El presidente Nicolás Maduro, ha asegurado “que el gobierno venezolano debe ser una gran alianza popular, donde todos y todas estén comprometidos por el bienestar y desarrollo de la nación”. Vistas así las cosas, quienes creemos en las ideas y valores de izquierda bolivariana y en el legado revolucionario anticapitalista que fue estableciendo Chávez a partir del año 2004, no podríamos estar en desacuerdo.
Sin embargo, el olvido de una larga historia de polémicas entre comunistas, socialistas, socialdemócratas, progresistas y populistas coloca a estas palabras en el cuadro de una clarificación de programas políticos e ideológicos.
Es en este contexto, donde debemos analizar la reciente polémica de Toby Valderrama y el equipo político de “Un grano de maíz” frente a maduro y la dirección de las políticas del alto gobierno (http://ungranodemaiz.blogspot.com/2013/06/respuesta-del-grano-al-presidente.html):
“¿Qué hemos dicho? Lo que alertó el Che: "Con las armas melladas del capitalismo no se puede construir el Socialismo". "Al imperio no creerle ni tantico así". Lo que dijo Fidel: "En la Revolución no se puede construir conciencia a partir de la riqueza, sino riqueza a partir de la conciencia", repetir sus consejos a Correa: "Dure lo que dure la azarosa historia de nuestra especie, nadie podrá demostrar nunca que los burdos intereses materiales serán capaces de crear ciudadanos más virtuosos y honestos." Lo que dijo Marx: "Un sistema de producción que no reproduzca las condiciones de esa producción no durará dos años."
¿Qué hemos dicho? China es un capitalismo bestial, no es ejemplo para la Revolución mundial, ni para la nuestra, al contrario, es su enemiga. Hemos hablado de los acuerdos con Mendoza, afirmamos que él, Santos y Capriles son todos caimanes del mismo capitalismo. Hemos alertado que el camino de la debilidad con el enemigo oligarca es el camino al fascismo.”
Ante este tipo de posición ideológica y política, que por cierto recuerda la de un militante revolucionario muchas veces olvidado como el cubano y militante revolucionario Julio Antonio Mella, en su clásica crítica al populismo del APRA (¿Qué es el ARPA?), es preciso reafirmar que el asunto que se debate no debe convertirse en descalificaciones personales, sino en la profundización de líneas políticas y programáticas en el campo de la revolución bolivariana.
La postura del “grano de maíz” es coherente con su reivindicación del legado revolucionario del Che y de la Revolución Cubana, y no cabe duda, que puede irritar a quienes consideran que no es momento conveniente para una crítica de este calibre en las actuales condiciones políticas de la revolución bolivariana. Ellos con acierto, responden: “Y si no es ahora, entonces ¿Cuándo?”
Este debate, por cierto, presenta ciertos paralelismos y analogías con los controversias presentes en la alta dirección política de la revolución rusa luego de la muerte de Lenin, con la diferencia que en Venezuela muy pocos dirigentes de la revolución bolivariana podrían calzar las botas ideológicas de personajes como Bujarin, Trotsky, Zinoniev, Kamenev, o incluso Stalin.
En Venezuela abundan en vez de Bolcheviques e incluso Mencheviques, fundamentalmente Chequeviches; es decir, personajes que se mueven bajo la órbita de la ambición por la captura y apropiación de la renta petrolera, lo que el historiador marxista venezolano Luis Brito Figueroa denominó: la acumulación delictiva de capital.
Luego de la partida física de Chávez, la izquierda bolivariana y revolucionaria ha quedado descolocada y en franca debilidad en los cuadros de alta dirección del gobierno, lo que ha llevado a un posicionamiento cada vez más visible de la “moderación” y del “pacto”; es decir, de los sectores reformistas-desarrollistas en el seno de la dirección del proceso, hasta el punto de hablarse de social-democratización o adequización de la revolución bolivariana.
Estos gestos muestra obviamente una distancia con el discurso de Chávez en el llamado “Golpe de Timón”. Allí Chávez asume una clara visión anticapitalista. Pero también Chávez el 8 de diciembre dibuja el perfil de las alianzas para las tareas de la unidad y la independencia en la revolución bolivariana:
“Venezuela ya hoy no es la misma de hace veinte años, de hace cuarenta años. No, no, no. Tenemos un pueblo, tenemos una Fuerza Armada, la unidad nacional. Si en algo debo insistir en este nuevo escenario, en esta nueva batalla, en este nuevo trance —diría un llanero por allá— bueno es en fortalecer la unidad nacional, la unidad de todas las fuerzas populares, la unidad de todas las fuerzas revolucionarias, la unidad de toda la Fuerza Armada, mis queridos soldados, camaradas, compañeros; la unidad del Ejército, mi Ejército, mi amado Ejército. El Ejército, la Marina, mi amada Marina. Digo porque los adversarios, los enemigos del país no descasan ni descansarán en la intriga, en trata de dividir, y sobre todo aprovechando circunstancias como estas, pues. Entonces, ¿cuál es nuestra respuesta? Unidad, unidad y más unidad. ¡Esa debe ser nuestra divisa! Mi amada Fuerza Aérea, mi amada Guardia Nacional, mi amada Milicia. ¡La unidad, la unidad, la unidad! El Partido Socialista Unido de Venezuela, los partidos aliados, el Gran Polo Patriótico, las corrientes populares revolucionarias, las corrientes nacionalistas. ¡Unidad, unidad, unidad! ¡Unidad! Decía Bolívar: “Unámonos o la anarquía nos devorará, sólo la unidad nos falta —dijo después, o antes había dicho— para completar la obra de nuestra regeneración…”.
De manera que el asunto estriba en como dirimir las tensiones internas que suponen las relaciones entre un proyecto nacional-bolivariano y un proyecto anti-capitalista. En las actuales circunstancias, las interrogantes, dudas e inquietudes más bien se amplifican. La construcción de un perfil propio para Nicolás Maduro apuntala una visión del momento político dominada por los imperativos de la gobernabilidad y de la estabilidad luego de los resultados del 14 de abril, que no cabe duda que quebraron las expectativas favorables del campo bolivariano. ¿Implica este resultado un viraje hacia la “moderación”? Los interrogantes, dudas e inquietudes se amplifican.
Podríamos recordar que luego de la partida física de Lenin en 1924, se consolidó en la URSS la llamada teoría del “socialismo en un solo país” como doctrina de la Internacional y la consigna de la “dictadura democrática de obreros y campesinos” para los países llamados coloniales y semi-coloniales. En los pensamientos de Stalin y Bujarin, los países llamados atrasados no estaban “maduros” para el socialismo y debían pasar por un necesario e inevitable período de desarrollo democrático-burgués.
Desde este prisma interpretativo, la revolución latinoamericana era fundamentalmente una revolución democrático-burguesa y por lo tanto no estaba planteada la lucha inmediata por la revolución socialista. Luego, la “traición” del Kuomintang en China, hizo que la caracterización de las burguesías nacionales pasara de ser calificada como “progresistas” a ser calificadas como “contrarrevolucionarias”. El asunto del llamado “bloque de cuatro clases” y de alianzas con sectores de la burguesía nacional comenzó a gravitar sobre las políticas internas del propio partido comunista.
Para el estalinismo hegemónico estaba prohibido cometer el “pecado trotskista” de “saltar las etapas” de la revolución. El asunto era como conducir una revolución económica burguesa bajo la conducción de un partido revolucionario, y para el caso latinoamericano era preciso que se consumara la revolución democrático-burguesa latinoamericana como un mero apoyo o soporte de la revolución socialista mundial. De manera que a lo sumo, lo que podría plantearse en América Latina eran reformas (más profundas o menos profundas) y no revoluciones radicales.
En el contexto latinoamericano, Julio A. Mella y José C. Mariátegui expresaron a su manera posiciones que se contraponían a esta visión: sostenían posturas de izquierda revolucionaria polemizando con el APRA y soterradamente contra algunas de las tesis del llamado frentes-populares de Dimitrov en la lucha contra el fascismo.
Tanto Mella como Mariátegui defendían la constitución de la Liga Antiimperialista, algo muy diferente o cualitativamente superior de las alianzas continentales contra el neoliberalismo hegemónico que se escuchan actualmente en organismos como UNASUR o la CELAC.
Ciertamente, vivimos otros tiempos y otras correlaciones de fuerzas, y es en la caracterización del presente (el análisis concreto de la situación concreta o el análisis gramsciano de las relaciones de fuerzas) donde no se deben cometer los peores errores de subestimación o sobreestimación de las fuerzas propias y de las fuerzas adversarias. Pero debemos recordarlo: Mella y Mariátegui realizaron una importante labor de delimitación. El APRA había surgido en 1925 como una propuesta de frente único del ala izquierda de los estudiantes e intelectuales de la Reforma Universitaria y el movimiento obrero. En 1927, su principal dirigente, Haya de la Torre, se define contra el comunismo y postula al APRA como el “Kuomintang latinoamericano”, es decir, como un partido nacionalista con una estrategia de conciliación de clases. ¿Es acaso el PSUV un partido nacionalista con una estrategia de conciliación de clases? ¿Es acaso el gobierno de Maduro un gobierno nacionalista con una estrategia de conciliación de clases? Las interrogantes, dudas e inquietudes se amplifican.
En aquel Perú efervescente de los años 20-30, la “vanguardia” que había surgido del movimiento obrero de 1919 y la Reforma Universitaria y había encontrado su expresión cultural en la revista Amauta, se divide claramente en un ala nacionalista pequeñoburguesa (Haya de la Torre) y otra socialista que defiende el marxismo y la perspectiva de la revolución proletaria y antiimperialista (Mariátegui). No obstante, el aprismo como figura doctrinal del nacionalismo popular, en la misma medida que combatía a los marxistas, se presentaba como una verdadera teoría revolucionaria para la realidad latinoamericana:
“El aprismo niega la posibilidad de la dictadura del proletariado que no puede ser efectiva en países de desarrollo industrialmente incipiente y en donde la clase obrera es rudimentaria y no ha llegado a la madurez para abolir de un solo golpe la explotación del hombre por el hombre, imponer la justicia social, el socialismo en una palabra. Y, en segunda instancia, aprovecha las lecciones del marxismo cuando enfoca la realidad latinoamericana desde el ángulo de la interpretación económica y propone la planificación de la economía y la formación de un Estado, nuevo en su estructura, que controlen e integren a las masas productoras, quitándole su dominio a la casta feudal-latifundista (…). No hay, consecuentemente, oposición entre la doctrina aprista y la de Marx”.
Esta fue una operación fundante del llamado nacionalismo “de izquierda” pero “reformista”: postular la validez de la teoría “económica” de Marx y la invalidez de su teoría “política”, planteando así la posibilidad de que un gobierno nacionalista (burgués) lleve adelante una política económica “marxista”. Eso sí, sin expropiar a la burguesía ni al imperialismo. En aquel entonces, las “nacionalizaciones de los principales medios de producción” eran casi las políticas axiomáticas de las izquierdas revolucionarias.
No es casual que estos debates se repitan en Venezuela casi en los mismos términos, demostrando que las formaciones discursivas y los guiones ideológicos son más resistentes al tiempo, que el ciclo de vida de sus propios portadores. Esto sucede tanto en la izquierda como en la derecha. De allí la importancia del campo ideológico en el análisis de los llamados procesos de giro a la izquierda en América Latina: ¿Qué hay de nuevo allí?
En “Glosando los pensamientos de Martí”, Mella establece un diálogo a partir de las ideas del prócer cubano, con el objetivo de demostrar que la evolución histórica del capitalismo en su fase imperialista, impide separar la lucha por la independencia nacional de la lucha por la emancipación de la clase obrera. Para Mella, continuar la obra de José Martí era defender la perspectiva del marxismo. Algo semejante ocurre con cierta interpretación de la relación de Bolívar y Marx en la revolución bolivariana. Chávez afirmó que el proyecto de la Revolución Bolivariana en las actuales circunstancias de la crisis capitalista mundial planteaba el dilema de Rosas Luxemburgo: O Socialismo o Barbarie. El problema que plantea un “grano de maíz” es cuál socialismo se construye con las armas melladas del capitalismo. Obviamente no la visión del socialismo que ellos plantean con tanta claridad (http://ungranodemaiz.blogspot.com/2013/06/como-es-el-socialismo-domingo-02-06-2013.html):
“El concepto de Socialismo del siglo XXI es quizá el más vapuleado en la historia, ha soportado una avalancha de palabras, frases y definiciones que lo deformaron, ocultan su verdadera esencia y nos conducen al capitalismo. Allí están China y Rusia, en revisiones similares, en "inventos" que terminaron siendo más capitalistas que los gringos. Si de Socialismo habló Chávez, si hacia allá vamos, entonces lo primero que debemos precisar es ¿qué entendemos por Socialismo?, ¿qué esperamos conseguir con él?, ¿cuáles son sus características? Ese, nos parece, es el centro de la discusión, y además necesidad urgente so pena de fracasar. Si no conocemos la meta, no sabremos el rumbo, las acciones, los pasos, siempre serán falsos. El Socialismo está bien definido en los clásicos, allí está señalado el camino correcto, en los libros, que algunos consideran excremento de dinosaurio pero que son acervo de la humanidad. Los libros, esas enseñanzas que la oligarquía y algunos no quieren que llegue a la masa, son reflejos de la práctica revolucionaria de siglos. De allí se nutrieron los clásicos: Lenin escribió desde las entrañas de una Revolución, lo mismo Fidel, el Che, Marx se alimenta en la Comuna de París y en el capitalismo inglés. En la sabiduría revolucionaria acumulada por la humanidad está la respuesta de qué pasa en la Revolución Bolivariana. Estudiémosla, la otra opción es perecer.”
Las respuestas a este tipo de interrogantes han sido desde el silenciamiento de las críticas, su marginación, hasta los intentos de colar algunas posiciones donde se expresan con franqueza las diferencias. Por ejemplo, Roberto Hernández Montoya ha escrito (¿Hasta dónde llegar? http://www.aporrea.org/actualidad/a167167.html ):
“Toda revolución encara el dilema Robespierre/Danton, Trotsky/Stalin, Escila/Caribdis. «Los peligros y los principios» que decía el Che en su carta de despedida a Fidel (http://www.analitica.com/bitblioteca/che/carta_a_fidel.asp). La humanidad en general suele confrontar este tipo de disyuntivas, querellas recurrentes como la de antiguos y modernos, correr o encaramarse, estar en 3 y 2. No, casi nunca es fácil y sea cual sea la opción que se asuma siempre queda la espinita de si la otra hubiese sido mejor.”
Pero el meollo de la respuesta de Hernández Montoya reside en el siguiente párrafo:
“Hay quien llama socialdemócrata a Maduro porque no nacionaliza todas las empresas privadas de un solo guamazo. Siempre he fantaseado que alguien sabe cómo se hacen las revoluciones de un solo leñazo, varita mágica que de un solo chispazo crea el reino de la abundancia y la libertad, sin Estado ni Dios ni ejército ni propiedad privada y, como en la canción El día que me quieras, «florecerá la vida, no existirá el dolor». O como en el poema Habladurías de Manuel Rodríguez Cárdenas: «Dicen que hay una sierra de pan tostao/donde el maíz que se siembra/nace cargao», etc. Ἀρκαδία o Arcadia, El Paraíso, El País de Cucaña o Jauja, El Dorado, El País de la Canela, la Civitas Dei o Ciudad de Dios, Utopía, etc. De cada quien según su capacidad y a cada quien según su necesidad. Si alguien sabe cómo se llega al Comunismo de un solo lagañazo favor decirlo y no seguir con el sadismo de callar viendo cómo nos deslomamos buscando.”
¿Nacionalizar las empresas de un solo guamazo? ¿Hacer las revoluciones de un solo leñazo? ¿Llegar al comunismo de un sólo lagañazo? ¿Acaso estas son las interrogantes, dudas e inquietudes se amplifican?
Del hecho cierto de que Fidel haya dicho que uno de sus errores fue creer que había un manual de cómo hacer el socialismo, no se sigue que la interpretación simplificada de Mariátegui sea que el socialismo debe ser creación heroica, porque o inventamos o erramos (Rodríguez dixit).
Lo siguiente y ausente es aún más importante. ¿Que hemos inventado y creado heroicamente desde el año 2006 para llegar a la conclusión de Chávez en la redacción del programa Independencia y Patria Socialista diga:
“No nos llamemos a engaño: la formación socio-económica que todavía prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista. Ciertamente, el socialismo apenas ha comenzado a implantar su propio dinamismo interno entre nosotros. Éste es un programa precisamente para afianzarlo y profundizarlo; direccionado hacia una radical supresión de la lógica del capital que debe irse cumpliendo paso a paso, pero sin aminorar el ritmo de avance hacia el socialismo?”
¿Dijo usted una radical supresión de la lógica del Capital que debe irse cumpliendo paso a paso, sin aminorar el ritmo de avance hacia el socialismo? Allí se anudan las contradicciones que nos caen a nosotros, recordando el “nosotros” que cierra el texto de Hernández Montoya. O para buenos entendedores: Al que le caiga, le chupa.
“Lo peor que tiene este dilema es que la salida depende de nosotros. Lo mejor que tiene este dilema es que la salida depende de nosotros.” En fin, lo mejor y lo peor depende de nosotros, y como de nosotros depende, habrá que asumir posiciones abiertamente en la dirección de una radical supresión de la lógica del Capital, cumpliéndola paso a paso, pero sin aminorar el ritmo de avance hacia el socialismo, si se pretende mantener el legado de Chávez. Porque hay otras opciones, entre las cuales se cuela utilizar las palabras de Chávez en concierto de conveniencia: un Chávez-“Tres raíces”, por aquí, un Chávez-“desarrollo endógeno”, por allá, un Chávez-“mesa de diálogo con empresarios”, un Chávez-“salúdame a Bill Clinton” por acá, un Chávez-“el nuevo mejor amigo de Venezuela”, y así cada quien con su prototipo de Chávez-“significante vaciado” para que no existan antagonismos, sino una proliferación infinita de diferencias sin antagonismo. Pero el problema es que Chávez planteó una postura antagónica: Chávez anti-imperialista, Chávez anti-neoliberal, Chávez anti-capitalista. ¿Qué queda de ese Chávez, en el gobierno que preside Nicolás Maduro? Esperamos que sea mucho.
Así como Mella en su folleto polémico “¿Qué es el ARPA?” donde desarrolla, basándose en las tesis del II Congreso de la Internacional Comunista, la relación entre lucha antiimperialista y revolución obrera:
“En su lucha contra el imperialismo (el ladrón extranjero) las burguesías (los ladrones nacionales) se unen al proletariado, buena carne de cañón. Pero acaban por comprender que es mejor hacer alianza con el imperialismo, que al fin y al cabo persiguen un interés semejante. De progresistas se convierten en reaccionarios. Las concesiones que hacían al proletariado para tenerlo a su lado, las traicionan cuando éste, en su avance, se convierte en un peligro tanto para el ladrón extranjero como para el nacional. De aquí la gritería contra el comunismo. (…) Para hablar concretamente: liberación nacional absoluta, sólo la obtendrá el proletariado, y será por medio de la revolución obrera”.
De manera que buscar la independencia de la mano de la concertación con diferentes fracciones del capital, puede llevarnos a la tragedia del adeco Jaime Lusinchi cuando dijo: “Los banqueros me engañaron”. Por tanto, ni siquiera se trata de “nacionalizar a golpe y porrazo” como sugiere Hernández Montoya pues ya mella decía:
“Nacionalizar puede ser sinónimo de socializar, pero a condición de que sea el proletariado el que ocupe el poder por medio de una revolución. Cuando se dicen ambas cosas: nacionalización y en manos del proletariado triunfante, del nuevo Estado Proletario, se está hablando marxistamente [sic]. Pero cuando se dice a secas nacionalización, se está hablando con el lenguaje de todos los reformistas y embaucadores de la clase obrera. Toda la pequeño-burguesía está de acuerdo con la nacionalización de las industrias que les hacen competencia y hasta los laboristas ingleses y los conservadores, sus aliados, discuten sobre la ‘nacionalización de las minas’. En Alemania, en Francia y en los Estados Unidos hay industrias nacionalizadas. Sin embargo, no se puede afirmar que Coolidge o Hindenburg sean marxistas”.
El problema de las posiciones y sus lugares de enunciación, como gustan decir ahora los académicos para no hablar de posiciones ideológicas de clase, es precisamente el del “carácter de clase” de una u otra orientación de la política gubernamental. ¿O es que acaso no hay “carácter de clase” entregando divisas convertibles en el SITME para un lado o para el otro? ¿Quién necesita divisas convertibles y para qué? Todos quisiéramos creer que es “por el bienestar y desarrollo de la nación”.
Por otra parte, Mariátegui, polemiza en un sentido similar contra el aprismo:
“La divergencia fundamental entre los elementos que en el Perú aceptaron en principio el APRA –como un plan de frente único, nunca como partido y ni siquiera como organización en marcha efectiva– y los que fuera del Perú la definieron luego como un Kuomintang latinoamericano, consiste en que los primeros permanecen fieles a la concepción económico-social revolucionaria del antiimperialismo, mientras que los segundos explican así su posición: ‘somos de izquierda (o socialistas) porque somos antiimperialistas’. El antiimperialismo resulta así elevado a la categoría de un programa, de una actitud política, de un movimiento que se basta a sí mismo y que conduce, espontáneamente, no sabemos en virtud de qué proceso, a la revolución social (…). El antiimperialismo, para nosotros, no constituye ni puede constituir, por sí solo, un programa político, un movimiento de masas apto para la conquista del poder. El antiimperialismo, admitido que pudiese movilizar al lado de las masas obreras y campesinas, a la burguesía y pequeño-burguesía nacionalistas (ya hemos negado terminantemente esta posibilidad) no anula el antagonismo entre las clases, no suprime su diferencia de intereses (…). Ni la burguesía, ni la pequeño-burguesía en el poder pueden hacer una política antiimperialista”.
El surgimiento de los nacionalismos burgueses con base de masas que históricamente hemos denominado como políticas reformistas y desarrollistas en las décadas posteriores en Nuestra América, muestra que las políticas de “moderación” frente a las fracciones del Capital tiene un amplio margen de maniobra, y pueden hacerse bajo la figura de un “Socialismo de fachada”. Uno espera que eso no ocurra con la Revolución Bolivariana, si el anticapitalismo se difumina en una alianza popular.
¿No se llama acaso “partido popular” la derecha española? ¿No se llama acaso “progresismo popular” la alternativa de Capriles Radonsky? ¿No se llamaba acaso Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) el partido populista que fundó Haya de la Torre? ¿No se jactaba Rómulo Betancourt de haber fundado un partido de masas populares que le cerró el paso a las ideas comunistoides en Venezuela?
Como gustaba decir a Rigoberto Lanz: “las palabras no son neutras”. Y en cuestión de confusiones ideológicas e identidades políticas nada mejor que las siguientes frases de Luis Brito García (Espejos):
“Ya que no puedo vencer al adversario que tantas veces me ha vencido me propongo convertirme en él. Con un poco de práctica remedo las apariencias. Comenzar por los gestos. Seguir con la forma de hablar. Continuar con las ropas. Copiar todos los temas. A medida que me voy convirtiendo en lo que odio observo que el adversario empieza a remedar mis apariencias. Imita mis gestos. Sigue con mi forma de hablar. Copia todos mis temas. A medida que se va convirtiendo en lo que odia ya no sabe que se convierte en quien trata de convertirse en lo que él era. Mientras más trato de ser él, más trata de ser yo, mas yo no soy más que el remedo de quien no es más él sino el intento de convertirse en otro que no es nada.”
De manera, que el gobierno del gran polo patriótico debe cuidarse mucho de un proceso que sólo conduce a desdibujarse programática e ideológicamente, olvidando sobre todo el legado de Chávez (de la Agenda Alternativa Bolivariana al Antiimperialismo, del Antiimperialismo al Anticapitalismo), pues la unidad de los movimientos sociales, fuerzas del poder popular, en una amplia alianza popular, patriótica, revolucionaria antiimperialista y socialista, requiere clarificar no sólo la política de alianzas sino el pequeño asunto del antagonismo en las sociedades capitalistas.
Si en el alto gobierno bolivariano son alérgicos al discurso y la práctica de la lucha de clases, podrían sincerar el libro rojo del PSUV en el congreso del año 2014, excluyendo cualquier referencia al discurso y la práctica de las izquierdas revolucionarias (incluyendo obviamente cualquier referencia al marxismo).
Eso se llama sincerar el discurso. Si el camino es el “Lulismo” estamos en el terreno de una izquierda reformista, progresista y que calza bien con las burguesías desarrollistas del Continente y la integración continental pasaría por las siguientes palabras de Mariátegui:
“Los brindis pacatos de la diplomacia no unirán a estos pueblos. Los unirán en el porvenir, los votos históricos de las muchedumbres.” (Mariátegui (1924): la unidad de la América Indo-española”)