La mayoría de los humanos llegamos a este mundo para cumplir con las funciones vitales de los seres vivos, como son: nacer, crecer, reproducirse y morir. Se desconoce la razón del por qué la naturaleza privilegia a ciertas personas con harta genialidad, quienes con su genética, dedicación y esfuerzo le conceden a la humanidad un extraordinario legado. Esta herencia sirve, en unos casos, para el deleite auditivo y contemplativo, en otros, para aprovecharse de esta y en el mejor de los casos, para preservar la vida de las personas y animales. Los genios son seres humanos como artistas, políticos, filósofos, científicos de toda índole, inventores y otras personas, quienes con los saberes ancestrales le entregan a la sociedad un patrimonio para la complacencia y el provecho. Se puede afirmar que un genio es una persona que sobresale, en cierta rama o disciplina, por su talento, creatividad y sus logros sin precedentes.
Por fortuna, la historia nos suministra una lista de hombres y mujeres que ofrendaron parte de su vida al desarrollo de sus facultades que la sabia naturaleza le confirió. Los hay para escoger. En la literatura: Alejandro Dumás, Balzac, Víctor Hugo, Zola, Tolstoi, Goethe, Voltaire, Moliére, Shakespeare, Tirso de Molina, Kafka, Hemingway, Gabriela Mistral, Arístides Rojas, García Márquez, …; en la ciencia: Einstein, María Curié, Newton, Pasteur, Stefhen Hawking, Fernández Morán, Jacinto Convit…; en música: Mozart, Chopin, Schumann, Ignacio Vila (Bola de Nieve), Sindo Garay, Teresa Carreño, J. V. Torrealba, Aldemaro Romero…; en pintura y escultura: Miguel Ángel, Da Vinci, Rembrandt, Van Dyke, Camile Pissarro, Paul Cézanne, Van Gogh, Arturo Michelena, Reverón… y en política… Aquí debo detenerme un poco, dado que me niego incluir en este renglón los genios del mal, muy numerosos, tales como Fouché y Maquiavelo con proyectos únicamente personales.
No hay que confundir al genio con el héroe. Este último es una persona admirada por sus hazañas extraordinarias por sus beneficiarios, quienes le atribuyen habilidades sobrehumanas, por lo general, en el momento histórico de perpetrarse esta (s) gesta (s) maravillosa (s). En oportunidades, estos titanes incursionaron en la política y su legado a la humanidad, además de sus laureles, fueron innumerables monumentos conmemorativos, estatuas ecuestres, pedestres, bustos que adornaban palacios y mansiones, mientras que el pueblo pobre se moría de hambre. Esta egolatría se destacó durante el Imperio Helénico, el Imperio Romano, el Medioevo, el Renacimiento y la época imperial napoleónica. Numerosas fueron las catedrales que se construyeron durante la Edad Media, para mostrarles a los pueblos el poder absoluto de la Iglesia. Cuando un feligrés entra a una enorme basílica se sentirá disminuido ante la autoridad omnímoda de una sacra deidad, escondida detrás del despotismo de la Curia Romana. Son numerosas las estatuas de santos, vírgenes, profetas, papas que adornan los lujosos recintos del Vaticano, cuyos residentes, una vez tonsurados, hacen voto de pobreza, celibato y obediencia.
En el ejercicio de la política abundan los genios del mal, una mezcla de césares siniestros y de líderes militares, como Darío, Mitrídates, Julio Cesar, Napoleón, Hernán Cortés, Pizarro, Alejandro, Carlomagno, Gengis Khan, Hitler, entre tantos cuyo legado, además de sus glorias militares, un sinnúmero de muertos, ciudades destruidas y monumentos a granel para conmemorar sus lúgubres gestas.
En la política, tanto en la antigua como en la moderna, son muy pocos los genios, ya que la mayoría de los gobernantes llegan al poder mediante compromisos con la clase oligárquica. Estas aberrantes prácticas se conocen desde hace miles de años y se acentúa con el comienzo la revolución industrial (1760-1840). Bajo este criterio no hay genialidad posible, sino truhanería, bandidaje y repartimiento del poder entre los políticos y la clase oligárquica. Era improbable que algún líder, no comprometido con los amos de los cicateros emporios industriales, probara el alcance de su genialidad. Se consideraba una anormalidad que un dirigente revolucionario sucumbiera de muerte natural.
Por fortuna, Suramérica gestó en su seno numerosos genios de la política y con grandes dotes militares, el más sobresaliente fue nuestro egregio Libertador Simón Bolívar, indiscutible inspirador y cabecilla de la hazaña de la independencia. Un hombre cuyas mayores ambiciones no era la conquista, sino la libertad de América, la creación de Colombia y Bolivia y la de cimentar la felicidad de estas naciones recién fundadas sobre la base de la emancipación. Por suerte, en su afán libertario el genio Simón no estuvo solo, lo acompañaron otros como él, hombres ilustrados, virtuosos y patriotas que construyeron las nuevas repúblicas.
Modernamente América se siente orgullosa, dado que la naturaleza nos ennobleció con nuevos genios como Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, quienes con su arrojo, conocimiento, talento, entre tantas dotes, lograron arrancarle al imperio una fruta que ellos consideraban como parte de su canasta. Fueron muchos años de lucha hasta que por fin Cuba se despojó del yugo que la mantenía esclavizada y explotada por los EEUU. Al presente la controversia no ha se ha detenido, fruto del interés del imperio de impedir que se propague a otros lados de mundo el sentimiento de dignidad y orgullo que ampara al pueblo cubano, un legado del Gran Líder revolucionario Fidel Castro.
De nuevo Suramérica parió otro genio, mi comandante Hugo Chávez, el hombre que comprendió que un pueblo que obra es un pueblo que puede. El genio que entendió que el pueblo es ejército y que, el ejército es pueblo, además, que mediante una alianza cívico-militar era posible deslastrarnos de las injusticias que por más de cien años nos mantenía subyugado al imperio más criminal que ha conocido la historia de humanidad: los EEUU.
Hugo comprendió la mentalidad de su pueblo, les reveló que sus enemigos, los responsables de cientos de años de pobreza e ignorancia, eran la oligarquía criolla pedigüeña y el siniestro capitalismo internacional. Le transmitió que el amor hacia sus semejantes, en el alto sentido del discurso, de lo puro extenso se diluye y no servía para convertirlo en una amable intención. Por eso mi comandante Chávez logró combinar el afecto con la acción. Ciertamente Hugo fue un genio de la política, una persona que sobresaltó en la aplicación de una doctrina política-económica-social. En esta propuesta puso todo su empeño, su talento, creatividad, de lo cual obtuvo logros sin precedentes que trascendió en el tiempo y la geografía.
Al igual que lo grandes genios de la cual me referí anteriormente, de mi comandante Hugo Chávez se hablará por los siglos de los siglos, por el legado hacia millones de pobres a los cuales se les negaba los servicios más elementales para que una comunidad viviera dignamente. Tales bienes son salud y educación gratuita, alimentación, vivienda y sobre todo un futuro cierto. De allí el temor de la infames oligarquías del planeta de todo lo que se considere chavismo. Este se convirtió, no en una oferta electoral, sino en un modelo de vida que trascendió más allá de nuestras fronteras y por tal razón, actualmente, el capitalismo internacional ataca con ferocidad al gobierno del presidente obrero MM.
Hugo también nos entregó monumentos conmemorativos, pero diferentes a los de los héroes militares. Le legó a los venezolanos hospitales, escuelas, canaimitas, universidades, colecciones de libros gratuitos para los escolares, viviendas dignas rodeadas de un hábitat conforme a una buena calidad de vida, sistemas de trenes, cable trenes, poder popular, la integración latinoamericana y caribeña, leyes ventajosas, las comunas, redes de metro, metrobuses, mercados solidarios para las zonas populares y sobre todo, nos entregó una patria digna desligada de intereses foráneos, tal como venía ocurriendo por cientos de años.
Hugo no es un fantasma, mi comandante Chávez es una doctrina, un pensamiento, una acción, un legado para la humanidad, de allí que muchos ciudadanos del mundo dirigen su mirada hacia Venezuela. Durante siglos lo haitianos, los palestinos, los habitantes de las islas caribeñas, los suramericanos, los centroamericanos, los hombres de color de África, los españoles, los griegos, los pueblos árabes, los bielorrusos, los rusos, los vecinos del Bronx de Nueva York, en fin, millones y millones de seres humanos comentarán la genialidad y reconocerán el altruismo de Hugo. Señores oligarcas y capitalista, enteiendan, ya el chavismo encendió las llamas de los pueblos que durante muchos años sintieron el rigor y la opresión de sus patronos, será muy difícil apagar esa llamarada. De seguro que, mientras más opresión se haga sobre los obreros, las mujeres, los estudiantes, la gente de color, la población indígena, los agricultores, los artesanos entre tantos excluidos, más se avivará la chispa que acabará con el capitalismo voraz y salvaje.
Sirvan estas modestas palabras como un homenaje a la conmemoración de los dos años de la siembra de Hugo Chávez, otro de los insignes genios inmortales de la humanidad.