EL LLAMADO SIGLO DE LA MODERNIDAD
En el siglo XVIII se desemboca una renovación institucional y llegó una novedosa penetración de ideas sociopolíticas que las generaciones jóvenes asimilaron a su manera y se fueron preparando para la independencia política.
El advenimiento de los Borbones al trono de España, después de la guerra de sucesión, produce cambios administrativos que fortalecieron a las fuerzas domesticas, especialmente a los blancos criollos, quienes aprovechan las reformas para profundizar sus designios de autonomía. Junto con las instituciones penetran las ideas del siglo ilustrado, gracias a las cuales pueden los futuros próceres de la insurrección llenar el contenido de la oferta republicana después de 1810.
Una clase latifundista poderosa se había apoderado del control de los elementos materiales desde la época de las fundaciones poblacionales y se hizo experta en los usos y abusos del gobierno local a través del llamado cabildo. Pero, necesariamente tuvieron que ajustarse a la renovación borbónica o proponer maneras peculiares que reformaran el control, haciéndolo mas autónomos que los tradicionales, si pretendían permanecer en la cúpula de la sociedad.
Los cambios institucionales y el pensamiento de la libertad, justicia e igualdad, se incorporaron desde 1750, mucho antes de que sonará el clarín revolucionario de Simón Bolívar. La revolución aborigen y este despertar vienen a ser claramente los resortes de la acción que estallan para el nacimiento de la nueva república.
Entre las instituciones modernas que determinaron estos procesos combativos, se destacó el Real Consulado, establecido en 1793 para el control y el fomento del proceso de creación y distribución de la riqueza desde la ciudad de Caracas. Aparte de dirimir las causas mercantiles, atendió asuntos que ellos llamaron “descuidados”, tales como los caminos y la libre navegación.
La reforma primordial de ese tiempo fue la creación de la Gobernación y Capitanía General de Venezuela, creada por Real Cédula de Carlos III, la Gobernación y Capitanía General consolida la integración del territorio y de mayor coherencia a las funciones civiles, políticas y militares.
Debido a su contenido, lo estructuran para que dependa de un solo funcionario el cual se llamaría Gobernador y Capitán General, estableciendo en una única sede superior, las provincias de Caracas, Cumana, Guayana, Maracaibo e islas de Trinidad y Margarita. El Virreinato de la Nueva Granada cesa en su ingerencia sobre la comarca.
El mapa del territorio se diferencia de los anteriores, para adquirir las dimensiones y características que lo distinguen del futuro. La futura nacionalidad encuentra una escena más propicia para su desarrollo. Como también residirá en Caracas el arzobispado, lo cual significa la preeminencia de la jerarquía clerical en una sede establecida en la ciudad. La concentración de funciones facilita los designios de control que en el futuro emprenderán los blancos cuando se atrevan a proponer la independencia.
INICIO DE LA CULTURA COLONIAL
Los conocimientos procedentes de la ortodoxia española son muy pobres hasta el siglo XVIII, en el año 1591 se ordena que el Cabildo Caraqueño instruya un proceso de enseñanza cognitivo que se ajuste al momento, pero nunca se llega a un método coherente. La educación carece de presupuesto y no tiene maestros profesionales, no hay apoyo, ni control del estado y menos tiene el estimulo de aquella sociedad, que apenas permite una repetición superficial e incoherente de la cultura tradicional española. Hacia finales del siglo XVII funcionan en Caracas tres instituciones de primeras letras, regentados por franciscanos, dominicos y mercedarios. Instituciones que solo permitían educar a los hijos de los criollos, se fundan cátedras de gramática, artes y teología. Sólo en contados lugares del interior, como en el Tocuyo, se repite el experimento educativo de las congregaciones. La cultura ortodoxa encuentra su institución de mayor prestigio en el Seminario y Real Colegio de Nuestra señora de Santa Rosa, fundado en 1641 por Fray Mauro de Tovar y puesto en plena funciones por el obispo Diego de Baños y Sotomayor en 1682, allí se imparte educación de teología, de primas y moral, retorica, elocuencia, filosofía escolástica, música y gramática, únicas disciplinas a las cuales se podían acercar los venezolanos de manera coherente y sistemática durante casi tres siglos. Con estas materias supuestamente se acercaban al entendimiento de aquel mundo, posteriormente se fundaron en Maracaibo, a cargo de los jesuitas y en Mérida, Angostura, dependientes de la autoridad diocesana.
El seminario caraqueño se convierte en universidad Real y Pontificia, en 1725, en cuyo seno se institucionaliza la enseñanza del derecho y se introduce el conocimiento de las matemáticas y la medicina concebidos según la manera tradicional. Un crítico ilustrado del siglo XIX, manifestó que en aquella Universidad Real y Pontificia, se machacaban las estrecheces y las supersticiones de la ortodoxia, sin dar cabida a conocimientos útiles, ni mucho menos a debates académicos que pudieran repercutir en provecho de aquella sociedad. En todo caso, a partir de 1750 se filtran las doctrinas de los filósofos franceses de la modernidad, como el abate Condillac, y se escriben tesis siguiendo sus postulados; algunos maestros inician la proposición de nuevos métodos en el área de las matemáticas, se conciben también los recientes descubrimientos y sistemas de química y se debatió sobre los principios de Descartes. Timoratamente inician abrir brechas la ciencia moderna de interés en el muro de la cultura oficial. De allí surge, de esa experiencia, una suerte de pensamiento ecléctico, cuyo mayor representante es el franciscano Juan Antonio Navarrete, autor de ARCA DE LETRAS Y TEARO UNIVERSAL, una importante obra de transición que se aproxima a las ideas de la independencia. Sin un vínculo estable con el pensamiento ilustrado, sin centros diferentes a los permitidos para enterarse de la historia y de las técnicas que revolucionaban al mundo, sin imprentas hasta 1808, el camino de la ilustración venezolana estuvo repleto de escollos. Aparte del mencionado Navarrete, hacen aportes modernos el joven maestro Simón Rodríguez en 1794, con unas reflexiones sobre la nueva educación primaria, el obispo Santiago Hernández Milanés en 1796, con una pastoral sobre las artes útiles; y el abogado Miguel José Sanz en1805, a través de unas críticas encendidas contra la cultura del antiguo régimen y contra la excesiva influencia de la iglesia.
(Continuará…)
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