Por una banca popular y socialista

Una consigna que apareció durante la Revolución Rusa fue “El socialismo no será posible sino hasta que el último burócrata sea ahorcado con las tripas del último capitalista”. La frase en un principio fue atribuida a Vladimir Ilich Lenin, pero pronto fue descartado este rumor, incluso por el propio líder ruso.

Durante el mayo francés en 1968 la frase volvió a sonar, sólo con una leve variación: “La humanidad no será feliz hasta el día que el último burócrata sea ahorcado con las tripas del último capitalista”.

Y así ha tenido diversas connotaciones, como aquella de “con las tripas del último papa ahorcaremos al último rey”. Lapidarias palabras, pero que para muchos encerraban una realidad.

Allá por los años setenta apareció en Punto Fijo una pinta que decía: “La felicidad sólo será posible cuando el último burócrata muera ahorcado con las tripas del último banquero”. ¡Uy, qué cercanos a la verdad!.

Nosotros, unos imberbes estudiantes universitarios, decidimos celebrar la frase y cuidamos con esmero de aquella pinta trazada con spray rojo sobre la pared blanca de un taller mecánico (también el dueño del taller celebró el mensaje) para que durase el mayor tiempo posible y despertara (tal como despertó) miles de gestos de aceptación de parte de los transeúntes.

Lo cierto es que entonces, siendo estudiantes, nada sabíamos de bancos ni de banqueros, salvo que estos últimos eran de los peores especímenes del capitalismo, capaces de cualquier barbaridad contra el ser humano si eso les reportaba dinero. ¿Visión condicionada por nuestras lecturas primerizas de Marx y Engels? Vaya usted a saber.

Nuestra carrera profesional (administración) pronto nos puso en contacto con ese terrible mundo y supimos en la práctica toda la verdad que encerraba aquella pinta y toda la razón que había en los textos marxistas donde los banqueros salen mal parados.

¡Y qué manera de ir corroborando esas verdades! Basta recordar la crisis financiera vivida en los principios del segundo gobierno de doctor Caldera. Huyeron muchos banqueros dejando a miles de venezolanos en la miseria. ¿Cuántos suicidios originó la codicia de esos usureros?

Ni un ápice de decencia tuvieron en ese entonces; bueno, diría un viejo amigo de mi barrio, de esos sabios populares, es que si son decentes nunca llegan a ser banqueros.

Contra el Gobierno de Chávez los banqueros han conspirado abiertamente. Se montaron en el paro patronal “hasta que Chávez se vaya”, causando caos en el país. Nadie les hizo pagar por tales males.

Pero al mismo tiempo han incrementado bárbaramente sus ganancias; erróneamente a veces nuestros comunicadores presentan este detalle como algo bueno.

Abusaron con las tasas de interés cobradas a sus clientes, hasta que el Gobierno les puso ciertos controles (todavía abusan); le birlaron millones de bolívares a los venezolanos con aquello de la cuota balón, hasta que se les paró la vagabundería (pero nadie fue preso); siguen aplicando fórmulas timadoras para asaltar a los tarjetahabientes. Si el Gobierno les elimina el cobro de unas comisiones, se inventan otros cobros todavía mayores, sin que se actúe contra ellos.

Inventan sistemas de seguridad, los cuales uno supone que sólo pueden ser violados por ellos; de allí que cada vez que nos roban desde un cajero automático se nos viene aquella pinta a la cabeza. ¡Cuánta razón!

Esperamos que en algún momento el Presidente empiece a revisar a los banqueros, escudriñe en los motivos de tantas ganancias, rememore el papel de golpistas que han jugado; entonces nos podrá dar la agradable sorpresa: nacionalizar la banca.

Quizás en ese momento entendamos que lo de las tripas no es necesario, aunque no falten razones para seguir visualizando la pinta en la blanca pared del taller mecánico.

Y de verdad que no quisiera que el Presidente retardara mucho la decisión de nacionalizar la banca, pues los dueños de un Banesco no deben brindar un buen espectáculo guindados en la Plaza Bolívar.


salima36@cantv.net











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Pedro Salima


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