Unos días atrás una amiga me pedía : ”escribe sobre Chávez porfa”. Pero yo me sentía confundido, perturbado por la repentina e inesperada ausencia del amigo que nos acompañaba con su palabra, su sonrisa bondadosa, su presencia. Tenía mil palabras e imágenes que cobraban forma y daban vueltas y más vueltas por mi mente. Que es lo mismo que no tener ninguna, nada que decir.
Pero un día unas palabras vinieron a mi mente y se desarrollaron como una visión. “Chávez es un gran hombre”. ¿Y qué es un gran hombre? El que dice y hace lo necesario en el momento oportuno. ¿Y cuál sería ese momento? Sería por ejemplo el de un modelo social, una forma de vida agotada que se muestra cada vez menos viable. Los hombres de ciencia y cualquier buen observador saben que hace décadas que eso está sucediendo.
Los seres humanos no comprendemos aún la dinámica estructural del organismo viviente en el cual existimos, no sabemos por tanto vivir en armonía con él, nos comportamos como niños ignorantes y caprichosos, sin darnos cuenta que nos hemos convertido en parásitos y estamos propiciando, caminando hacia nuestro propio fin. Ese es el momento preciso en que ha de aparecer un gran hombre entre los hombrecitos que vivimos sumergidos en nuestras rutinas.
¿Y cual es la función de ese gran hombre? La misma que la de cualquier gran artista. Tener la sensibilidad suficiente para dejarse poseer por su visión. ¿Has visto alguna vez a un pintor, un poeta o un músico poseídos por la visión de su obra? ¿Te has sentido alguna vez poseído por un sueño? ¿Has experimentado esa maravillosa y poderosa energía que te toma y no te da un segundo de descanso hasta que plasmas tus imágenes mentales en el mundo de las formas?
Hay poderosos sueños o grandes sensibilidades que pueden plasmarse en unos días, semanas o meses. Hay otras que toman toda una vida, o muchas generaciones. Una visión de esas puede paralizar una conciencia débil con la grandeza de la obra, de la transformación a realizar. Pero se convierte en una fuente ingotable de energía, en un poderoso motor o incansable voluntad en la conciencia de un gran hombre.
De hecho es su sensibilidad y apertura a esa poderosa energía la que lo convierte en un gran hombre. Si hablamos de grandes hombres lo hacemos solo por comparación con otras conciencias que se atemorizan, deprimen, paralizan ante la magnitud de esas energías que están en proporción a la visión de un nuevo mundo por construir, por traer a ser. Y todo mundo nace de la preñez y es criatura de una conciencia que se deja poseer por esa visión.
Todo mundo nace de una conciencia que le entrega y dedica su vida. Así que también podríamos decir que un gran hombre es el que se entrega plenamente, el que abriendo sus brazos de par en par se abraza a un sueño para ya nunca soltarlo. Ese gran hombre es la expresión creciente del sueño que lo impulsa a futuro y se convierte simultaneamente en el guía de aquellos que resuenan a esa energía, que encuentran y reconocen en su visión una dirección de vida.
Son entonces los sueños que palpitan y habitan en la conciencia de los grandes hombres los que impulsan a futuro, los que conectan un mundo que muere con otro que está naciendo. Solo puedes ver o mejor dicho sentir el nuevo mundo en tu conciencia, en tu visión. ¿Dónde más podrías sentirlo o verlo si aún no existe en el mundo, si tú eres el vientre fértil que lo concibe y el modo en que está viniendo a ser en el mundo?
Es esa poderosa energía, esa penetrante visión, ese palpitante sueño el que hermana las conciencias de los hombres que lo comparten y resuenan en la misma sensibilidad. Claro que también puedes compartir y hermanarte en bajas pasiones o intereses menores. Pero todos sabemos y contemplamos todos los días que esas energías se agotan rápidamente, son de corto alcance y terminan enfrentándose entre si.
Un gran hombre es entonces portador, vehículo y expresión de una sensibilidad, una visión, una dirección de vida renovadora. Es el iniciador de una nueva era o civilización. Porque ese sueño, esa visión no muere ni se agota en el ensimismamiento, sino que lo trasciende y se reproduce en toda conciencia afín. Ese sueño se abre camino en el mundo transformando las conciencias y trasladándose de generación en generación.
No es un momento circunstancial en el tiempo sino una dirección de vida, un destino mayor que trasciende y da sentido a las vidas personales que se sienten tocadas por su poderosa magia. Estamos diciendo entonces que un gran hombre renuncia a los mezquinos sueños para abrazarse a la grandeza de sueños que las conciencias débiles, desenergetizadas llaman utopías. Sin embargo los aviones, la electricidad y la teoría de la relatividad también fueron utopías.
Copérnico casi termina en las hogueras medievales cuando se atrevió a decir y demostrar que la tierra no era el centro estático del universo. Entonces, ¿qué es una utopía? Simplemente aquello que no encaja en el paradigma, en el sistema de creencias de una época histórica, aquello que choca con y cuestiona el limitado sistema de intereses y energías disponibles de la programación de una conciencia colectiva dada.
Y justamente por eso son necesarias e inevitables las grandes coyunturas históricas que hemos llamado principios y fines de eras, de civilizaciones, de culturas, de modelos mentales de organización social. Cumplen la misma función que las nuevas generaciones que vienen a renovar la vitalidad desgastada, anquiliosada de las anteriores . Cuando un modelo se vuelve inviable para expresar la vida, es necesario discontinuarlo.
Los grandes hombres no saben realmente en lo que se están metiendo, simplemente son puertas abiertas, se sienten y son sensibles inevitable, ineludiblemente a las poderosas fuerzas huracanadas que los impulsan. Dan un primer paso y eso los lleva sin remedio a otro y otro. Y cuando su inusitada actividad les da un respiro, miran atrás y ven que todo su paisaje familar ha quedado atrás. No porque lo desearan, no porque lo eligieran así. Sino porque los pequeños sentimientos y rutinarios asuntos no son compatibles con la grandeza de alma.
Por eso una parte de su personalidad se va desgajando y quedando por el camino. Muchas veces cuando mira atrás siente nostalgia de su plácida vida y pequeños problemas. Pero el impulso interno es poderoso y además siente y sabe intuitivamente que en realidad no hay donde volver, aquél pasado ya no existe, murió. Ya no es el mismo que dió los primeros y tímidos, duditativos pasos. Ese gran hombre es generoso porque ya no está encadenado a sus viejos intereses, como los niños que no quieren ni pueden prestar sus juguetes.
Un gran hombre es también fruto, necesidad y exigencia de su época. Es en realidad el modo en que una época agotada intenta renovarse, trascenderse a sí misma. Estamos viviendo una época de grandes hombres, de gigantes. Un continente completo despierta, bosteza y se despereza, sentimos la conmoción y la confusión del parto. Solo nos queda elegir si seremos protagonistas de esa aventura o correremos a esconder las cabezas como el avestruz.
La revolución del viejo e inviable modelo es inevitable, indetenible, sin marcha atrás. Si miramos en el espejo retrovisor notaremos que en los últimos cincuenta o sesenta años nos alejamos a cada vez mayor velocidad del mundo que nos fue habitual. Ese paisaje ha quedado atrás, distante, solo existe en nuestos recuerdos, no hay posible retorno. Porque en realidad avanzamos a cada vez mayor velocidad.
Solo nos toca disponernos a ser parte de la aventura que los grandes hombres protagonizan invitándonos y dándo ejemplo, contagiándonos sus fuerzas. O replegarnos atemorizados en nuestras rutinas aburridas e intrascendentes luchando contra lo inevitable. Yo aun con mi temor a cuestas elijo vivir la aventura, atreverme a temblar ante lo inesperado, conmoverme ante lo tierno. Como la rosa elijo el instante de fragancia y belleza a la eternidad de aburrimiento.