Sí, así fue, en un momento breve y fortuito como los que pasan pocas veces en la vida. Como el que me pasó en el 2002 cuando de vacaciones en España, llegando a conocer Barcelona, en la primera noche nos topamos con José Carrera, el gran tenor catalán.
Ya el último día de visita al Presidente, la última hora del jueves 14 de marzo, cuando ya no pude más y corrí a despedirlo. Regresaba cabizbaja por el Paseo Los Próceres, esa gran obra de los italianos para Venezuela. Caminaba cansada y desconcertada por el momento tan fugaz, sólo el tiempo de persignarme y encomendarlo a Dios. No pude detallarlo, ni percatarme de su boina roja, deseando haber imitado a unas señoras que me confesaban haberlo visto 3, 4 veces. Sólo me resaltó su grandeza, su solemnidad, su uniforme de militar. Tan cerca como nunca antes, y sin embargo tan lejos ya de su mirada.
Y así, sumergida en estas reflexiones encuentro a una maravillosa Piedad Córdoba entrevistando a unas chicas militares. Le tomo una foto para mandarla a mi querida cuñada colombiana y, para mi sorpresa, me dirige la mirada y procede a entrevistarme. No sé para qué, para quién.
Me adelanté y le agradecí, como venezolana, su amistad para con nuestro Presidente, de la cual Chávez se sentía orgulloso.
¿Qué siento? ¿Qué opino de lo que está sucediendo? ¿Qué es para mí la independencia? ¿Qué haremos mañana? ¿Para qué fui a ver al Presidente? Para agradecerle, Piedad, todo lo que entregó al país entero, como un mínimo deber para alguien que nos dio tanto.
¿Qué sentí? Ya el día miércoles 6 de marzo, al recibirlo en las tribunas de Los Próceres, lloré todo lo que tenía bloqueado con un nudo en mi corazón. Sola, sentada en las gradas, rodeada de una inmensidad de gente desconocida a mi alrededor. Lloraba por estar ahí en ese momento de gran tristeza y lamentando no haber ido a sentir la felicidad del cierre de campaña, el 4 de octubre, cuando el Presidente Chávez invocó a San Francisco, bendecido por la lluvia. Lloré porque no tendré nunca su autógrafo con tinta roja en mi Constitución de bolsillo. Porque recordaba mi cinta roja que decía “Feliz Chavidad hasta el 2021”, comprada en el Poliedro un 18 de diciembre 2002, en un acto de Clase Media en positivo, la primera vez que lo vi de cerca. Lloré recordando sus pasos de baile sobre una tarima, al lado de Hany Kauam y Omar Enrique; un esfuerzo maravilloso que no disfruté sino apenas lo que nos llega por televisión.
¿Mañana, Piedad? Sin la menor duda, seguirán sus discípulos la obra revolucionaria, asegurando la continuación. Ahora ellos se han convertidos en Apóstoles de Chávez pues les pasó algo semejante al día de Pentecostés. Recibieron un aliento sagrado. Ellos, en la unidad y en la devoción, y nosotros acompañándolos, deberán además unir al país y seguir manteniéndolo en paz.
Gracias Piedad, por todo tu inmenso trabajo buscando la paz de Colombia.
A ti, Flavia, ¡yo también soy un Apóstol de Chávez!