El 4 de febrero de 1992, frente a la derrota militar de la rebelión que lideraba para rescatar la democracia de la oligarquía neoliberal y ciertamente totalitaria, el Comandante Hugo Chávez Frías se dirigió al país, no para rendirse como pretendían sus esbirros, sino para enviar un mensaje de esperanza, compromiso y lealtad revolucionaria frente a la deriva institucional, ética, económica y social que vivía el país. Su "Por Ahora" se convirtió en la bandera que pocos años después izaría el pueblo con honor para catapultar la Revolución Bolivariana. No obstante, lo que elevó a Chávez a un estado superior de ética y moral, fue haber asumido su responsabilidad ante un país donde los líderes políticos de todos los signos culpaban siempre a los demás de sus propios fracasos. El "Por Ahora" de Chávez jamás habría alcanzado su dimensión epopéyica sin éste haber asumido su responsabilidad frente al país y su pueblo. De no haberlo hecho, su "Por Ahora" habría resultado inocuo y vacío. El enorme coraje de Chávez al asumir su responsabilidad fue la verdadera esperanza que el "Por Ahora" simbolizó, y que luego cristalizó cuando efectivamente enrumbó el país hacia un destino mejor, como se había comprometido, rescatando la Patria soberana e independiente de las garras del imperialismo y la hegemonía neoliberal.
En el contexto de la derrota electoral del pasado 6 de diciembre, diversas autoridades gubernamentales, políticos y analistas del chavismo han parafraseado al Comandante Chávez y su "Por Ahora" con el objeto de crear esperanzas futuras y levantar la moral del electorado que, aun en la peor de las circunstancias económicas, salió a votar por los candidatos de la Revolución Bolivariana que terminaron siendo arrasados por el descontento y la frustración. Sin embargo, este "Por Ahora" no ha sido acompañado por las responsabilidades que las autoridades y dirigencia chavista deben y tienen que asumir ante el país por no haber podido implementar una política económica integral, coherente, efectiva y revolucionaria que enfrente la guerra económica, ocasionado el empeoramiento continuo de la situación e incluso una creciente despolitización del pueblo y la creación de nuevas formas de clientelismo. La culpa de la estrepitosa derrota del 6 de diciembre no fue la guerra económica, sino la incapacidad para doblegarla. Tampoco fue culpa de un pueblo "confundido". En el 23 de Enero y La Pastora, por ejemplo, así como en otras zonas geográficas netamente chavistas, el pueblo ejerció su voto participativo y protagónico, incluso la abstención, para hacerse escuchar y castigar a quienes considera responsables de velar por su seguridad social y económica. Las autoridades y dirigencia chavista deben asumir plenas responsabilidades por el fracaso económico y electoral, evitar el riesgo del continuismo y la inmovilidad – a unas 48 horas de la aplastante derrota aun no han tomado decisiones trascendentales – y estar a la altura de las circunstancias como lo estuvo el Comandante Chávez en 1992.
Precisamente, este aspecto es quizás más preocupante que los propios resultados electorales, toda vez que sin un ejercicio real de contrición que permita asumir plena responsabilidad por la mala gestión pública para enfrentar la guerra económica que derivó en unos resultados electorales adversos, la grave situación del país podría empeorar, esta vez sin un piso político sólido donde el chavismo pueda asentarse, lo que será indudablemente aprovechado por la derecha reaccionaria para provocar una crisis política e institucional que genere las condiciones para la salida del gobierno, sea mediante referéndum revocatorio, o en el peor de los casos, por la vía violenta del golpe de Estado.