“Lo
que se cuestiona
es mucho mas que nuestra idea de modernidad: es a la vez
nuestra idea de civilización y nuestra idea de desarrollo”
(Edgar Morin; Para una
política de la civilización)
Para salir del atolladero
de la artillería de consignas-estereotipos simplificadores de “dos
bandas” frente al tema de la educación superior (con la
“barbarización”
de lo político y la política que sigue prevaleciendo), hay que abordar
las estrechas
inter-retroacciones entre el sistema nacional de
ciencia y tecnología, el sistema de educación y la llamada “formación
universitaria”, en todos sus niveles y ambientes. Las visiones en
estos campos muestran la esterilidad-superficialidad de los debates,
si son reducidos a dos opciones
simplificadoras/mutilantes en
antagonismo (reducción de la diversidad, de los matices, de la polifonía,
en clave dos polos reductores-liquidación del pluriverso), con
prenociones-nociones manejadas por militantes del PSUV o de la MUD;
o si prefieren,
subordinándose a la agenda política inmediata
y de corto vuelo, ó del “gobierno revolucionario” ó de la
“oposición democrática”. Por allí, estimados y estimadas, no
habrá debate fecundo ni profundo, sino trincheras a ser defendidas,
mordiendo con los dientes no sólo principios mínimos innegociables,
sino
una batería de conceptos y categorías
retrógradas sobre la Educación Universitaria, en tiempos donde
se discute a lo largo y ancho del mundo, el tema de una
“política
de civilizaciones”. En tiempos de cuestionamientos a los
modelos
tecno-burocráticos de organización del espacio escolar
(y universitario), de cuestionamientos a los
extravíos de la civilización
tecno-científica y su sintomatología: crisis alimentaria, crisis
ambiental, riesgos de la “aplicación tecnológica” (síndrome generalizado
de las “vacas locas”), agotamiento del
desarrollismo (en
su versión capitalista-industrialista o socialista real), implosión
de fundamentos y legitimación de la versión productivista-burocrática
del “socialismo científico”, llamamiento bioético ante la naturalización
social de la manipulación genética (subordinada a la lógica de la
valorización-acumulación capitalista, las grandes corporaciones y
laboratorios transnacionales, tienen el sartén por el mango), impugnación
de la ciencia neoliberal y colonial-moderna (de su “archivo de aprioris
históricos” y “como si”: arcaicos neopositivismos al granel,
racionalidades instrumentales y redes de saber-poder en clave de lo
que Humberto Maturana llama: “
argumentos para obligar”, despliegue
fraudulento de la
“ingeniería social fragmentaria” con fines
comerciales, políticos ó militares, los “epistemicidios” de la
arrogante “academia occidental”, contra saberes ancestrales y etno-conocimientos.
Ante todo este panorama de
crisis de fundamentación epistémica
y de legitimación social de “Ciencias, Tecnología y Humanidades”,
(reducidas a criterios empresariales de “
profesionalización”
de cuadros científicos, humanísticos y técnicos), la pregunta
sencilla es:
¿Podrán las universidades pensarse a sí
mismas? ¿Existen pulsiones éticas, estéticas, intelectuales, afectivas
en las diversas comunidades universitarias (LOE)
para abordar la “reforma de pensamiento”? La cuestión es si
las universidades están dispuestas a
repensar
fundamentos, justificaciones, finalidades y responsabilidades de su
quehacer específico, salvaguardando su espacio singular, como
comunidades críticas de pensamiento reflexivo: creando, construyendo,
transmitiendo, validando y legitimando
conocimientos, elevando
la
auto-reflexión critica sobre sus sombras, en un ambiente
mundial se debate el
estatuto de los saberes, conocimientos e información,
pensándolos en sus condicionamientos histórico-sociales-culturales,
así como en sus “condiciones epistémicas” (diálogo polémico
entre epistemologías y hermeneúticas, entre Ciencias y Humanidades).
¿Podrá finalmente repensarse a fondo la Universidad Latinoamericana
y Venezolana, con su autonomía peleada (contra la iglesia, contra cualquier
gobierno, contra cualquier mercantilización del saber), ahora responsable
ante la Sociedad y el Estado; junto a la
profunda democratización del co-gobierno y del ingreso, sin dejar de
lado lo fundamental: la “reforma del pensamiento” para una racionalidad
ampliada y edificante? Sólo demoliendo los peores
reflejos condicionados
por la maleza instalada: la
barbarización de lo político y la política
en el espacio universitario, será posible. El resto será quedarse
en el plano de una Ley chucuta, aliñada con cualquier
pulpería
ideológica de bajo vuelo. Una reforma del pensamiento no se hace
desde la barbarización de la política, desde el “diálogo de sordos”.
¿Escuchan los lados, bandas y matices?