No se por qué hoy me he estado recordando tanto de una película que vi hace años. Bueno, si lo se, y es por eso me he sentado a escribir.
Era semana santa, hace muchos años. No había ido a la playa no se por qué motivo, así que me vi obligada a sufrir una serie de películas épicas, peléticas, pelempempéticas que me confirmaron definitivamente que la peor manera de pasar una semana santa es viendo la televisión.
Sábado de Gloria: dos potes de comida china, es que los orientales, además de tener ojos pequeños, son herejes y trabajan en esos días, una tele con Charlton Heston interpretando a Moisés en Los Diez Mandamientos y yo allí sin poder entender por qué tanta mezquindad.
Resulta que Moisés era hermanazo del alma del Faraón Ramses II. Pero Moisés, fue capaz de ver desde su cómoda sillita de mano el sufrimiento de un pueblo esclavizado. Para colmo de males y para que la trama de la peli se ponga mas espesa, descubre el pobre príncipe, que no es príncipe ni nada. Que él es hijo de esos esclavos que ve morir cada día construyendo extraños edificios de forma piramidal.
Vaya carácter el de nuestro héroe: le importó un comino la riqueza, la comodidad y el amor que su hermano Faraón le tenía. Se quitó sus ropajes reales, dejando sin aliento a mas de una con su delicioso torso made in Hollywood, y se vistió de esclavo para convertirse en esclavo, ni mas ni menos.
Pero un príncipe, aunque se vista de esclavo, sabe que puede hacer más que mezclar barro del Nilo, por lo que se decide a liberar a su pueblo.
Para hacer el cuento corto, ya que la película es muy larga, Moisés se enfrenta solito a Ramses, lo pone contra la pared haciendo trucos que solo un elegido puede hacer: tiñó ríos de rojo con un bastón de madera, invocó a siete plagas terribles. Recuerdo una muy cruel que era un humito mortífero que mataba a los primogénitos de todo aquel que no fuera amigo de Moisés. Nada mas pavoso y pavoroso que ser primogénito en tiempos bíblicos.
Fue tal la presión, fue tal el poder sobrehumano de Moisés, que su hermanazo del alma lo dejo irse con su gente con tal de que lo dejara en paz con sus esfinges.
A todas estas, yo alucinaba ante la incredulidad de los paisanos de nuestro galán. El único que parecía saber que él era capaz de tanto era su ex hermano y ahora enemigo mortal. Su pueblo, muy a pesar de aquella montaña de milagros malignos, se empeñaba en cuestionar su capacidad de liberarlos y no solo eso, osaban dudar de el y no se medían al llamarlo traidor.
Moisés no tuvo más remedio que separar las aguas del Mar Rojo, que era azul, pero ya sabemos que él tenía un bastón para teñirlo de ser necesario.
Sus seguidores, aterrados ante tal fenómeno se negaron a reconocer que Moisés era una maravilla que les abría un camino justo cuando creyeron que se terminaba el camino. Pataleaban y maldecían, cuando vieron que el ejercito del faraón les pisaba los talones. Solo entonces decidieron seguirlo un rato más, no sin dejar de dudar y quejarse y como era su costumbre. Y era en este punto de la película cuando yo empecé a preguntarme si se pondría bravo Moisés y los mandaría a todos a la mierda.
Pero no, un héroe bíblico no es cualquiera, y Moisés era el galán de la peli por lo que condujo su pueblo a la pata de una montaña y les pidió que no perdieran su fe mientras el subía a buscar unas leyes importantes.
Pues nada, apenas dio dos pasitos cuesta arriba y se perdió de vista, el pueblo se volvió loco, cambió a Dios por una vaca y armaron un despelote.
¿Por qué viene este recuerdo fuera de época a mi memoria? Porque, para algunos, no hay milagro suficientemente grande. No basta dejarse la vida en favor de los demás, no basta aportar ideas y llevarlas a cabo, no basta apechugar solito con comandar la liberación de un pueblo, no basta el pan en la boca del hambriento, la luz en los ojos del ciego, no bastan los niños sanos, ni las letras que dejan de ser garabatos para convertirse en palabras. No basta el haber devuelto la esperanza, la dignidad, el orgullo a quienes se la habían robado. No basta lograr la unión de los pueblos que antes se veían con grimita a pesar de ser un mismo pueblo regado por todo un continente. No basta nada cuando creemos no entender.
Se olvidan los milagros, se mira con recelo al líder, se muerde, se escupe, se envenena, todo porque no entendemos.
Y digo yo: quien nos enseñó a mirarnos a nosotros mismos, quien nos va mostrando el camino, debe saber muchas cosas que nosotros no sabemos. El nos explica como nadie lo había hecho. Hemos aprendido a ser un pueblo que sabe por qué está luchando. Somos mezquinos con nuestro presidente al darle la espalda ahora cuando nos está enseñando algo nuevo.
Nos vamos a convertir en lo mismo que despreciamos al repetir como loros sin pensar lo que decimos. Es un juego peligroso e irresponsable este de desconectar la boca de la experiencia y del pensamiento crítico.
En fin, y perdonen que me ponga bíblica, que mi presi como Moisés, nos conduce a la liberación, reafirma nuestra identidad como pueblo y no merece la duda y el recelo que algunos le están regalando. Que las revoluciones son largas y, a veces, van despacio. A veces, cuando creemos ir hacia atrás estamos yendo hacia adelante. Que tenemos un líder que nos enseña a pensar y a distinguir las cosas y que si hemos aprendido algo deberíamos demostrarlo justo ahora. De hacer lo contrario demostraríamos que Chávez se equivocó, pero no por sus actos, sino por haber creído en nosotros.
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