Mucha tristeza sentimos a diario cuando nos enteramos que la violencia suma una nueva víctima en su haber. Las causas de la violencia no dejan de ser banales, el robo de alguna prenda, o un bien que promocionan a diario las televisoras del país, es lo que destaca esas conductas.
La degeneración no tiene fronteras, y es una práctica aberrante en toda nuestra América. El Imperialismo, en todas sus formas y manifestaciones se adueño de nuestras mentes, de nuestras almas, para promover sus bienes y con ellos, enterrarnos en la esclavitud del consumismo.
La disparidad para acceder a esos bienes genera violencia, el no haber tenido oportunidades e igualdad de condiciones para desarrollarnos ha provocado una de las mayores crisis y procesos de desigualdad en la Historia de la humanidad, que ha obligado a los excluidos de este planeta a delinquir, a tomar las calles y con ello, lo que la sociedad le ha negado por derecho. Es sin duda la sistematización de la maldad, estructurada y manejada a través de la más infame de las manipulaciones, la mente. La verticalidad de la sociedad capitalista, burocrática e ineficiente, ha sido la causante de tanto daño, sus tentáculos ha mantenido en la miseria a la mayor parte del universo, testificando la ineptitud y su razón cierta de por qué debe desaparecer para abrirle paso a un nuevo modelo de sociedad, una sociedad en la cual la condición humana sea exaltada en su máxima expresión, brindándole mayor participación e inclusión, dándole las prerrogativas de acceder al poder y decidir, de manera cohesionada, cuál es la mejor forma de alcanzar el bienestar común.
El Capitalismo ha dejado tras de sí una estela de miseria que ha ocasionado la sublevación de una sociedad muerta en vida que ha deambulado sin esperanzas, sin rumbo, sin destrezas, para implosionar en una sociedad que le ha quitado hasta la propia capacidad de pensar, no hay análisis, los desplazados son sólo eso, zombis cargados de impurezas. No debe ser menester de un hombre que por su condición de pobre quiera acceder a una mejor calidad de vida, ir a un hospital y recibir la atención que su condición le merece y le consagra la Constitución. El pobre, en la sociedad excluyente, no tiene derecho, sólo deberes, la Constitución no está hecha para los excluidos, sólo es letra muerta, amparada en los designios y conveniencia de aquellos que detentan el poder político y económico.
La muerte es la consideración necesaria, no hay nada que perder. Es ahí cuando la necesidad surge como una variante natural, que atormenta y reduce las probabilidades lógicas de avanzar para corregir la verdadera naturaleza de nuestros actos. La vida se transforma en una simple retórica, que nos conduce a la irremediable sensación de no permitir más avances en una sóla dirección, rompiendo los elementos que nos atornillan a realidades completamente diferentes. Asumimos la violencia como parte de nuestra existencia, la cual será limitada en el tiempo producto de nuestras acciones infames. Esperar la muerte es sólo un proceso.
Es la variante más maltrecha que nos introduce a sensaciones perplejas e insólitas, donde no podemos ser el dueño de las alteraciones de nuestro propio resentimiento hacia una sociedad que nos ha negado hasta vivir, pudiendo, incluso, desdeñar la naturaleza misma de las acciones que nos proporcionan alegría, para de esta manera, encaminarnos a seguir sin corregir las realidades inmersas que nadie nos señala. No hay ayuda posible.
En consecuencia se distorsionan las verdades, y se trastocan las condiciones que no permiten el desarrollo sostenible ante los temores y las vicisitudes que inefablemente nos atemorizan vencer. La sociedad nos ha cargado de mucha maldad.
La constancia surge de manera irrelevante, sin ningún tipo de condiciones perceptibles que nos obliguen a sostener, en el tiempo, su irreversibilidad infuncional, provocando alteraciones en todo lo que de antemano nos motiva a existir y a seguir conductas, o patrones de las mismas, para subsistir en un mundo que nos priva de las funcionalidades que motivan nuestra razón de ser.
Las motivaciones se difuminan y se modifican de acuerdo a esos patrones de conducta que nos obligan a discernir de las variantes que nos atrapan en situaciones que sugestionan el equilibrio en verbo y no permiten interpretar el silencio del cual somos víctimas involuntarias, desvirtuando la pureza de nuestros sentimientos sin profundizar en su legado inmune de reciprocidad. La vida se hace terriblemente insalvable y desmotiva nuestra razón de interpretar las bondades de la misma y no permite su purificación. Estamos condenados.
Es ahí cuando se abren las puertas y la luz nos hace renacer, y nos dan una esperanza para seguir, para reír.
Este 26 de septiembre tenemos una razón cierta para ir a votar: la continuidad del proceso revolucionario para profundizar la construcción de una sociedad en la cual la inclusión nos garantice el desarrollo pleno como seres humanos, la sociedad socialista.
NO HAY NADA MAS EXCLUYENTE QUE SER POBRE
Patria, Socialismo o Muerte…
Venceremos
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