Ciertamente, este estado
de cosas ha servido para que, una vez instaurado el modo de producción
capitalista, se asegurara la reproducción barata de la fuerza de trabajo,
la discriminación salarial, social, política y cultural de las mujeres
frente a los hombres y la consecuente asimilación de estas desigualdades
como “algo natural”.
Tenemos entonces, un
grupo social (las mujeres) heterogéneo en todos los sentidos, con mayores
o menores posibilidades económicas, sociales y políticas de participación
y protagonismo, pero que, independientemente de la clase social a la
que pertenezca, siempre está supeditada al dominio de los hombres.
Entonces, el problema
de la mujer como grupo social, no se reduce a un asunto de clase social,
desde el punto de vista marxista del término, sino que va más allá.
Tampoco obedece exclusivamente a problemas de acceso a educación, trabajo
o recursos económicos. Menos aún, tiene que ver con el trabajo doméstico,
el cual puede ser realizado o no por las mujeres según su decisión.
La liberación de la mujer tiene que ver con el vencimiento de la opresión.
Nuestro problema tiene
que ver con los conceptos de hegemonía, dominación y/o patriarcado.
Todo lo cual sirve de muy buena base a la ideología burguesa del poder,
a la cual no escapamos aún en Venezuela, pues nuestro Estado sigue
siendo burgués y sus acciones reflejan esa condición.
La tarea que nos toca,
mediante el fortalecimiento del Poder Popular, es minar las bases de
ese Estado burgués y, simultáneamente, impregnar dicho estamento popular
de valores propios del socialismo, tales como: la solidaridad, la igualdad,
la equidad, el respeto y la complementariedad, de tal suerte que se
vaya diluyendo la anquilosada concepción del poder jerarquizado y hegemónico.
Nacerá así,
un Poder Popular responsable, organizado, integrador e incluyente, en
el cual los objetivos, proyectos y propuestas respondan a los
deseos, sueños y expectativas de todos los grupos sociales, sin discriminación
alguna. Será entonces que las mujeres y los hombres, los padres-madres
y los hijos e hijas, la clase trabajadora en su conjunto, podrán tener
un diálogo igualitario, transformador, lleno de significado y capaz
de trascender los clichés o estigmas que colocan a la mujer en condición
de proveedora de ternura, cuidados, atenciones y sensibilidad
(sexo débil) y al hombre como el valiente, proveedor de bienestar
económico, jefe de la familia y de índole agresiva (sexo fuerte).
Es decir, la superestructura que sustenta el modo de producción capitalista
se derrumbará, dando paso a un nuevo concepto de familia, educación
(libertaria y quizá antiescolástica), creencias (Dios como energía
benefactora y no como castigador, represor) y comunicación.
La sociedad socialista
que queremos pasa entonces por la necesaria e ineludible demolición
de las estructuras de dominación, incluyendo el machismo y su opresión
sobre las mujeres.
Mujer de fuego
En las raíces de la historia
Se esconde el origen de tu estigma:
costilla de hombre…
sombra de sus pasos…
Vientre de esperanzas,
sometido a encierros
y añoranzas…
Luz de vida, oculta bajo el velo
Canción de cuna,
Lucha diaria por tu vida
Trabajo incesante
En la casa, en la
calle.
Reflejo de sol y de luna.
Rocío tempranero de sociedades justas.
Camino de desamparos…
Pasos justos con
huellas profundas.
Voz de siglos de torturas,
grito constante de fiera herida.
Enjaulado, tu cuerpo físico.
Libre y alegre,
tu alma errante.
Sobrevives al paso de las sombras
y tu mirada perdura en el tiempo,
allanando la distancia entre tierra y cielo,
gritando en silencio:
¡Soy mujer de fuego!
(Ninfa Monasterios)
marzo 2011
(*) Frente de Izquierda Revolucionaria
Alberto Müller Rojas