Más allá de las ironías de la política y de lo entramado que resultan las relaciones internacionales, hay realidades tanto evidentes como aparentes que conviene estar revisando y examinando constantemente. Sobre la base de una vigilancia permanente se pueden ir sincerando las relaciones entre los estados y así superar esas manifestaciones de hermandades acomodaticias que normalmente suelen darse tras las puertas cerradas de eso que llaman diplomacia.
Lo más sano en las relaciones entre los estados es que no haya acomodos ni gatos pardos, pues siempre habrá intereses ocultos dispuestos a hacer fogatas para ver si arde la pradera. Y ese pudiera ser el caso de Colombia y Venezuela, donde los vientos del norte soplan con insistencia para ver si el fuego de la guerra enciende la chispa de la confrontación. Vemos claramente que hay un infiltrado que insta a la violencia entre los dos países y toda la región, el cual debe ser rechazado y sacado del debate que actualmente se vive en los países de América Latina. A este respecto debe apelarse al sentido y espíritu latinoamericano para solicitarle a los EE.UU que respete la soberanía de nuestros pueblos.
Venezuela es un país libre, soberano y con suficiente capacidad para superar las diferencias surgidas con Colombia. Además, Venezuela no es un “juguete” con el cual el país del norte pueda hacer lo que se le antoje; ni mucho menos es una nación débil para aceptar que potencia alguna venga a aplicar ningún plan en nuestro territorio. Tampoco se asusta con los estornudos indignos del vecino, que hace rato perdió la dignidad como pueblo al aceptar el terrorismo de su propio estado.
No nos caigamos a mentiras. Esas bases militares instaladas en suelo colombiano y permitidas por el gobierno traidor, paramilitar y narcotraficante de Álvaro Uribe Vélez ya tienen olor a pólvora. Son bases para la guerra, auténticos laboratorios que tienen el propósito de generar situaciones de conflicto, que luego serán aprovechadas para lograr objetivos definidos de expansión establecidos en su agenda de dominación. Está claro entonces que los EE.UU siempre buscarán originar conflictos entre nuestros países para luego ejecutar su plan oculto que no es otro que adueñarse de las riquezas y territorios latinoamericanos.
Para nadie es un secreto que detrás del llamado Plan Colombia, simulado con el perfume de la “paz y prosperidad”, pero que lamentablemente huele a pólvora, están los Estado Unidos que quieren prolongar la política de contención y contrainsurgencia. Esa “ayuda” que se estaría brindando a través de las bases para acabar con el narcotráfico y la guerrilla, viene acompañada con el reforzamiento de “asesores” para entrenar militares, policías, paramilitares y mercenarios de todo tipo, es parte del paquete intervencionista, el cual ha sido aceptado sin reparo por los sectores oligárquicos de Colombia.
Entonces, lo menos que puede hacer el estado y el gobierno venezolano, con todo el aparato y estamento militar es activar la alarma de guerra, y junto al pueblo y todos los componentes de nuestra Fuerza Armada Nacional estar preparados para el combate y defender la patria. Colombia es cobarde y tiene miedo, de allí que el gran reto que tenemos nosotros es llenarnos de patriotismo. Abramos los ojos, porque el enemigo es el enemigo.
(*)Politólogo.
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