Lucha de pardos / Lucha de clases

Afortunadamente para la humanidad, la historia del hombre aún está por escribirse. Miguel Acosta Saignes  

La lucha por la justicia social ha sido una constante y eje primordial en las contiendas de emancipación. Como paralelo, ha devenido pareja en la formación de las estructuras, resistencia al modo que aquellas funcionen, ya que normalmente algún segmento queda al margen en la estratificación precisamente de esa estructura, sea hacia dentro, como toda ella en su relación con otras y susceptible de influenciar(se).

Un común denominador amolda a los vencedores, puesto que las organizaciones que funcionan por castas, oficialmente devienen su poder tras conquistas bélicas. Familias, prosélitos más cercanos dan la pauta alrededor de la cual el resto va construyendo la pirámide social que la conformarán, con propósitos de perpetuarse, hasta que otros tiempos y devenires transgredan ese régimen. La casta vencedora marca rasgos de purezas e impurezas que sellan el carácter de gobierno y del dominado. Ese sello es de por vida, puesto que las “impurezas” también lo son. La lucha por la justicia es mucho más amplia en su espectro que ambiciona, que la lucha de clases obviamente, dado que toda una sociedad estratificada puede estar a favor de su dirigente principal en una conflagración contra foráneos sin mella de lucha de clases entre sí. Pero como siempre, la economía moldea las conformidades, y por lo tanto, la vía paralela que en un momento oportuno lanzará su alzamiento contra lo establecido.

En América hispana, se configuró una sociedad de castas muy cerrada, anticuada hasta en la misma hora en que fue instaurada. Los pueblos originarios sometidos quedaron en un estrato muy bajo, que su propia vida no les pertenecía y menos aún sus pertenencias. Por un momento se los creyó que ni humanos eran. Los dominadores al ultimar las civilizaciones y naciones que aquí se conformaban, algunas de no más de tres churuatas, otras de millones de kilómetros cuadrados, trajeron la mano de obra africana, sólo valorable en cuanto su desempeño de esclava y tanto esclavos como indios, vivían el infeliz entorno que la estructura colonial les tenía deparado, las barracas, las chozas miserables y la dependencia eterna de cuanto capricho blanco se dilatara en el territorio adueñado. De modo que en un principio esas distinciones estaban sumamente definidas: blancos, indios y negros.

El mestizaje proporcionó nuevas estructuras intermedias, extendiendo la  mala calidad del vivir hacia los nuevos hijos “impuros”, pagando el mal empache para la corona, hasta los hijos de los españoles que no se les estaba permitido ningún cargo administrativo y, mas bien, siempre estarían sometidos a los antojos de quien quiera que viniese al mando desde la “madre patria”.

El poder económico tenía color, el blanco. La pobreza tenía el suyo, el resto, pero la injusticia abarcaba al completo de los nacidos en tierras americanas. El mestizaje tomó cuerpo, y entre estos, sólo los que tuviesen un “acercamiento” a la pureza de sangre europea, poseían ciertos privilegios, pero nunca iba al punto de recibir el conocimiento que ostentaban los blancos. Con el tiempo los mestizos tuvieron sus mesticitos, y el número en conjunto superó con creces al de los blancos. Se les denominó “pardos” a estos mestizos, aunque la denominación abarcará a todo el conglomerado de sangre “impura” que no fuese blanco. Con todo, los blancos criollos amasaron fortunas inmensas, que no los españoles que llegaban y se marchaban, de modo que los territorios en la colonia poseían dos dueños, el dueño político, y el dueño de las grandes haciendas.

Al final del siglo XVIII, en Venezuela sobre todo, se les otorgó ciertas oportunidades a algunos pardos que habían “demostrado” su “superioridad” delante de los demás componentes de la sociedad, y se les permitió la entrada en algunos conocimientos, como la medicina, la música, el clero, rangos militares y hasta títulos nobiliarios, siempre y cuando no afectaran a la estructura que les daba cabida, y por supuesto, que supieran de entrada su calidad de pardos, siempre por debajo de los blancos. Lógicamente que hablamos de pardos de más poder adquisitivo.

La revolución francesa propició cambios drásticos en las antillas subyugadas por los galos, donde el poder de los blancos había alcanzado una enormidad, las influencias de los republicanos abrazó a los más humillados, que para ese entonces había superado veinte veces en número al de los dueños. Se alzaron los barracones, al principio fugándose a las montañas y luego, tomaron medidas radicales exterminando a todos los blancos potentados.

La injusticia alcanzó a tierra firme y el momento oportuno llegó a la América apenas Napoleón se hizo de la península ibérica. Como se ve, el reconcomio no estaba solamente en ser pobre sino en ser también de una casta odiada y vejada por otra. Ese descontento fue aprovechado por los hispanos para volcar los instintos de rabia hacia los criollos que no eran unos angelitos precisamente como dueños de haciendas. Todas las llamadas castas inferiores se unieron, todas eran pardas.

Al alcanzar Bolívar a Caracas en agosto de 1813, había colocado en cada provincia liberada desde Cúcuta, a los mismos gobernantes que detentaban el poder durante la Primera República, perdida precisamente por la pésima política de atracción hacia los pardos, que esperaban el tratamiento de igualdad que arrogaban los blancos, El chance no fue desperdiciado por los españoles, que atraían hacia sí a los pardos explicando que el caos era propiciado por los blancos criollos que querían el poder completo bajo pretextos de república. De ahí que la bandera que enarbolara José Tomás Boves tuviese el atractivo que no acariciaba la razón patriota de separarse de España. Los criollos eran vistos para colmo, como los hijos traidores de su madre, pues los hispanos difundían que todos eran hijos de España, que todos excepto los criollos tendrían cabida si seguían las banderas del rey.

Los pardos como tal “casta inferior”, procuraron establecer una lucha de exterminio a los que no le siguiesen, cual langostas desaparecían vestigios de los blancos como tal lo había ejemplarizado los afro descendientes de las antillas francesas. Esa visión se quebraría a la pérdida de la Segunda República, Boves con ella. Los españoles recién llegados comandados por Pablo Morillo, traían otras órdenes, nada que ver con colores oscuros en puestos de mando. Por el lado patriota, la guerra había demostrado con creces que la pobreza había abrazado a blancos de toda índole, que la lucha por la justicia no era cuestión de color, sino de CLASE. Muchos han declarado a Boves como padre de la democracia, denominación para mí, exagerada, con buena dosis de ignorancia, aunque el hecho de que la justicia que esperaban de la Primera República fue un burdo engaño, y ese motivo fue el que los empujó a cerrar filas tras el asturiano; de ese engaño se darán cuenta luego, cuando notaran que los oficiales españoles recién llegados no iban a ceder su postura, que hasta dispuestos estaban en empezar una colonización desde cero, a tener que dar prebendas que propiciasen nuevos levantamientos. Los llaneros que estaban a favor de Boves, de Yáñez y otros menos importantes, se irán tras los catires Páez, Mariño, el pardo Sedeño… y el blanco Bolívar.

Manuel Carlos Piar quiso levantar nuevamente las ansias de casta inferior con pretextos de asimilar a los pardos, él también lo era, pero no consiguió eco y la insubordinación le costará la vida. Justicia se encontraría en una nueva república, pregonaba Bolívar, pero antes la guerra era el dictamen para todo el mundo, la guerra contra España. Ese conocimiento era seguido por algunos pardos desde la primera y segunda repúblicas, pero por los que tenían ciertos privilegios y sabían el engaño que adelantaban los líderes realistas, claro, la gran mayoría no lo sabía, solo tuvieron al Taita Boves como luz en las tinieblas, y más aún cuando Bolívar arribó a Caracas montando a todos los caídos en desgracia por Monteverde, en sus nuevos cargos.

La lucha es de clases, toda la historia lo ha demostrado, y, aunque no se tenga la razón en el camino a recorrer, la panacea es la justicia, sin este alcance, no hay ni puede haber paz en el planeta. Los poderes siempre se sentirán intocables, ahí lo demuestra la directiva europea contra los migrados; no habrá punto de liberación que no tenga eco para que esto no se alcance según sus principios, pues el desarrollo que ostenta el mundo ha sido gracias a su poder de conocimiento. No entienden que su conocimiento es bélico, que esa valla es la que han construido, contra la cual hay que procurarse todo tipo de pinzas, que si fuese otro el desarrollo mundial, el orbe se distinguiría por tanta magnificencia que ese poder bélico ha exterminado. Y por lo visto no sabe hacer otra cosa.   

arnulfopoyer@gmail.com



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Arnulfo Poyer Márquez


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