Manuela la mujer (II)

En 1809 Quito lanza su grito de libertad, estalla el primer movimiento revolucionario. Doña María Aizpurú, no duda, da todo su apoyo a los rebeldes y junto a su hija Manuela vio impasible desfilar hacia las cárceles, a centenares de españoles, entre quienes se encontraba su amante, el señor Sáenz. Los conflictos la han convertido en una mujer fría, donde se confundían entrañablemente sus resentimientos de mujer con su vanidad ofendida de americana; raza y desamor, esto le había inyectado una actitud implacable, lo cual Manuela no olvidaría nunca más.

Pero, esta primera acción de los rebeldes dura poco tiempo, la reacción española no tardó en mostrar su fortaleza y el movimiento emancipador fue ahogado en sangre. Doña María pierde las esperanzas, pero Manuela empieza a formar su conciencia política cuando ve los horrores de esa terrible guerra.

En calles y campos se exponían macabramente las cabezas y los miembros sangrientos de los jefes de la revuelta.

Tales acciones causaron profunda preocupación en Doña María, quien sin pensarlo dos veces, decidió evitar este cruel espectáculo a Manuela y se trasladaron a su hacienda, no muy lejos de la capital y allí procuro dedicarse a la educación de su hija, quien cada vez mas se hacia dueña de su voluntad y de su corazón.

Iniciándose el año de 1814, la causa revolucionaria atravesaba su más difícil época, se anunciaba la proximidad del “pacificador” Morillo y con ello se extinguían las últimas esperanzas patrióticas. Esta situación preocupó mucho a doña María, ya le era muy difícil controlar el carácter de su hija Manuela, quien ya sabía manejarse con entera audacia y se convertía en una mujer hábil manejando su coquetería. Decidió entonces internarla en el convento de Santa Catalina, donde además completaría su educación. Pero argumentos históricos de historiadores de la época, sostienen que eso influyo por las preferencias que notó en Manuela, por el apuesto oficial de Húsares, Fausto D`Elhuyar, español como su amante don Manuel Sáenz, y ella por ningún motivo aceptaría, que su Manuela fuese atravesar por esas infernales vicisitudes que tan dolorosos recuerdos mantenía en vivo, eso le dio valor para separarse de su hija, pues por nada en el mundo deseaba que el brillo y aureola de poderío que rodeaba a los dominadores de la nueva revolución arrastrara a su hija, como le acaeció a ella, en esa aventura sin porvenir.

Pero, el joven capitán estaba muy enamorado y demasiado interesado por aquella lindísima mujer, para que su encierro en aquel convento lo obligara a renunciar a ese amor compartido ya por los dos. Por ese amor se las ingenio y logro mantener una comunicación constante con ella, cuestión que no le fue muy difícil por su raza y por su rango, mensajes apasionados iban y venían enviados con las porteras y los días de visita por las esclavas Jonatás y Nathan, D`Elhuyar trabajó rodeándola de una asiduidad tierna y constante que se adentró muy hondo en el corazón de Manuela, cada vez menos dueña de sí ante esta tentación que invadía sus sentimientos con el irresistible enervamiento de su primer amor. Ambiciones sociales, anhelos que la llevaban desde su infancia a desear el brillo, el triunfo social, todo se fundió en el fuego impaciente de esta pasión, donde se comprometía emocionada y completamente su ardiente juventud.

Las consecuencias de estos sentimientos encontrados trajo la ansiedad y un día Manuela Sáenz abandonó secretamente el claustro de Santa Catalina y sin pensar en el escándalo que iba a estallar huyo con su oficial enamorado. Doña María al enterarse entró en una profunda crisis de angustia, desesperada, vio repetirse su dolorosa historia en su hija.

Para Manuela, poco o nada pesaban entonces estas consideraciones, ella solo sentía la embriaguez que por esa primerísima felicidad que le concedía el destino, a la cual se entregaba en cuerpo y alma a su amante y seductor, Manuela descendió, con la emoción de lo desconocido en el alma, hasta esos abismos del deleite humano que un vez tocados nos impulsan a sumirnos completamente en su indefinible y maravillosa profundidad


(Continuará…)


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Víctor J. Rodríguez Calderón


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