Las leyes prescritas en la Constitución no son infalibles. Por el contrario, se trata de normas consistentes con la idea de justicia de una sociedad, misma que evoluciona – o cambia – de la mano de la concepción del mundo que ésta tenga. Así, las leyes son – o habrían de ser –, la voluntad soberana de la ciudadanía; las leyes deben responder a las necesidades legítimas del pueblo al cual responden. Siendo el caso, una sociedad en la búsqueda de la justicia, jamás permanecerá impávida frente a las leyes que no la representen; siquiera no eternamente.
Por mucho que pudiera parecer sorprendente, el aborto ha sido un tema de debate desde hace cientos si no es que miles de años. Ya desde la Antigua Grecia, personajes como Aristóteles, entre otros, discutían al respecto decantándose por una posición. No es, entonces, ninguna novedad, ni mucho menos debería causarnos ningún espanto, aceptar que el aborto sea un tema de debate y de consideración: lo es porque lo ha sido siempre y lo ha sido porque responde a una necesidad humana. Esto significa que es imposible sustraerse, faltar o resistirse a él: siempre ha existido la necesidad de obrar en ese sentido; reflexionar al respecto o tomar una postura.
No obstante, como algunas necesidades humanas no son evidentes para todos, se ha hecho menester pelear por ellas (entiéndase, pelear por la justicia) hasta lograr establecerlas como derecho y libertad. Así ha ocurrido, por ejemplo, con la educación para todos; la libertad para los "negros" como lo es para los "blancos"; el derecho al voto de la mujer; la abolición de la esclavitud; el derecho a las tierras; el derecho a la salud y un sin número más que, siendo necesidades humanas, han tenido que buscar el lugar que les corresponde en la Constitución a través de la lucha de hombres y mujeres justos.
Es imposible negar la complejidad y el carácter susceptible que permea al tema del aborto, siendo esto causa de sensibles enfrentamientos que poco o nada tienen que ver con un intercambio de ideas que permitan llegar a consideraciones más equilibradas por medio del debate de argumentos justificados. Sin embargo, es posible que algunas de las causas de la complejidad sean las siguientes: a) la imposición de ideas y acciones; b) la moral y los valores personales como arma de ataque en contra de la moral y los valores de otros; c) la descalificación del otro per se; d) menosprecio o negación irracional de los descubrimientos científicos; e) sobrevaloración de los estatutos religiosos sobre otros; f) argumentos emocionales sobre los racionales; g) menosprecio de la autonomía de la mujer: "no es tu cuerpo, es de él" (del embrión, por supuesto); h) posturas irreductibles "en contra del aborto" defendidas por una mayoría de hombres en detrimento de la visión de la mujer; i) irremediables diferencias conceptuales del tipo: "un embrión es un ser humano" vs. "un embrión no es un ser humano"; j) uso del término "asesino" para calificar a todo aquel que defiende el aborto; k) valores morales no universales presentados como tal; l) ideas incompatibles a propósito de lo que es la justicia; la vida; los derechos; la equidad; y m) la negación a ultranza e irracional de la pluralidad humana, entre otros.
Es difícil, si no es que imposible, determinar cuál de éstos es más relevante que otro. En sí mismos, representan motivos de discusiones acaloradas prácticamente irreconciliables si no existe la apertura mental y espiritual de las partes que enarbolen ante todo una sana posición básica: que nadie posee la verdad absoluta como para imponerla a otro ser humano. Si esta premisa permeara los debates, los resultados serían, con seguridad, más justos.
Parece ser, pues, que lo más relevante de lo anterior sea que ningún ser humano tiene derecho de imponerle a otro cómo debe vivir su vida o cómo debe tratar su cuerpo. Ningún ser humano, plagado de defectos, limitaciones e ignorancia como todos nosotros, ostenta una posición superior que fuese legítima sobre otro como para decirle, indicarle o informarle cómo es su cuerpo y qué es lo que tiene que hacer con él desde sus entrañas. Por mucho que esto sea molesto para algunos, no hay manera de que, quienes lo crean así, puedan demostrar lo contrario. Quien crea que posee la verdad sobre el cuerpo y la vida íntima de otro ser humano completo, pensante y soberano, no podrá demostrarlo jamás de forma irrefutable.
Vamos incluso a conceder que Dios juega aquí un papel preponderante. Vamos a conceder, como un ejercicio reflexivo, que no existe duda alguna de su existencia; que él nos ha creado a su imagen y semejanza y que espera determinada conducta de nosotros. Siendo el caso, es posible afirmar que Dios nos proveyó de esta vida, este cuerpo y este espíritu, pero, sobre todo, de una mente que tiene como una de sus principales características ser potencialmente crítica y libre; nos otorgó, por lo tanto, lo más importante: la autonomía de pensamiento y de obra. Más todavía, si Dios decidió que en donde se fecundaría la vida humana sería en el cuerpo de la mujer, le ha otorgado a ella, y no a ningún otro, la potestad de decidir qué hacer con la supuesta vida en potencia que engendra. Si no la desea, no lo hace porque afecta a la única vida que ella posee de forma incuestionable: la suya.
Esto explica en parte por qué el tema del aborto nunca ha sido, pese a lo que pudieran creer los inocentes, cuestión de "el aborto sí o el aborto no". Esa no es la lucha. El aborto, si se necesita, se hace; como se ha hecho siempre. La discusión aquí es aceptar que la mujer que se decide por él, merece hacerlo por autonomía, derecho y libertad así como en la sanidad que el Estado está obligado a ofrecerle a todos sus ciudadanos sin distinción. No hay nada que nadie pueda hacer para superar el hecho de que "si está dentro de mi cuerpo, la decisión es mía". Si Dios, suponiendo, no hubiera querido poner en riesgo a los embriones humanos, ¿por qué demonios decide ponerlo dentro de un ser humano que al mismo tiempo dota de inteligencia, complejidad, autonomía y libre albedrío? ¡Dios, que aquí sí que te equivocaste! Si no, ¡qué error de la naturaleza!, ¿o será que habrá dado justo en el blanco?
Todos aquellos que luchan por la legalidad del aborto, sepan que, como si se tratase de una fuerza del cosmos, el aborto legal será un hecho tarde o temprano: las leyes no pueden oponerse a la necesidad humana para siempre; menos si el pueblo no lo permite. Por otra parte, para todos aquellos que creen que legalizar el aborto es no menos que un crimen de lesa humanidad, sepan que habrán de trabajar con sus limitaciones; sobre todo, con su humildad: su opinión, si bien valiosa y legítima para sí mismos, no ha superado, ni superará jamás, la necesidad humana de libertad y autonomía ni la inercia de la naturaleza que la obliga a moverse en esta dirección.
Escritora e investigadora mexicana
(Este ensayo fue publicado en La Jornada Veracruz, México, el día 30/09/2018)