Hace una semana, uno de los
partidos políticos que intenta posicionarse como una “fuerte opción”
frente a la Revolución Bolivariana y que aspira representar a los movimientos
sociales del país y así sumar adeptos para confrontar el liderazgo
del Presidente Chávez en 2012, convocó a unas elecciones internas
para elegir a sus “representantes de los cuerpos políticos” en
la que podían participar todas y todos los inscritos en el Registro
Electoral Permanente. Con una inusitada amplitud fueron entonces convocados
a participar los casi 18 millones de electores del país, con una profunda
esperanza en que los resultados –legitimados además por el Consejo
Nacional Electoral- demostrarían la avasallante popularidad un vocero
político en particular y claro está, el descontento popular frente
a las políticas de Estado y el rechazo popular al proceso de cambios.
Una elección partidista sin precedente cercano, amplia, entusiasta,
inclusiva. Hasta que…
Si, hasta que comenzó
la totalización de los votos. Cuando se recibieron los primeros resultados,
saltó a la vista de los convocantes que debía haber algún error.
Si, era eso, mejor había que esperar que se transmitieran más datos.
Las actas continuaban llegando y el “error” seguía allí. Luego
de horas de espera, toco anunciar lo inevitable, buscando la forma de
hacerlo ver como un éxito: a nivel nacional votaron poco más de 120.000
personas, lo que representa menos del 1% del REP. Pero claro, mejor
no tocar este punto y decir ante los medios que el proceso fue un éxito,
que se impuso la voluntad popular, que el candidato que obtuvo mayor
cantidad de votos - menos del 0.50% del REP- demostró ser un fuerte
contrincante político (uno de los muchos precandidatos presidenciales,
que algunos entre febriles delirios vislumbran como una opción electoral
frente al Presidente Chávez) y muchos comentarios más en el mismo
tenor. En definitiva, es posible llegar a dos conclusiones: 1) que son
muy valientes, al no temer al ridículo que causan sus declaraciones;
y 2) que tienen un buen sentido del humor, aunque ciertamente uno muy
tragicómico.