Manuela La Mujer (XVIII)

A principios de Mayo Bolívar entra a Huaylas, pero Manuela no le acompaña, un tiempo pálido se le viene encima para desgarrar su corazón, Bolívar coquetea con una nueva mujer la cual encuentra joven, fragante y muy interesante, se trata de Manolita Madroño, una chica de dieciocho años, la mas linda del pueblo y a la que se le encarga por parte del Cabildo entregarle un ramo de flores por su entrada triunfal.

No pasaron cuarenta y ocho horas para convertirse en una pareja locamente enamorada, pero Bolívar sabía que esta era una pasión pasajera, el amor fugaz y el combate por la libertad de América eran su único refugio. No demora Manuela en enterarse del idilio y sintió su corazón manchado por la traición de su amado, su alma quiso exaltarse de celos, pero sacudida por la seguridad de sus sentimientos uso la razón de su amor y llevo aquello con mucha prudencia, deja que corra esa pasión, sabe que durará poco, pero no soporta que su alma herida arda en el tormento de sentirte olvidada, le mortifica la infidelidad de su hombre. Decide escribir y lo hace a su amigo el capitán Santana a quien le dice:

“Huamachuco, 28 de Mayo de 1824.- Mi amigo: Las desgracias están conmigo, todas las cosas tienen su termino, el general no piensa ya en mi, apenas me ha escrito dos cartas en diecinueve días. ¿Qué será esto? Usted que siempre me ha dicho que es mi amigo, ¿me podrá decir la causa? Yo creo que no, porque usted peca de callado. ¡Y que yo se lo pregunte a usted! Pero, ¿a quién le preguntaré? A nadie, a mi mismo corazón que será el mejor y único amigo que tenga. Estoy dispuesta a cometer un absurdo; después le diré cuál y usted me dará la razón si no es injusto. No será usted temerario; se acordará usted en mi ausencia de la que es muy amiga de usted.

Manuela”

La muerden los celos, la devora el tiempo y la impaciencia, forcejea con la desesperación, se derrumba, huye y se refugia en la angustia, quisiera de verdad aceptar la conformidad, pero no puede luchar, en su amigo Santana sólo busca una confidencia, evidentemente ella ya sabe que la causa es otra mujer que momentáneamente hace que el general no piense en ella. Reacciona y confiesa por primera vez que está amarrada a ese amor y sin el, no tendrá vida, por eso habla de cometer un “absurdo” se sentencia al suicidio, al desenlace trágico, vencida no vivirá y eso lo vamos a ver más adelante en su futuro.

La carta trae una postdata que dice: “Tenga la bondad de decirme si allá se halla el señor comisario Romero, que me precisa saberlo”. Manuela decide quedarse por ahora con el ejército que va a enfrentarse con el enemigo en Ayacucho, se somete a una vida de campaña intensa, para ese momento no tenía otro camino y necesitaba llegarle a Bolívar, dejándolo que se tomara su tiempo que sintiera su ausencia, ella necesitaba educarlo, eliminarle ese amor de marino que solo aprende a besar y a marcharse dejando solo promesas y sabiendo que no volverá nunca más.

El tiempo es veloz, días y noches han pasado, para Manuela ha sido un viaje que al fin acaba. De nuevo llega al lado del hombre que ama, no reclama, escucha las palabras de su amado, lo ve como a un niño y solo piensa: no importa, en todo este tiempo seguiré con mis llagas y tus llagas.

Todo está listo para el ascenso a la inmensa cordillera, se esconden los deseos y las tristezas se hunden en la tierra, ahora empieza el fatigosísimo trajinar para vencer, primero a esas infinitas alturas y segundo a aquel monstruoso enemigo que no los espera ni aguarda, pero que es mucho mayor que ellos. Los oficiales cabalgan en mulas acostumbradas a trepar por aquellos empinados precipicios. Manuela va entre ellos, junto a su amado, la tropa asciende toda a pie, en caravana interminable, obligados ir uno tras otro, sus cabezas parecen una enorme y larga culebra negra que se ciñe a aquel espeso lomo verde para no deslizarse al abismo. El viento es una voz que gime un grito de desconsolación, que hace que los hombres callen sus nervios enroscados. Van cargados con mochila en ella llevan frazadas, alimentos y panela para combatir el soroche. (1) Una llovizna persistente y aguda hiela el sudor, no los desampara la neblina densa que no respeta abrigos porque se mete en los tuétanos de los huesos con su cruel frigidez. Caminan por lodazales, se resbalan los cascos de los animales y los pies de los combatientes se hunden con mortificante frecuencia. El grupo de mulas que van cargadas con los cañones desarmados y parque se retrasan pues el paso se hace cada vez mas lento y las dificultades que se van encontrando son mayores. Algunas mulas tropiezan y se van al abismo dando volteretas en el aire lo que produce un espanto terrible. Los caballos no llevan carga, ellos tienen que llegar frescos al otro lado de la montaña para poder actuar en la batalla sorpresa, pues la caballería es el arma más importante. El libertador ordena una avanzada de espionaje para que observen y escudriñen todo lo del enemigo y que este no haya detectado su estrategia. Manuela trabaja sin descanso, se adelante y se atrasa, habla con la tropa evitando las deserciones que se presentan a cada momento, llena sus conciencias con principios y conceptos de la causa. Todos la quieren por su bondad y su generosidad y por su valentía, para ella no existen peligros ni padecimientos, esa es una jornada que los conduce a una libertad segura. Los combatientes la llaman la generala, conversan con ella, le piden ayuda, ella hace todo lo que puede con los enfermos. Duerme en tienda de campaña, no siente sus manos por el inmenso frio, el soroche trata de atacarla, pero ella lo combate. Continúa lloviendo y el viento sopla cada vez mas helado, martirios que caen sobre ella y nueve mil hombres que se han dispuesto con capacidad para dominar a la madre naturaleza y al nefasto destino de la esclavitud. Sobre el lomo majestuoso de aquella cordillera se escuchan cuentos, blasfemias, quejas, cantos y palabras groseras con maldiciones y risas hasta que a las siete de la noche se escucha la corneta que toca silencio. Todo queda en calma, son combatientes disciplinados, guerrilleros que solo esperan lanzarse a la victoria, cuando reciban la orden de su libertador.

(Continuará…)



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Víctor J. Rodríguez Calderón


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