Escribimos estas líneas desde un lugar muy importante para nosotros y nosotras, los y las fabriles de Cochabamba, nuestro vetusto edificio fabril, ubicado en pleno centro de Cochabamba. Este edificio no es tan sólo el patrimonio heredado de viejos obreros, que en el 60 lo compraron con fondos de la Caja Obrera de Seguridad Social, fue en otros tiempos un hotel donde la oligarquía cochabambina se alojaba, bailaba y disfrutaba.
Este edificio desde hace 50 años se ha convertido en un espacio desde donde no sólo han hablado importantes hombres y mujeres, luchadoras y luchadores, sino también en cuyos alrededores hemos establecido, la gente del campo y la ciudad, nuestros espacios de autonomía, de deliberación, de dignidad y decisión de lucha y de acción colectiva para recuperar nuestra VOZ y nuestra capacidad de indignarnos y decidir.
Este edificio fue testigo de los planes del Che, según nos cuentan viejos obreros comunistas, de los que quedan muy pocos, allá por el 66, cuando este sencillo hombre vino a organizar la guerrilla.
Este edificio también fue el escenario del encarcelamiento, en oficinas convertidas en celdas, de los padecimientos de decenas de luchadoras y luchadores sociales que fueron torturados y torturadas, violadas, vejadas… aún podemos escuchar el llanto de hermanos y hermanas que nos testimonian lo sucedido en las dictaduras, cuando los paramilitares ocuparon este edificio y proscribieron nuestros sindicatos. En otras palabras, este edificio es el heredero de esas luchas y acciones colectivas, horizontales, alegres y dignas de los hombres y mujeres de este valle.
Es aquí, en estos días fríos de junio y julio, donde un puñado de obreros fabriles llevamos ya varios días realizando una huelga de hambre. Desde dirigentes jóvenes, como Mario Quilo y Mario Céspedez; como exdirigentes nobles y consecuentes como Max Fuentes, José Santa Cruz y José Chalar; y nuestros compañeros dirigentes de la Confederación General de Trabajadores Fabriles Hernán Vásquez, Jaime Siñani y Rene Albino, que llegaron desde La Paz para apoyarnos, como lo hacemos siempre, unos a otros, esta vez por los obreros de Manaco, una fábrica de calzados subsidiaria de la ahora transnacional checa Bata. Estamos aquí apoyando la lucha por el derecho al trabajo y la vida de Alejandro Saravia, un antiguo obrero de 56 años, 28 de los cuales fueron gastados de manera intensa bajo la disciplina del capital en esta fábrica que hoy en día cuenta con casi 700 trabajadores.
Alejandro, sencillo obrero zapatero, ligado al trabajo rural, tiene a una esposa muy seria pero amable, de nombre Petrona, y unos niños, uno de lo cuales es motivo de preocupación de ambos esposos porque César, así se llama, de 18 años, está yendo al cuartel.
En estas reflexiones que son producto del encuentro —por por primera vez para algunos de nosotros— estamos compartiendo las preocupaciones cotidianas de Alejandro, quien se despierta a las 5 de la mañana porque la rutina ha creado en su reloj biológico el hábito de despertarse al amanecer para llegar temprano a la fábrica.
Estos seis días de huelga nos han permitido re-crear, entre los que trabajamos y trabajábamos en la Manaco, esas historias cargadas de dignidad, de solidaridad y de reciprocidad, de angustias y alegrías, de nuestras luchas y encuentros entre los obreros y obreras durante estos últimos 30 años. Comenzamos a recordar los apodos de nuestros hermanos y hermanas, pero también las persecuciones, el clandestinaje y asesinato de nuestros compañeros en las luchas. De ahí que estas líneas sean producto de esas re-creaciones de nuestra memoria histórica, que maravillosamente está fresca e intacta gracias a que esta huelga produjo esa maravilla y esa bendición, como dice Max.
Si algo no pudo hacer el neoliberalismo fue destruir al movimiento fabril, a los obreros industriales de las ciudades, que pese a todas las dificultades en estos 25 años de lucha hemos logrado mantener nuestra cultura y nuestros valores casi ocultos en nuestros corazones, en nuestras venas, en nuestras casas, en las fábricas y en nuestras sedes sindicales.
El movimiento minero vive una etapa de re-estructuración orgánica, cultural e ideológica; el movimiento constructor está arrinconado en los municipios, los camineros casi extinguidos, ni qué decir de los ferroviarios y gráficos, es decir, el proletariado resiste diezmado, aunque los empleados de sectores de agua, luz, gas y teléfonos tratando de re-estructurarse, pero casi en función de una perspectiva estrictamente corporativa y gremial.
Mientras, el movimiento fabril, manufacturero, casi en un 100% queda bajo el capital de las grandes transnacionales como Vitro, Coca Cola, Pepsi, Bata, Unilever y otras que han configurado un escenario común en todas partes, con un proletariado joven, todavía temeroso, ignorante de sus derechos, donde la cultura neoliberal ha penetrado de manera infame con el individualismo y la irreverencia. Es decir, se ha eliminado la memoria histórica de lo obreros, y los compañeros y compañeras NO SABEN quiénes son, —otra vez— han perdido su identidad.
El caso Manaco es la muestra más clara de esta situación y esta es una lucha que se viene librando hoy en las fábricas. La movilización de los sindicatos hoy en pie de lucha se da gracias a una mezcla de los pocos obreros antiguos que quedamos en las fábricas y que hemos tenido la suerte de resistir a los sobornos patronales, a las arremetidas gubernamentales, a los puestos en el gobierno y nos mantenemos de pie, gracias al apoyo de nuestros compañeros y al fuero sindical todavía vigente hoy. Pero también gracias a esa juventud obrera que no es inmune a la prepotencia patronal, a la sobre-explotación, pero que vive en medio del terror empresarial y, muchas veces, totalmente desprotegida por sus dirigentes que —como en Manaco— se han convertido en sirvientes incondicionales de los patrones. El escenario es el de la inexistencia de fábricas con grandes concentraciones de obreros y obreras, la emergencia de pequeños talleres de 20 a 60 trabajadores, levantados con el ánimo de destruir el poder obrero, lo que hace más difícil el trabajo de reconstitución de nuestro movimiento como cuerpo organizado de nuestros hermanos y hermanas desde la Federación de Trabajadores Fabriles de Cochabamba.
Por eso, esta huelga está compuesta por exdirigentes y compañeros jubilados, porque tratamos de recuperar esa cultura de la solidaridad, de la reciprocidad, del respeto, de vernos como iguales, de la suma y la unidad como únicas formas de acción y lucha para avanzar y triunfar, porque los jóvenes obreros y obreras de las fábricas no podrán luchar solos y avanzar en la recuperación de sus derechos. Tenemos que estar todos ahí para lograrlo, y nosotros los viejos obreros no podremos ver nuestros sueños de ser constructores de un sociedad más justa sin la incorporación plena en este objetivo de nuestros hermanos y hermanas.
Por ello, los obreros y obreras de ayer y de hoy debemos sentirnos orgullosos y orgullosas de nuestra identidad de ser los productores de los bienes materiales que nosotros y otros necesitan ahora para vivir, somos los que posibilitamos con la fuerza de nuestros brazos, de nuestras mentes y nuestros corazones, la transformación de lo que generosamente nos regala la Pachamama para crear bienestar.
Hemos logrado resistir, hemos logrado subsistir como cuerpo organizado, hemos logrado que no se eliminen totalmente nuestros derechos, hemos pasado el túnel tan oscuro y largo de estos años de invisibilidad y ahora estamos dispuestos, y lo estamos consiguiendo, a hacernos visibles otra vez con nuestra indignación por las condiciones en las que estamos trabajando.
Lo hacemos así también por la indiferencia de este gobierno, que durante más de dos años nos ha ignorado. Pese a que los obreros luchamos con mucha fuerza para colocar a este gobierno donde está, se olvidó de nosotros y nosotras, por eso nuestras luchas en las calles desde abril de este año son por PAN, TRABAJO Y VIVIENDA, porque no nos escuchan, no nos ven, no nos sienten; porque han dejado de vivir como nosotros, gente sencilla y trabajadora que vive de su trabajo y no del trabajo ajeno.
Por eso debemos sentirnos orgullosos y orgullosas, porque con nuestras luchas estamos empujando el denominado proceso de cambio para que no sea simplemente una consigna, sino una realidad. Porque la única forma de cambiar las cosas, de cambiar nuestras condiciones de trabajo, nuestra vida, es la unidad, la organización, la movilización, la recuperación de nuestra memoria, de nuestros valores, de acordarnos de nuestros padres y abuelos, de nuestras madres y abuelas, de nuestros hermanos y hermanas mayores, para preguntarles, de frente, si lo que estamos haciendo hoy está bien y cuánto más nos falta, porque su herencia sea recuperada y sea aumentada para el bienestar de nuestros hijos y nuestros nietos, es decir, para que la vida digna se siga prolongando por siempre.
Por eso esta huelga de hambre —que es la prolongación del constante y permanente hambre que sienten miles de familias obreras en Cochabamba y en Bolivia—, no sólo reclama la restitución de Alejandro a su fuente de vida, sino el retorno de la dignidad a las fábricas del país, donde el capital pretende seguir reinando, vulnerando, domesticando, y donde el miedo parece ser un mal hereditario. Es por eso que hemos dicho ¡BASTA!, como lo hemos venido haciendo desde el 2000 en las diferentes luchas por nuestra emancipación como hombres, mujeres, niños y niñas, ancianos y ancianas, todos hijos e hijas de esta tierra.
Cochabamba junio-julio del 2008.
* Oscar Olivera es obrero de Manaco hace 30 años y dirigente fabril en Cochabamba
Más información: http://www.ubnoticias.org/es