La pandemia del virus puso de manifiesto la demencia que desde hace milenios padece la humanidad.
Tomemos como referencia los boletines funerarios del ministro de propaganda jorge rodríguez. Todos los días aparece en televisión dando un reporte de fallecidos y contagiados como si fuese el resultado de unos juegos olímpicos, se alegra y dice "somos el mejor porcentaje de recuperados en la región", esta actitud deportiva, indocta, esconde la verdad aún no develada. Veamos.
Hagamos un ejercicio de imaginación y usando el "sistema jorge", intentemos enriquecer sus boletines. Por ejemplo, podría reportar los fallecidos por las faes, por accidentes de tránsito (en situaciones normales), los que se llevó la hepatitis, los niños fallecidos en los hospitales y que han podido ser curados, los femenicidios…
Ahora trasladémonos a escala mundial y apliquemos el sistema jorge, los boletines serían: las bajas de la guerra, millones, por suicidios, millones, por accidente de tránsito, por cáncer, millones, femenicidios, delincuencia.
El panorama es de difícil entendimiento: la comparación de fallecidos por el virus y de los fallecidos por otras "epidemias" arroja una diferencia de aquí a la luna. Entonces, qué se esconde, cuál es la verdad tras estas estadísticas manipuladas. ¿Por qué esta pandemia paraliza a la humanidad y las otras no? Veamos.
Las pandemias que sufre la humanidad en el silencio de los medios de comunicación la acompañan desde su inició, las guerras de exterminio acompañando a la expansión económica, las guerras mundiales son hitos de esta violencia, aunque no hay entre guerras periodos de verdadera paz. Tenemos que dar razón al que dijo que "la violencia es la partera de la historia". Esta violencia se presenta en todos los niveles, los países pelean entre sí igual que los individuos, excusas para la agresión abundan y si no las hay se inventan.
Y llegamos a un nudo del problema: ¿por qué el humano es agente de agresión de sí mismo y de la naturaleza? Este problema lo detectaron temprano los grandes pensadores; los llamados a la unidad, la fraternidad, el amor pueblan la historia y estos llamados no encontraron oídos receptivos, la agresividad sigue siendo el signo distintivo de esta especie.
Somos una especie inaudita: una especie que perdió el sentido de especie, capaz de agredirse a sí misma, capaz de suicidarse, una especie que lleva en su conducta el instrumento de su propia destrucción.
Este instrumento de su propia destrucción es el egoísmo, la pérdida de la conciencia de especie, su sustitución por la conciencia del bien individual aquí y ahora, la pérdida de la visión de futuro, ya dijo un gran economista capitalista: el futuro no importa, mañana estaremos muertos.
Y el origen de esta epidemia humana egoísta, el fundamento, es la división de la sociedad en clases, una parte de la sociedad despojando el trabajo, la riqueza de la gran mayoría. Siempre ha sido así, desde los orígenes de la especie y ahora con el capitalismo alcanza su cumbre: no importa la sociedad, la humanidad, lo que importa es el individuo, ganar, lucrar a costa de lo que sea.
El virus develó esta gran verdad: el hombre del capitalismo será víctima de su propia creación, la humanidad se pierde en el capitalismo. El virus, o mejor, la conducta demencial frente al virus, es sólo el anunció, el asomo del instrumento, la demencia colectiva que acabará tarde o temprano con la especie. Así como hoy es incompresible que el hombre destruya su propio ambiente en aras de la riqueza de unos pocos propietarios, es incomprensible que esclava de esta situación, dominada por el capitalismo, la humanidad caiga víctima de los requerimientos del capital, el monstruo que ella misma creo y ahora la domina, exigencias opuestas a la existencia del humano.
¡El hombre del capitalismo es el virus del hombre!