Pareciera paradójico que la
oposición llamada democrática tenga una posición favorable al golpe
de estado en Honduras, pareciera, pero no lo es en realidad. Lo primero
que hay que tener en claro, y es mi posición, que en Honduras existió
efectivamente un golpe basado en el hecho de que los militares que arrestaron
al Presidente Zelaya actuaron sin una orden judicial, y además, en
ninguna legislación de ningún país, creo que se le otorgue a las
fuerzas armadas la autoridad para arrestar presidentes y sacarlos del
país.
De hecho, la oposición venezolana
y sus medios de comunicación quieren desviar la atención de la forma
en que se depuso al Presidente hondureño y justificarlo con la anuencia
de los demás poderes, y el hecho, de que existan sectores del pueblo
hondureño que lo apoyen. Ni el apoyo popular, (que también tuvo Pinochet)
ni el consentimiento de los demás poderes del Estado hondureño desvirtúan
la ilegalidad del derrocamiento del Presidente. La oposición venezolana
hace suya la máxima marxista “el fin justifica los medios”. Es
decir cae en el terreno del relativismo, existen golpes buenos y golpes
malos. Los golpes buenos serán todos aquellos que lleven al derrocamiento
de Correa en Ecuador, Morales en Bolivia, Ortega en Nicaragua, y por
supuesto, Chávez en Venezuela. Por otro lado, serán democracias malas
todas aquellas que lleven a la izquierda al poder.
Para la oposición venezolana
es fundamental justificar el golpe de estado de Honduras, para abrir
la puerta en América a los golpes de estado militares, como el remedio
frente al surgimiento de gobiernos de izquierda. Y esto nos lleva a
la paradoja de que autonombrados demócratas estén dispuestos a justificar
y propiciar métodos no democráticos para alcanzar el poder. ¿Entonces
quien es verdaderamente demócrata? ¿Cuándo la democracia es el mejor
medio de gobierno y cuando no?
Al meditar sobre esto, pareciera
ser que todo el mundo está dispuesto a jugar a la democracia, siempre
y cuando, sus intereses no se vean perjudicados. La actual oposición
venezolana abandonó el camino democrático el 2002 cuando sintió que
este era un gobierno que ponía en peligro los intereses económicos
de la burguesía venezolana. Y estoy convencido que su retorno a la
senda democrática sólo obedece al hecho de que un golpe de estado
en estos momentos no es posible en Venezuela. Sin embargo, es necesario
dejar la puerta abierta, por esta razón hay que apoyar el golpe en
Honduras y en cualquier otro lugar de América Latina.
Todo esto nos lleva a preguntarnos
si es viable la democracia en América Latina, como si lo es en Europa,
¿por qué allá si y aquí no? ¿Será acaso porque
como dijera alguien en la cuarta república, no somos suizos? La verdad
es que la democracia en Europa no tiene mucho tiempo de cimentada y
de hecho no en toda la Europa. Basta revisar la historia para darse
cuenta que la barbarie recorrió el viejo continente con millones de
muertos hasta la segunda guerra mundial. Y esa barbarie tenía mucho
que ver con enfrentamientos por intereses irreconciliables. Hoy en día,
Europa goza de un relativo buen estándar de vida para la gran mayoría
de su población, los enfrentamientos políticos no tienen la virulencia
de antes, pues no hay intereses fundamentales en juego. Las burguesías
de esos países han reconocido el hecho de que deben dar su aporte a
la sociedad para que el sistema siga funcionando, y no lo han hecho
por las buenas exactamente, ahí está la revolución rusa, la primera
y segunda guerra mundial y muchas otras guerras en el siglo XIX.
Por desgracia, en América
Latina estamos lejos aún de lograr un estado en el cual no existan
intereses irreconciliables entre los grupos económicos dominantes y
la gran mayoría de la población. No se ha llegado ni cerca de una
sociedad donde la distancia entre las clases sociales no sea abismal.
La desigualdad económica es un factor que dificulta la supervivencia
de las democracias, éstas pueden mantenerse mientras los grupos de
poder tradicionales sigan dictando las reglas. Pero, por el contrario,
cuando estas democracias dan paso a gobiernos de izquierda que pretenden
implantar cambios drásticos en la distribución de la riqueza, la democracia
como valor supremo se tambalea y pierde su utilidad para las clases
dominantes.
Por otra parte, los gobiernos
de izquierda deben recurrir a medidas duras para evitar ser tumbados
y esto los puede conducir a prácticas no del todo democráticas. Cuando
el problema es de supervivencia y cada quien se atrinchera en sus posiciones
en defensa de sus intereses, la democracia es tiroteada de lado y lado.
Eso es lo que pasó en el continente europeo con la sangre de millones
de hombres, mujeres y niños que murieron en tantas guerras sin saber
por qué.
Mientras, no haya un enfrentamiento
abierto y los intereses del bando que detenta el poder, no estén en
juego, la democracia es vista como un fin en sí mismo. Pero, cuando
los intereses fundamentales de quien detenta el poder comienzan a peligrar,
la democracia pasa de tener un valor absoluto a uno relativo, pasa de
ser un fin en sí mismo a ser sólo un medio para salvaguardar sus intereses.
Tal vez deberíamos recordar
que la democracia inventada por los griegos como forma de gobierno de
la polis, guarda distancias importantes con la democracia actual. En
primer lugar, la democracia no fue concebida por los griegos para ser
practicada por todos los ciudadanos, sólo aquellos que eran propietarios
tenían voz y voto. Estaban excluidos los pobres y por supuesto los
esclavos. Por lo tanto, quienes practicaban la democracia eran individuos
que compartían los mismos intereses fundamentales, y las decisiones
de la minoría privilegiada eran aplicadas a toda la polis griega. Quien
sabe cual habría sido el resultado de la democracia griega, si ésta
hubiera contemplado darle voz y voto a los pobres y los esclavos. ¿Cómo
se las habrían arreglado para conciliar intereses tan contrapuestos?
Hay que recordar que a través de la historia, la democracia fue un
ejercicio limitado a ciertos grupos, los hombres, los propietarios,
los adultos, los blancos. El voto universal fue una conquista luchada
arduamente por los grupos excluidos del poder de decisión.
Creo que en los orígenes excluyentes
de la democracia griega, radica en última instancia, el relativismo
con que hoy se trata el ejercicio de la democracia moderna, atribuyéndole
todas las bondades cuando ésta favorece nuestros intereses y denigrando
de la misma cuando no lo hace. Esta posición relativista en cuanto
al valor de la democracia ha llevado a que la misma haya sido bautizada
con diferentes apellidos como democracia burguesa, a la cual hay que
enfrentarle la democracia del proletariado o popular; democracia formal,
a la que hay que enfrentarle la democracia real, etc. La burguesía
ve como ideal aquella democracia que le permite defender sus intereses
económicos, políticos y sociales. Los proletarios reconocen como democracia
aquella que les permite tomar y controlar el poder. De hecho, la democracia
socialista que hemos conocido en el siglo XX ha sido una democracia
de partido único, lo que es absolutamente contradictorio con la etimología
de la palabra partido, o sea una parte.
En virtud, de todo lo anterior,
me viene a la memoria una conversación muy interesante que tuve con
un amigo, la misma versó acerca del resultado de unas elecciones en
Argelia hace años atrás. En dichas elecciones, ganó el partido islamista
fundamentalista. Mi amigo me decía que era necesario evitar que los
fundamentalistas tomaran el poder en Argelia porque eso constituía
un retroceso, una vuelta a la era de las cavernas, un retorno a la esclavitud
de las mujeres. A decir verdad, yo concordaba con mi amigo en el hecho
de que eso sería un retroceso para la sociedad argelina, pero le decía
que no podía irse en contra de la voluntad popular, que no era ético
para un demócrata adoptar dicha postura. El hecho fue que al poco tiempo
dicho gobierno fue efectivamente derrocado. La conversación con mi
amigo abrió como una caja de Pandora para mí, al preguntarme ¿si
en aras del humanismo habría sido correcto detener a Hitler por cualquier
vía, incluyendo el asesinato, siendo el caso, que éste había ganado
por la vía de las elecciones el control del Reichstag? Sin duda alguna,
para los millones de hombres, mujeres y niños llevados a la tortura
y al holocausto, destruir al monstruo que estaba naciendo habría sido
un imperativo moral más relevante que el pisoteo de la democracia alemana.
Lo anterior, nos lleva a reflexionar
que la democracia puede dar lugar a aberraciones como el nazismo, o
como el fundamentalismo, y que la defensa de la democracia como valor
supremo por excelencia puede resultar en un horror para los pueblos.
A diferencia de Caldera que una vez dijo que los pueblos no se equivocan,
yo creo que si, y de hecho, se han equivocado muchas veces eligiendo
a los verdugos que los llevarán al cadalso.
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