La noche anterior me había acostado temprano y en esa transición de varios minutos hasta que llegara el sueño, me puse a pensar sobre las realidades de hoy en día, sobre el deterioro de la vida, de las sociedades y las frivolidades en la que se mueve mucha gente. El veredicto del premio Nobel de la Paz ya era noticia comida en la llamada aldea global. Así me dormí, pensando en que otro mundo es posible, que otra sociedad es posible y que otro ser humano es posible, porque la victoria más celebrada, el premio más grande del ser humano es la conquista de sí mismo.
Siete horas de sueño fueron suficientes para estar de pie nuevamente y todavía era de madrugada cuando me levanté. Apenas me senté a redactar este artículo, escuche ladrar a Salisburry; esta vez parecían ladridos de perro rabioso, no de mal de rabia, si no de furia y de ira envueltos en la nostalgia. Seguía ladrando, como reclamando un premio, quizás un nobel de la paz por ser un perro guardián. De inmediato pensé: Salisburry también merece un nobel.. Y a pesar de este pensamiento generoso, el inquieto perro seguía ladrando, no paraba. Ahora eran llantos leves y afligidos. De repente se me vino a la mente la posibilidad de algún espíritu que en ese preciso momento caminaba errante, negándose entregarle el premio a mi perro, o tal vez bravo porque ya se lo habían entregado a otro.
Inmóvil y sin escribir ni una palabra recordé el testamento de Alfred Nobel, quien poco antes de morir anotó en su testamento: “La totalidad de lo que queda de mi fortuna… serán distribuidos cada año en forma de premios entre aquéllos que durante el año precedente hayan realizado el mayor beneficio a la humanidad. Una parte a la persona que haya hecho el descubrimiento o el invento más importante dentro del campo de la física; una parte a la persona que haya realizado el descubrimiento o mejora más importante dentro de la química; una parte a la persona que haya hecho el descubrimiento más importante dentro del campo de la fisiología y la medicina; una parte a la persona que haya producido la obra más sobresaliente de tendencia idealista dentro del campo de la literatura, y una parte a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz”.
A medida que aclaraba el alba Salisburry ya había dejado de ladrar. Al parecer se quedó profundo y así pude yo seguir escribiendo el artículo. Por supuesto, ese pensamiento mágico-religioso de creer en la energía espiritual, me conduce a pensar que Alfred Nobel, debe haberse sentido muy incomodo cuando yo consideré la posibilidad real e inmediata de otorgarle el premio a Salisburry. De verdad, yo sinceramente creo que se lo merece, porque su misión de perro guardián de mi casa y la de mis vecinos, es una gran tarea. Es un perro noble y jamás se le ha ocurrido instalar bases militares, ni masacrar pueblos enteros para matar niños y mujeres. No es un perro que pisotea la dignidad de los pueblos.
Para resolver el asunto, a las seis y media de la mañana me fui al mercado los pequeños comerciantes y de regreso le traje a Salisburry su premio nobel, un hueso fornido, prácticamente forrado en carne.
Politólogo.
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