Caracas es una ciudad de múltiples matices, en la cual, todos los días y en todos sus espacios, ocurren infinitas cosas. Algunas buenas, otras no tanto. Pero, en su mayoría, refieren encuentros. Encuentros creativos, suaves, apurados, transitorios, soñadores, amorosos, románticos, pícaros, interesados, equivocados, violentos, trasnochados y ¡pare usted de contar!
En esa ciudad, capital de nuestro país, hay de todo un poco. Incluso, mundos paralelos. Existe una sociedad que se mueve, piensa y relaciona con sus propios códigos, miedos, prejuicios y convicciones. Una pequeña parte de la población caraqueña, alguna con nombres y apellidos casi impronunciables, que no se siente “parte” y quizá, ni arte…Viven al este del Este…O sea…encumbrados en un mundo propio, donde Caracas, la ciudad multicolor, multiétnica y pluricultural no les cuadra, porque les echa a perder el fondo de sus escenarios de cartón. Y la preferirían vacía de “esa gente” y de tanta alcantarilla tapada y de tanta balurdez. La volverían origami para doblarla y desdoblarla a su antojo, como juguete de sus sueños, aún infantiles, pero peligrosos.
Y en ese empeño de borrar lo que no les gusta, desprecian lo mejor que Caracas tiene: su gente. Los demás son el peligro, la indecencia, el malandraje, la violencia, la chabacanería, lo popular, el retroceso, el perraje. No cambian sus lindos espacios por la vida, porque aprendieron en la tele, en la casa y en sus clubes, que la vida no es ese desastre que tienen por país y por ciudad. La vida es otra cosa, es hablar sin pensar, es no darse cuenta de lo que ocurre más allá de su zona de confort, es sentir y creer que tienen el poder de decidir por otros y otras, es hacer todo lo posible por irse “demasiado”, es no mezclarse.
Mientras, en los cerros y calles caraqueñas, bullen miles de historias, alegres, tristes, aburridas, cotidianas, propias, que le dan carácter y diversidad. Caracas no es precisamente abúlica. Es un torbellino. Su velocidad y furor pueden resultar chocantes para quienes vivimos en otras ciudades venezolanas, pero, aún así, tiene su encanto.
Solo transitar por las avenidas y ver aquellos cerros, con sus miles de ranchitos apretaditos, con sus escaleras al cielo, en caleidoscopio de colores, da la sensación de que allá arriba deben pasar cosas sabrosas. Hasta se imagina una que esos espacios, en horas nocturnas, los abrazos deben sobreabundar y con ellos, el amor. Y debería haber un concierto de gemidos que inundara la ciudad. Sin embargo, eso no ocurre. Parece que acá se aman en silencio. Contradictoria conducta para barrios tan alborotados y llenos de vida.
Pero eso es Caracas. Un complejo entramado de mundos encontrados y en encuentro permanente (a pesar de quienes desdeñan los espacios de intercambio) Una magia hecha historia, contemporaneidad, arraigo, ilusión, poesía, música urbana, alegrías, llantos, expectativas, abrazos, oportunidades y caminos. Caracas es eso y más. ¿Ciudad de despedidas? Tal vez. Pero, quienes se van, siempre, siempre, añoran volver. ¡Y vuelven!
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