículo como para imaginarse que la justicia norteamericana está realmente ventilando ese caso por todos los medios del mundo sin que detrás de ello se encuentre el fin determinante de joder a los gobiernos de Cristina y de Hugo?
¿O es que el señor Jorge Lanata no sabe que aquí hubo golpe de Estado, y que luego se intentó un espantoso paro petrolero para destruir a Pdvsa, donde la voz cantante todo el tiempo la llevó la CIA? Que en el objetivo primordialmente está acabar con Pdvsa. Que el objetivo de ese juicio es destruir la red de los que atacan el narcotráfico en Venezuela. Ay, que inocentito es este gordito bañado de mierda hasta los calcañales.
Tan redomado… eres, Jorgito. Rodondito de cuerpo y alma. Te hace falta un dinerillo, y nunca tendrás suficiente. Esa es la desgracia de ser el mejor periodista de un país. Así terminan todos en el mundo. Lástima.
jsantroz@gmail.com