La humanidad entera se paralizó por la pandemia del coronavirus, el planeta se congeló en el miedo, las ciudades callaron, las fábricas cesaron, los carros no circularon más. Fue, es, un espectáculo inédito, del que debemos sacar enseñanzas. Reflexionemos.
Son impresionantes las noticias que hablan del cambio del clima en medio de esta cuarentena mundial: ¡la ausencia del humano le devolvió espacio a la vida! Las aguas de Venecia se aclararon, los satélites reportan desaparición de las nubes de contaminación, las ciudades respiran mejor, los pájaros las sobrevuelan con alegría, el cielo asombra por su azul de joya. La ausencia del humano le devolvió espacio a la vida, sobre esa frase debemos reflexionar. Veamos.
El virus nos dio la oportunidad de pensar en un planeta sin nosotros, y esa imagen es terrible, no le hacemos falta a la vida, al contrario, somos enemigos de la vida… Podríamos pensar, y con razón, que la naturaleza con esos virus se defiende de una especie forajida, perjudicial, un cuerpo extraño en la biosfera. Las preguntas que surgen son: ¿estamos condenados, somos genéticamente malos, estamos en una guerra entre la naturaleza y nosotros en la que no tenemos futuro, o nos destruye o la destruimos y con ella a nosotros? La respuesta es tan sencilla como difícil y peligrosa es proclamarla.
Antes de seguir, debemos precisar que la conducta, la conciencia humana tiene relación directa con su existencia social, con las relaciones económicas. Las relaciones económicas determinan el sistema y determinan la conciencia. A una relación económica esclavista, por ejemplo, corresponde una conciencia, una conducta, una espiritualidad esclavista que justifica esa relación, la defiende, crea las bases psíquicas para que se perpetúe. Lo mismo pasa con una relación económica capitalista de propiedad privada de los medios de producción.
En resumen, la existencia determina la conciencia, como dijo el clásico. Siendo así, este humano destructor de la vida es un producto del capitalismo, de milenios de sistemas basados en el egoísmo. Y ya hemos descubierto al criminal perseguido por la naturaleza, al que ha establecido un combate a muerte con ella: Es el hombre del capitalismo.
El remedio, la salvación está en sustituir al capitalismo. Se dice fácil, pero el cementerio, las cárceles, las fosas clandestinas están llenas de los que se atrevieron a decir y luchar por esta sustitución. La maldad tiene diez mil formas de defenderse, toda la cultura milenaria está a su servicio, a la disposición de construir una mentira que le permita ocultar la verdad. Y llegamos al primer ingrediente del remedio: saber la verdad, difundirla.
La verdad primigenia es que los sistemas de explotación del hombre por el hombre han labrado a través de milenios una conciencia egoísta, donde el bien de una élite sustituye el bien de todos, aplasta la conciencia de humanidad, y hace posible que la especie humana deprede a la naturaleza para el provecho de esa élite y deprede al resto de la sociedad. Esa es la esencia de todos los sistemas sociales hasta el capitalismo, con excepción de los sistemas más primitivos dónde el trabajo común, la propiedad común prevalecían.
Se trata de regresar a un sistema en el que como dijo el Apóstol Martí "con todos y para el bien de todos", o como sentenció dos mil años antes Cristo: "Amaos los unos a los otros". Sólo un sistema así, con esa conciencia, podrá cambiar al hombre y salvarlo. Para eso, ya lo dijimos arriba, es necesario construir una relación económica que la sustente, basada en la propiedad social de los medios de producción, que sustituya a la propiedad egoísta de esos medios que los transforma en medios de explotación, instrumentos de apropiación del trabajo social.
A ese sistema le podemos poner un nombre, puede ser Cristianismo, puede ser Bolivarianismo, quizá podamos usar el desgastado ya de Socialismo, no importa. Lo crucial, lo fundamental es que el hombre arrebate el timón de su destino a los capitalistas y devolvérselo a toda la humanidad.
¿Conseguirá el hombre reinventarse?, ¿oirá la última advertencia?